«Las noches eran mucho peores que los días. Las noches eran el miedo, la oscuridad, pero eran también los recuerdos, la percepción de que la vida se desviaba y se truncaba en un estallido. El frío quemaba, el viento se te clavaba como un cuchillo, y el único calor que aliviaba es el aliento del chico que tenías a tu lado, a quien le pedías que te respire encima. Si el infierno existe no es con fuego: es con hielo y en penumbras». [Nando Parrado; pág. 350]
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«El otro grupo había terminado de juntar los pertrechos utilizables y las vituallas que había a bordo. Del balance surgió la nada: chapas deshechas, un par de botellas sanas y varias rotas, cuatro encendedores, un hacha, una caja de herramientas, una linterna de la que no encontraban las pilas, una pequeña radio que no funcionaba. La comida era aun más escasa: cuatro latitas de conserva, entre las que había una de mariscos; galletitas; maní con chocolate; cuatro barras de chocolate; cuatro botellas de vino y una de Licor de Oro». [pág. 114]
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«Setenta y dos días sin lavarnos, sin quitarnos la ropa, comiendo carne humana, que en un primer momento era un cortecito pero después se transformó en una ración de comida y más adelante ya quedaba el hueso pelado tirado por ahí y venía uno y lo agarraba y se lo metía en el bolsillo del saco y después se ponía a chuparlo delante de los otros». [Daniel Fernández Strauch; pág. 84-85]
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«A veces, todavía, la gente nos mira como a bestias salvajes, cuando han pasado treinta y seis años. Entiendo por qué se asustaron los tres andinistas que llegaron el 22 de diciembre de 1972. Llegaron a un lugar donde encontraron seres humanos con aspecto de primates, con los cadáveres desmembrados alrededor del avión. Ellos no podían saber si nosotros les íbamos a pegar un hachazo en la cabeza, porque habían visto el hacha en el interior del fuselaje. Parecíamos hombres de las cavernas, por eso lo comprendo; nosotros veíamos hombres y ellos veían animales». [Gustavo Zerbino; pág. 167]
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«Nadie sabe lo que fue vivir los setenta y dos días en aquel túnel helado. Los únicos que lo sabemos somos nosotros y esa vivencia morirá con nosotros. Por más libros que se escriban y películas que se filmen, es difícil transmitir todas las dimensiones de la experiencia. Y fue demasiado tiempo. Algo que hice durante muchos años, cuando llegaban los 13 de octubre, era marcar la agenda y recordar el día a día para percibir claramente lo largo que era llegar hasta el 23 de diciembre. Cuando pasaba un día después del 13 de octubre me decía: hoy sería un día más en la montaña y el 14 repetía: hoy sería un día más, y el 15 sería otro día. Es una enormidad de tiempo para vivir en una constante incertidumbre, que fue peor que la sed, peor que el hambre, peor que el miedo». [Roy Harley; pág. 248-249]
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«Nunca fuimos mejores personas que en los Andes. Allí no había interferencia externa, no había dinero, no había intolerancia, no había hipocresía de relaciones por ventajas, o por interés, porque nadie tenía nada material para ofrecer, no había dobles discursos, no había posibilidad de ascenso en el trabajo porque no había empleo, no había nada. Todos éramos absolutamente honestos, porque íbamos a morirnos. Cuando el médico te anuncia que te queda una semana de vida, ¿se te ocurre mentirle a tus amigos?». [Nando Parrado; pág. 354]
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«Ha sido muy difícil enfrentar a las madres de mis amigos muertos y escucharles decir, en mi rostro, que prefieren no verme. Yo las entiendo perfectamente, porque mi presencia significa claramente la ausencia de su hijo. Sé que no lo dicen por mí. Pero también es doloroso para uno, que al fin termina viviendo como con vergüenza, como si hubiera hecho algo muy terrible, que en verdad no hice». [Bobby François; pág. 265]
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«Toda esa llegada a la sociedad fue, para mí, un proceso muy lento. Al principio me molestaba el ruido, la ciudad, los autos. No entendía por qué me hablaban a gritos, cuando en la montaña nos entendíamos perfectamente comunicándonos en susurros. Cuando un grupo de personas en mi casa me hablaba al mismo tiempo, sentía que me mareaba, que me cansaba, que no lograba concentrarme en tantas ideas a la vez. Había mantenido la cordura en la montaña desierta y sentí que me iba a enloquecer en la sociedad. Entonces dije basta, me voy, y volví a la paz del campo, solo, a iniciar un largo proceso que duró treinta años». [Daniel Fernández Strauch; pág. 92]
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«Hablar de aquella tragedia fue y es doloroso, entonces y ahora. No me siento bien cuando lo recuerdo, ni cuando me preguntan sobre el tema. Nunca más tomé un avión y me alejo todo lo posible de aquello que me recuerda lo que padecimos en el 72. No sólo no voy a su encuentro, sino que sigo alejándome, queriendo que permanezca como un episodio de mi vida que ocurrió en el pasado más remoto posible». [pág. 309]
Pablo Vierci
LA SOCIEDAD DE LA NIEVE
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