miércoles, 2 de diciembre de 2015

William Boyd / Suave caricia / Reseña

William Boyd


Este libro nos acaricia

William Boyd seduce con una trama redonda escrita con solidez: la historia de una fotógrafa que recorre el siglo XX


JOSÉ MARÍA GUELBENZU
2 DIC 2015 - 18:04 COT







Oswald Mosley, en Londres en 1939.
Oswald Mosley, en Londres en 1939. POPPERFOTO (GETTY)

Ningún título más apropiado para esta novela, Suave caricia, porque eso es lo que siente el lector cuando la lee. ­William Boyd cuenta en ella la historia personal de Amory Clay, nacida al comienzo del siglo XX en una familia compuesta por el padre, un modesto autor teatral y hombre de letras que, tras la Primera Guerra Mundial, queda seriamente afectado y alejado de la familia; la madre, una mujer tradicional y de carácter, y los hermanos de Amory, Elizabeth y Xan. A diferencia de su hermana Elizabeth, que recibe estudios superiores de música, Amory, una vez que abandona el colegio, debe buscarse la vida y a ello la ayudará su tío Greville, un reputado fotógrafo de sociedad que le regala una cámara y la introduce en la revista BeauMonde.
A partir de este comienzo, Amory, una muchacha valiente y decidida, comienza a labrarse una reputación profesional e inicia un periplo por el mundo, cámara al brazo, que cubre el Berlín de los años veinte, la Nueva York de los treinta, asiste a las tropelías de la escuadras fascistas de sir Oswald Mosley de vuelta a Londres, donde es brutalmente agredida, cubre el final de la Segunda Guerra Mundial desde París y, convertida en corresponsal de guerra, acude a Vietnam en el que será su último trabajo periodístico. Después se retira a una isla al norte de Escocia y su última salida, personal, es a Estados Unidos en pos de su hija Blythe, instalada en una especie de secta. Ya de vuelta a Barradale, le tocará mirar a la muerte de cara.












Este libro nos acaricia


La novela está toda ella escrita en función del personaje Amory y desde su punto de vista. El relato cronológico de su vida se ve interrumpido regularmente por el relato en presente de su vida en la isla a la que se ha retirado. Es un contraste bien utilizado, pues si su vida es un torbellino de situaciones, la estancia en el refugio de Barradale muestra a una persona deudora de su propia historia y ya cansada que, sin embargo, no dudará en acudir al lado de su hija en cuanto sospecha que su vida está siendo secuestrada por un grupo naturalista y aislacionista.
Si echamos una ojeada a las fechas de su vida (1908-1983), veremos que alguien que ha estado en el vientre del siglo mientras éste deglutía el fin del Ancien Régime, la ruinas de Europa, el nazismo, la Guerra Fría… y hasta la revolución hippy. Sin embargo, todos estos acontecimientos son sólo el decorado ante el que se desarrolla su vida; digo decorado y no escenario porque los sucesos históricos la afectan relativamente, ya que son su vida profesional y sus amores los que predominan mientras la historia se convierte en un telón de fondo ante el que se representan esa vida y esos amores. Sólo su paso por la guerra de Vietnam, ya en la edad madura, contiene la intensidad dramática que se echa de menos en lo anterior. Quizá porque el ego, coherentemente, ha dado paso a una mirada más amplia.
Lo que la novela gana en anécdota lo pierde en hondura. En su soltura, Amory Clay es un personaje atractivo, pero no profundo. Sus conflictos dramáticos están relatados con una escritura brillante y solvente al servicio de una historia que produce una cierta sensación de déjà vu. Pero en lo que siempre destaca Boyd es en su capacidad de seducción y en la habilidad extraordinaria para construir una trama redonda, bien contada y que se lee sin desmayo a lo largo de más de 500 páginas.
Suave caricia. William Boyd. Traducción de Damià Alou. Alfaguara. Madrid, 2015. 552 páginas. 20,90 euros.



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