jueves, 25 de enero de 2024

Alasdair Gray / Pobres criaturas

 



Pobres criaturas

Por Alasdair Gray

(Fragmento)

—Geordie Geddes es un empleado de la Sociedad Humanitaria de Glasgow y vive en una casa donde no paga alquiler, en el Glasgow Green. Su trabajo consiste en pescar cuerpos humanos del río Clyde y, si es posible, salvarles la vida. Cuando esto no es posible, los coloca en una pequeña morgue adyacente a su casa, donde un cirujano de la policía lleva a cabo las autopsias. Cuando este no está disponible, me vienen a buscar a mí. La mayoría de los cadáveres son producto del suicidio, por supuesto, y en caso de no ser reclamados son trasladados a los laboratorios y a las salas de disección. Yo he organizado tales transferencias.

“Fui llamado a examinar el cuerpo que tú hoy conoces como Bella poco después de nuestra riña, hace un año. Geddes vio que una joven mujer trepaba al parapeto del puente suspendido, cerca de su casa. No se lanzó de pie, como la mayoría de los suicidas. Se zambulló clavándose limpiamente en el agua como un buen nadador. Pero no contuvo el aire en sus pulmones, sino que lo expelió, pues no salió viva a la superficie. Al sacar el cuerpo del río, Geddes descubrió que la chica llevaba atado a una muñeca un bolso lleno de piedras. Se trataba, pues, de un suicidio inusualmente premeditado, cometido por alguien que quería ser olvidado. Los bolsillos de su atuendo, discretamente elegante, estaban vacíos. Había agujeros limpiamente cortados en los forros y en la ropa interior, donde las mujeres acaudaladas suelen bordar sus iniciales. Cuando llegué, el rigor no se había adueñado aún del cuerpo, que se había enfriado apenas un poco. Descubrí que estaba embarazada y que tenía en un dedo las marcas de un anillo de compromiso y otro de matrimonio, que evidentemente se había quitado.

¿Qué te sugiere eso, McCandless?

—Que o bien llevaba en ella al hijo de un marido que odiaba o bien al hijo de un amante que había elegido por encima de su esposo, pero el cual la había abandonado.

—Yo pensé lo mismo. Limpié sus pulmones de agua, su matriz del feto y, mediante el sutil empleo de un estímulo eléctrico, pude haberla devuelto a la vida consciente. Pero no me atreví. Sabrías por qué no lo hice si vieras dormir a Bella. Cuando duerme, el rostro de Bella es el de la ardiente, sabia, dolorida mujer que yacía ante mí en la mesa de la morgue. Yo no sabía nada de la vida que ella había dejado, excepto que la odiaba tanto que había elegido no ser. ¡Y para siempre! ¿Qué sentiría al verse arrebatada de su meticulosamente elegida eternidad y obligada a ser entre los gruesos muros, el miserable personal y el mal equipamiento de nuestros manicomios, reformatorios o cárceles? Porque en este país el suicidio se considera locura o crimen. Así pues, mantuve vivo el cuerpo sólo en su nivel celular. Fue anunciado públicamente, pero nadie se presentó a reclamarlo. Lo traje aquí, al laboratorio de mi padre. Mis esperanzas de niño, mis sueños de adolescente, mi educación e investigaciones de adulto me habían preparado para ese momento.

