jueves, 1 de julio de 2021

Habla Rodrigo García Barcha, el hijo de Gabo

Rodrigo García Barcha


Habla Rodrigo García Barcha, el hijo de Gabo 

El director de cine habló con Revista BOCAS de su vida, la muerte, la escritura y sus padres.


María Paulina Ortiz
29 de junio de 2021

Rodrigo García Barcha llega unos minutos tarde al encuentro por Zoom. Lo primero que hace, cuando se sienta a conversar de frente a la pantalla, es contar que en Buenos Aires acaban de anunciar una cuarentena total de nueve días. “Además es una tarde de lluvia torrencial. La calle está enloquecida. Pero, bueno, ya estoy aquí”, dice.


Está viviendo en la capital argentina mientras dirige las grabaciones de una serie basada en Santa Evita, la novela que escribió Tomás Eloy Martínez sobre Eva Perón. “Pero ahora mismo vengo de grabar en inglés el audiolibro; ya hice la versión en español”. Rodrigo se refiere al libro que acaba de publicar: Gabo y Mercedes: una despedida, en el que relata de forma íntima los últimos días de sus padres: Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha.

Es el primer libro que escribe. Su carrera, desde hace más de veinte años, se ha consolidado en el mundo del cine. Como guionista, productor y director, su nombre está directamente relacionado con por lo menos diez películas independientes que le han valido aplausos del público, de la crítica y de muchos de los más importantes nombres de Hollywood.

Lo mismo le ha sucedido en el universo de la televisión: el sello de García estuvo presente cuando la nueva era de las series explotó en canales como HBO. Participó como productor o director de capítulos en The SopranosSix Feet UnderCarnivàle, In TreatmentBlue y Big Love, producciones que marcaron un antes y un después en ese formato. Y todavía hoy sigue desarrollando proyectos para estas nuevas plataformas.

Su conexión con el cine comenzó desde niño. Rodrigo García nació en Bogotá, en 1961, y cuando tenía un año llegó a vivir a Ciudad de México de la mano de sus padres. Allí pasó su infancia. A los ocho, la familia —ya compuesta por el que sería desde entonces “el club de los cuatro”, con Gonzalo, el hijo menor— se instaló en Barcelona.

A partir de ese momento Rodrigo recuerda haber mirado con atención los libros de fotografía que había en la biblioteca de su padre. Se convirtió en un verdadero aficionado. Tanto que, a los 12 o 13 años, ya de nuevo en la capital mexicana, probaba hacer imágenes con una cámara y revelar los rollos en un laboratorio que armó en uno de los baños de su casa.

Así pasaron los años hasta llegar el momento de elegir qué carrera seguir en la universidad. Cuando a la decisión ya no le quedaban más que horas, Rodrigo optó por estudiar Historia Medieval en Harvard. Sin muchas razones diferentes a sentir que se estaba metiendo en un mundo desconocido, una época cargada de misterios, como si se tratara de entrar en una historia literaria. Acabó la carrera, pero nunca ejerció como historiador: pesó más su pasión por las imágenes.

Estudió Historia Medieval en la Universidad de Harvard y se formó en el American Film Institute. Entre sus películas más conocidas están Things You Can Tell Just by Looking at Her y Mother and Child.

Foto: 

Efe

Después de que murió Gabo, tenía muchas notas y comencé a redactarlas. Sabía que no iba a hacer nada mientras Mercedes viviera porque a ella no le hubiera gustado publicar nada personal… 

De vuelta a México, buscó la forma de conectarse con producciones audiovisuales. Cumplió con todo el recorrido correspondiente: de cargacables a director. Sus primeros pasos los dio como asistente en  comerciales, luego se conectó con gente del cine mexicano que le dio la oportunidad de participar en sus producciones, como la directora María Novaro, con quien trabajó a finales de los años ochenta en la película Lola, o Carlos García Agraz, en su película Mi querido Tom Mix.

Ya en ese momento García sintió que necesitaba formarse en cinematografía, pasar por la academia, y se inscribió en el American Film Institute de Los Ángeles. Desde ese momento, esa ciudad se convertiría en otro de sus polos a tierra. De hecho, hoy, contadas las tantas ciudades en las que ha vivido, es en ese lugar donde ha pasado la mayor parte de sus días. En Los Ángeles, con sus nuevos estudios bajo el brazo, siguió su rumbo trabajando como director de fotografía en producciones de independientes, como Gia (1998), dirigida por Michael Cristofer y protagonizada por Angelina Jolie.

