domingo, 29 de noviembre de 2015

Rita Guibert / Entrevista a Pablo Neruda


Pablo Neruda
Por Rita Guibert




Después de presenciar en Estocolmo la entrega del Premio Nobel de Literatura1971 a Pablo Neruda, viajé con él y con su mujer, Matilde Urrutia, hasta Varsovia, donde se estre­naba su obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta. A los sesenta y siete años, Pablo Neruda, doblemente consa­grado como Premio Nobel y como embajador de Chile en Francia, fue recibido calurosamente, tanto en Varsovia como en Es­tocolmo, por intelectuales, reporteros y fotógrafos. Pero Neruda, un poeta para quien “la vida es un regalo”, siempre ha sido una personalidad carismática. Como dice Margarita Aguirre en Las vidas de Pablo Neruda: “Es un hombre al que no se puede mirar en vano. Deslumbran su fuerza, su calidez humana, y es como si algo magnético, una misteriosa atracción, nos atara a su presencia”.

Cuando conocí a Neruda, en el año 1966, en Nueva York, también era el centro de la atracción en el Congreso del PEN Club Internacional; dondequiera que leía su poesía, ya sea en la sala repleta del Poetry Center o en una tertulia íntima de amigos, se creaba un magnetismo entre el poeta, la poesía y los oyentes. Sin embargo, de todos los Nerudas que he visto, al que mejor conozco es al que entrevisté en su casa de Isla Negra, donde me hospedé durante las dos últimas semanas de su campaña política como candidato presidencial por el Partido Comunista de Chile. Neruda, como se sabe, ante una izquierda dividida, retiró su candidatura para apoyar al candidato socialista Salvador Allende. Isla Negra ni es isla ni es negra. Es una hermosa y elegante playa chilena situada a unos cuarenta kilómetros al sur de Valparaíso y a dos horas en automóvil desde Santiago. Nadie sabe cuál es el origen del nombre, pero Neruda lo atribuye a unas grandes rocas negras, vagamente delineadas como islas, que se ven desde la terraza de su casa. Hace treinta años, cuando Isla Negra era un lugar completamente desconocido y desolado, Ne­ruda compró con dinero que había ganado con su poesía un terreno de seis mil metros cuadrados sobre la playa, con una casita de piedra en la cima de una loma. “Luego la casa fue creciendo, como la gente, como los árboles”. Tiene también otras casas, una sobre el cerro San Cristóbal, en Santiago, y otra en Valparaíso, la cual ha sido da­ñada por los temblores recientes. Para decorarlas el poeta re­corre, en cualquier parte del mundo que esté, casas de antigüe­dades y de trastos viejos especializadas en demoliciones, en busca de toda clase de objetos, desde puertas y ventanas hasta mascarones de proa, sextantes, faroles, campanas, anclas, caracoles. Cada objeto que posee le recuerda una anécdota. “¿No se parece a Stalin?”, pregunta, señalando el busto del filibustero Henry Morgan que cuelga de una pared, del comedor de Isla Negra. “Un anticuario, en París, no me lo quería vender, pero cuando se enteró de que yo era chileno me preguntó si conocía a Pablo Neruda. Fue así como conseguí que me lo vendiera”.

En Isla Negra, cerca del mar (elemento recurrente en su poe­sía), es donde Neruda, el “navegante terrestre”, y Matilde, su tercera esposa (“Patoja”, como él la llama cariñosamente, la “musa” a quien ha dedicado tantas poemas de amor), han establecido su residencia permanente. Alto, fornido, medio calvo, de tez olivácea, sus rasgos más distintivos son una nariz prominente y los ojos castaños, grandes y aletargados. Sus movimientos son pausados pero firmes. Apo­yado en un bastón de madera rústica y cubierto de un largo poncho argentino, suele hacer largos paseos a pie. Habla con voz cadenciosa, pero sin afectación. “El suyo es un tono muy particular, carnoso y de una ma­tización inacabable —escribió el chileno José Santos González Vera—. Uno se acostumbra a su voz y al releer sus versos se la siente... Oyendo a los indias, me vino el recuerdo del acento nerudiano”.

