viernes, 25 de diciembre de 2015

Tomi Ungerer por Diego Monguelli

far out isn't enough 615
Tomi Ungerer
TOMI UNGERER
Por Diego Monguelli

Tomi, su caballo de Troya y nunca es demasiado lejos
A su llegada a Nueva York, en 1956, Tomi Ungerer contaba sesenta dólares en el bolsillo, algunas hojas en blanco, otras ya ilustradas y unos lápices. No queda claro dónde se instaló inmediatamente. Se sabe, porque así lo cuenta él, que a los pocos días pasó su mañana frente a un puesto de diarios, ojeando y tomando nota de las revistas en las cuales le habría gustado trabajar. Más tarde, se sentó en una cabina telefónica y pidió a la telefonista que lo comunicara directamente con el director de unas de esas revistas; y, tan sencillamente como eso, tan sencillamente como podían darse las cosas hace medio siglo, concordó una entrevista para mostrar su trabajo unos días después.
Cuando llegó la fecha, Tomi -25 años, alto y esbelto; barba a lo Lincoln y ojos celestes; alsaciano desterrado acusado de comunista y de “francés” y de nazi; hijo fuera de tiempo de una tradición familiar encajada en la relojería astronómica; inmigrante, pobre e ilustrador- encajó un montón de sus dibujos bajo su brazo y salió a la calle.


tomi-ungerer_plakat_450
.
La mala suerte o el destino hizo que esa misma mañana lloviera sobre Nueva York. Tomi apuró el paso, pero cuando comprendió que el agua estaba arruinando sus dibujos se metió en un local que tenía a mano. Sin mucha más explicación que la exposición de los hechos, pidió –estimo que en un inglés alemanado, sin rastros de su francés natal- una caja para proteger su obra. La mujer que atendía se apiadó de ese joven de look extraño –de rockero que todavía no se había inventado- y le ofreció la caja más grande que tenía. Encantado con la comprobación de que ese país era, efectivamente, el país de la posibilidades, Tomi guardó las hojas en su interior y continuó su camino hacia la entrevista que comenzaría, con justicia, su carrera de ilustrador reconocido.
No fue hasta unas semanas después que Tomi comprendería la fuerza simbólica de esta anécdota y la importancia, acaso decisiva, del azar de la tormenta, de la generosidad de esa empleada, de la elección de la caja. Y es que esa mañana la caja que le había sido entregada como un portafolios para su obra, el portafolios que Tomi usaría de allí en más, había sido una caja de embalaje de preservativos Trojan.
Como podemos suponer, la implicancia de esa honestidad brutal de ojos celestes, el empuje de la juventud y el tremendísimo talento de aquél joven quizá habrían sido suficientes motivos para cautivar a buena parte del mundo editorial newyorkino… Pero si todo eso se presenta, además, dentro una caja gigante de preservativos, cuyo nombre, por si toda la historia no fuera en sí misma maravillosa, es “troyanos”, bueno, tanto mejor.
.
Captura de pantalla 2014-02-24 a las 15.35.24
.
En poco tiempo, Tomi fue conocido entre los directores de revistas y editoriales como el chico de los preservativos (nomenclatura que, a pesar de perderse luego, iría definirlo más y más cabalmente con el paso de los años); y a su nombre se le agregó –de allí en más de manera indisoluble- el apellido Ungerer.
Debo admitir que hace una semana no sabía nada de la historia de Ungerer. La referencia a su nombre no habría despertado en mí ningún recuerdo o evocación a dibujo o libro o movimiento cultural cualquiera. Hoy, todavía sigo maravillado.
Y es que si dejáramos de lado su historia, su nacimiento en Estrasburgo; su infancia entre guerras que lo desterraron de cualquier nación; su locura intrínseca en la que dedicaba tardes enteras a torturar muñecas Barbies, friéndolas en manteca; sus decenas y decenas de libros para niños; su gusto manifiesto por el bondage y la dominación; sus inquietudes por la pornografía; sus posters de festivales y bares y boliches y películas; su premio Hans Christian Andersen (algo así como el Nobel de la literatura infantil); su militancia en pos de la independencia alsaciana y en contra de la guerra de Vietnam; su amor por Irlanda y los irlandeses –un amor tan súbito que le provoca al llanto sólo con referir a éste-; su hablar franco y lento, su sonrisa de dientes marrones y su pelo blanquísimo… aún si no hubiera conocido nada de todo esto; su obra alcanza para maravillarme.

SUDAMANCIA



DE OTROS MUNDOS

RIMBAUD

No hay comentarios:

Publicar un comentario