viernes, 21 de mayo de 2021

Los últimos días sin recuerdos de Gabriel García Márquez

 


Los últimos días sin recuerdos de Gabriel García Márquez

Rodrigo García publica ‘Gabo y Mercedes: Una despedida’, un libro sobre la muerte de su padre, el Nobel de Literatura, y su madre, Mercedes Barcha



Camila Osorio
México, 18 de mayo de 2021

Cuando Gabriel García Márquez escribía Cien Años de Soledad, en los años sesenta, contó que uno de los momentos más difíciles llegó el día que tecleó la muerte del memorable coronel Aureliano Buendía. Gabo salió de su estudio en la casa donde vivía en Ciudad de México, buscó a su esposa Mercedes en una habitación y desconsolado le anunció: “Maté al coronel”. “Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia”, recuerda su hijo, Rodrigo García, sobre el duelo que vivieron sus padres. Ahora es él, Rodrigo, quien teclea su propio duelo con un nuevo libro para despedirse de sus padres: Gabo y Mercedes: Una despedida.



Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez en Los Ángeles, en el año 2008.
Foto de STEVE PYKE

Cuando Gabriel García Márquez escribía Cien Años de Soledad, en los años sesenta, contó que uno de los momentos más difíciles llegó el día que tecleó la muerte del memorable coronel Aureliano Buendía. Gabo salió de su estudio en la casa donde vivía en Ciudad de México, buscó a su esposa Mercedes en una habitación y desconsolado le anunció: “Maté al coronel”. “Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia”, recuerda su hijo, Rodrigo García, sobre el duelo que vivieron sus padres. Ahora es él, Rodrigo, quien teclea su propio duelo con un nuevo libro para despedirse de sus padres: Gabo y Mercedes: Una despedida.

Este dulce adiós, publicado este mes por Random House en Colombia y España, es el nuevo homenaje que Rodrigo, director de cine, hace al Nobel que falleció en el 2014, y a su madre, Mercedes Barcha, que falleció en agosto del año pasado. “Mi padre se quejaba de que una de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única faceta de su vida sobre la que no podría escribir”, escribe Rodrigo, que entremezcla la narración de los últimos días de sus padres con las muertes que Gabo sí escribió. La de Simón Bolívar, por ejemplo, en El General en su Laberinto (“vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre”), o el día en que falleció Úrsula Iguarán, la matriarca de Cien Años de Soledad que “amaneció muerta el jueves santo”, al igual que Gabo falleció el jueves santo de 2014.
Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez 12 de octubre de 1982, la mañana en que se anunció el premio Nobel.
Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez 12 de octubre de 1982, la mañana en que se anunció el premio Nobel.RODRIGO GARCÍA BARCHA / PENGUIN RANDOM HOUSE
“No tuve que pensar mucho para acordarme de esos pasajes”, dijo Rodrigo García en una conferencia de prensa virtual para promocionar el lanzamiento del libro. “La obsesión con la pérdida y con la muerte es una obsesión muy común de los escritores, casi lo hace a uno pensar que hace parte del ADN del escritor: la obsesión con la pérdida y con que las cosas terminan, y cómo la finalidad de la vida enmarca la experiencia de la vida. Así que me acordaba perfectamente de todas esas muertes de sus personajes principales”.

En los últimos años, Rodrigo García (Bogotá, 61 años) se ha comprometido a transformar algunos libros de su padre en grandes producciones de cine: es productor ejecutivo de Noticia de un Secuestro (que produce Amazon Prime y se filma actualmente en Colombia) y de la versión que prepara Netflix de Cien Años de Soledad (que sigue en una fase de preproducción). Pero la familia siempre ha sido muy cautelosa con no revelar sus intimidades, por lo que el libro de Rodrigo es una pequeña ventana al dolor en la casa de sus padres cuando Gabo vivió sus últimos días. “No somos figuras públicas”, le decía su madre, que vigilaba que la intimidad del hogar no saliera en los periódicos. “Sé que no publicaré estas memorias mientras ella pueda leerlas”, admite ahora el hijo. Si sus padres pudieran leerlo ahora, dijo Rodrigo en la conferencia de prensa, “me gustaría pensar que estarían contentos y orgullosos, aunque seguro mi madre me diría: ‘que chismosos’ ”.