A Neruda le gusta recibir a sus amigos y siempre hay un lugar en la mesa para el convidado de último momento. Por lo general los atiende en el bar, al que se entra desde una terraza que da al mar, pasando por un pequeño corredor. En el suelo del corredor hay un bidé victoriano y un viejo órgano de viento; en las ventanas, sobre hileras de estantes, una colección de botellas de todas formas y colores. El bar, con grandes ventanales que dan al mar, está decorado con lámparas y pinturas marinas; los muebles, como los de un barco, están fijos en el suelo. El techo está cruzado por vigas de raulí; en cada una de ellas el “poeta carpintero” ha escrito con tiza los nombres de sus que­ridos amigos ya muertos: Federico (García Lorca), Paul Eluard, Alberti, Miguel Hernández, Ortiz de Zárate..., los cuales luego fueron grabados en la madera por “Rafita..., el poeta de la car­pintería”. Una fotografía de Twiggy se extiende desde el arco de entrada hasta el suelo. Sobre una pared hay dos carteles, obras de sus adversarios. En uno, traído de un viaje a Caracas, se lee “Neruda, go home”, en otro (la tapa de una revista ar­gentina), debajo de su fotografía dice: “Neruda, ¿por qué no se suicida?”. Detrás del mostrador, sobre el estante de los licores, se anuncia: “No se fía.” Neruda prepara toda clase de bebidas para sus convidados aunque él sólo toma whisky o vino. Cuenta que se acostumbró a tomar whisky durante sus años de cónsul en la India, donde era la bebida más barata. Las comidas son típicamente chilenas. Algunas de ellas han sido mencionadas por Neruda en su poesía: un caldillo de congrio, un pescado cubierto con delicada salsa de tomates y camarones, un pastel de carne. El vino, siempre chileno, se sirve a veces de una jarra de porcelana en forma de pájaro que canta cuando se vierte. Durante el verano se almuerza en la galería frente al jardín de entrada donde se destaca “El locomóvil: Tan poderoso, tan triguero, tan procreador y silbador y rugidor y tronador! Lo quiero porque se parece a Walt Whitman”.

Suele leer sus poesías a los amigos. Un mediodía, en el bar, leyó el poema “Meditación sobre la Sierra Maestra”, de su libro Canción de Gesta. “Este poema autobiográfico y político —explicó— se supone que ha sido escrito en el año 2000 d. de C., cuando ya se ha completado la Revolución Americana. El poema empie­za entonces y retrocede a nuestra era”. Después de leerlo pro­puso celebrar el día con un “happening”. Para esta ocasión pre­paró, con cerezas y vino espumante blanco, una bebida que tomamos sentados en un pequeño bote, Marval de Isla Negra, que está sobre el césped de la terraza, frente al mar. Con nosotros estaban los Solimano, viejos amigos que escondieron en su casa a Neruda en 1948 cuando era buscado por la policía porque en su famoso panfleto “Yo acuso”, Neruda había criticado dura­mente ante el Senado a Gabriel González Videla, entonces presi­dente de Chile...

Para Neruda no existe una línea divisoria entre su poesía y su política. Como dijo al aceptar la candidatura presidencial: “Nun­ca he concebido mi vida como dividida entre la poesía y la política... Soy un chileno que a lo largo de todo el siglo ha conocido las desventuras y las dificultades de nuestra existencia nacional y que ha participado en cada uno de los dolores y alegrías del pueblo. Soy miembro de una familia de trabajadores que repar­tieron sus ásperas jornadas entre el centro y el sur del territorio. Jamás estuve con los poderosos y siempre sentí que mi vocación y mi tarea era servir al pueblo de Chile con mi acción y mi poesía. He vivido cantándolo y defendiéndolo”.

Las conversaciones que forman nuestra entrevista se llevaron a cabo en breves sesiones. Por las mañanas, después de que Neruda tomaba el desayuno en su cuarto, nos reuníamos en la biblio­teca, en un ala nueva de la casa. Yo esperaba mientras él contestaba su correspondencia, componía un poema o corregía las galeradas de una nueva edición chilena de su libro Veinte poe­mas de amor y una canción desesperada, publicado por primera vez en 1924, y del que se han vendido más de dos millones de ejemplares. Los poemas nuevos los escribe, con tinta verde, en un cuaderno. Puede componer un poema largo en un tiempo breve haciendo sólo pequeñas correcciones. Luego Homero Arce, su secretario y amigo desde hace más de cincuenta años, transcribe los poemas a máquina. Solíamos encontrarnos para trabajar en “la covacha”, un pequeño cuarto de la biblioteca. Neruda, pausadamente, contestaba a mis preguntas como hablando para sí. La única vez que lo vi impacientarse fue cuando su sobrina Alicia Urrutia lo interrumpió, en el momento en que estaba describiendo apasionadamente la historia de Chile, para anun­ciarle que tenía un llamado telefónico urgente (el único teléfono de Isla Negra está en la hostería, a unos cinco minutos a pie de la casa).

