miércoles, 7 de julio de 2021

Tracy Chevalier / “La vida va a volverse más local y tranquila. Habremos ganado algo”




Tracy Chevalier, fotografiada en Londres, en 2020.Tracy Chevalier, fotografiada en Londres, en 2020.

  Chevalier: “La vida va a volverse más local y tranquila. Habremos ganado algo”

La escritora estadounidense regresa con ‘Las mujeres de Winchester’, una novela sobre la soltería de la mujer de entreguerras, y se muestra aliviada ante los hallazgos meramente estéticos del reciente estudio sobre el cuadro que centró su primer éxito, ‘La joven de la perla’



Laura Fernández
Barcelona, 13 de mayo de 2020

Tracy Chevalier (Washington D.C., 57 años) siguió nerviosa desde su casa en Londres, donde permanece confinada, la presentación del más exhaustivo estudio que se ha hecho hasta la fecha sobre uno de los cuadros más famosos del mundo: La joven de la perla, de Johannes Vermeer. No en vano, Chevalier publicó en 1999 una novela en la que fantaseaba con la posibilidad de que la chica del cuadro fuese una criada del pintor, y construía una historia en la que la belleza de la modelo era el centro. Fue un éxito en todo el mundo. Chevalier siguió escribiendo, pero aún hoy, más de 20 años después, se la recuerda por aquella novela. ¿Y qué podía pasar si el estudio revelaba que de ninguna manera la chica podía haber sido una criada? “Lo habría arruinado todo”, dice.


“Si llega a descubrirse que La joven de la perla era una de las hijas de Vermeer, algo con los que los estudiosos han especulado durante años, mi novela habría dejado de tener sentido. ¡Uf! ¡Respiré aliviada cuando no dijeron nada de su identidad!”, señala. Lo que se sabe ahora – que lo que había de fondo era una cortina verde, y que le había pintado pestañas – “me resultó curioso, en especial el asunto de las pestañas; quizá parezca un detalle sin importancia pero para mí dice mucho, y no solo que fuese un pintor detallista hasta ese punto, sino que conocía muy bien a la chica”, añade. Es un día de mayo por la mañana. Es probable que esta tarde cocine, o plante algo en su jardín. Estos días le está dando sobre todo por limpiar, hacer pasteles y hablar con familia y amigos por teléfono. “Tengo más tiempo para escribir, pero no escribo más. Me distraen las noticias”, dice.


Su última novela, Las mujeres de Winchester (Duomo), llegaba a las librerías dos días después de que se decretara el estado de alarma en España, así que se quedó en ese extraño limbo del que ahora intenta escapar. En ella explora la supuesta libertad de las mujeres sobrantes de entreguerras, aquellas que no se vieron obligadas a casarse porque, por la falta de hombres – todos los que habían muerto durante la Primera Guerra Mundial –, no podían hacerlo, y por lo tanto, no eran tan duramente juzgadas. ¿O lo eran igualmente? “Lo eran igualmente, especialmente por las mujeres. Siempre he tenido la sensación de que las mujeres somos nuestro peor enemigo. Los hombres juzgan menos que nosotras. Aunque creo que hay una solidaridad especial entre las mujeres solteras, que existía entonces y sigue existiendo hoy. Y Violet la encuentra”, contesta.

Violet, la protagonista de la novela, ha perdido a su hermano y a su prometido en la guerra, y se ha convertido en una leftover, una futura solterona forzosa, que no va a poder hacer más que cuidar de su cruel madre hasta el fin de sus días. ¿Qué ocurriría si consiguiera reunir algo de dinero y escapar? Que podría acabar en Winchester y dar con una comunidad de bordadoras en la que desprenderse, para siempre, de todo. “Siempre había querido escribir una novela sobre una catedral. Me fascinan desde adolescente. Y estaba especialmente interesada en la Winchester, en parte porque es allí donde está enterrada Jane Austen. La visito a menudo. En una de mis visitas, ya con la novela en mente, me quedé prendada de un conjunto de 56 cojines bordados y cientos de rodilleras, confeccionados por un grupo de mujeres voluntarias durante los años 30”, relata.


Así empezó todo. Preguntándose cómo sería la vida de aquellas mujeres y por qué habían hecho aquellos cojines. ¿Es eso lo que ocurre siempre, elige un momento del pasado, como escritora de novela histórica, y se traslada a él para entenderlo mejor y, de paso, entender el presente? “Sí, así es. Me encanta pensar que el tiempo es un enorme tapiz por el que podemos movernos a nuestro antojo. ¿Y por qué elegir quedarnos siempre en el presente cuando podemos viajar a otras épocas?”, contesta. ¿Y de qué manera, una escritora de novela histórica, se enfrenta al presente pandémico en el que vivimos, siendo consciente de que la situación que atravesamos se repite cada cierto tiempo? “Por un lado consuela pensar que nuestros antepasados pasaron por algo así y sobrevivieron. Incluso antes de que se inventaran las vacunas”, contesta.

“Si el coronavirus hubiera llegado hace 200 años, no estaríamos esperando una vacuna, sino haciéndonos a la idea de que tendríamos que vivir con él. Y eso debería hacer que nos consideráramos afortunados de vivir en la época en la que vivimos, pero también servir de advertencia. Porque deberíamos cambiar la manera en que vivimos. Adaptarnos. No creo que podamos evitar que la historia se repita. Lo que nos permiten las novelas históricas es mirar atrás y tener una fotografía más completa del mundo. Nos dicen que somos parte de algo más grande. Es un poco inmaduro vivir apegado únicamente al presente. ¡Hora de crecer, gente!”, apunta, divertida.

Sobre la nueva normalidad, añade, que aún no sabemos exactamente en que va a consistir, pero “está claro que la vida el próximo año va a parecerse mucho a la que tenemos ahora” y, aunque hecha de menos los viajes, y a la gente, “debo admitir que no está nada mal”. “La vida va a volverse más local, y tranquila, y me parece que con eso habremos ganado algo”, concluye.

LAS VERDADERAS 'LEFTOVERS'
Ése era el nombre que recibían las mujeres que, de ninguna manera, iban a poder formar una familia después de la Primera Guerra Mundial. Por entonces, existían en Inglaterra dos millones de mujeres más que de hombres, y éstas estaban condenadas a una libertad que no era tal. “No había muchos trabajos que pudiesen hacer: dar clase, ser enfermeras, secretarias. No podían ganarse bien la vida con eso. Tampoco podían estudiar. Y eso las hacía igualmente dependientes de sus familias. No se ocupaban de un marido, pero sí de sus padres”, señala Chevalier. “La soltería era solo otro modo de esclavitud”, añade.

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