sábado, 7 de septiembre de 2024

Yasushi Inoue y un relato conmovedor sobre la vida que se empieza a borrar




Yasushi Inoue y un relato conmovedor sobre la vida que se empieza a borrar


20 de noviembre de 2022


Con la mesura de una prosa que se sostiene en las sutilezas para construir un relato tierno y austero sobre el deterioro y la vejez, la reedición de “Mi madre”, del japonés Yasushi Inoue (1907-1991), hilvana tres textos -a veces más cerca del ensayo y la autobiografía, otros toma la forma de una novela- en donde narra los últimos años de vida de su madre y el proceso de desconexión de esa vida desde la mirada de un hijo mayor, que sabe que se está despidiendo de su madre y que quizá su propio final no está tan lejos.

La muerte. Crónica anunciada de saberse vivo. No todas las muertes auguran la posibilidad de ser acompañadas, miradas, revisadas. Pero hay tiempos de enfermedad que funcionan como pequeñas aberturas que permiten mirar más de cerca el misterio que anida en la desaparición física. Yasushi Inoue posa su mirada como testigo de ese proceso por el cual su mamá empieza a desintegrarse mientras poco a poco la memoria de esa mujer se va fragmentando, dejando en el olvido pedacitos de su historia.

“Tal vez mi madre empieza a notar el peso del polvo que se nos acumula día tras día sobre los hombros, casi imperceptiblemente, por el simple hecho de vivir”, escribe el narrador.

Yasushi Inoue nació en 1907 y murió en 1991. Escritor, periodista y académico, su libro “La escopeta de caza”, traducido al español por Anagrama, es uno de los más destacados de su obra, que le valió el galardón más importante de las letras de Japón, el Premio Akutagawa. Desde 2014, la editorial Sexto Piso apostó por reeditar y difundir la obra del japonés: primero con “Furinkazan. La epopeya del clan Takeda”, luego en 2016 con “Luna llena y otros cuentos”, ahora con “Mi Madre”, volumen de tres relatos fechados en 1975, bajo la traducción de la española Marina Bornas.

“Mi madre” se compone de “Bajo los cerezos en flor”, “Claro de Luna” y “Rostro de la nieve” y como dice la traductora a Télam, Marina Bornas, es un libro libro inclasificable, “único en su especie” y “a medio camino entre crónica, poesía y ensayo” porque el autor “utiliza una prosa en la que mezcla hechos reales con reflexiones propias, todo de forma muy poética”.

Al “ser un libro tan introspectivo y personal” la traductora se ocupó de “conservar esa atmósfera tan sutil que recrea Inoue y que tan bien refleja la vejez, la decadencia y el dolor ante la enfermedad de un ser querido. Me pareció necesario que, durante el proceso de traducción, no se perdieran matices del estilo ni detalles de las largas descripciones, que a veces resultan hasta repetitivas”, cuenta.

Entre la frustración, el agotamiento, la pena y la ternura, Inoue teje un relato sobre el deterioro cognitivo de su madre, que podría ser también el de cualquier persona mayor que padece una enfermedad que la va apagando. Pero el punto que lo hace conmovedor está en la perspectiva que asume la narrativa de Inoue: la del hijo, que en el reconocimiento de la finitud de sus padres, se encuentra con la posibilidad de la muerte, ya no tan lejos de él, el primogénito de esa familia tradicional japonesa.

“Mi madre” comienza con la muerte del padre, un médico del Ejército retirado a los 48 años que se recluye en su pueblo con una vida austera, humilde, dedicada a cultivar verduras y hortalizas. La muerte de ese hombre a los 80 años activa la reflexión en el narrador sobre la finitud, pero también sobre los vínculos familiares, además de que funciona como disparador para asumir un nuevo lugar en la vida de su madre, ahora viuda.

En esa nueva forma de estar con su mamá, los hijos perciben lo que antes no sabían o no dimensionaban: que está más frágil, repite cosas y se olvida otras. A medida pasa el tiempo, el cuadro se agrava al punto de convertirse en un “disco rayado”, un “bucle” que vuelve siempre al mismo lugar. “Era como si mi madre hubiera empezado a borrar con una goma uno de los extremos de la larga línea de la vida que había dibujado hasta entonces. No lo hacía de forma consciente, claro; era la vejez la que iba borrando la larga línea de la vida de mi madre y acercándose inexorablemente al principio”, sostiene el narrador del texto.

Inoue comenzó a escribir estos textos con los primeros signos de demencia de su mamá -un proceso que se extiende por casi diez años- y termina cuando muere, después de temporadas de cuidados y traslados por las casas de sus hijos, especialmente dos de sus hijas, que tienen un rol central en el cuidado. Tomar decisiones, acompañar, cuidar: mientras la madre envejece, se potencia el entramado familiar con hijos, nueras y nietos que orbitan alrededor de esa mujer exponiendo teorías sobre la memoria, haciéndose cargo de lo que ocurre, dando lugar al humor y a la angustia.

Y ocurren cosas maravillosas que cruzan la forma de vincularse con la muerte desde distintas generaciones, porque cuando los hijos no pueden lidiar con la madre, los nietos parecen ser los que más comprenden a ese disco rayado que deviene su abuela.

¿Qué ocurre entonces con los recuerdos? ¿Por qué algunos se borran sin dejar ni rastro y otros se repiten como testimonio de un tiempo? ¿Es posible decodificar los resquicios de la memoria? “Me sorprendió -sostiene la traductora- la capacidad del autor por trasladar sobre el papel reflexiones que todos nos hemos hecho o llegaremos a hacernos en momentos determinados de nuestra vida. Reflexiones sobre la muerte y la vejez, la enfermedad y la demencia, los que los precedieron y los que nos suceden”.

Y agrega: “Ese talento por describir de forma tan poética y, a veces, tan cruda su propia relación con sus padres y hermanos. Me fascinó su capacidad por desnudarse ante el lector, por transformar su propia vida en una novela y hacerlo de una forma tan conmovedora y delicada, hablando de su madre con ternura pero sin ocultar los estragos de la enfermedad y la vejez”.

Escribe Inoue: “Dicen que la vejez es un regreso a la niñez, y eso era exactamente lo que le ocurría a mi madre. Desde que había cumplido los setenta y ocho o setenta y nueve años, mi madre había empezado a deshacer poco a poco el camino recorrido hasta entonces, borrándolo todo a medida que retrocedía. Como si año tras año se acercara más a su juventud”.

Alguien definió a “Mi madre” como “un dechado de delicadeza y de tragedia contenida”, quizá la sorpresa de este libro escrito hace varias décadas por un autor de otro tiempo radica en la mirada pausada, la prosa precisa, la capacidad de ternura, que anida en la mirada de un hijo que mira de frente la muerte de su madre y los secretos de la memoria.


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