Por las tardes, después de su siesta diaria, sentado en un ban­co de piedra que está frente al mar, Neruda hablaba sosteniendo en sus manos el micrófono de la grabadora, la cual recogió, ade­más de su voz, “la voz del mar” que “retumba como un combate antiguo”, que “canta y golpea”, que “no está de acuerdo”.





¿Por qué cambió su nombre y por qué eligió el de Pablo Neruda? 



Ya no me acuerdo de qué se trata. Yo tenía 13 o 14 años. Recuerdo que a mi padre le molestaba mucho que yo escribiera, con la mejor de las intenciones; porque él pensaba que eso de escribir llevaría a la destrucción de la familia y de mi persona, y que, especialmente, me llevaría a la inutilidad más completa. Es decir, él tenía su razón doméstica para hacerlo, razón que no pesó mucho en mí, en mi vocación. Y una de las primeras medidas defensivas que adopté fue la de cambiarme de nombre.


¿Eligió Neruda por el poeta checo Jan Neruda? 

No me parece haber conocido el nombre del poeta che­co. Eso sí que por aquellos años leí un pequeño cuento de él. Nunca he leído su poesía. Pero él tiene un libro que se llama Cuentos de Mala Strana, cuentos sobre la gente modesta de ese barrio de Praga… Es posible que haya salido de ahí mi nuevo nombre. Como le digo, el hecho está tan alejado en mi memoria que no lo recuerdo. Sin embargo, los checos me consideran como uno de ellos, como parte de su país. Desde ese tiempo tengo una vinculación muy amistosa con los checos.

¿Sabe que Pablo en hebreo quiere decir “el que dice cosas bellas”? 

¿Está segura de eso? Debe ser el otro Pablo, el com­pañero de Cristo.

¿Es esta su primera campaña presidencial? 

Yo he acompañado a los candidatos de izquierda a la presidencia en sus giras por todo el país. Acompañé a don Pedro Aguirre Cerda, en 1938. Fue el triunfo del Frente Popular, el primer gobierno de izquierda que ha habido en la historia de este país. Había alianza de comunistas; radicales, socialistas, etc. Desde entonces yo he seguido acompañando a los otros candida­tos en sus giras. El candidato actual del Partido Socialista, Sal­vador Allende, ha hecho tres campañas anteriores en las que no ha salido victorioso. Yo lo he acompañado en esas tres campañas presidenciales a través de todo el país, desde Arica hasta más allá del estrecho de Magallanes.

¿Es esta su primera campaña presidencial para Pablo Neruda? 

La primera y la última. ¿Quiénes son los poetas políticos que aspiraron a la presidencia y triunfaron? Nuestro tiempo es una época de poetas gobernantes, Mao Tsé-tung, Ho Chi Min. Es claro que Mao Tsé-tung tiene otras cualidades; como sabe, es un magnífico nadador, cosa que a mí me falta. También hay un gran poeta que es presidente de una república africana (Senegal), Leópold Senghor, y hay otro que escribe en francés, un poeta surrealista, que es el alcalde de Fort de France, de la Martinique, Aimé Césaire. Los poetas han intervenido en mi país siempre en política. Nunca hemos tenido un poeta presidente de la República. En América Latina ha habi­do escritores que han sido presidentes. Un gran escritor vene­zolano, Rómulo Callegos, fue presidente de la República de Venezuela.

¿Cómo hace sus campañas presidenciales? 

En general, el tipo de actos que hacemos nosotros en esta campaña comienza en los grandes centros urbanos de San­tiago, sobre todo en las grandes barriadas populares donde hay cientos de miles de habitantes. Se coloca un tablado, donde uno sube. Primero se van presentado ahí canciones folklóricas, luego una persona del comando explica el alcance estrictamente político de nuestra campaña. Mi tono para hablar con la gente del pueblo es mucho más amplio y menos organizado, es un tono más poético. Termino casi siempre leyendo poesía, Si no leyera poesía la gente se iría decepcionada. Naturalmente, quieren tam­bién escuchar mi pensamiento político, pero no abuso de esta parte política o económica porque pienso que además tienen necesidad de otra clase de lenguaje.

Eso se ha dado en los Estados Unidos con Norman Mailer y Eugene McCarthy. 

