Ana María Matute Foto de Joan Sánchez |
Ana María Matute
“La cabeza me funciona:
la tengo tan mal como siempre”
La escritora se niega a hablar de su próxima novela y confiesa que "desgraciadamente" sigue siendo inocente: "Me la dan con queso cada día"
JESÚS RUIZ MANTILLA Barcelona 22 AGO 2013 - 00:12 CET
Tarde de plúmbea solanera en Barcelona. Doña Ana María se acerca sigilosa al sofá. Está escribiendo una novela que se niega a desvelar y mira con tristeza el agua con que los visitantes aplacan su sed. Ella preferiría un gin-tonic…
Pregunta. Digo que la niña que se metía en el cuarto oscuro y era feliz, ahora, al cuarto oscuro en que se ha convertido este país, no sé si le ve la gracia.
Respuesta. No tanto, no tanto. Sobre todo esas pobres gentes desahuciadas, con la abuela a cuestas, no es que no lo haya visto porque esto ha pasado siempre. Sí… Pero yo de política no hablo porque no entiendo.
P. ¿Se puede ser escritor y no tener en cuenta la política?
R. Por supuesto que sí.
P. Lo dudo.
R. Yo siempre he sido de izquierdas, pero no comprometida con ningún partido. Lo que aspiro es al deseo de justicia y a que no me engañen. Ingenua, inocente, soy, pero tonta, no.
P. ¿Sigue siendo inocente?
R. Desgraciadamente, sí, me la dan con queso cada día.
P. Ha llegado a decir que la perdió. ¿En qué momento?
R. Bueno, es una frase. La perdí a la edad adecuada, cuando te dicen que los Reyes Magos son los padres. Me puse a llorar. Creía a los 11 años, pero me entero de eso, encima de la guerra. La perdí todavía más cuando me di cuenta de que el rey mago era yo.
P. ¿Está escribiendo?
R. Sí, lo malo es que lo estoy pasando mal por los vértigos. No se lo deseo a nadie, o bueno, a alguno, quizás sí. No me caigo por voluntad. Pero la cabeza me funciona: la tengo tan mal como siempre.
P. Siempre se le fue un poco. A Dios gracias.
R. Es otra manera de irse.
DNI urgente
Nació en Barcelona el 26 de julio de 1925. Ocupa la silla “k” en la Real Academia Española, y fue la tercera mujer en ganar el Cervantes. Además, tiene el Premio Planeta, el Nacional de Literatura...
P. ¿De qué trata?
R. Uy, no, los libros no se pueden desvelar. Se lo he contado un poco a mi editor en Destino, pero mucho no, porque eso le perjudica. Aborda una confabulación de muchas cosas, que desemboca en la revolución que es la historia… Una tontería esto que te acabo de decir.
P. Puede valer.
R. ¡Cómo te pareces a un exalumno mío estadounidense! Pero no puedes ser él, claro.
P. No, señora, no soy.
R. Estoy muy vieja.
P. Pero presumida.
R. Tampoco. Hombre, me gusta ir arregladita.
P. Ya que no me quiere contar sus libros, cuénteme su vida.
R. Jooo. He tenido una vida muy intensa, he conocido gente muy interesante, un poco mejor que todo el mundo. He viajado mucho, sobre todo con mi segundo marido.
P. ¿El bueno?
R. El bueno, el bueno.
P. ¿El malo la tenía medio atada a la pata de la cama?
R. No es que me tuviera atada, es que con él no era posible nada. No hacía nada.
P. ¿Era un cara?
R. Buenooooo. Sí.
P. Vamos a ponerle a caldo.
R. Es que ya se ha muerto… Era poeta. Usted, de todas formas, pregunte por ahí, que ya le contarán. Tenía su gracia, su aquel, muy atractivo, con un mundo muy personal, muy culto, pero muy conflictivo, a mí me hizo mucho daño. Era un vago y un borracho tremendo. Bueno, a lo de borracho no le doy yo demasiada importancia. No hay cosa que más me guste que un gin-tonic. Aunque mi hijo me vigila.