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Gabo, en el libro de Rodrigo, vivió durante sus últimos años una versión parecida a la que interpreta Anthony Hopkins en The Father: un hombre ansioso porque empieza a perder la memoria y que se siente perdido entre sus familiares. “¿Por qué está aquí esta mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía?”, se quejaba Gabo cuando no reconocía a su esposa, Mercedes. “¿Quiénes son esas personas en la habitación de al lado?”, le preguntaba a una empleada de servicio cuando no reconocía a Rodrigo y Gonzalo, sus dos hijos. “Esta no es mi casa. Me quiero ir a la casa. A la de mi papá”, pedía el escritor cuando quería regresar, no a la casa de su padre, sino a la de su abuelo, un coronel que lo cuidó hasta sus ocho años y que inspiró la figura del coronel Aureliano Buendía.

Pero los últimos días de Gabo son aquellos también en los que regresa a lo más dulce de su niñez en Aracataca, el pueblo colombiano donde nació en 1927. Gabo podía recitar de memoria poemas del Siglo de Oro español, pero cuando perdió esa capacidad, “todavía podía cantar sus canciones favoritas”. Gabo pasaba sus últimos días escuchando vallenatos, la música de la costa colombiana con la que creció. “Incluso en sus últimos meses, incapaz de recordar siquiera algo, se le iluminaban los ojos de emoción con las notas de apertura de un clásico del acordeón”, escribe Rodrigo García. “En el último par de días, las enfermeras empezaron a ponerlos todos [los vallenatos] a todo volumen en su habitación, con las ventanas abiertas de par en par”. Las canciones de Rafael Escalona inundaron la casa de México como canciones de cuna para despedirse. “Me devuelven al pasado de su vida como nada más podría hacerlo”, escribe el hijo.

“La etapa final [de mi padre] ya fue más fácil”, aclara en la conferencia de prensa. “Hay una etapa tremenda en la que la persona está consciente de que está perdiendo la memoria, entonces, no solo ver a la persona sin sus facultades, sino muy ansiosa de perderlas, es una etapa tremenda y muy dura. La etapa final fue triste, pero más tranquila. En esa etapa final él estuvo tranquilo, no sufría de ansiedad, estaba muy distraído, no se acordaba de muchas cosas, pero estaba bien, estaba tranquilo, y eso nos reconfortaba”.

Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez en España, 1968.
Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez en España, 1968.RODRIGO GARCÍA BARCHA / PENGUIN RANDOM HOUSE
Aunque los últimos días de Gabo son los que más se toman las páginas de este libro, el último capítulo está dedicado a la muerte de Mercedes, llamada “la Gaba”, un apodo que Rodrigo García acertadamente llama “patriarcal”. “Pero, a pesar de eso, todos los que la conocieron sabían que ella se había convertido en una magnífica versión de sí misma”, escribe el hijo. Rodrigo la describe como “una mujer de su época”: sin estudios universitarios, madre, esposa, ama de casa. Pero al mismo tiempo la que dirigió el éxito de su padre y la que generaba envidias por “su conciencia de sí misma”. En una de las mejores escenas del libro, Rodrigo y Gonzalo se retuercen en sus sillas cuando un presidente mexicano (cuyo nombre no mencionan, pero con las fechas es claro que se trata de Enrique Peña Nieto), se refiere a la familia como “los hijos y la viuda”. Mercedes entonces “amenaza con decirle al primer periodista que se le cruce que planea casarse tan pronto como sea posible. Sus últimas palabras al respecto son: ‘yo no soy viuda. Yo soy yo’“, escribe Rodrigo.

Mercedes Barcha falleció en 2020, en medio de la pandemia, sin todas las cámaras y seguidores que lloraron la muerte de Gabo. Pero como su esposo, le hubiera exigido a sus hijos que si iban a teclear su muerte, lo hicieran tan bien que dejaran a todo lector en un duelo profundo. En los días posteriores a su muerte, Rodrigo cuenta que esperaba constantemente una llamada de ella. Una llamada en la que Mercedes le preguntaría: “Entonces, ¿cómo fue mi muerte? No, calma. Siéntate. Cuéntalo bien, sin prisas’”.


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