No sabía yo. Yo siempre he admirado a los antiguos trovadores y entre los poetas norteamericanos a Carl Sandburg, que tocaba la guitarra y leía sus poemas. Eso me ha gustado mucho. Hubiera querido hacerlo yo mismo, pero tengo tan pé­simo oído musical que ni siquiera sé entonar la melodía más sencilla. Me ha sido negado ese don, pero lo que más me gustaría sería tenerlo.

¿Cómo reacciona el pueblo cuando le lee sus poemas? 

Yo tengo siempre una gran confianza en el pueblo, y el pueblo chileno me conoce mucho. Tengo que decir que me quie­re de una manera emocionante. No podría contar los detalles porque serían muchos. Reaccionan estupendamente, de tal ma­nera que casi no puedo entrar ni salir de algunos sitios. Tienen que ponerme una guardia especial que me proteja de los abrazos de la gente porque se precipitan alrededor mío. Esto me sucede en todas partes.

¿No necesita guardaespaldas? 

No, no se trata de la guardia que me proteja de un ataque, sino al contrario. Por ejemplo, entrar al automóvil es una gran dificultad para Matilde y para mí, porque la multitud nos empuja de un lado a otro, impidiéndonos, con su efusión, la libertad de movimiento.

¿Existe el temor al ataque físico? 

No, ese temor no existe, ni para los candidatos ni para los presidentes. Nuestros presidentes andan sin escolta en la calle todos los días.

¿Existe la posibilidad de una unidad de la izquierda? 

Sí, la vamos a tener antes de una semana.

¿Cree que será elegido? 

No creo, no lo sé tampoco. Nosotros somos muy poco personalistas en el sentido político, y estamos dispuestos al retiro de mi candidatura en bien de la unidad. Lo importante es la unidad popular porque de otra manera no hay posibilidad de victoria. Aquí, los partidos de izquierda, si van separados a la elección no pueden afrontar las grandes fuerzas de la derecha tradicional, que tiene un candidato fuertemente apoyado, econó­micamente. Y el otro candidato, el de la Democracia Cristiana, es el candidato oficial del partido del gobierno. Son cosas po­derosas. Está, primero, el dinero, y luego una candidatura oficial que puede ser ayudada directamente por el gobierno. Sólo un gran movimiento que una a todos los sectores de la izquierda puede ganarle a estos dos candidatos.

¿Cuáles serían sus primeras medidas si fuese elegido presidente? 

Está todo escrito en un programa que han suscrito todos los candidatos de izquierda. Es muy largo detallar, pero desde luego está la nacionalización de las riquezas naturales del país. Este país tiene la mina de cobre más grande del mundo, Chuquicamata, y es propiedad norteamericana. La compañía de teléfonos es norteamericana, la compañía de electricidad es norteamericana. Los chilenos, cuando encendemos la luz todas las noches, estamos pagándoles a algunos accionistas que están en Nueva York o en Detroit que no saben ni que existen los chilenos. No lo digo en forma trágica, porque esto es más bien cómico. Que en 1970, casi llegando al año 2000, persista este sistema de colonialismo, es increíble. Las nacionalizaciones son me­didas de sentido común y yo creo que los norteamericanos las esperan.

Pero el país, ¿está preparado para hacerse cargo de esas compañías? 

Como todas estas cosas han cambiado, ya se han superado los problemas, y se sabe que esto va a pasar. ¿Para qué hacer las cosas en forma que nos peleemos todos? Todo se debe hablar, notificar, tratar, pero no se puede ceder. Muchas de las compañías de este país han pagado todas las inversiones y los técnicos durante mucho tiempo. Por ejemplo, en nuestras grandes minas de cobre queda muy poco personal norteamericano. En algunas no llega ni a cinco personas.

¿Son técnicos? 

Son algunos técnicos los que quedan, pero todo lo de­más lo hacen técnicos chilenos porque son industrias muy antiguas y los chilenos tienen amplios conocimientos técnicos. Si se refiere uno a las represalias económicas, no estamos ya en el tiempo de las represalias económicas. Tienen que entender los países imperialistas que ha pasado la época de los imperios y que ni las represiones políticas ni las económicas tienen sentido en nuestra época. Hay que buscar, aunque duelan, estas medidas, el entendimiento. Es decir, nosotros no queremos, porque vamos a na­cionalizar las minas, un rompimiento con el gobierno norteamericano ni con los Estados Unidos, No. Tenemos que seguir entendiéndonos, y entendiéndonos mejor en materia económica y en todo lo demás sobre la base del respeto mutuo, político y económico.

Si llegara a ser presidente, ¿habría libertad de prensa? 