Cuando estaba en medio de las grabaciones, Rodrigo empezó a notar un interés especial por el trabajo con los actores, por el manejo de las escenas. Un buen día pensó: ¿y por qué no escribir un guion y buscar la forma de convertirlo en película? El gusanillo de la dirección había entrado a su cuerpo y no se le iba a salir. Se sentó a escribir y el resultado fue el guion de su primera película: Things You Can Tell Just by Looking at Her (Cosas que diría con solo mirarla), estrenada en el año 2000 con una nómina de actrices de lujo. Glenn Close, Cameron Díaz, Holly Hunter, Calista Flockhart firmaron para participar en la ópera prima de un director que desde ese momento daba muestras de ser dueño de un universo cinematográfico muy particular.

A esa película le siguieron producciones como Ten Tiny Love StoriesNine LivesMother and ChildAlbert Nobbs y Last Days in the Desert. Todas con el sello minimalista que le ha interesado mantener. Lo suyo es: un reparto reducido, planos, contraplanos, un conflicto, diálogos y silencios. Muchos silencios. “Las escenas cruciales tienen que ser silenciosas”, ha dicho García. Los argumentos de sus películas tampoco tienen que ver con cosas estrambóticas. No hay bombas ni persecuciones. Están centradas en las relaciones humanas —las más cercanas; casi siempre las familiares— y los conflictos que se desencadenan. Temas que conectan con los espectadores porque a nadie le resultan ajenos. Con estos argumentos, sus producciones han brillado en escenarios exigentes como los festivales de Sundance y Cannes.

Muchas veces la gente me pregunta, cuando hago prensa para mis películas, ‘¿qué tanto te influyó tu padre?’. Siempre tengo que morderme la lengua para no preguntar: ¿y a ti cuánto te influyó el tuyo?

En algún momento lo han llamado el “director invisible”, por su decisión de ofrecer historias en las que pesa la presencia del actor. También lo han definido como “el director de mujeres”, por su inclinación a hacer guiones con personajes femeninos.

Ante eso García ha explicado: sus historias son universales, lo que pasa es que al sentarse a escribir le salen mejor los roles femeninos y ha seguido esa ruta. Sin embargo, varios actores han brillado también en sus cintas, como Samuel L. Jackson o Ewan McGregor.

Actriz o actor que se anime a participar en sus películas sabe a lo que se enfrenta: una trama intimista que estará lejos de los productos blockbuster. Ese es el camino que ha elegido García, que cita entre sus directores preferidos a John Huston, Ingmar Bergman y Michael Haneke, y que se ha declarado seguidor del género del cuento —con autores de cabecera como Carver y Chéjov— precisamente por el gusto de crear atmósferas en las que no todo se dice, en las que se percibe un conflicto muchas veces difícil de definir.

En casa tenía a un gigante literario como García Márquez, es cierto. Pero a él, a su padre, más que consejos, solía mostrarle los guiones ya escritos. Gabo los leía con entusiasmo, luego veía sus películas. “Las presumía descaradamente y se las pasaba a sus amigos”, ha contado Rodrigo.

Si bien podría figurar mucho más en titulares de prensa, García ha querido mantener siempre un bajo perfil y hacer una carrera independiente del mundo artístico de su padre. Sin embargo, no duda en afirmar que nada lo ha influido más que la familia. Que su padre, su madre, su hermano, ese “club de los cuatro” que ahora se ha extendido a su esposa, la mexicana Adriana Sheinbaum, y a sus dos hijas, Inés e Isabel.

Su nueva película, Four Good Days (4 días), también está protagonizada por mujeres: Glenn Close —que se ha convertido casi en su actriz fetiche— y Mila Kunis, en una historia sobre una joven adicta a los opiáceos y la complicada relación con su madre. La estrenó el año pasado. “No he parado”, dice Rodrigo en nuestro encuentro vía internet.

Sus días en Buenos Aires, dedicado a llevar a la pantalla (para Star) la historia de Eva Perón —en la que Salma Hayek participa como productora ejecutiva y Natalia Oreiro y Darío Grandinetti son los protagonistas—, los comparte con la supervisión de los guiones que adaptarán para Netflix el libro mayor de su padre, Cien años de soledad. Además, anda dedicado a su primer libro.

