Juan Carlos Onetti |
Juan Carlos Onetti
PREMIO CERVANTES
Discurso
Majestades, excelentísimos señores
académicos, dignísimas autoridades, señoras y señores:
Yo nunca he sabido
hablar ni bien ni regular. La elocuencia, atributo muy hispánico, me ha sido
vedada. Hablo mal en privado, por eso hablo poco en las pequeñas reuniones de
amigos, y hablo peor en público, por lo cual sería mejor para ustedes que no
les dijera nada. Me resistí siempre a ofrecimientos, insistencias e
incredulidades, sin saber que una fatalidad inexorable me obligaría a hablar
públicamente, por primera vez, en España.Para desilusión de mis oyentes, muchos
de ellos magistrales conversadores, mi torpeza oratoria se vio penosamente
confirmada.
Hoy, sin embargo, me
presento ante ustedes con temerosa alegría porque, por una única vez, estoy
dispuesto a hablar, no sólo porque debo, sino porque quiero hacerlo. Porque
quiero manifestar de viva voz -o con una voz más o menos viva- la profundidad
de mi gratitud a España.
El viejo Heráclito el
Oscuro dejó escritas estas sibilinas palabras: "Si no esperas, no te
sobrevendrá lo inesperado". He descubierto que, sin darme cuenta, hubo
algo que esperé a lo largo de mi vida, y que, inesperadamente, me ha sobrevenido
en España. No me refiero al Premio Cervantes en sí, ni a eso que llaman fama o
gloria, sino a una forma de humanidad, de amistad, de cordialidad, de
entendimiento que he encontrado aquí, y que dudo se prodigue en otra región de
la tierra con tanta generosidad como en ésta. Digo estas palabras no sólo
pensando en mí, sino en miles de hijos de América que han hallado su nueva
patria en la patria de Cervantes.
Que un hombre, a mi
edad, se vea rodeado de pronto, sin merecerlas, por tantas formas de amor y de
la comprensión, ya es, en sí mismo, uno de los mejores dones que el destino
puede depararle, un regalo de los dioses, algo que, por desgracia, sucede muy
pocas veces. En mi caso particular tengo más motivos que la mayoría por estar
agradecido: llegué a España con la convicción de que lo había perdido todo, de
que sólo había cosas que dejaba atrás y nada que me pudiera aguardar en el
futuro. De hecho, ya no me interesaba mi vida como escritor. Sin embargo, aquí
estoy, unos cuantos años después, sobrevivido. Esta sobrevida es lo primero que
debo a los españoles. Estos años de regalo, en los cuales he vuelto a escribir
con ganas, después de mucho tiempo de no hacerlo. He creído, gracias a esta
tierra generosa, que todavía tenía algo que decir, un penúltimo grano de arena.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien brazos.
Ya que hablamos de primicias españolas, con relación siempre a mi persona, es conveniente que se sepa que el jurado del Premio Cervantes ha tenido en esta ocasión la quijotesca ocurrencia de otorgar esa gran distinción a alguien que desde su juventud estaba acostumbrado a ser un perdedor sistemático, a un permanente segundón que hasta entonces sólo había pagado a "placé" -o a colocado, como se dice en España- y que no tenía ninguna victoria en su palmarés. No dejo de pensar, a veces, en la irónica y compasiva justicia -o injusticia- de este, para mí, sorprendente fallo con que me han beneficiado. Cervantinos siempre, quijotescos, los miembros del jurado transformaron el pasado molino de viento de mis novelas en un soberbio gigante Briareo de cien brazos.
He leído a Cervantes,
y en particular al Quijote, incontables veces. Era un niño cuando lo descubrí,
y espero volver a leerlo una vez más, por lo menos, antes de morirme. Lo que
nunca pude imaginar, ni siquiera en los momentos más delirantes de mi
existencia, es que mi nombre llegara a estar unido al suyo. Hoy, por méritos
que otros me han exagerado, lo está. Les agradezco su delirio, superior al mío.
Para mí, de todos modos, no puede haber mayor motivo de emoción y de orgullo.
Para mí y para todo novelista auténtico.
He dicho que soy
desde la infancia un inveterado y ferviente lector de Cervantes. Todos los
novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel
hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor
novela que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco,
durante siglos, y que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se
mantiene, como el primer día, intocada, misteriosa, transparente y pura.
A pesar de que hay en
este recinto muchas personas más cultas y talentosas que yo, y a pesar de
provenir, como provengo, de un lejano suburbio de la lengua española, me
atreveré a dar una tímida opinión personal sobre uno de los incontables valores
de la obra de Cervantes y, en especial, del Quijote.
El planteamiento del
libro, su esencial libertad creativa e imaginativa marcan la pauta, conquistan
el terreno sin límites en el que germinará y se desarrollará toda la
novelística posterior. El maravilloso entramado de la más cruda realidad y la
fantasía más exaltada, la magia prodigiosa de dar vida permanente a todo lo que
su mano, como al descuido, va tocando, son virtudes que ya han sido, y siempre
serán, alabadas, aplaudidas y comentadas.
Yo no voy a referirme
en este caso a la estética, a la técnica narrativa ni a la creación novelística
de Cervantes, sino a otro sustantivo, tan inmediato siempre a la verdadera
poesía y que yo he mencionado al pasar: la libertad. Porque el Quijote es,
entre otras cosas, un ejemplo supremo de libertad y de ansia de libertad.
Mi entrañable amigo,
el gran poeta Luis Rosales, tuvo el acierto de titular a uno de sus libros
exactamente así: Cervantes y la libertad. Un enorme acierto, una enorme verdad.
Porque la libertad ha sido siempre una principal preocupación, y también una
causa principal, para todos los hombres sensibles e inteligentes.
Esta libertad que hoy
respiramos, sencillamente, sin esfuerzo, como sin darnos cuenta. Esta libertad
que a muchos parece trivial, aburrida, insignificante. Yo, que he conocido la
libertad, y también su escasez y su ausencia, puedo pedir que siga siendo
siempre así. Un aire habitual, sin perfumes exóticos, que se respira junto con
el oxígeno, sin pensarlo, pero conscientes de que existe.
Amparándome en esta
comprensión, en este sentido del humor (que no es un invento exclusivamente
británico, sino también y principalmente español), protegido de esta forma, me
permito declarar que yo, si tuviera el poder suficiente, que nunca tendré,
hacia un solo cercenamiento a la libertad individual: decretaría,
universalmente, la lectura obligatoria del Quijote.
Dijo Flaubert, quizá
con excesiva ingenuidad, que si los gobernantes de su tiempo hubieran leído La
educación sentimental, la guerra franco-prusiana jamás se habría producido. Por
mi parte les pediría que leyeran a Cervantes, al Quijote. Confío en que si lo
hicieran, nuestro mundo sería un poco mejor, menos ciego y menos egoísta.
Esta Libertad que yo
le debo a España se la debo también, como todos los españoles y no españoles
que vivimos sobre este suelo, principalmente a su Rey. Yo, que sufrí
amargamente años atrás la derrota de un gobierno legítimo español, y que he
sido toda la vida un demócrata convencido, nunca imaginé que me llegaría el día
de hacer un elogio público y sincero a un Rey, a un monarca en cuanto tal, es
decir: por el hecho mismo de ejercer la jefatura del Estado. Hoy lo hago
fervorosamente, y querría que todas las repúblicas de América se enteraran de
ello.
El fantasma de aquel
manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento, que he dicho la
verdad, honestamente.
Pido permiso a los
señores académicos para citar una vieja frase latina: "Ubi Libertas lbi
Patria".
Gracias, Majestad;
gracias, España.
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