Desde luego que hay un acuerdo, un programa del go­bierno popular que garantiza la libertad de prensa. Nuestro gobierno popular estaría hecho de una conjunción de partidos, es decir, será un gobierno pluripartidista, lo que asegura la diversi­dad y riqueza de la experiencia de cada una de las corrientes populares. Nosotros garantizamos en ese programa de gobierno la libertad de prensa y de opinión.

¿Se siente preparado económica, política y socialmente para el cargo de la presidencia? 

Como ya he dicho, este cargo y nuestro programa es un programa antipersonalista. Se trata de hacer un gobierno cole­giado y colectivo. No faltarán técnicos y especialistas para cada materia. No depende de que el presidente sepa más o menos. Naturalmente que no puede ser ni un ignorante ni un idiota. Pero tampoco puede ser un monarca que disponga todo cuanto se hace, todo cuanto se propicia. No, un presidente en esta época moderna tiene que tener consejeros, tiene que tener especialistas, y éstos abundan en nuestro país. Esto está escrito en nuestro programa. La vigilancia la tendrán las mismas fuerzas populares para que se realice el programa que se ha prometido al pueblo chileno. Así que por este lado yo no tengo ningún miedo. En el remoto caso que yo fuera el elegido no tengo ningún problema personal sobre esto. No me parece a mí que porque yo soy un poeta esté predestinado a no ser presidente de la República. No creo que sea una cosa muy agradable ser presidente de la Repú­blica, pero los poetas pueden gobernar con el mismo derecho que los ingenieros, o los industriales, o los abogados, o los políticos, o los militares, que tantas veces han usurpado el poder por la buena o por la mala. En fin, yo creo que un poeta también tiene el derecho a creer que puede cumplir sus deberes con su pueblo y con el sentimiento de amor y de justicia que al menos debieran tener todos los poetas.

En el año 1933, en una de sus cartas al cuentista argentino Héctor Eandi le decía: “Políticamente no se puede ser ahora sino co­munista o anticomunista. Las demás doctrinas se han ido desmo­ronando y cayendo.” ¿A qué doctrinas se refería? 

No recuerdo esa carta, pero supongo que me refería a las doctrinas anarquistas que tuvieron tanta importancia en una época de mi vida.

Ese pensamiento, ¿tiene validez en la actualidad? 

El mismo pensamiento cuenta en cierta forma, no lo podría decir tan dogmáticamente como en mi juventud, pero más o menos. El anticomunismo significa siempre un pensamiento reaccionario aunque se vista de apoliticismo o de izquierdismo.

¿Tiene el Partido Comunista muchos adeptos entre la juventud? 

Muchos. La juventud comunista pasa en este momento por su más alto periodo de auge en la historia de nuestro partido. Sólo en Santiago tiene más de veinticinco mil adherentes.

¿Y el MAPU? (Movimiento de Acción Popular Unitaria) 

El MAPU es una fracción de la Democracia Cristiana. Son los de la izquierda católica, un pequeño partido que está recién comenzando a actuar en la vida política. Se han separado del Partido Demócrata Cristiano recientemente. Son muy intere­santes políticamente. También están los grupos izquierdizantes.

¿Son éstos los más rebeldes? 

Estos tienden al terrorismo y las acciones directas. Son supervivientes del viejo anarquismo y también tienen que ver con los movimientos juveniles mundiales de esta época.

¿Qué opina de esos movimientos? 

