Gabriel García Márquez Foto de Rodrigo García Barcha |
El nobel colombiano conversó de amores, convicciones y manías con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza
17 de abril de 2021
En 1982, el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza publicó El olor de la guayaba (Penguin Random House), una extensa conversación con su viejo colega y amigo Gabriel García Márquez. el libro, la más profunda, precisa y divertida entrevista que dio el premio nobel colombiano, no solo resume con increíble vivacidad un buen número de anécdotas de su vida, opiniones puntuales de su mágico mundo literario y disquisiciones sobre el caribe y sus habitantes, sino que revela, paso a paso, las claves de su proceso creativo.
Para la edición 40, de homenaje a Gabo –tras cumplirse un año de su muerte–, Plinio le cedió generosamente a BOCAS apartes de esta obra que recuerda la voz nítida y asombrosa del más célebre hijo de Aracataca y, probablemente, del país.
* * * Los suyos * * *Nunca hablas de tu padre. ¿Cómo lo recuerdas? ¿Cómo lo ves hoy?
Cuando cumplí 33 años, tome conciencia de pronto de que esa era la edad de mi padre cuando lo vi entrar por primera vez en la casa de mis abuelos. Lo recuerdo muy bien, porque era el día de su cumpleaños, y alguien dijo: “Cumples la edad de Cristo”. Era un hombre esbelto, moreno, dicharachero y simpático, con un vestido entero de dril blanco y un sombrero canotier. Un perfecto Caribe de los años treinta. Lo raro es que ahora tiene 80 años, muy bien llevados en todo sentido, y no logro verlo como es en realidad, sino como lo vi aquella primera vez en casa de mis abuelos. Hace poco él le dijo a un amigo que yo me creía como esos pollos que, según dicen, son engendrados sin la participación del gallo. Lo decía de muy buen modo y con su buen sentido del humor, como un reproche porque yo siempre hablo de mis relaciones con mi madre y pocas veces hablo de él (…). Creo que muchos elementos de mi vocación literaria me vienen de él, que escribió versos en su juventud, y no siempre clandestinos, y que tocaba muy bien el violín cuando era telegrafista de Aracataca. Le ha gustado siempre la buena literatura, y es un lector tan voraz, que cuando uno llega a la casa no tiene que preguntar dónde está, porque todos lo sabemos: está durmiendo en su dormitorio, que es el único lugar tranquilo en una casa de locos, donde no se sabe nunca cuántos seremos en la mesa, porque hay una incontable población flotante de hijos y nietos y sobrinos, que entramos y salimos a toda hora, y cada uno con su tema propio. Mi padre siempre está leyendo todo lo que cae en las manos: los mejores autores literarios, todos los periódicos, todas las revistas, folletos de propaganda, manuales de refrigeradores, lo que sea. No conozco a nadie más mordido por el vicio de la lectura. Por lo demás, nunca se ha tomado una gota de alcohol ni se ha fumado un cigarrillo, pero ha tenido 16 hijos conocidos y no sabemos cuántos desconocidos, y ahora, con los 80 años más fuertes y lúcidos que conozco, no parece dispuesto a cambiar sus costumbres, sino todo lo contrario.
(Le puede interesar: la entrevista BOCAS con Mercedes Barcha, la 'Gaba'.
Todos tus amigos sabemos el papel que ha jugado en tu vida Mercedes. Cuéntame, ¿dónde la conociste, cómo te casaste con ella y, sobre todo, cómo has logrado eso tan raro que es un matrimonio feliz?
A Mercedes la conocí en Sucre, en un pueblo del interior de la Costa Caribe, donde vivieron nuestras familias durante varios años, y donde ella y yo pasábamos nuestras vacaciones. Su padre y el mío eran amigos desde la juventud. Un día, en un baile de estudiantes, y cuando ella tenía solo 13 años, le pedí sin más vueltas que se casara conmigo. Pienso ahora que la proposición era una metáfora para saltar por encima de todas las vueltas y revueltas que había que hacer en aquella época para conseguir novia. Ella debió entenderlo así, porque seguimos viéndonos de un modo esporádico y siempre casual, y creo que ambos sabíamos sin ninguna duda que tarde o temprano la metáfora se iba a volver verdad. Como se volvió, en efecto, unos diez años después de inventada, y sin que nunca hubiéramos sido novios de verdad, sino una pareja que esperaba sin prisa y sin angustias algo que se sabía inevitable. Ahora estamos a punto de cumplir veinticinco años de casados, y en ningún momento hemos tenido una controversia grave. Creo que el secreto está en que hemos seguido entendiendo las cosas como las entendíamos antes de casarnos. Es decir que el matrimonio como la vida entera es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar desde el principio todos los días, y todos los días de nuestra vida. El esfuerzo es constante, e inclusive agotador muchas veces, pero vale la pena. Un personaje de alguna novela mía lo dice de un modo más crudo: “También el amor se aprende”.
