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Entrevista a Concepción Company Company. “El lenguaje incluyente es una cortina de humo”
Karla Sánchez
1 de marzo de 2021
“Bienvenidas, bienvenidos, bienvenides” es una frase que cada vez más personas han escuchado, ya sea con seriedad o en tono de sorna. En los últimos años el lenguaje incluyente ha estado en el ojo del huracán por promover cambios en las maneras en que nos expresamos y referimos a los demás. Para los colectivos feministas y lgbtttiq representa una herramienta para visibilizar a las mujeres y las minorías que quedan opacadas por el genérico masculino, mientras que para sus detractores no es más que un uso poco práctico del lenguaje que de fondo no ayuda a resolver las desigualdades. Entre quienes piensan de esta manera se encuentra la filóloga Concepción Company Company, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional, quien por cuatro décadas se ha dedicado al estudio de los cambios lingüísticos en el español. Si bien se considera afín al movimiento feminista, para ella la pelea no debe ser con la lengua, sino con los hablantes que la usan para discriminar.
La lengua está viva y en constante transformación. ¿Cuál es la relación entre los cambios sociales y los cambios gramaticales? ¿Cómo se dan? ¿Hay algún ejemplo de esto en el español?
Lo primero que tenemos que tener en mente es que la lengua es arbitraria y que somos seres de sintaxis libre. Lo que nos distingue de los primates superiores como los bonobos, los chimpancés o los gorilas es un gen, pero lo que nos hace únicos en el planeta son dos hechos: somos seres capaces de hacer extensiones metafóricas y somos seres sintagmáticos. Esa sintaxis libre a la que me refiero es la capacidad de unir palabras siempre con unos mismos patrones para construir sentido. Todas las lenguas del mundo son arbitrarias, y la prueba de la arbitrariedad es que a lo que yo llamo aretes, en España le llaman pendientes, en Argentina le llaman aros, en Uruguay le llaman caravanas. Pero es tan arbitrario que mañana puedo usar otro par e igual les seguiremos llamando aretes.
La arbitrariedad da libertad. Podemos imaginar, podemos hacer hipótesis, podemos formular ciencia, podemos crear mundos literarios gracias a ella; si no fuera así, solo podríamos hablar de lo que tenemos presente como ocurre con ciertas especies que solo pueden comunicar el peligro cuando este está cerca, no lo pueden imaginar. Finalmente, dada esa arbitrariedad, los cambios sociales relevantes van a poder incidir o no en la cultura, en la comunidad, en la lengua. La lengua es un aspecto transversal a la vida cotidiana de cualquier ser humano.
Todos los cambios sociales son previos a los cambios lingüísticos, siempre. Yo no he encontrado una relación inversa. Aunque no siempre los cambios sociales se reflejan en la lengua, porque es arbitrario el sistema y si estamos cómodos durante generaciones hablando como hablamos es poco probable que suceda un cambio lingüístico. Hace dos mil doscientos años, cuando un soldado romano puso un pie en lo que ahora conocemos como la península ibérica, empezó a gestarse una protolengua que después devino en la lengua española. Lo más sorprendente de estos más de dos mil años es ver lo poco que cambia la lengua. Esto quiere decir que somos seres muy económicos que queremos usar esta herramienta mágica, simbólica, arbitraria, transversal de la misma manera cada vez, cada mañana. Pero un cambio social sí puede impactar de manera notable en la lengua.
En la segunda mitad del siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X, en gran parte de la obra encargada por él y escrita por sus amanuenses y escribanos, lo que se ve es que no hay un yo individuado, sino que se habla de manera colectiva y abstracta: los judíos, los cristianos, los moros, las aves, los sabios. Hay un mundo textual construido con genéricos, así sean textos administrativos, de astronomía, ciencia, historiografía, literatura. La literatura es anónima, no hay interés por saber quiénes escribieron esas páginas ni hay competencia. Pero setenta u ochenta años después, en la literatura de mediados del siglo xiv, uno se sorprende de que ya hay un individualismo y una afirmación del yo. ¿A cuento de qué se dio este cambio tan radical? Empezaron a asentarse los burgueses en los pueblos. Estos demandaban reconocimiento del yo y compraban y financiaban cultura. Gracias a esto empiezan a aparecer, mucho antes del Renacimiento, en la literatura, en el derecho, en los textos científicos y administrativos individuos muy bien identificados, y empezamos a saber quiénes escribieron las obras. Esta aparición y afirmación del yo es uno de los cambios más impresionantes de la sintaxis y tiene que ver con un cambio social.
