Enya |
¿Qué fue de Enya, la excéntrica diva confinada del «New Age»?
La cantante irlandesa vive sola en un gran castillo rodeada de gatos
Eithne Pádraigín Ní Bhraonáin llegó para desestresarnos del frenesí de unos años noventa que parecían fagocitar la cultura a velocidades supersónicas. Puso la banda sonora a los movimientos de espiritualidad vacua que muchos pusieron en práctica para poner en pausa el ritmo de vida occidental, y de paso se hizo de oro gracias a las ventas millonarias de unas melodías celestiales que se convirtieron en himnos de la moda de la meditación, el yoga y las pseudoreligiones telúricas.
El arma de Enya era el folclore celta, pero la empleó con una técnica de grabación electrónica abigarrada de capas y secuenciadores que hipnotizó a medio mundo, llevándolo como el flautista a sus ratones hacia la promesa de paz interior de la cueva del New Age. Vendió más de 80 millones de discos alrededor del mundo, lo que la convierte en la artista irlandesa más popular de la historia sólo por debajo de U2.
Lo suyo no fue llegar y besar el santo. Debutó diez años antes de hacerse famosa, uniéndose al grupo de música de su familia, Clannad, toda una referencia en la música celta. Pero enseguida empezó a trazar planes para su carrera en solitario, que se iniciaría en 1987 con «Enya», un álbum producido por la BBC tras el éxito de la banda sonora que le encargaron para un documental sobre los celtas. Su debut discográfico fue un éxito, pero nada que ver con el bombazo comercial de su segundo disco «Watermark», en gran medida gracias al single «Orinoco Flow».
Su entrada en el estrellato internacional fue tan fulgurante que le permitió mantener su popularidad durante toda la década de los noventa, en la que ya dio algunas pistas sobre su excéntrica personalidad. En 1993, cuando las cosas no podían irle mejor y su compañía quería seguir exprimiendo la nueva tendencia, decidió tomarse un año sabático.
En 1996, «The Memory of Trees» la consolidó como diva de la New Age, con unas ventas abrumadoras que también se registraron en España, donde permaneció varias semanas en el número uno. Pero unos meses después, Enya empezó a alejarse del foco mediático. Y de todo en general.
En 1997 se compró un castillo de cuatro millones de euros en Killiney, cerca de Dublín, y desde entonces apenas se le ha visto el pelo. La fortaleza, que tuvo nombres como Castillo Victoria y Castillo Ayesha en el pasado, fue rebautizada como Castillo Manderlay en homenaje a la mansión de la novela «Rebecca». Enya tenía ya cerca de cien millones de libras en la cuenta corriente, y dejó de sentir la necesidad de dejarse ver para ganar dinero. Aun así el halo del nuevo mito siguió muy presente en la cultura popular internacional, e incluso se llegó a poner su nombre a un asteroide descubierto por astrofísicos checoslovacos.
Su sello, consciente de la necesidad de mimarla, decidió darle un tiempo. Mientras ella disfrutaba de su acaudalado confinamiento lanzó dos recopilatorios, pero el tiempo fue pasando y probablemente ya no esperaba que a su regreso, Enya volvería a reventar el mercado. A finales del año 2000 la artista publicó un nuevo trabajo, «A day without rain», que tuvo ventas razonablemente buenas y un golpe de buena suerte, aunque a costa de una terrible tragedia. Unos meses después, el pueblo estadounidense decidió convertir uno de sus singles, «Only Time», en himno de resistencia tras los atentados del 11-S y el álbum acabó siendo el más vendido de su carrera. Enya donó todos los beneficios del tema a la Asociación de viudas y huérfanos de los bomberos de Nueva York, y desde entonces sólo ha publicado tres discos más. Tres en veinte años.
Sólo reapareció para cosas que realmente le interesaban, como la invitación de Peter Jackson para participar en la banda sonora a «El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo» (fue nominada en los Oscar y actuó en la gala de 2002, una de sus últimas apariciones televisivas). El resto del tiempo lo pasaba en su castillo, sola, acompañada de una docena de gatos.
Se gastó casi medio millón de euros en aislar su castillo con todo tipo de medidas de seguridad, y lo cierto es que tenía razones para hacerlo. Varios acosadores se colaron en sus tierras, e incluso uno de ellos llegó a acceder al interior en 2005. Enya sobrevivió encerrándose en la habitación del pánico que había ordenado construir, pero una de sus criadas fue agredida por el intruso, que robó varios objetos de la cantante.
Desde entonces, Enya ha querido saber poco del exterior. Ni siquiera quiso tener relaciones sentimentales, y nunca tuvo hijos. «Ella no se socializa, raramente se le puede ver fuera de su casa», decía un habitante del pueblo cercano en un reportaje de la prensa británica. «Soy oscura, una persona con la que es difícil convivir», confesó en una de sus poquísimas entrevistas. «No he conocido a ningún hombre que pueda adaptarse a mí. Podría haber un elemento de miedo, sabiendo que nadie ha entendido mi fuerza de voluntad, mi necesidad. En cuanto a los niños, tengo suficientes sobrinos para llenar ese vacío».
En la pasada década, su sombra aún seguía presente en la cultura popular. En 2013 volvió a ponerse de moda gracias a un anuncio de Volvo que usó su música, y en 2017, científicos de la Universidad de Oregón bautizaron el descubrimiento de una nueva especie de pez con su nombre. Pero cuando intentó regresar al mercado discográfico con «Dark Sky Island» en 2015, se dio de bruces con la nueva realidad: aquel fue el año de Adele. Ya no había hueco para ella, y aquel fue su último álbum.
Aunque se rumoreó que se había casado celebrando una boda secreta en 2016, todo fue desmentido. Incluso su tío, Noel Duggan, comentó lo excéntrica que se había vuelto: «No la vemos demasiado. Vive como una reina. Es una reclusa». A día de hoy, Enya sigue con su encierro voluntario, viendo cómo el mundo se desmorona a través de los ventanales de su castillo, rodeada de gatos.
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