El matrimonio como la vida entera es algo terriblemente difícil que hay que volver a empezar
desde el principio todos los días. El esfuerzo es constante, e inclusive
agotador, pero vale la pena
Tus amigos: ¿qué representan ellos en tu vida? ¿Has logrado conservar todas tus amistades de juventud?
Algunas se me han ido quedando regadas en el camino, pero las esenciales en mi vida han sobrevivido a todas las tormentas. No ha sido por casualidad sino todo lo contrario: yo me he cuidado, en cada minuto de mi vida y en cualquier circunstancia de que así sea. Está en mi carácter, y ya lo he dicho en muchas entrevistas: nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los 16 hijos del telegrafista de Aracataca. En los últimos 15 años, cuando la fama me ha caído encima como algo no buscado e indeseable, mi trabajo más difícil ha sido la preservación de mi vida privada. Lo he logrado, más restringida y vulnerable que antes, pero lo suficiente para que quepa en ella lo único que a fin de cuentas me interesa de veras en la vida, que son los afectos de mis hijos y de mis amigos. Viajo mucho por el mundo, pero siempre el interés primordial de esos viajes es encontrarme con mis amigos de siempre, que además no son muchos. En realidad, el único momento de la vida en que me siento ser yo mismo, es cuando estoy con ellos. Siempre en grupos pequeños, ojalá no más de seis cada vez, pero mejor si somos cuatro. Si yo los escojo para la reunión es siempre mejor, porque una de las cosas que sé muy bien es reunir a los amigos según sus afinidades de modo que no haya ninguna tensión en el grupo. Esto, por supuesto, me lleva mucho tiempo, pero lo encuentro siempre, porque es mi tiempo esencial. Los muy pocos que he perdido en el camino ha sido siempre por la misma razón: porque no entendieron que mi situación es muy difícil de manejar, y está amenazada por el riesgo constante de accidentes y errores que pueden afectar por un instante una vieja amistad. Pero si un amigo no entiende esto, con el dolor de mi alma se acabó para siempre: un amigo que no entiende, simplemente, no es tan bueno como uno creía. En cuanto a sexos, no hago distinción en este terreno, pero siempre he tenido la impresión de entenderme mejor con las mujeres que con los hombres. En todo caso yo me considero el mejor amigo de mis amigos, y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como quiero yo al amigo que quiero menos.
* * * El Oficio * * *Has dicho que escribir es un placer. También has dicho que es un sufrimiento. ¿En qué quedamos?
Las dos cosas son ciertas. Cuando estaba comenzando, cuando estaba descubriendo el oficio, era un acto alborozado, casi irresponsable. En aquella época, recuerdo, después de que terminaba mi trabajo en el periódico, hacia las dos o tres de la madrugada, era capaz de escribir cuatro, cinco, hasta diez páginas de un libro. Alguna vez, de una sola sentada, escribí un cuento.
¿Y ahora?
Ahora me considero afortunado si puedo escribir un buen párrafo en una jornada. Con el tiempo el acto de escribir se ha vuelto un sufrimiento.
¿Por qué? Uno diría que con el mayor dominio que tienes del oficio, escribir debe resultarte más fácil.
Lo que ocurre simplemente es que va aumentando el sentido de la responsabilidad. Uno tiene la impresión de que cada letra que escribe tiene ahora una resonancia mayor, que se afecta a mucha más gente.
Quizás es una consecuencia de la fama. ¿Tanto te incomoda?
