EL PAÍS 3 OCT 2006
Hace una semana, en el estupendo Festival Hay de Segovia, escuché la intervención de Martin Amis y me sentí desasosegada. El británico Amis es un espléndido escritor; siempre me ha parecido un hombre lúcido, un intelectual honesto que procura pensar por sí mismo todos sus pensamientos, cosa que es mucho más rara de lo que parece en este mundo atiborrado de tópicos y de dogmatismos. Pues bien: este hombre notable se pasó media tarde hablando de la violencia del islam, así, sin distinguir, una torpe simplificación que, un paso más allá, lleva a identificar a todos los musulmanes con el terrorismo. Y, verán, es que verdaderamente no es así. Detesto lo políticamente correcto y ese voluntarismo a lo boy scout de algunos progres que se dedican a ensalzar ditirámbicamente el mundo árabe; también creo que no hay que dar ni medio paso atrás en nuestros derechos, y apoyo las caricaturas de Mahoma, y me parece fatal que se retire una ópera. Pero unir islam y violencia es una pura y simple falsedad. La mayoría de los musulmanes rechaza la brutalidad asesina de los integristas. Y la mayoría de las víctimas de los fanáticos islamistas pertenece precisamente al islam.
Por otra parte, hace tres semanas entrevisté al turco Orhan Pamuk, otro gran escritor. Pamuk es un hombre moderno y cosmopolita que está teniendo muchos problemas en su país justamente por eso, por su apuesta por la libertad de expresión y la democracia. Pero estaba tan susceptible con el tema islámico, que, aunque él es muy crítico con determinados aspectos del mundo árabe, no soportaba que yo, una occidental, expresara esas mismas críticas. De manera que aquí tenemos a dos intelectuales, dos cabezas importantes de Oriente y Occidente que, de alguna manera, están derivando hacia el enfrentamiento. Y si con ellos ocurre esto, ¿cómo no va a ocurrir con la gente de la calle? Amis, quizá obnubilado por el miedo (ése es el sentimiento imperante en Occidente), ha llegado a esa penosa simplificación. Pamuk, tal vez envenenado por la sensación de humillación (que es el sentimiento imperante en Oriente), está a la defensiva. El miedo y la humillación no hacen más que crecer, y no ayuda nada, desde luego, decir que los musulmanes son terroristas.
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