Gabo y Mercedes: una despedida es, en efecto, eso: un adiós. Pero tan lleno de amor y de comprensión, tan cargado de humanidad, que después de leerlo no deja en el lector ningún sentimiento de pena. “Quería que fuera una mezcla de recuerdos, alegrías y tristezas. No un libro fúnebre”, dice. Sobre este tema, Rodrigo García Barcha habló con BOCAS.

El guionista, productor y director de cine acaba de publicar 'Gabo y Mercedes: una despedida', un relato íntimo de los últimos días de sus padres: Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha.

Foto: 

Steve Pyke

Acompañó a su padre durante los últimos días. ¿En qué momento empezó a pensar en escribir un libro? ¿Tomaba notas de lo que estaba pensando o sintiendo?

Tomaba notas, pero no pensando en el libro. Durante las últimas tres semanas de Gabo, sobre todo cuando nos dijeron que ya estábamos en esos últimos días, lo que estabas viviendo se imponía. Para cualquier persona que escriba —bueno, realmente yo soy guionista, pero al final soy contador de historias— resultaba imposible no ver que estabas viviendo una cosa muy impactante. Para mí, pero también para mi madre, para mi hermano Gonzalo, para la gente del mundo porque que finalmente Gabo era compartido. Entonces se me empezó a ocurrir hacer una especie de diario de eso. Pero no fue pensando en que iba a hacer un libro, un artículo, nada. Sencillamente empecé a tomar apuntes de todo lo que me parecía notable y esos apuntes se fueron acumulando. Después de que murió Gabo, tenía muchas notas y comencé a redactarlas. Sabía que no iba a hacer nada mientras Mercedes viviera porque a ella no le hubiera gustado publicar nada personal. Aunque, bueno, tampoco hay revelaciones en el libro… Pero estaba ese principio de la vida privada. Así que lo dejé ahí medio escrito. Cuando ella murió se volvió más claro que tenía que ser un libro de la despedida de ambos. Porque la muerte del segundo padre sí es muy impresionante. Es como que se muera una religión. Una cultura.

El tema del final, de la muerte, estaba presente en las conversaciones con su padre. Al comienzo del libro usted cuenta cómo le preguntaba, cuando él tenía 60 años más o menos, qué pensaba del final, si tenía miedo…

Creo que los escritores están obsesionados con la muerte. Hay algo con los que cuentan historias que tiene que ver con tratar de ordenar, de encontrarle sentido al principio, al centro y al final; con tratar de buscar la forma de enmarcar un poquito lo que es inmarcable, que es el caos incontrolable de la vida. En relación, por ejemplo, con las citas que puse de sus libros, se me ocurrieron enseguida, ni siquiera tuve que consultarlas porque las recordaba. La muerte del general, la de Úrsula Iguarán, la de Bolívar… las tenía en la punta de la lengua. La muerte de los personajes era importante siempre para él, y eso es muy común en los autores. Ahora, respecto a las preguntas que le hacía, sería porque si él tenía 60 años yo ya tenía 30, si él tenía 80 años yo ya tenía 50… Es decir, ya las estaba preguntando para mí. No era algo de lo que se hablara cotidianamente, pero yo sí tenía la confianza de preguntarle cómo se sentía. Aunque era un poquito cruel, quizá.

Usted habla de un Álvaro en el libro. No dice su apellido, pero se entiende que es Álvaro Mutis, el gran escritor y gran amigo de sus padres…

Sí. Álvaro Mutis, que murió el año anterior al de Gabo. Ya deben estar juntos tomando whisky y hablando paja.

Eso fue lo que dijo su madre, ¿no?

Lo dijo a la media hora de morir Gabo, o menos.

Qué personaje era Mercedes Barcha. Usted la retrata como una mujer fuerte, valiente. Y fue admirable la forma como enfrentó la enfermedad y la muerte de su esposo…

Una persona compleja. Muy sensible, dura, tierna, valiente, ansiosa. Pero siempre muy echando pa’lante. Siempre fuerte. Cuando ella murió, un par de amigas muy cercanas me dijeron cómo le envidiaban esa fortaleza que tenía, esa confianza en sí misma. Y a veces no la tenía, pero se comportaba como si así fuera.