Me estorba. Lo peor que le puede ocurrir a un hombre que no tiene vocación para el éxito literario, en un continente que no estaba preparado para tener escritores de éxito, es que sus libros se vendan como salchichas. Detesto convertirme en espectáculo
público. Detesto la televisión, los congresos, las conferencias, las mesas redondas…
¿Las entrevistas?
También. No, el éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿qué hacen? Bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible.
Cuando eras joven y tenías que ganarte la vida con otros oficios, ¿escribías de noche fumando mucho?
Cuarenta cigarrillos diarios.
¿Y ahora?
Ahora no fumo, y trabajo solo de día.
¿Por la mañana?
De nueve a tres de la tarde, en un cuarto sin ruidos y con buena calefacción. Las voces y el frío me perturban.
Te angustia, como a otros escritores, ¿la hoja en blanco?
Sí, es la cosa más angustiosa que conozco después de la claustrofobia. Pero esa angustia acabó para mí en cuanto leí un consejo de Hemingway, en el sentido de que se debe interrumpir el trabajo, solo cuando uno sabe cómo continuar al día siguiente.
¿Cuál es, en tu caso, el punto de partida de un libro?
Una imagen visual. En otros escritores, creo, un libro nace de una idea, de un concepto. Yo siempre parto de una imagen. “La siesta del martes”, que considero mi mejor cuento, surgió de la visión de una mujer y de una niña vestidas de negro y con un paraguas negro, caminando bajo un sol ardiente en un pueblo desierto. La hojarasca es un viejo que lleva a su nieto a un entierro. El punto de partida de El coronel no tiene quien le escriba es la imagen de un hombre esperando una lancha en el mercado de Barranquilla. La esperaba con una especie de silenciosa zozobra. Años después yo me encontré en París esperando una carta, quizás un giro, con la misma angustia, y me identifiqué con el recuerdo de aquel hombre.
¿Y cuál fue la imagen visual que sirvió de punto de partida para Cien años de soledad?
Un viejo que lleva a un niño a conocer el hielo exhibido como curiosidad de circo.
(Además: la entrevista BOCAS con Pilar Quintana, la colombiana que ganó el Premio Alfaguara de Novela 2021).
¿Era tu abuelo, el coronel Márquez?
Sí.
¿El hecho está tomado de la realidad?
No directamente, pero sí está inspirado en ella. Recuerdo que, siendo muy niño, en Aracataca, donde vivíamos, mi abuelo me llevó a conocer un dromedario en el circo. Otro día, cuando le dije que no había visto el hielo, me llevó al campamento de la
compañía bananera, ordenó abrir una caja de pargos congelados y me hizo meter la mano. De esa imagen parte todo Cien años de soledad.
Asociaste, pues, dos recuerdos en la primera frase del libro. ¿Cómo dice exactamente?
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
En general, a la primera frase de un libro le asignas mucha importancia. Me dijiste que a veces te llevaba más tiempo escribir esta primera frase que todo el resto. ¿Por qué?
Porque la primera frase puede ser el laboratorio para establecer muchos elementos del estilo, de la estructura y hasta de la longitud del libro.
¿Te lleva mucho tiempo escribir una novela?
Escribirla, en sí, no. Es un proceso más bien rápido. En menos de dos años escribí Cien años de soledad. Pero antes de sentarme a la máquina duré 15 o 17 años pensando en ese libro.
Y duraste un tiempo igual madurando El otoño del patriarca. ¿Cuántos años esperaste para escribir Crónica de una muerte anunciada?
Treinta años.
Hemingway decía que no se debía escribir sobre un tema ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. ¿No te ha preocupado guardar tantos años una historia en tu cabeza sin escribirla?
En realidad, nunca me ha interesado una idea que no resista muchos años de abandono. Si es tan buena como para resistir los 18 años que esperó Cien años de soledad, los 17 de El otoño del patriarca y los 30 de la Crónica de una muerte anunciada, no me queda más remedio que escribirla.
¿Tomas notas?
Nunca, salvo apuntes de trabajo. Sé por experiencia que cuando se toman notas uno termina pensando para las notas y no para el libro.
¿Corriges mucho?
En ese aspecto, mi trabajo ha cambiado mucho. Cuando era joven escribía de un tirón, sacaba copias, volvía a corregir. Ahora voy corrigiendo línea por línea a medida que escribo, de suerte que al terminar la jornada tengo una hoja impecable, sin manchas ni tachaduras, casi lista para llevar al editor.