Uno de los principales argumentos a favor del lenguaje incluyente es que es un reflejo de los cambios en la sociedad y permite dar visibilidad a las mujeres. Pero usted ha opinado en varias ocasiones que su uso es peligroso, ¿por qué?
Mi relación con el lenguaje incluyente ha evolucionado en parte porque he platicado con algunas minorías y porque lo he reflexionado. Sigo considerando que es peligroso porque me he dado cuenta de que es una cortina de humo. El argumento central de varias feministas es “queremos ser visibilizadas en la lengua”. Se mantiene la cosmovisión que está presente en varias culturas, hasta en la Biblia y en el Popol Vuh: si no se nombra no existe. Pero esto no es así.
En varias ocasiones he pedido sacar el tema de la agenda feminista y enfocarnos en lograr otros avances porque creo que es una cortina de humo que deja tranquilos a los machines y los hace sentir incluyentes mientras la desigualdad sigue aumentando. Como la lengua española y algunas otras lenguas tienen código suficiente para desdoblar, ellos, sin moverse ni un centímetro de su silla patriarcal, desdoblan y se sienten muy satisfechos creyendo que son más incluyentes por decir “amigas y amigos”. Mi postura es que deberíamos poner las energías en la verdadera lucha, porque lleva tanta pelea esto del lenguaje incluyente, molesta tanto, incomoda tanto y obliga a posicionarse, a estar a la moda, que hace que nos olvidemos de los verdaderos problemas: el peor acceso a la salud, la mayor deserción escolar, la violencia de género, la desigualdad salarial.
No quiero que desaparezca la lucha feminista, me parece que es el movimiento más importante del siglo XXI, lo que sí quiero que desaparezca es el machismo y la violencia de género. No quiero que me incluyan en un foro o un grupo solo por mis atributos femeninos, pero tampoco quiero que me excluyan por el simple hecho de ser mujer.
El asunto del lenguaje incluyente es muy complejo, pero hay un punto que creo que no está mal y es el uso de la -e neutra para asignarle un valor genérico. Me parece interesante cómo las minorías sexuales no binarias se han apropiado de esto para adscribirse y visibilizarse. Estas minorías no binarias tienen derecho a sentirse representadas en un código morfológico adecuado; la lengua otorga la libertad para hacerlo.
¿Cómo hacer la distinción entre los cambios artificiales o impuestos, como el caso del lenguaje incluyente, y aquellos que se dan naturalmente entre la sociedad?
Lo cierto es que no se pueden distinguir. Solo se sabe si hay cambio o no a posteriori viendo los fenómenos, la literatura, la oralidad y ahora en los medios de comunicación. Los procesos artificiales, como esta imposición del lenguaje incluyente, no van a permanecer si no hay una comunidad densa de hispanohablantes que todos los días, a todas horas, no solamente ante la palestra activista, sino en todas sus tareas cotidianas lo utilicen y ese uso se perpetúe por tres o cuatro generaciones más.
Ha habido intentos de hacer cambios por decreto y el resultado es que nadie les ha hecho caso. Por poner un ejemplo, en la primera Ortografía publicada en 1741 se recomienda eliminar todos los grupos consonánticos cultos, es decir, la pt, ps, bs, ct. Nadie les hizo caso porque seguimos escribiendo apto, psicólogo, actitud. Salvo en el Río de la Plata, los hispanohablantes nos referimos al noveno mes del año como septiembre, no setiembre.
Volviendo al caso de la -e no binaria, tendríamos que estar los más de cuatrocientos millones de hispanohablantes americanos usándola todo el tiempo para que se fije su uso, pero esto va en contra de la economía, de la fluidez y de la fuerza expresiva.
