José Manuel Caballero Bonald Cartagena de Indias, 1960 |
Caballero de “la exacerbación y la desgana”
Una visita al Caballero Bonald de hace medio siglo y al de ahora
Juan Cruz
Madrid, 9 de junio de 2019
De manera tenaz, como un obrero del lápiz y la poesía, José Manuel Caballero Bonald ha escrito libros que lo miran a él y nos miran con una distancia que comprende edad e inteligencia. Sus memorias, las de la guerra mezquina (Tiempo de guerras perdidas) y las de la paz conservada en fósforo (La costumbre de vivir),están llenas de escaramuzas, batallas entre escritores o contra policías, de cuando era gris el horizonte de este país al que él nació en 1926, hijo de Jerez e Hispanoamérica.Con esa tenacidad que le ofreció la biografía de orígenes cubanos y de tendencia a irse de cualquier sitio ha narrado su historia hasta con música. Sus libros de poesía afirman la memoria y el olvido. Pues el olvido es palabra tan dicha en esos versos que se diría que no ha hecho otra cosa que tachar para hallar lo que de veras quiere decir en los volúmenes más grandes de su prosa. Escribir del olvido, pues, es su materia, y las memorias son el resultado de sus tachaduras. En él, como definió Mario Benedetti en una especie de epigrama, es el olvido el que está lleno de memoria. Y a partir de la constancia con que la sintaxis lo ha asistido como si fuera una melodía interior ha ido escribiendo poesía singular, prosa extraordinaria.
A veces recibe ahora llamadas en casa, donde reposa de la edad y de la desgana de salir a la calle, pues va para 93 años y ya no es serio salir a escuchar tonterías a los salones vacíos y a las depauperadas tabernas. En una de esas llamadas le pedí una foto vieja en la que él estuviera joven, para dar noticia aquí de que él sigue atento a lo que sucede en este laberinto de aceite y de aceitunas.
Y entonces me envió la fotografía que ilustra esta página. Lo hizo con la diligencia del que ha sido, también, trabajador por cuenta ajena en tiempos en que los escritores trabajaban de ingenieros o de correctores y salían por la tarde al aire a encontrarse, a la vez, con la memoria y el olvido.
Unas horas más tarde de recibir el retrato (logrado por su mujer, Pepa Ramis, mallorquina que una vez lo salvó de morir ahogado, cuando él trataba de enamorarla con sus proezas náuticas), me encontré en la librería Dédalus con una de sus primeras antologías (el libro parece intonso, quien lo vendió no lo leyó nunca, al parecer), aparecido hace tanto con el título Vivir para contarlo (1969). Editado con la contundencia con que Carlos Barral le daba autoridad a los libros, lleva en portada un retrato de Pepe que se parece a este que ven y que le hizo Pepa en Bogotá en 1960. “Yo enseñaba entonces Literatura Española en la Universidad Nacional y uno de mis discípulos era Fernando Vallejo”. Y la foto de este libro de 1969 es “tres o cuatro años posterior a la de Colombia… Está hecha en la costa atlántica gaditana, cerca del Pinar de la Breña, y la hizo un amigo mío, Alfonso Solís. Vivir para contarla es el título de las memorias de Gabo, quien después de algún intercambio de opiniones conmigo, optó discutiblemente por utilizar el pronombre femenino —contarla—, que es uso gramatical muy forzado, pero que así se diferenciaba de mi Vivir para contarlo. Pienso que no fue una buena idea”.
1969. ¿Y qué pasaba entonces por su cabeza? “Pues no sé… Cuando volví de Colombia me sentí medio perdido… Me pasé años sin escribir y, como no escribía, tampoco me importaba mucho la literatura. Pero, eso sí, en lo que me ocupé bastante fue en la lucha antifranquista”. ¿Y qué pasa ahora, Pepe, en este país áspero? “Tengo muchos años y ando un poco abatido… Ya no escribo ni sé lo que se escribe por ahí. Asisto con una mezcla de exacerbación y desgana al espectáculo general del país. Cada vez hay más mediocres encumbrados. Esos son los que hacen más ruido”.
Los últimos versos de aquella recopilación acaban así: “Aún estamos a tiempo / de no querer salir del laberinto”. ¿Qué le sugiere ahora la palabra laberinto? “El laberinto español es un libro de Gerald Brenan. Bueno, ese es un título y un diagnóstico. El laberinto consecutivo de la vida española”.
En Vivir para contarlo escarba en el olvido. La esencia de recordar tiene esa rabiosa voluntad de contar la memoria tachando a la vez la alevosa costumbre de vivir.
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