Yo hallo que tienen un principio de gran salud física. Es importante que la juventud sienta rebeldía. Ahora, si esta re­beldía juvenil encauza a la acción individualista, personal, di­recta, desligada de las organizaciones, desligada del pueblo, sobre todo desligada de la clase obrera, entonces va mal. Si esta juven­tud después de su rebeldía tiende a la comprensión del movi­miento obrero y de las grandes organizaciones de la izquierda, entonces está bien. ¿Qué pienso yo? Muchos de estos jóvenes que no son una gran cantidad, por lo menos en este país, son jóvenes de las universidades, casi siempre de familias acomodadas, de la burguesía, de la pequeña burguesía más próspera. Estos jóvenes, que no son muchos, como digo, lograrán alguna vez integrarse a las demás fuerzas populares. De otra manera ellos pasarán de la extrema izquierda a ser campeones de la derecha, campeones del conservantismo, de la burguesía. Porque esta oscilación pendular de la juventud siempre ha existido. Yo vengo de una generación en que todos éramos anarquistas. Traduje los libros anarquistas cuando tenía 16 años. Del francés traduje a Kropotkin, a Jean Graves y a otros escritores anarquistas. Leía solamente a los grandes escritores rusos de tipo anárquico, como Andreiev y otros. En aquel tiempo, nosotros, jóvenes anarquizan­tes, comenzamos a descubrir por nuestra propia cuenta que era indispensable una unión con el movimiento del pueblo, que en ese momento también era de tendencia anarquista. Era la época de la IWW(Industrial Workers of the World), y casi todos los sindicatos pertenecían a esa tendencia, que representaba creo Harry Bridges, uno de los últimos en Estados Unidos. Este grupo de anarquistas, que tuvo mártires como Sacco y Vanzetti en Estados Unidos, también en América Latina tuvo enorme im­portancia. Pero, ¿qué pasó con la juventud de la época que par­ticipaba aun del terrorismo y que predicaba, como yo mismo lo hacía, el sabotaje, el boicot a las elecciones, la oposición a los mo­vimientos organizados? ¿Qué pasó? Unos comprendimos que nuestro camino estaba en la organización, estaba al lado del mo­vimiento obrero, y otros pasaron directamente a servir los inte­reses de la gran burguesía, del capitalismo y del imperialismo. Con el tiempo se pueden repetir también estos fenómenos. Esta juventud o se integrará al movimiento popular o se integrará a los enemigos del movimiento popular.

¿No podrían formar un nuevo frente independiente? 

¿Independiente de qué? ¿Del proletariado? No creo. En todo caso sería un frente divisionista que no tendría ninguna cabida, puesto que son muy grandes los otros movimientos para que uno más o posibles pequeños grupos lleguen a tener importancia.

¿Cómo se explica que el Partido Comunista chileno sea el de más importancia en Latinoamérica? 

Tuvimos nosotros un gran organizador, se llamó Luis Emilio Recabarren, un hombre gigantesco, que fundó hace ya 45 o 50 años la prensa obrera chilena. Es decir, periódicos pequeños que expresaban las inquietudes del pueblo chileno. Él fundó los primeros sindicatos, las grandes federaciones sindicales, y él fundó también el Partido Comunista. Fue un hombre extraordinario. Es un hombre venerado por el pueblo de Chile. Se le considera como un padre de la patria. Este hombre sentó en su apasionante lucha la base de un partido orgánico, de un partido incansable qué no se ha desviado ni hacia la derecha ni hacia el izquierdis­mo. Que ha buscado siempre el camino para enfrentar a los enemigos populares y poner la concentración de su fuerza y su lucha en el apoyo a las masas obreras y campesinas, y este partido ha ido creciendo en tamaño y en prestigio.

¿No es esta la primera candidatura comunista en unos 38 años? 

Sí, desde hace mucho tiempo nos hemos abstenido de presentar candidato. Pero ya era necesario que lo hiciéramos. Hemos acompañado a otras fuerzas para que saliera de los parti­dos populares una candidatura. Esta vez lo presentamos nos­otros.

¿Tienen hoy más posibilidades? 

Somos el partido mayoritario de la izquierda de Chile, por lo tanto tenemos tantas posibilidades como los demás partidos.

¿Justifica la violencia? 

Hay violencia y violencia. En los países que están do­minados por el terror y la violencia fascista yo justifico todos los medios para salir de esa situación. ¿Qué posibilidades hay cuando gobierna gente delincuente como en el caso de Papá Doc en Haití? Ahí están llenas desde hace mucho tiempo las cárceles de presos políticos, como en el Paraguay. Cada pueblo debe escoger su camino. No se puede decir “no creo en la violencia” como un axioma general político. La violencia, es decir, la unión de las fuerzas revolucionarias en un país para cambiar el orden establecido, puede ser precedida por una conjunción de fuerzas que acompañen un movimiento de esta clase. Pero la violencia creada individualmente, solitariamente, en general resulta fraca­sada y además posibilita la represión antipopular. Sin contar que muchos de los actos terroristas son organizados desde hace siglos por la policía.

¿Sería necesaria la violencia en Chile? 

No podemos ni siquiera pensar en tal cosa puesto que podemos hablar y decir cuanto queremos. Sería demencial pro­piciar una solución de violencia.

Usted ha pasado momentos muy difíciles en Chile..

Son momentos escasos en la historia de Chile y nosotros los chilenos conocemos mucho nuestra historia. Sabemos que cualquier represión de la clase que yo sufrí (yo pagué consecuencias y fui perseguido) es un estado transitorio, y siempre el que ha­ce la represión, el que hace la violencia, la paga. Es decir que el acto de violencia, viniendo de los gobiernos de Chile, en vez de fortificarlos los debilita profundamente.