Sin embargo, quizás estemos ante un caso de diglosia, es decir, de la gestación de dos códigos. En las zonas que son culturalmente relevantes para las sociedades hay códigos para situaciones formales, que se conocen como registros esmerados, y otro código para la vida cotidiana. No solo en morfología y léxico, sino también en cómo se deben pronunciar las palabras. Las lenguas semíticas son un caso ejemplar de diglosia y no han logrado que el registro esmerado pase al popular o viceversa, no están en conflicto sino que un código funciona para unas cosas y otro para otras.
Podemos hacer uso del lenguaje incluyente cuando sintamos que es adecuado en un espacio o nos sintamos presionados porque también entra un fenómeno de valoración y hay hablantes que no quieren ser valorados como retrógrados, sino como modernos e incluyentes. Es posible que en el español estemos ante la gestación de una diglosia que desdoble y se esmere en buscar códigos de representación femenina o de minorías que se emplee en situaciones de activismo, cultura o política, pero en la vida cotidiana no se ocupe porque no es práctico.
La prueba de que esta probable diglosia no trascienda es que no está impactando en la gramática. Por ejemplo, nadie dice “difuntos y difuntas”, “ladrones y ladronas”. Está bloqueado el aspecto negativo. Entonces, cuando el lenguaje incluyente llegue a todas las posibilidades léxico-morfológicas y se utilice por igual para lo negativo, lo neutro y lo positivo, entonces va a dejar de ser diglosia, va a empezar a ser gramática. Ahorita estamos en el uso esmerado, en solo lo positivo: “queridos, queridas”, “estimados, estimadas”. Habrá que esperar a las generaciones futuras para ver si esta diglosia prospera.
Varias instancias gubernamentales y universidades recomiendan en sus manuales de comunicación usar el lenguaje incluyente. ¿Cuáles son los efectos de emplear este lenguaje en estos espacios tan restringidos?
Efectos para la lengua y para el mundo hispanohablante ninguno. Pero estas instituciones se sienten presionadas y escriben sus documentos usando la x o la @, que en lo personal me parecen una atrocidad impronunciable. Y no porque la x sea incluyente o no, sino porque creo firmemente que la lengua oral tiene prioridad. Todos los seres humanos nacemos con la capacidad de hablar sin pasar por la escuela y hay solo cien lenguas en el mundo que han desarrollado escritura, por lo que usar este tipo de grafías impronunciables me parece elitista porque opaca la oralidad.
De nada sirven los manuales porque, como decía anteriormente, se pueden hacer decretos o recomendaciones, pero es necesario que los más de cuatrocientos millones de hispanohablantes nos pongamos de acuerdo para usar este lenguaje desdoblado todo el tiempo. Si no se hace diario no tiene efecto. Al final, los dueños de la lengua somos los hablantes. Y quienes generamos los cambios somos siempre los de la banqueta, es decir, los hablantes del diario y luego ya llegan a los escritores y las instituciones.
Si el problema no es la gramática, ¿cómo educar a la población para que la lengua deje de ser una herramienta para la discriminación, la violencia y la segregación?
Una cosa es la gramática y otra es cómo construimos discurso. Somos seres sintagmáticos y como tales juntamos palabras unas con otras para generar cadenas de comunicación. Lo que hay que hacer primero es educar en la igualdad y enseñar a cómo construir discursos respetuosos para no perpetuar patrones de comportamiento. Hace unos años en la prensa leí: “Juan fue reconocido con el Premio Cervantes” y “El Premio Cervantes le fue otorgado a Juana.” Juan es el elemento inicial de la oración, tiene por ello mayor importancia conceptual, mientras que el premio está como oblicuo, en la cola. Cuando la galardonada es mujer, esta va al final de la oración, lo importante es el premio no quien lo recibe. Es discriminación absoluta.
Me parece que este es un problema muy complejo, y que una cosa es la gramática que es absolutamente aséptica y por ser arbitraria es un molde de creatividad y de libertades, y otra cosa es el discurso que se construye con esa gramática; el discurso sí está sedimentado y construido socialmente. Y este puede ser muy discriminador. Vemos en los anuncios de los programas gubernamentales puras voces masculinas: “gracias al apoyo del gobierno tal, ahora mantengo a mi familia”. Este tipo de discursos refuerza una cantidad impresionante de estereotipos. Estos problemas son mucho más importantes que el “queridos y queridas”, entonces para qué nos estamos quedando en la superficie si el problema de fondo es la verdadera discriminación.
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