Hablemos de todo el lado artesanal del oficio de escribir. En este largo aprendizaje que ha sido el tuyo, ¿podrías decirme quiénes te han sido útiles?
En primer término, mi abuela. Me contaba las cosas más atroces sin conmoverse, como si fuera una cosa que acabara de ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de imágenes era lo que más contribuía a la verosimilitud de sus historias. Usando el mismo método de mi abuela escribí Cien años de soledad.
¿Fue ella la que te permitió descubrir que ibas a ser escritor?
No, fue Kafka que, en alemán, contaba las cosas de la misma manera que mi abuela. Cuando yo leí a los diecisiete años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor. Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un gigantesco
escarabajo, me dije: “Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa”.
Antes de escribir una novela, ¿sabes con exactitud lo que va a ocurrirle a cada uno de tus personajes?
Solo de una manera general. En el curso del libro ocurren cosas imprevisibles. La primera idea que tuve del coronel Aureliano Buendía es que se trataba de un veterano de nuestras guerras civiles que moría orinando debajo de un árbol.
Mercedes me contó que sufriste mucho cuando se murió.
Sí, yo sabía que en un momento dado tenía que matarlo, y no me atrevía. El coronel estaba viejo ya, haciendo sus pescaditos de oro. Y una tarde pensé: “Ahora sí se jodió”. Tenía que matarlo. Cuando terminé el capítulo, subí temblando al segundo piso de la casa donde estaba Mercedes. Supo lo que había ocurrido cuando me vio la cara. “Ya se murió el coronel”, me dijo. Me acosté en cama y duré llorando dos horas.
¿Qué pasa cuando el libro que escribes se está terminando?
Deja de interesarme para siempre. Como decía Hemingway, es un león muerto.
Has dicho que toda buena novela es una transposición poética de la realidad. ¿Podrías explicar este concepto?
Sí, creo que una novela es una representación cifrada de la realidad. Una especie de adivinanza del mundo. La realidad que se maneja en una novela es diferente a la realidad de la vida, aunque se apoye en ella. Como ocurre con los sueños.
Entonces, ¿todo lo que pones en tus libros tiene una base real?
No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad.
¿Estás seguro? En Cien años de soledad ocurren cosas bastante extraordinarias. Remedios la bella sube al cielo. Mariposas amarillas revolotean en torno a Mauricio Babilonia...
Todo ello tiene una base real.
Por ejemplo...
Por ejemplo, Mauricio Babilonia. A mi casa de Aracataca, cuando yo tenía unos cinco años de edad, vino un día un electricista para cambiar el contador. Lo recuerdo como si fuera ayer porque me fascinó la correa con que se amarraba a los postes para no caerse. Volvió varias veces. Una de ellas, encontré a mi abuela tratando de espantar una mariposa con un trapo y diciendo: “Siempre que este hombre viene a casa se mete esa mariposa amarilla”. Ese fue el embrión de Mauricio Babilonia.
(También: Maluma, el 'Pretty Boy' que conquistó el mundo)
¿Y Remedios la bella? ¿Cómo se te ocurrió enviarla al cielo?
Inicialmente había previsto que desapareciera cuando estaba bordando en el corredor de la casa con Rebeca y Amaranta. Pero este recurso, casi cinematográfico, no me parecía aceptable. Remedios se me iba a quedar de todas maneras por allí. Entonces
se me ocurrió hacerla subir al cielo en cuerpo y alma. ¿El hecho real? Una señora cuya nieta se había fugado en la madrugada y que, para ocultar esta fuga, decidió correr la voz de que su nieta se había ido al cielo.
¿Has contado en alguna parte que no fue fácil hacerla volar?
No, no subía. Yo estaba desesperado porque no había manera de hacerla subir. Un día, pensando en este problema, salí al patio de mi casa. Había mucho viento. Una negra muy grande y muy bella que venía a lavar la ropa estaba tratando de tender sabanas en una cuerda. No podía, el viento se las llevaba. Entonces tuve una iluminación. “Ya está”, pensé. Remedios la bella necesitaba sábanas para subir al cielo. En este caso, las sábanas eran el elemento aportado de la realidad. Cuando volví a la máquina de escribir, Remedios la bella subió, subió y subió sin dificultad. Y no hubo Dios que la parara.