P. Menudo momento terrible ese en que los hijos se convierten en padres.
R. ¡Has definido mi situación!
P. Hablemos del bueno.
R. No era español, era francés.
P. Con él, al parecer, tuvo una noche loca en Hong Kong, como una revelación.
R. ¿Dónde has leído eso? Quizá se refiera a que hice el amor con el hombre de mi vida encima del río de las Perlas… Sí, fue con él, es cierto.
P. ¿Después no se ha vuelto a enamorar?
R. Nooooo, hombre.
P. Pese a que me han contado que usted era muy enamoradiza.
R. No, enamoradiza no, aunque tuve muchos novios. Yo era bastante monilla.
P. Y ahora la veo estupenda, estoy por tirarle los tejos.
R. Sí, ya, seguro… Bueno, yo lo que fui siempre es una enamorada de los cuentos, las leyendas. De ahí mi fascinación por la Edad Media. Me decían: pero eso es fantasía. Y yo pensaba: ¡Qué sabrán ellos! Lo malo es eso, que se pierde la inocencia.
P. Vamos por dos. ¿Cuántas pérdidas de la inocencia nos quedan?
R. Varias. De pequeña yo veía cosas extrañas, estatuas que se movían, los niños perciben muchas cosas. Uno que yo conozco inglés, con dos años, que para eso tienes que ser inglés, veía a una lady que atravesaba las paredes. Para él, era verdad. Yo tampoco lo contaba, las guardaba como asuntos míos. No lo compartía.
P. ¿Por miedo?
R. Noooo. Sufría tartamudez de pequeña porque mi madre era muy severa. Pero con los bombardeos, en la guerra, se me pasó. Cuando mi madre decía: ‘¡Ana María!’, temblaba, pero no por ella, por mí, ¿qué habría hecho? En cambio, mi padre era un remanso de paz y alegría. Un mediterráneo que podía haber sido amigo de Ulises, mientras que mi madre, parecía una castellana de esas que podía haber sido amiga del Cid.
P. Cuando empieza usted a contar sus historias, ¿lo hace primero oralmente?
R. No, nunca.
P. Ya lo veo. No me quiere usted decir ni pío de la novela. ¿Lo hace por si pierdo la inocencia?
R. No creo yo que vayas a perder la inocencia si te lo cuento. En todo caso, la recuperarías. Y no hablo de la inocencia idiota, sino de la ignorancia del mal.
P. ¿La pureza de espíritu?
R. Exactamente. La bondad.
P. Esa cosa tan despreciada…
R. Es más rara la bondad que la inteligencia.
P. Sin embargo igual de buena.
R. Sin duda.
P. ¿Pierden la inocencia alguna vez las mejores personas?
R. Siempre queda un reducto de rechazo al mal, te rebelas.
P. ¿Usted lo sigue sintiendo?
R. Desde luego. El mal ahí anda, rondándonos. En Europa, desde siempre. Si en Estados Unidos perdieron la inocencia con la guerra del Vietnam, a lo bestia, nosotros no sabemos dónde anda desde Viriato.
P. Lo bueno es que a usted la gente la quiere.
R. Mucho, me encuentran por ahí y me dicen: ay, he leído todos sus libros. Mentira, pienso…
P. No los ha leído ni usted.
R. ¿Yo? La que menos. ¡Bastante tengo con escribirlos! Ayer tuve un día malo.
P. ¿Por qué?
R. Porque no me salía nada y, ya sabes, empiezas a romper papeles.
P. Se refiere al libro ese que no le da la gana de contarme.
R. No. Piensas: pero dónde vas, vejestorio, estás acabada, métete a hacer calceta. Así me trato yo y con cosas peores. Pero hoy he recuperado la atmósfera… A ver. Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón… Qué cursi, ¿no?
P. La pillo, pero bueno… ¿Es feliz?
R. ¿Feliz? ¿Qué es la felicidad? Son momentos. Lo que no existe, creo, es la desgracia continuada, pero la felicidad intensa, como lo que yo he vivido. ¿Todo el rato así? No podría soportarla.
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