viernes, 18 de diciembre de 2015

Guillermo de Torre / Katherine Mansfield

Katherine Mansfield
Ilustración de Triunfo Arciniegas
Katherine Mansfield
BIOGRAFÍA
Prólogo de En la Bahía
Por Guillermo de Torre


Así como hay escritores de vida bulliciosa y posteridad opaca, hay otros de existencia escondida cuya obra, tras la muerte, abre una estela cada vez más ancha y luminosa. Tal es el caso, tal ha sido el destino de esa admirable criatura australiana que se llamó Kathleen Beauchamp y cuyo nombre literario de Katherine Mansfield viene adquiriendo en las letras inglesas, después de su muerte den 1923, una significación cada día más irreemplazable y capital.

Unida cronológica y espiritualmente al reducido grupo de escritores que después de la guerra han cambiado la fisonomía de la literatura británica -Joyce, Lawrence, Huxley, Forster, Aldington, Virginia Wolf, los Sitwell-, liquidando el conformismo victoriano y buscando otro público que el "Plan Man", Katherine Mansfield incorpora el sentido de un nuevo realismo poético, unido a un acento femenino muy peculiar. Ello merece un atento subrayo porque precisamente los nombres femeninos no escasean actualmente en esa literatura, y junto a los ya aludidos de Virginia Wolf y Edith Sitwell cabe fácilmente agrupar los de Clemence Dane, Rosemond Lehmann, Margaret Kennedy, Mary Webb, Sheila Kaye-Smith, Victoria Sackville-West, Stella Benson, Rose Maucalay... Pero siendo todas ellas tan fieles sentimentalmente a su sexo, la voz de Katherine Mansfield resuena aún quizá con un matiz más puramente femíneo. Porque no se trata simplemente de que Katherine Mansfield sienta y escriba como mujer, sino que llega a crear todo un universo nimbado de extraordinaria poesía por lo mismo que es ordinariamente verídico, haciéndonoslo comunicable con una sorprendente simplicidad de medios. "Señor -escribía en su Diario-, hazme pareja al cristal para que tu luz brille a través de mí."
El exotismo, la atmósfera de lejanías que inmediatamente se advierte en sus libros, no era en ella artificial ni adventicio. Tenía raíces genuinas, procedía evocativamente de su infancia remota, bajo cielos no europeos: de Wellington en Nueva Zelandia. Katherine Mansfield había nacido allí, el 14 de octubre de 1888. Pasó su infancia a pocas millas, en Karori, ese pueblecito que aparece evocado en La garden-party y otros cuentos. Allí en una atmósfera colonial, en el seno de una familia numerosa, y en pugna con ella, transcurren sus primeros tiempos. A los trece años va por primera vez a Londres, al Queen's College y se manifiesta su vocación literaria; dirige el magazine de la escuela y escribe versos. Pero he aquí que es reclamada por su familia a Nueva Zelandia. Katherine añora Londres y no ceja hasta que su padre le concede una pensión. En 1908 abandona Australia para no regresar. Comienza entonces otra etapa de su vida. Para completar la exigua pensión familiar da lecciones de violín, forma en una compañía de ópera. Sometida en aquellos años a rezagados influjos wildeanos confunde arte y vida, experimentando un contratiempo sentimental: casamiento en falso, seguido de divorcio. Huye a una aldea alemana para dar a luz. Y escribe allí una serie de cuentos realistas, con matices caricaturescos, que luego formarán su primer libro: In a German Pension, publicado en 1911.
Retorna a Londres. En ese mismo año conoce a John Middleton Murry, que entonces era simplemente un estudiante en Oxford, aunque dirigiese ya una revista minoritaria, Rhythm, transformada luego en The Blue Review. Katherine Mansfield colabora en ella al tiempo que la amistad entre la cuentista y el crítico aumenta y deviene amor. Se casan en 1915. Sobreviene luego cierto acontecimiento que produce en la sensibilidad de Katherine Mansfield un choque de gran repercusión. Su hermano menor, el ser a quien ella más quería en el mundo, llega de Nueva Zelandia a Londres para enrolarse en el ejercito ingles y es muerto a las pocas semanas. Para retener su recuerdo, Catherine se vuelve sentimentalmente hacia la infancia común. Abominando -nos explica Middleton Murry- de la civilización mecánica que había engendrado la guerra, Katherine torna a la naturaleza y a la sinceridad, es decir, se retrotrae mentalmente a los días de su infancia australiana. Parte "a la recherche du temps perdu" y resuelve consagrar su obra a evocar ese mundo. "Ahora -confesaba ella misma- siento el anhelo de escribir recuerdos de mi propio país. Sí; quisiera escribir sobre mi país, hasta que haya agotado cuánto se, no solamente porque así pagare una deuda a la patria en que hemos nacido mi hermano y yo, sino también porque en mis pensamientos recorro con él todos los antiguos parajes. ¡Ah, quiero que mi patria desconocida salte a los ojos del viejo mundo. Y que todo resulte misterioso, flotante."
Así nació Prelude en 1918 y después The Garden-Party y At the Bay. Cuando estas novelas comenzaron a aparecer en revistas no dejaron de suscitar cierto desconcierto. En unos momentos de complejidades y alquitaramientos sorprendía la difícil sencillez que el arte de Katherine Mansfield lleva dentro. Pero no faltaron algunos espíritus que supieron aprehender su delicado encanto, y, en primer termino, D. H. Lawrence, a quien le unían, contra superficiales divergencias, profundas afinidades, según luego veremos. El reconocimiento público de Katherine Mansfield coincidió con el agravamiento de la tuberculosis que sufría. Por ello sus ausencias de Inglaterra se hacen, a partir de 1917, cada vez más continuadas. Reside, sucesivamente, en el mediodía francés, en Suiza, en Italia. De todos esos trances y desplazamientos hay reflejos conmovedores en sus cartas y en su Diario. Así esta declaración de patético amor a la vida: "Es infernal amar la vida tal como yo la amo. Me parece que la amo cada vez más, en vez de amarla menos... Espero poder resistir lo bastante para hacer una obra importante. Estoy harta de esas gentes que mueren cuando prometían tanto...".
Y, a medida que se agrava, su propensión espiritualista y naturista aumenta. Por ello, a penúltima hora, decide acogerse en una extraña colonia teosófica, una "Fraternidad Espiritual", que habían fundado unos rusos, en Avon, cerca de Fontainebleau. Allí murió el 9 de enero de 1923. Sus principales novelas cortas y cuentos están hoy coleccionados en cuatro volúmenes: The Garden-Party, Bliss, The Dove's Nest y The Doll's House. Ayudan a completar su conocimientos dos publiciones póstumas: un tomo del Journal y otro de Letters.