* * * Lectura e influencias * * *Mencionas siempre a Edipo Rey, de Sofocles.
A Edipo Rey, Amadis de Gaula y El Lazarillo de Tormes, el Diario de la peste, de Daniel Defoe, El primer viaje en torno al globo, de Pigaffeta.
Y también a Tarzán de los monos.
De Burroughs, sí.
¿Y los autores que relees de manera más constante?
Conrad, Saint-Exupéry…
¿Por qué Conrad y Saint-Exupéry?
La única razón por la cual uno vuelve a leer un autor es porque le gusta. Ahora bien: lo que más me gusta de Conrad y Saint-Exupéry, es lo único que ellos tienen en común: una manera de abordar la realidad de un modo sesgado, que la hace parecer poética, aún en instantes en que podría ser vulgar.
¿Tolstoi?
Nunca guardo nada de él, pero sigo creyendo que la mejor novela que se ha escrito es Guerra y paz.
Ninguno de los críticos ha descubierto, sin embargo, huella de esos autores en tus libros.
En realidad siempre he procurado no parecerme a nadie. En vez de imitar, trato siempre de eludir a los autores que más me gustan.
Sin embargo, los críticos han visto siempre en tu obra la sombra de Faulkner.
Cierto. Y tanto insistieron en la influencia de Faulkner, que durante un tiempo llegaron a convencerme. Eso no me molesta, porque Faulkner es uno de los grandes novelistas de todos los tiempos. Pero creo que los críticos establecen las influencias de una manera que no llego a comprender. En el caso de Faulkner, las analogías son más geográficas que literarias. Las descubrí mucho después de haber escrito mis primeras novelas, viajando por el sur de los Estados Unidos. Los pueblos ardientes y llenos de polvo, las gentes sin esperanza que encontré en aquel viaje, se parecían mucho a los que yo evocaba en mis cuentos. Quizás no se trataba de una semejanza casual, porque Aracataca, el pueblo donde yo viví cuando niño, fue construido en buena parte por una compañía norteamericana, la United Fruit.
¿Cuándo empezaste a interesarte en la novela?
Cuando estaba en la universidad, en primer año de Derecho (debía tener unos 19 años) y leí La metamorfosis. Ya hablamos de aquella revelación. Recuerdo la primera frase: “Al despertar Gregorio Sansa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en la cama convertido en un enorme insecto”. “Coño”, pensé, “así hablaba mi abuela”. Fue entonces cuando la novela empezó a interesarme. Cuando decidí leer todas las novelas importantes que se hubiesen escrito desde el comienzo de la humanidad.
Me considero el mejor amigo de mis amigos, y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como quiero yo al amigo que quiero menos
* * * La obra * * *Si cada escritor no hace sino escribir toda su vida un solo libro, ¿Cuál sería el tuyo? ¿El libro de Macondo?
Tú sabes que no es así. Solo dos de mis novelas, La hojarasca y Cien años de soledad, y algunos cuentos publicados en Los funerales de la Mama Grande, ocurren en Macondo. Las otras, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Crónica de una muerte anunciada tienen por escenario otro pueblo de la costa colombiana.
Un pueblo sin tren ni olor a banano.
…Pero con un río. Un pueblo al que solo se llega por lancha.
Si no es el libro de Macondo, ¿cuál sería ese libro único tuyo?
El libro de la soledad. Fíjate bien, el personaje central de La hojarasca es un hombre que vive y muere en la más absoluta soledad. También está la soledad en el personaje de El coronel no tiene quien le escriba. El coronel, con su mujer y su gallo esperando cada viernes una pensión que nunca llega. Y está en el alcalde de la La mala hora, que no logra ganarse la confianza del pueblo y experimenta, a su manera, la soledad del poder.
Exactamente. La soledad es el tema de El otoño del patriarca y obviamente de Cien años de soledad.
Hablemos del libro Cien años de soledad. ¿De dónde proviene la soledad de los Buendía?