De qué otra forma iba a poder acompañar durante más de cinco décadas a alguien como García Márquez…

Pues sí, esas son las cosas que se dan. Lograron crecer juntos y ella se adaptó e inclusive llegó a ser una parte dominante de la vida de ellos, que se volvió enorme. Esa es una de las cosas que más me intrigaban: cómo dos personas de orígenes relativamente humildes, digo, gente que estudió, fue a la escuela, gente de una clase media colombiana de los años treinta, básicamente, lograron adaptarse a ese mundo universal que les proporcionó el éxito de Gabo.

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro? ¿En qué momento empezó a trabajar en él?

Escribí la primera parte, o sea el setenta y cinco por ciento del libro, cuando murió Gabo. Quizá lo hice en dos meses. Luego, cuando murió Mercedes, repasé esa primera parte ya escrita y agregué el capítulo final de ella. Eso fue rápido. No es un libro muy largo, no es uno de esos libros que se tienen que trabajar por largos años. Y no hubiera tenido fuerzas para trabajarlo durante mucho tiempo. De hecho, hay cosas del libro que, ya viéndolo con distancia, me gustaría que fueran mejor, un poquito más largo esto, un poquito más corto aquello… Pero tuve que ceder ante el desgaste del libro. No podía haberme quedado puliéndolo un año más.

A Gabo, por supuesto, le encantaba estar en Cartagena, también en Bogotá, en Barcelona, pero creo que siempre sentía que México era más refugio

¿Lo escribió en inglés?

Sí, porque realmente mi experiencia es escribiendo en inglés. Yo solo soy guionista, no he escrito libros antes, no he escrito artículos. Tal vez un par de editoriales, cosas pequeñas. Y hacerlo en inglés me permitía escribirlo rápido. Eso era importante porque no quería empantanarme en la dificultad de escribirlo, la sensación de culpabilidad. Quería poder vomitar el libro, y eso lo podía hacer en inglés. También me separaba un poco más del tema. Y como no tengo mucha experiencia escribiendo prosa, no quería de pronto estar enmarañado con la idea de si estoy haciéndolo a la altura de como debería hacerlo. Lo que era importante era escribir la primera versión del libro lo más rápidamente posible. Luego me propuse reescribirlo en español, por supuesto. Pero me resultó demasiado duro volver a sentarme y traducirlo. Entonces trabajé con una traductora que lo hizo muy bien. Después le puse un poco de cosas como para que sonara a mi voz.

¿Hubo llanto al escribirlo?

No, no, porque ya está uno explorando otras cosas.

¿Se lo mostró a algunas personas cercanas antes de publicarlo?

Por supuesto. Nunca hubiera publicado esto como libro o como artículo o como nada sin tener por lo menos de entrada el visto bueno de mi hermano, claro. Luego mi esposa, Adriana, mis hijas, la esposa de Gonzalo, mis sobrinos. Sobre todo porque los menciono a todos ellos. También se lo enseñé a un par de amigos que fueron amigos de mis padres, en especial a Luis y Leticia Feduchi, que son los dos psicólogos de Barcelona a quienes menciono, amigos cercanos de mis padres desde 1968. También necesitaba el visto bueno de ellos. Me interesaba que me dijeran no publiques esto o, sí, publícalo. A lo mejor si me hubieran dicho no hagas algo, sí lo hago. O quizá hubiera sido al revés. Pero lo que necesitaba era permiso por parte de esa generación. También se lo mostré a Luis Miguel Palomares, el hijo de Carmen Balcells, que sigue siendo la agencia que representa los libros de Gabo.

Usted cuenta cómo en un momento buscó la forma de hacer su propio camino alejado de “la esfera de influencia del éxito” de su padre. Por eso decide trabajar en un país distinto, en un idioma diferente…

A veces lo hice conscientemente, otras veces no. Por un lado, ir a Estados Unidos a trabajar en otro idioma. O sea, moverme un poco más fuera de esas esferas. Luego, increíblemente, querer ser director de cine, que siempre fue el sueño de Gabo. No se me ocurrió eso hasta hace muy poco. Cuando los temas son tan cercanos y tan fuertes, es increíble la capacidad de ceguera que tiene uno al respecto.

Pero al mismo tiempo dice que nada lo ha influenciado más que la familia, que “casi todo lo que vale la pena saber se aprende en casa”…

Muchas veces la gente me pregunta, cuando hago prensa para mis películas, “¿qué tanto te influyó tu padre?”. Siempre tengo que morderme la lengua para no preguntar: ¿y a ti cuánto te influyó el tuyo? Esa es la influencia. La de los padres. Inclusive dicen que la de los hermanos a veces es más fuerte que la de los padres. Porque los hermanos son los que plantean la dinámica dentro de la tribu.