¿Cree que el socialismo podría rescatar a la América Latina del colonialismo y subdesarrollo? ¿Por qué? 

Naturalmente que el único sistema que puede rescatar a la América Latina de su tremendo atraso es el socialismo. Hay que superar todos los ensayos que se han hecho en estos países, casi siempre dirigidos más bien a mantener la explotación colo­nial y la sangría de nuestros pueblos hacia la metrópoli del capitalismo. El socialismo tiene una fuerza creadora, representa una revolución de tipo que se acomoda enteramente a los pro­blemas de América Latina. Tenemos, además, un continente sin grandes tradiciones, por lo tanto la fertilidad creadora del so­cialismo tendrá aquí una nueva forma, tendrá características extraordinarias.

Es decir, tendrá una línea propia, sin ser ni la rusa, ni la maoísta, ni la castrista. 

El marxismo nos enseña que el desarrollo de la sociedad tiene que adaptarse a su historia, a su medio, a toda la vida de su gente, no tiene por qué seguir ningún modelo. Pero tiene que contar con la experiencia de los pueblos que han hecho su revo­lución. Tenemos en la América Latina la Revolución Cubana, no podemos decir que ella sea un modelo arquetipo de ninguna otra. Naturalmente, nosotros los chilenos vivimos en un país muy diferente a Cuba y tenemos otras características en nuez de­sarrollo, tanto cultural corno económico. Una revolución en Chile la encontraría en un estado mucho más avanzado que el que tenía Cuba antes de su revolución. El pueblo chileno es eminentemente creador, es eminentemente capaz de emprender cualquiera de las técnicas. Nuestros obreros especializados y nuestros técnicos están en todas partes del continente latinoame­ricano aceptados muchas veces corno especialistas o como técnicos consejeros de empresas. Cuba era país de un solo producto, el azúcar, y los gobiernos anteriores a la revolución descuidaron la industria de, tal manera que la revolución sorprendió a Cuba con un alto porcentaje de gente que no podía hacer en las fábri­cas lo que pueden hacer, por ejemplo, los obreros, os trabajadores y los técnicos de Chile. El hecho mismo de que Cuba en este tiempo haya emprendido dentro de sí una transformación en este sentido, dando otros caminos y despertando el sentido de la industria, ha sido también un gran éxito en la revolución cubana.

Usted ha dicho que Estados Unidos sigue siendo una amenaza para América Latina. ¿Por qué? 

