Liu Wen, la top asiática mejor pagada
Que una modelo china como Liu Wen sea la tercera en el ranking mundial refleja la enorme influencia que la economía asiática tiene hoy en el mundo.
26 DE ABRIL DE 2014
08:11 H.
Sus zapatos eran negros, de tacón mediano, sin nada especial, salvo su tamaño: el 40, un número imposible de encontrar en muchas ciudades chinas, donde las mujeres no suelen calzar más del 37. En Yongzhou no los vendían, así que la señora Liu cogió un autobús para comprarlos en el pueblo vecino. A su vuelta la esperaba una Liu Wen hecha un manojo de nervios. Tenía 18 años y necesitaba aprender a desfilar como fuera: a los pocos días se presentaba a un concurso de belleza que cambiaría su vida.
Ocho años más tarde, en el estudio de un fotógrafo japonés en Brooklyn, Liu obedece con diligencia las instrucciones de los estilistas. Vive sola en Nueva York, es la quinta modelo mejor pagada del mundo (más de tres millones de euros, según la revista Forbes) y la primera asiática en desfilar para Victoria’s Secret y representar a Estée Lauder. «La cara de China», como algunos la llaman, aún no se cree lo rápido que ha pasado todo.
«Ha sido maravilloso. Siento muchas cosas, pero no sé explicártelas», dice a esta revista moviendo las manos e intentando pronunciar bien en inglés, un idioma que ha aprendido a hablar sola. Estudió la gramática en la escuela, pero en su país el método se basa en memorizar y repetir, y al acabar el instituto apenas sabía balbucear cuatro frases. Hoy es capaz de trabajar en ese idioma, pero echa de menos soltarse. «Me resulta complicado improvisar durante una conversación», se lamenta. Así que pasamos al mandarín. Y emerge la Liu Wen sin guión. La espontánea que habla con un ligerísimo acento del sur, que recuerda con ironía y ternura lo mucho que le costó empezar. Sí, fue su madre quien la animó a presentarse a un certamen de belleza regional (en 2005). Aunque, como toda progenitora china que se precie, jamás le había dedicado un piropo. «De niña nunca me llamó “guapa”. Ella quería que me hiciera más fuerte, que aprendiera y ganara confianza».
Mejorar. Avanzar moralmente. Alcanzar la excelencia. Liu Wen fue educada en la tradición confuciana, por eso quizá en Occidente se destaca siempre su humildad. La cuestión es que en su país actuar de otra forma resulta soberbio e improcedente.
Liu creció en una provincia sureña de Hunan, entre los ríos Xiao y Xiang. «Un sitio precioso, con montañas verdes, muy pequeño». Maneja estándares chinos: su pueblo es prácticamente del mismo tamaño que la Comunidad Valenciana y en él viven seis millones de personas. En Yongzhou había poco que hacer, salvo tragarse la tediosa programación de la televisión oficial. Ella quiso ver mundo y, para hacerlo gratis, decidió estudiar Turismo. Ya se había presentado al concurso de belleza (2005) cuando volvió a la escuela para formarse. Pero seguían saliéndole sesiones de fotos como modelo, y un buen día tuvo que elegir.
Ocurrió en febrero de 2008, después del Año Nuevo chino. Sonó el teléfono y su agente le preguntó si quería desfilar para Burberry Prorsum en la semana de la moda de Milán. «Le supliqué que dijera que no». Había viajado al extranjero para realizar sesiones de fotos puntuales, pero nunca a una fashion week. «Hacía frío. No sabía inglés. No podía llevar a mi madre conmigo. Ya sé que en Occidente una chica con 20 años no es tan joven, pero en China a esa edad todavía te sientes como un niña pequeña. ¡Lloré tanto…!», argumenta la modelo con una sonrisa.
Sus padres la animaron a aceptar. «Estoy muy agradecida por esas alas invisibles que me dieron», cuenta. «Me prometieron que, si no me gustaba, podía volver a casa y ellos estarían esperándome». Liu saltó a las pasarelas por la puerta grande, aunque la mayoría de las veces no conocía a los diseñadores para los que desfilaba… ni sabía pronunciar sus nombres. «Me metía en Google para buscar información, y aún lo hago a veces», confiesa. Todavía pronuncia muchos nombres en mandarín, apoyando cada consonante en una vocal.
Los años se le han pasado volando, literalmente. «A veces siento que los aeropuertos son mi casa y los aviones, mi habitación», explica. «Puedo llegar a coger 20 vuelos en un mes y a menudo por la mañana, cuando abro las cortinas de una habitación de hotel, debo pensar en qué ciudad estoy». Lo que no cambia es la sensación de intranquilidad algunas noches. «Tengo un poco de miedo cuando estoy sola», reconoce.