Su persona viva debía poseer no menos hechizo espiritual que su arte. Lo intuimos así al captar aquí y allá rasgos sueltos, tanto en el libro que relata puntualmente su inexistencia -The Life of Katherine Mansfield-, escrito por Ruth Mantz, en colaboración con Middleton Murry, como en muchas páginas de las Memorias de éste -Betwen two Worlds-, como en el capítulo correspondiente a Maurois, en Magiciens et Logiciens, como en casi todos los libros biográficos y anecdóticos concernientes a Lawrence y su clan -los de Mabel Dodge, Dorothy Brett, Catherine Carswell-, en los cuales también aparecen momentos y escorzos de Katherine Mansfield.


A la evocación descriptiva que de ella hizo Edmond Jaloux pertenecen los siguientes rasgos: "Reveo un ser frágil, menudo, gracioso, que da la impresión de vivir al margen de la vida, en una zona que no es completamente la vida, sino más bien su halo. Emociona la belleza del rostro: los rasgos sumamente finos, los ojos muy negros, la mirada resplandeciente y velada al mismo tiempo. Lo que también llama la atención es la igualdad del color: el rostro está enteramente cubierto de un matiz marfileño... Hay en esa figura, es esa mirada, una expresión pura, calma, profunda; una serenidad impresionante."


