‘Megalópolis’, una obra maestra
El escritor Manuel Vilas defiende el último filme de Coppola como cine de alto riesgo sin ninguna concesión
Manuel Vilas
3 de octubre de 2024
Al leer las demoledoras críticas y los palos que está recibiendo la última película de Francis Ford Coppola me pregunto si nos hemos olvidado de que el cine fue imagen y riesgo. ¿Se acuerdan ustedes de cómo comenzaba Un perro andaluz de Luis Buñuel, con aquella navaja de afeitar seccionando un globo ocular? Las primeras imágenes de Megalópolis son el ojo seccionado de Buñuel de este 2024, pues muestran a Adam Driver (en la película recibe el nombre de César) deteniendo el tiempo, en la cima de un rascacielos, deteniendo una caída al vacío. Exactamente lo mismo que hizo Buñuel con su ojo sangrante: guillotinar el tiempo, agujerear la realidad, romper el pacto tradicional con el espectador. Si Un perro andaluz es una obra maestra, cosa que nadie discute, Megalópolistambién lo es, y por las mismas razones. Se llevan casi 100 años, y son dos películas de una genialidad no apta para las sensibilidades convencionales de cada época: los años veinte del pasado siglo en el caso de Buñuel; los años veinte de este siglo en el caso de Coppola.
¿Tiene argumento Un perro andaluz? Porque a Megalópolis se le está recriminando que el argumento sea confuso, que no se entienda la trama. ¿Hay alguien en este mundo que entienda la trama de este mismo mundo? Si Buñuel desdeñó la trama fue porque la historia de los seres humanos no tiene trama, pero sí tiene algo más importante y salvaje: imágenes y fragmentos y hombres y mujeres haciendo cosas. Megalópolis es, además, una película bellísima. Es muy feliniana en su concepción estética. Es cine con mayúsculas. Un hombre de 85 años, la edad de Coppola, está haciendo el cine más moderno e interesante de la actualidad.
A Coppola le están censurando exactamente lo mismo que en su día censuraron a Luis Buñuel. Dicen que te aburres viendo Megalópolis, que es pretenciosa, que la mezcla de ciencia ficción con el imperio romano es delirante. Claro que es delirante, pero acaso este mundo que tenemos enfrente no es un delirio. Yo me aburro con los dramas sociales, sentimentales, soporíferos y buenistas de la mayoría de las películas que tanto gustan a la crítica actual. Con los thriller ya ni lo intento. Que haya gente que piense que en el mundo hay millones y millones de asesinos en serie… en fin, dejémoslo allí.
Y con Coppola no solo no me aburro, sino que todo es una sorpresa, una ironía, otra vuelta de tuerca, otro riesgo, otra exploración del abismo. Coppola trata al espectador con respeto. No hay ni una sola concesión a la trivialidad ni a la funcionalidad ni a la alienación moral en este filme. En Megalópolis hay una reflexión circular de la historia, una recreación del mito nietzscheano del “eterno retorno de lo mismo” espectacular. Coppola ha sabido filmar la filosofía de Nietzsche. El hallazgo maravilloso de la detención del tiempo es el gran prodigio de esta cinta. Solo en el cine puede suspenderse el tiempo y mezclar el imperio romano con el futuro de los Estados Unidos. Solo en una obra maestra el tiempo no importa. Es que ya nadie recuerda a T. S. Eliot, el poeta que nos dijo que “El tiempo presente y el tiempo pasado / acaso están presentes en el tiempo futuro”, que es la filosofía que anima esta película. Lo que no soportan de Coppola es la poesía sin concesiones, la imaginación disolvente de toda convención artística de su cine. En estos momentos Coppola, con su Megalópolis, es el mejor cineasta del mundo.
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