Para mí, de su falta de amor. En el libro se advierte que el Aureliano con la cola de cerdo era el único de los Buendía que en un siglo había sido concebido con amor. Los Buendía no eran capaces de amar y ahí está el secreto de su soledad, de su frustración. La soledad, para mí, es lo contrario de la solidaridad.
* * * La política * * *¿Perteneciste alguna vez al Partido Comunista?
A los 22 años formé parte de una célula, por poco tiempo, en la que no recuerdo haber hecho nada de interés. No fui un militante propiamente dicho, sino un simpatizante. Desde entonces he tenido con los comunistas relaciones muy variables y a veces conflictivas, pues cada vez que he asumido una actitud que no les gusta, me caen a palos en sus periódicos. Pero, ni en las peores circunstancias, yo nunca he hecho declaraciones contra ellos.
¿Qué tipo de gobierno desearías para tu país?
Cualquier gobierno que haga felices a los pobres. ¡Imagínate!
* * *Mujeres * * *¿Hasta qué punto han sido importantes las mujeres en tu vida?
No podría entender mi vida, tal como es, sin la importancia que han tenido en ella las mujeres. Fui criado por una abuela y numerosas tías que se intercambiaban en sus atenciones para conmigo, y por mujeres del servicio que me daban instantes de gran felicidad durante mi infancia porque tenían, si no menos prejuicios, al menos prejuicios distintos a los de las mujeres de la familia.
¿Cómo definirías el machismo?
Yo diría que el machismo –tanto en los hombres como en las mujeres– no es más que la usurpación del derecho ajeno. Así de simple.
¿La libertad sexual tiene para ti algún límite? ¿Cuál sería?
Todos somos rehenes de nuestros prejuicios. En teoría, como hombre de mentalidad liberal, creo que la libertad sexual no debe tener ningún límite. En la práctica, no puedo escapar a los prejuicios de mi formación católica y de mi sociedad burguesa, y estoy
a merced, como todos nosotros, de una doble moral.
* * * Supersticiones, manías y gustos * * *Lo dijiste alguna vez: “El que no tenga Dios, que tenga supersticiones”. Es un tema serio para ti.
Muy serio.
¿Por qué?
Creo que las supersticiones –o lo que llaman supersticiones– pueden corresponder a facultades naturales que un pensamiento racionalista, como el que domina en Occidente, ha resuelto repudiar.
Empecemos por las más corrientes: el número 13. ¿Crees realmente que trae mala suerte?
Pues yo pienso todo lo contrario. Quienes lo saben, hacen creer que tiene efectos maléficos (y los norteamericanos se lo han creído: sus hoteles pasan del piso 12 al piso 14), solo para que los demás no lo usen, y ser los únicos beneficiarios del secreto. Es
un número de buen agüero. Lo mismo sucede con los gatos negros y con el hecho de pasar por debajo de una escalera.
Siempre hay flores amarillas en tu casa. ¿Qué significado tienen?
Mientras haya flores amarillas nada malo puede ocurrirme. Para estar seguro necesito tener flores amarillas (de preferencia rosas amarillas) o estar rodeado de mujeres.
¿Es para ti el amarillo un color de suerte?
El amarillo sí, pero no el oro, ni el color oro. Para mí el oro está identificado con la mierda. Es en mi caso, un rechazo a la mierda, según me dijo un psicoanalista. Desde niño.
Hablemos de tus gustos, a la manera de las revistas femeninas. Es divertido preguntarte las cosas que entre nosotros les preguntan a las reinas de belleza. ¿Tu libro preferido?
Edipo Rey.
¿Tu músico favorito?
Bela Bartok.
¿Y el pintor?
Goya.
¿Los directores de cine que más admiras?
Orson Wells, sobre todo por Una historia inmortal y Kurosawa por Barba Roja.
¿La película que más te ha gustado en toda la vida?
El General de la Rovere, de Rosellini.
Y después, ¿cuál otra?
Jules et Jim, de Truffaut.
¿El personaje cinematográfico que te hubiese gustado crear a ti?
El General de la Rovere.
¿El personaje histórico que más te interesa?
Julio César, pero desde un punto de vista literario.
¿El que más detestas?
Cristóbal Colón. Además, tenía la pava. Lo dice un personaje en El otoño del patriarca.
¿Tus héroes de novela favoritos?