Cuando dice “tengo que morderme la lengua para no preguntar”, me hace recordar algo que cuenta en el libro y es cómo su hermano y usted han tenido que estar siempre preparados para evitar salidas en falso, para “ser los niños mejor portados del mundo”, cumplir las expectativas, cuidar la privacidad, que era tan importante para sus padres…

Se exigía una buena educación, sí. La privacidad era importante para ellos y, la verdad, también para nosotros. Nos gusta esa privacidad. A veces pienso si en el libro presento ese tema como una cosa que se nos impuso. Pero no. No fue así. Cada hogar tiene sus reglas, cada hogar es el reflejo de los padres, por decirlo de alguna manera. Y para ellos la vida privada era muy privada, y eso fue lo que nosotros aprendimos. Por ejemplo, cuando saqué el libro pensé: no voy a dar ninguna entrevista al respecto. Porque no puedo hablar más, todo lo que tenía que decir ya está en el libro. Pero al final las entrevistas me han causado menos conflicto de lo que pensaba. Porque los sentimientos ya se derramaron. Me curé en salud hablando de la misma razón del libro en el mismo libro.



Gabriel García Márquez y Rodrigo García Barcha


Otra protagonista del libro es la casa familiar. La casa del Pedregal de San Ángel, en Ciudad de México. Usted recorre sus rincones en el presente, con su padre muriendo, y en el pasado. ¿Qué ha significado esa casa, que por cierto ha dicho que quiere convertir en un museo de García Márquez?

Es la casa en la que vivimos desde 1975, o sea ya son cuarenta y cinco años con ella. Para mi hermano y para mí es la casa de la adolescencia. La casa donde Gabo ganó el premio Nobel. A pesar de que luego hubo otras casas, de que ellos viajaron y vivieron en otros lugares, esa siempre fue el ancla. A Gabo, por supuesto, le encantaba estar en Cartagena, también en Bogotá, en Barcelona, pero creo que siempre sentía que México era más refugio. Creo que porque además México —la ciudad, la sociedad— es un poquito más recatada que en Colombia, digamos. No porque Colombia se impusiera a ellos. A los dos les encantaba la vida social colombiana y la parranda y todo eso, pero México fue siempre un lugar donde uno se podía refugiar más. Y bueno, es la casa más antigua que tenemos. La de Cartagena es de los años noventa, la de Barcelona también. Quizá el apartamento de Bogotá es de los ochenta… En fin, ninguna llega tan lejos como la de México.

Vivió la muerte de sus padres de forma muy diferente. En la de su padre estuvo presente, a su lado, incluso le pidió a la enfermera que le avisara cuando se diera cuenta de que se estaba yendo. En la de su madre no estuvo presente. ¿Cómo fue la experiencia de vivir su muerte a distancia?

Muy rara. Porque por un lado es triste y, por otro, es medio conceptual. De pronto estás hablando, bueno, no hablando porque Mercedes ya estaba bastante ya estaba bastante inconsciente, pero la estás viendo viva y tres minutos después ya no. Fue muy 2020. Era el momento que estaba viviendo la gente. Estaba muy consciente de que mucha gente en ese año se despidió de esa forma. No quiero comparar. Todas las muertes son duras. Pero Mercedes tenía 87 años. No fue un familiar de 40 que murió de covid solo en un hospital. Además, yo sabía que con ella estaban Gonzalo, su familia y algunos amigos. En ese sentido no fue tan desesperanzador como las muertes que vivió mucha gente. Pero formalmente sí fue por FaceTime. Increíble. Realmente increíble. Pero, bueno, así vivimos. Así vamos a vivir. Por suerte la vi por ese medio. En otras épocas hubieras recibido una carta un mes después.

¿Siente que la relación con sus padres, con lo que ellos han significado, ha cambiado después de su muerte?

Creo que ellos crecen mucho. Digo, a medida que uno se acerca más y va pasando por las etapas de los padres, los va aceptando más y entendiendo como seres humanos, con todos sus defectos y virtudes. Y claro, con el paso del tiempo tiende uno a ver más hacia atrás también. Y la infancia es la presencia de los padres. Es curioso porque yo creo que los ve uno con más claridad, los ve con sus imperfecciones, pero con más admiración. Es una contradicción bastante extraña. El final de la vida pone todo a una escala humana. Te hace humilde.

