jueves, 3 de diciembre de 2015

Haruki Murakami / Días de cigarrillos y gatos

Haruki Murakami


Haruki Murakami

Días de cigarrillos y gatos

Murakami escribió estas dos primeras novelas sin referencias ni casi tradición. La clave es leerlas como un cómic con diálogos de humanoides incapaces de comunicarse


CARLOS ZANÓN
3 DIC 2015

Murakami (Kioto, 1949) accedió, a petición de sus seguidores, a publicar en castellano sus dos primeras novelas en japonés, que hasta ahora solo habían sido traducidas al inglés. Escucha la canción del viento fue en 1979 y Pinball 1973 un año después. El propio Murakami añade un prólogo explicando cómo y cuándo nació su decisión de ser escritor, y la génesis de ambos libros. Novelas escritas en la mesa de la cocina las llama. Murakami es de esos autores que no deja indiferente a nadie, polarizando las reacciones a sus obras, sus declaraciones y su personaje. En el propio prólogo, redunda en una mitología epifánica muy de su gusto que propicia éxtasis espiritual a sus devotos y uñas deslizándose por una pizarra a los que no lo son. Así, decidió, sin habérselo planteado antes, ser novelista cuando vio un bateo de un jugador de los Yakult Swallows, hermoso golpe que le propició seguir hasta la segunda base —ojos en blanco para fans o tics nerviosos para los tibios—. Una vez escrita Escucha la canción del viento la envió a un concurso y, al encontrarse una paloma enferma en la calle, supo que ganaría el certamen y no dejaría de escribir —levitación para unos y arrojarse por la ventana más cercana para los otros—. Murakami no tiene punto medio: o lo tomas o lo dejas.
Centrándonos en estos libros breves, no es menor el tratar de imaginar qué significaron ambos en el año de publicación. Novelas como llegadas de ningún sitio, cómics pop, sin referencias ni casi tradición. No se puede discutir de Murakami la creación de un universo par­ticular, extraño y, hasta cierto punto, mecanizado, alienígena. No se trata sólo de una ventana a un mundo —el japonés— menos conocido para nosotros que, por ejemplo, el anglosajón, sino que los personajes y las relaciones de éstos en las novelas de Murakami obedecen a sus propias leyes, hallazgo enorme este de creación de un universo personal, no natural que remite a un realismo que no es tal. Por eso Murakami es un grande.
Parte de esa sensación de alteridad, de leer sobre personajes que nos escriben desde detrás de mamparas, está en la peripecia explicada en el propio prólogo de Murakami por encontrar su voz, su tono. La primera novela fue escrita en japonés, pero su autor tuvo la sensación de que no había conseguido dominar ese idioma para eliminar lo superfluo. Así que tradujo su propio libro a una lengua, el inglés, que no dominaba. El resultado, pobre en cuanto fondo de armario, le propició algo de lo que buscaba: frescor, esencialidad, una asunción de riesgo. Así que realizó una tercera operación, esta de trasplante, en sus propias palabras, al japonés nuevamente. El resultado ya fue de su agrado.




Días de cigarrillos y gatos


En la primera de las novelas, Escucha la canción del viento, ya aparece mucho del mundo de su autor: la música jazz y pop, bares donde te instalarías a vivir, mujeres misteriosas que aparecen y se van, gatos, cigarrillos, adolescentes discretas y suicidas, relaciones sentimentales impedidas, que se desvanecen antes de empezar, soledades morbosas, lejanías y un intento de fuga del entorno, del pozo, de uno mismo. Escrita en 1979, Murakami ofrece una desfachatez elogiable en lo estilístico, pergeñando una novela desmañada y casi perezosa, sin concesiones, arrogante y peculiar, que dejaba entrever que sin mirar lo que se hacía en ese momento, en su país y fuera de él, mostraba una literatura rabiosamente moderna y epatante. Uno de los protagonistas, El Rata, y el bar ancla, el Jay’s, reaparecen en la segunda novela, Pinball 1973, bordeando una fábula sci-fi, en la pasión de su protagonista —amigo de El Rata que en una subtrama escribe una novela— por las máquinas de flippers a que hace referencia el título. Este convive con dos gemelas de las que nada sabemos y que se despiden de igual manera, y su modo de vida excéntrico y, a ratos, absurdo, hace las paces con el lector no fan cuando aceptas el envite a la baja, así como la multiplicación de gatos y la tonelada de cigarrillos fumados por sus protagonistas. La clave, quizás, es leerlo como un cómic, con diálogos de ese tenor, con humanoides replicantes ante la imposibilidad absoluta de comunicarse, al haber renunciado a los usos sociales, a la hipocresía, a la sociabilidad de la conversación de ascensor. Abocados a la confusión de creer que sienten cuando se obsesionan. ¿De qué? De cualquier cosa que mediante un comportamiento compulsivo permita rellenar tu vida: un fracaso amoroso, una cita anulada, recoger bolas de golf extraviadas, escuchar Rubber Soul o una máquina de pinball. Murakami exhibe en esta segunda novela semejante sentido del riesgo pero más hechuras de narrador, preámbulo de una manera de escribir y de organizar sus libros en mecanos distantes, fríos, extravagantes, a ratos insospechablemente cercanos, mágicos o desesperantes golosinas, con sentencias vergonzantes, dependiendo de los gustos. Un placer para los admiradores del japonés, que se merecían poder leer estas novelas en su idioma. Para los tibios, hay montañas de libros mejores entre los que elegir —algunos del propio Murakami—. Para los detractores, nada, porque habrán abandonado toda esperanza y esta reseña hace rato.
Escucha la canción del viento. Pinball 1973 /Escolta la cançó del vent. Pinball 1973. Haruki Murakami. Traducción de Lourdes Porta. Tusquets / Empúries. Barcelona, 2015. 288 páginas. 18,05 euros.

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