Gargantúa, Edmundo Dantes y el Conde Drácula.
¿El día que detestas?
El domingo.
El color es conocido: el amarillo. ¿Pero qué clase de amarillo, exactamente?
Lo precisé alguna vez. El amarillo del mar Caribe a las tres de la tarde, visto desde Jamaica.
¿Y tu pájaro favorito?
También lo dije. Es el canard a l’orange.
(¿Le gustaría otra entrevista BOCAS?: La otra cara de Anthony Hopkins)
* * * Celebridad y celebridades * * *Fidel Castro es muy amigo tuyo. ¿Cómo explicas esa amistad con él? ¿Qué juegan más en ella, las afinidades políticas o el hecho de ser él, como tú,
un hombre del Caribe?
Fíjate bien, mi amistad con Fidel Castro, que yo considero muy personal y sostenida por un gran afecto, empezó por la literatura. Yo lo había tratado d un modo casual cuando trabajábamos en Prensa Latina, en 1960, y no sentí que tuviéramos mucho de qué hablar. Más tarde, cuando yo era un escritor famoso y él era el político más conocido del mundo, nos vimos varias veces con mucho respeto y mucha simpatía, pero no tuve la impresión de que aquella relación pudiera ir más allá de nuestras afinidades políticas. Sin embargo, una madrugada, hace unos seis años, me dijo que tenía que irse a su casa porque lo esperaban muchos documentos por leer. Aquel deber ineludible, me dijo, le aburría y le fatigaba. Yo le sugerí que leyera algunos libros que unían a su valor literario una amenidad buena para aliviar el cansancio de la lectura obligatoria. Le cité muchos, y descubrí con sorpresa que los había leído todos, y con muy buen criterio. Esa noche descubrí lo que muy pocos saben: Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos, y aun en las circunstancias más difíciles tiene un libro interesante a mano para llenar cualquier vacío. Yo le he dejado un libro al despedirnos a las cuatro de la madrugada, después de una noche entera de conversación, y a las doce del día he vuelto a encontrarlo con el libro ya leído. Además, es un lector tan atento y minucioso, que encuentra contradicciones y datos falsos donde uno menos se lo imagina. Después de leer el Relato de un naúfrago, fue a mi hotel solo para decirme que había un error en el cálculo de la velocidad del barco, de modo que la hora de llegada no pudo ser la que yo dije. Tenía razón. De modo que antes de publicar Crónica de una muerte anunciada, le llevé los originales, y él me señaló un error en las especificaciones del fusil de cacería. Uno siente que le gusta el mundo de la literatura, que se siente muy cómodo dentro de él, y se complace en cuidar la forma literaria de sus discursos escritos que son cada vez más frecuentes. En cierta ocasión, no sin cierto aire de melancolía, me dijo: “En mi próxima reencarnación, yo quiero ser escritor”.
¿De qué escritor ya desaparecido habrías podido ser amigo?
De Petrarca.
Fuiste recibido por el papa Juan Pablo II. ¿Qué impresión te produjo?
Sí, el papa me recibió cuando apenas había transcurrido un mes desde su elección, y la impresión que me dio fue la de un hombre perdido, no solo en el palacio del Vaticano, sino en el mundo inmenso. Era como si todavía no hubiera dejado de ser el obispo de Cracovia. No había aprendido ni siquiera cómo se manejaban las cosas de su oficina, y cuando ya me despedía no pudo hacer girar en la cerradura la llave de la biblioteca, y estuvimos encerrados un momento, hasta que uno de sus asistentes abrió la puerta
desde afuera. No cuento esto como una impresión negativa, sino todo lo contrario. Me pareció un hombre de una fortaleza física abrumadora, muy sencillo y cordial, que casi parecía dispuesto a pedir excusas por ser papa.
Alguna vez te vi comiendo en París con Margaux Hemingway. ¿De qué puedes hablar tú con ella?
Ella me habla mucho de su abuelo. Y yo le hablo mucho del mío.
¿Cuál es el personaje más sorprendente que has conocido?
Mercedes, mi esposa.
Apertura de la entrevista de Plinio Apuleyo a Gabriel García Márquez en la edición impresa de Revista Bocas, abril de 2015
EL TIEMPO
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