A China viaja menos de lo que querría, pero mantiene una relación casi diaria con sus padres. Los llama cinco veces por semana, les ha comprado un piso y les hace buenos regalos. Se jubilaron cuando ella empezó a firmar contratos millonarios. Liu insiste en que son gente normal que trabajó toda la vida en oficinas. Quiere evitar malentendidos en un país donde la corrupción y el nepotismo entre las autoridades levantan ampollas en la población. La modelo precisa que es ella quien paga y que lo que más le gusta de su nueva vida acomodada es llevar a sus padres de viaje. Hace dos veranos se lo pasaron en grande en Hainan (paraíso de veraneo favorito de chinos y rusos). «¡Me enseñaron a nadar en la piscina del hotel! Fue muy divertido», recuerda. El verano pasado la acompañaron a una sesión de fotos en Shangri-La, en las montañas de Yunnan, cerca del Tíbet. «Es un paisaje precioso y, mientras yo trabajaba, mis padres estuvieron dando paseos. Los dos primeros días fueron muy bien, quedábamos para comer y cenar. Pero al tercer día, les dio mal de altura. ¡Menudo estrés!», recuerda soltando una carcajada.
A sus 25 años, Liu Wen hace tiempo que superó la edad límite para encontrar pareja y tener hijos. En Hunan, todas sus amigas y primas contemporáneas a ella son madres. Como en cualquier familia tradicional china, si viviera en casa de sus padres, habrían empezado a arreglarle citas con hijos de amigos. Pero en su fama internacional ha encontrado la coartada perfecta para esquivar la presión familiar. «Me preguntan a veces si estoy buscando novio, pero les explico que no tengo tiempo», bromea. Después se pone seria y cuenta que su sector es más bien solitario en ese sentido. Resulta complicado conocer a alguien en profundidad y poder dedicarle tiempo de calidad.
Cuando más nota la soledad es durante el Año Nuevo chino, que suele caer entre enero y febrero. El Gran Dragón se paraliza durante varias semanas. Retumban los petardos, los restaurantes se llenan de familias y millones de emigrantes vuelven a casa para reunirse con los suyos. Como coincide con la semana de la moda de Nueva York, ella lleva años perdiéndose las jiaozi (empanadillas típicas) de su padre. «Suelo juntarme con otras modelos chinas que viven en Manhattan para ir a cenar fuera. Aunque algún año ni siquiera he podido porque tenía trabajo, es muy triste».
Se dice que Liu Wen ha abierto la puerta a otras modelos asiáticas como Fei Fei Sun o Sui He, pero ella cree que muchas compatriotas suyas están en el banquillo por culpa del idioma. «A las chinas nos cuesta acceder a agentes extranjeros por eso».
Ese es también el problema de muchos diseñadores locales. Liu quiere contribuir a darlos a conocer ahora que todo el mundo habla del potencial de la moda en China. Según un informe de la consultora Boston Consulting Group de 2011, el sector moverá 153.000 millones de euros en 2020. Las marcas internacionales se han consolidado entre los más pudientes y despiertan admiración entre la clase media. Algo que se percibe, por ejemplo, en la cantidad de seguidores que suman en las redes sociales: mientras en Twitter Liu tiene 30.000 seguidores, en su equivalente local, Weibo, sus fans son casi seis millones y medio.
Es complicado ser una estrella china. A los medios internacionales les interesa saber qué piensa de la política, los disidentes o la censura. Pero sus compatriotas son muy críticos con los famosos; y Liu no suelta prenda. Es una profesional. Ha aprendido cuál es su mejor ángulo ante la cámara… y cómo dosificar la información. No le importa explayarse en ciertos terrenos, pero otros ni los roza. Es imposible saber qué piensa del Partido Comunista chino, de la corrupción o de los llamados fu er dai, niños de papá con conexiones en las altas esferas. «Estoy orgullosa de que mi país esté cobrando más peso en el mundo», dice antes de cerrarse en banda.
¿Qué piensa hacer en unos años? «No sé. No soy muy buena administrando el dinero. Mis padres tampoco. Estoy ahorrando para quizá en el futuro montar algo con ropa, joyería… Quiero ser alguien con talento, crear mi línea de ropa, por ejemplo. Tal vez vuelva a estudiar».
Al acabar la charla se ha puesto el sol y la temperatura se ha desplomado. Liu Wen se enfunda un chaquetón de plumas y suelta un aullido al salir del estudio. «¡Qué frío!», exclama por la escalera. «¡Esto parece mi pueblo, con el abrigo dentro de casa porque no hay calefacción!»
No hay comentarios:
Publicar un comentario