He aludido ya, desde el primer momento, como uno de sus matices esenciales, al valor de sinceridad que poseen los cuentos de Katherine Mansfield. Como que la autora de En la bahía era -según palabras de Gabriel Marcel- "uno de los seres más apasionadamente enamorados de sinceridad interior que hayan existido nunca". Buscaba, al igual que Lawrence, aunque por otro camino, el retorno a las fuentes autenticas de la vida del arte. De ahí la simplicidad de sus fábulas novelescas, esa manera suya de practicar cortes en el tiempo, en un medio, en una vida, eligiendo no los instantes climatéricos sino cualquier día banal, un día que no está señalado sino por un pequeño acontecimiento familiar: escenas de playa, la mudanza de los Burnell, un gardenparty, la primera jornada de unas huérfanas.


Se ha calificado el arte de Katherine Mansfield como un impresionismo familiar, se ha hablado de su misticismo (Maurois), se ha dicho que su prosa es más poética que novelesca (Middlenton Murry). No puede haber discrepancia sobre estas caracterizaciones, si bien el calificativo que mejor conviene es el de un realismo poético. Pero sí puede existir cierta disconformidad al señalar su filiación. Porque se ha insistido quizá demasiado al nombrar a Chejov como punto de partida, debido a que la misma Katherine Mansfield reconocía este precedente y hacía suya la ambición, propia del autor del Jardín de los cerezos, de pintar la vida en su incoherencia y su complejidad, rehuyendo todo efectismo teatral. Pero algo les diferenciaba radicalmente: la vena de humor satírico, constante en el ruso y ausente o muy atenuada en la australiana. Su único punto en común es la tendencia hacia un arte cristalino y aproblemático. "El problema -escribía Katherine Mansfield en una de sus cartas- es una invención del siglo XIX. Un artista observa atentamente la vida. Y se esfuerza en expresar su visión. Todo lo demás lo deja a un lado." Pero esta simplificación, unilateral como cualquier otra, sólo es válida para quien la enuncie apoyada en una vida consistente; y superfluo resulta agregar que no puede sentar normas.


Por lo demás, aquello que interesaba fundamentalmente a Katherine Mansfield era mantenerse fiel a la vida, sin desnaturalizarla con la interferencia de un yo tendencioso o absorbente. Así escribía en otra carta: "!Que maravillosa es la vida desde el momento en que uno se entrega a ella. Me parece que el secreto de la vida es aceptarla. Discutidla, tanto como queráis, pero, ante todo, aceptadla... Sólo corriendo el riesgo de perderse, entregándose enteramente a la vida, puede hallarse la respuesta." Naturalidad, espontaneidad, directismo, afán de traducir la realidad como es, como ella la veía y sentía. Tal era la preocupación esencial de Katherine Mansfield, que reaparece, con frecuencia casi obsesionante, en su Diario y en las cartas. "La cuestión es siempre: -escribía en una de las últimas- ¿quién soy yo? En tanto que no se haya respondido a la pregunta, no entiendo cómo puede uno gobernarse. ¿Existe un yo? Hay que estar segura de esto para alzarse firmemente sobre las plantas de los pies. Y no creo un solo minuto que estas cuestiones puedan ser resueltas únicamente con la cabeza. ¿Cómo salir del trance? No veo ninguna posibilidad de salvación si no aprendemos a vivir también con nuestras emociones y nuestros instintos, manteniéndolos en equilibrio." Aquí está la relación de afinidad, antes aludida, entre Katherine Mansfield y Lawrence. Pues es sabido cuán lejos llevaba este último su fobia intelectualista y su afirmación contraria de lo instintivo y lo corporal.


Tornando a la misma idea, escribía Katherine Mansfield en uno de las últimas cartas, poco antes de su muerte: "Solamente siendo fiel a la vida puedo ser fiel al arte. Y fidelidad a la vida significa bondad, sinceridad, simplicidad, probidad." ¡Qué lejos se sitúa aquí del esteticismo de sus primeros pasos! Katherine Mansfield llegó a la meta propuesta. Su muerte a los treinta y cuatro años no es una frustración. Había dado la medida de su alma y había podido dejar páginas inolvidables. Las cuatro novelas cortas que aquí se reúnen, por vez primera en español, son otros tantos ejemplos cabales de su arte tan puro y delicado, irreductiblemente femenino.


1938.

Guillermo de Torre
Katherine Mansfield, En la bahía
Bruguera, Barcelona, 1982, pp. 7-14



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