Usted cuenta cómo García Márquez, que no solía leer sus libros, al final los sacaba de la biblioteca, leía un poco y se sorprendía…

Se sorprendía porque ya no se acordaba de dónde había salido nada. Le eran completamente ajenos.

Uno se va volviendo sus padres. Eso es parte del sentido del humor de la vida

La pérdida de la memoria es dura no solo para quien la padece, también es muy dolorosa para su familia, para su gente cercana…

Sí, bueno, me parece que lo peor de todo es esa etapa que describo —y que también la he vivido con amigos, con padres de amigos—, en la que la persona siente que se le está yendo la memoria. Esa es una parte muy angustiosa. Una vez que la memoria se va, puede ser muy tranquilo. Pero sí era raro. Gabo nos miraba a mí y a Gonzalo largamente y le parecíamos personas familiares, pero no lograba colocarnos.

¿Hay algún libro de su padre con el que tenga una conexión especial?

Con varios. Siento que Cien años de soledad de todas maneras sigue siendo el libro principal. Sé que mucha gente se lo pelea con El amor en los tiempos del cólera. No sé... Hace poco releí El otoño del patriarca y me gustó mucho. Pero también es verdad que son libros que no he leído desde hace mucho tiempo porque ya los leí muchas veces. Te diría que todos. Es por épocas.

¿Cómo espera que los lectores reciban su libro?

Mira, yo me preocupé mucho de que el libro estuviera lo mejor escrito posible porque sé que aunque fuera una mierda se hubiera publicado. No digo que con la buenísima editorial que lo publicó, pero el hecho de que es el hijo de Gabo contando… Eso hubiera encontrado publicación. Entonces, espero que sientan que está a la altura de un libro publicable. Creo que es un libro que solo hubiéramos podido haber escrito Gonzalo o yo. Así que, para los amantes de los libros de Gabo y de su vida, tendrá algún interés. El que es su fan puede disfrutar cosas que no se sabían de él y una perspectiva única, que es la de los hijos. Algunos amigos me han mandado críticas —claro, las que te mandan siempre son las positivas—, y no he tenido el menor interés en leerlas. Sí lo tengo con las críticas de cine, cuando hago una película. Pero en relación con este libro, me siento muy liberado de preocuparme sobre lo que se piense de él. No es por no respetar al público; ojalá les guste. Pero no siento ese peso. Era algo tan personal, que para mí el libro era hacer el libro. No buscaba escribir una memoria de infancia, ni hacer una biografía de la familia. Literalmente, es una despedida. Y el final del club de los cuatro.

El club que conformaban sus padres, su hermano Gonzalo y usted. ¿Ahora hay un club armado con sus esposas y sus hijos?

Bueno, de ese club de los cuatro seguimos Gonzalo y yo. Pero ya hay ramas. Mi esposa, la esposa de Gonzalo, nuestros hijos… Algunos de nuestros hijos ya están en edad de merecer, como se decía antes. La vida sigue. Las ramas siguen bifurcándose. Los cinco nietos conocieron a mis padres. Eso es algo que me da mucho gusto. Los hijos de mi hermano, que son un poco mayores, tuvieron la suerte de conocer a Gabo en mejores épocas. Mis hijas lo conocieron más distraído, por desgracia. Pero alcanzaron a conocerlo. Y a la abuela. Los cinco la adoraban. Era una abuela muy sui géneris y la disfrutaron mucho. Eso me alegra.

Hay una escena que narra en el libro: cuando va en el avión, supongo que con el dolor de haber perdido a su padre, y a su lado una mujer que va leyendo Cien años de soledad…

A esa altura lo que sentía era cansancio, sobre todo. Esa escena es estrictamente real. Por la ventana veía los dos volcanes al amanecer y, a mi lado, una señora leyendo el libro en la pantalla de su teléfono. Fue un día después del homenaje en el Palacio de Bellas Artes. Me imagino que lo iba releyendo a raíz del momento.

Y no lo reconoció. Porque, entre otras cosas, usted cada vez se parece más a su padre, ¿no?

Sí. Con estas cejas fuera de control. Y también me parezco a mi madre, algo que la gente ve menos porque la tiene menos presente. Pero es cierto: uno se va volviendo sus padres. Eso es parte del sentido del humor de la vida.


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