“Cada año cientos de jóvenes mujeres en perfecto estado de salud se ahogan voluntariamente por la pobreza y los prejuicios de nuestra terriblemente injusta sociedad. Y también la naturaleza puede ser poco generosa. Tú sabes bien cuán a menudo produce esos partos que llamamos contra natura porque no pueden vivir sin ayuda artificial o no pueden vivir en absoluto: anacéfalos, bicéfalos, cíclopes y todos esos otros, tan raros que la ciencia no tiene nombre para ellos. Un buen médico se asegura de que las madres jamás vean el producto de esos partos. Algunas malformaciones son menos grotescas, pero igualmente temibles: bebés que nacen sin aparato digestivo y deben comenzar a morirse de hambre en cuanto les cortan el cordón umbilical, si no es que antes una mano amable los asfixia. Ningún doctor se atreve a hacer tal cosa, ni a ordenar que lo haga una enfermera, pero la cosa acaba por hacerse. En el Glasgow de hoy —segunda ciudad británica en tamaño, pero primera en mortandad infantil— pocos padres pueden costearse un ataúd, un funeral y una tumba para cada uno de los cuerpecillos muertos que les pertenecen. Incluso los católicos envían al limbo a los que no han sido bautizados. En el Taller del Mundo este limbo suele ser la profesión médica. Durante años estuve planeando tomar de nuestro muladar social un cuerpo y un cerebro desechados para unirlos en una nueva vida. Ahora lo he hecho. He ahí a Bella”.

Como la mayoría de los que escuchan atentamente una historia contada con calma, también yo me fui calmando, lo que me ayudó a pensar otra vez sensatamente.

—¡Bravo, Baxter! —grité alzando mi vaso como para brindar por él—. Pero, ¿cómo explicas su acento? ¿Corre sangre de Yorkshire por sus venas o es que los padres de su cerebro son del norte de Inglaterra?

—Sólo hay una explicación posible —dijo Baxter melancólicamente—. Los primeros hábitos que adquirimos (y la lengua es uno de ellos) se vuelven instintivos en los nervios y músculos del cuerpo entero. Sabemos que los instintos no están completamente asentados en el cerebro, y que por eso un pollo puede correr sin cabeza varios metros antes de desplomarse. Los músculos de la garganta, la lengua y los labios de Bella siguen moviéndose como lo hacían durante sus primeros veinticinco años de vida, que me parece transcurrieron más cerca de Manchester que de Leeds. Pero todas las palabras que usa las ha aprendido de mí y de las viejas escocesas que se ocupan de mi casa y de los niños que juegan con ella aquí.

—¿Cómo les explicas a todos ellos la presencia de Bella, Baxter? ¿O eres tan tirano en tu casa que tus empleados no osan pedirte explicaciones?

Baxter vaciló antes de responder que todas sus sirvientas habían sido enfermeras entrenadas por Sir Colin y que estaban acostumbradas a la presencia de personas extrañas que se recuperaban de intrincadas operaciones.

—Pero ¿cómo se lo explicas a la sociedad, Baxter? A tus vecinos de Park Circus, a los niños que juegan con ella, al policía que hace la ronda; ¿les dices a ellos que es una hechura quirúrgica? ¿Cómo justificarás su presencia en el próximo censo gubernamental?

—A ellos se les dice que es Bella Baxter, una sobrina lejana que perdió a sus padres en un accidente ferroviario en Sudamérica; un desastre que provocó en ella una fuerte conmoción cerebral y la consecuente amnesia total. Yo mismo me he vestido de luto para apoyar la historia. Es buena. Sir Colin tenía un primo con el que riñó hace muchos años. Este primo se fue a vivir a la Argentina antes de la escasez de patatas y nunca más se supo de él. Bien pudo haberse casado con la hija de algunos emigrados ingleses en aquel batiburrillo racial que es la Argentina. El aspecto de Bella (aunque distinto del que tenía antes de que yo detuviera su decaimiento celular) es tan cetrino como el mío, lo que puede tomarse como un rasgo de familia. Esta es la historia que le contaremos a Bella cuando aprenda que la mayoría de personas tiene una pareja de padres y quiera tener una también ella. Una pareja respetable que ha pasado a mejor vida será mejor que ninguna. Yo arrojaría una sombra sobre su vida con tal de impedir que supiera que es una hechura quirúrgica. Sólo tú y yo sabemos la verdad, y dudo que tú puedas creerla.

—Francamente, Baxter, la historia del accidente ferroviario es más convincente.

—Cree lo que se te antoje, McCandless, pero ve despacio con el oporto.

Me negué a ir despacio con el oporto.

  • Pobres criaturas. Alasdair Gray. Traducción: Francisco Segovia (Libros Walden).



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