Desgraciadamente yo soy un hombre pacífico y todos estos conceptos son muy desagradables pero verdaderos. La historia misma del desarrollo industrial y económico de los Estados Unidos ha tomado un carácter expansionista desde hace mucho tiempo. Y hemos sido no sólo amenazados sino agredidos mu­chas veces. La historia de la América Latina está llena de esta clase de a que han dejado naturalmente huellas muy profundas en nuestros pueblos. En los últimos años la doctrina del imperialismo, tan acentuada en los Estados Unidos, se ha visto fortificada con teóricos que hasta han llegado a justificar empre­sas tan atroces como la guerra de Vietnam. No sé por qué, no encuentro razón teórica atendible para pensar que si el impe­rialismo norteamericano ha ido a lugares tan distantes de su territorio, como Vietnam y Corea, para implantar sus teorías y para implantar su dominio, por qué no lo seguiría haciendo dentro de nuestra América latina que está mucho más cerca y que ha sido considerada por los imperialistas norteamericanos como terreno propio, como su retaguardia. Los pactos militares que han hecho con los países de América Latina no tienen na­da que ver con el asentimiento de nuestros pueblos, son eminentemente pactos destinados a conducir una política agresiva para unirnos al cauro de esta experiencia agresiva y amenazante de los políticos y militares. Además, tenemos la experiencia muy cercana de Santo Domingo y de Cuba. Antes tenemos Nicaragua, México, Centroamérica, Panamá; en fin, es una historia muy larga. Pero recientemente estas cosas todavía llegan más lejos con el famoso informe de Nelson Rockefeller. En una época Nelson Rockefeller pasó por una persona de actitud intelectual, de inquietudes artísticas, y recuerdo que du­rante la gran guerra contra el fascismo Nelson Rockefeller pa­reció ser para muchos un amigo de América Latina. En los últimos años él se ha pegado al carro de Johnson. Últimamente ha servido al presidente Nixon para una empresa de tipo colonizador. El informe de Rockefeller al presidente Nixon, que hemos leído, ha sido publicado en muchas partes, es un prodigio de endurecimiento político, y de desconocimiento total de nues­tras reacciones morales, históricas y emotivas. El aconseja ahora el apoyo americano a los gobiernos militares en una forma franca y pretendiendo que estos gobiernos son una fuerza constitutiva que puede servir para implantar cierto tipo de justicia social que fuera aceptada por los norteamericanos imperialistas de hoy. Es decir, Nelson Rockefeller, con ser un hombre de 1970, que sabe de su antiguo y perdido prestigio, reincide en la política que inauguró Theodore Roosevelt, que se llamaba la política de big stick, es decir, de fomentar las castas militares con todo lo que esto significa para América Latina de caudillismo, de golpes anticonstitucionales. Fomentó también la división y el espíritu militarista agresivo entre las naciones latinoamericanas. Es esto una prueba que los latinoamericanos tenemos muy poco que es­perar de la política norteamericana hasta que ésta no se modifique de una manera integral y racional. Es decir, cuando Estados Unidos tome en cuenta la experiencia actual, lo que está pasando entre su juventud, entre sus intelectuales, en sus universidades, vea la reprobación que en su propia, patria merecen sus actos agresivos, entonces, cuando tome en cuenta y se formule de nuevo la nueva política que pueda unir a nuestro continente podríamos comenzar a establecer muchos actos de colaboración. Por el momento la política general de los Estados Unidos no sólo es agresiva contra nosotros sino contra- la mayoría de los pueblos del mundo. Se ha constituido como una superpotencia que cree necesaria la implantación de su poder sin límites precisos, mucho más allá de su propio territorio. Esto es lo grave. Este capítulo es muy largo y tendríamos que volver muchas veces sobre él… Hablar de imperialismo puede parecer un toque demagógico, sobre todo para el observador europeo o para el observador apolítico, pero nosotros, en América Latina, sabemos a qué ate­nernos, hemos sufrido la consecuencia de la intromisión de los Estados Unidos en casi todos nuestros países. Aquí mismo, y no voy a hablar yo por mí mismo, el senador Renán Fuentealba, se­nador del Partido Demócrata Cristiano, es decir del gobierno chileno, que tiene íntimos vínculos con los políticos norteame­ricanos y con su gobierno, acaba de decir en una denuncia pública que la CIA está tratando de provocar un golpe militar en Chile. Esto no lo digo yo, no lo han dicho los comunistas, ha sido de­nunciado por un senador del gobierno, de un gobierno que no se caracteriza por ningún espíritu antinorteamericano. No se ha in­vestigado totalmente esta denuncia. Sin embargo, el senador demócrata cristiano, que es el partido único del gobierno, ha hecho esta denuncia. Quiere decir que él, y su partido y el go­bierno de Chile tienen antecedentes bastante claros para hacer una declaración de esta especie. Naturalmente, prueba otra vez el peso de la influencia dañina de la política norteamericana en nuestros países, el hecho mismo de que esta denuncia no haya continuado investigándose. Un espíritu de independencia y de dignidad hubiera aconsejado al gobierno investigar y mostrar a la opinión nacional lo que haya de verdadero en estas asevera­ciones del senador demócrata cristiano.

¿Cree que se puede llegar a una conciliación entre las potencias? 

Yo soy partidario del entendimiento, soy partidario de la paz. La conciliación de principio entre capitalismo y socialismo es otra cosa. Son dos organismos que luchan por probar la efi­cacia de su sistema. El capitalismo está en retroceso, estamos presenciando su decadencia. El socialismo es una fuerza nueva en la humanidad, con poderes visiblemente superiores al capita­lismo que se basan en una comprensión más inteligente de las relaciones entre los seres humanos y también de los medios de producción y de distribución de la riqueza entre los hombres. Yo creo que no se trata de conciliación, pero debe tener el respeto necesario para coexistir. A mi me dijo una vez mi viejo amigo Ehrenburg que estando él en Nueva York se propuso hablar con un millonario norteamericano. Le buscaron el millonario más millonario para que hablara con un soviético. Conversando con Ehrenburg, el millonario le dijo: “No se haga usted ilusiones, nosotros no le tememos a sus bombas, a lo que le tenemos miedo es a sus cacerolas. A las cacerolas de la Unión Soviética”. Creo que, esto es bastante comprensible. Mientras las cacerolas estén llenas, mientras que las ollas estén en las cocinas de los países socialistas, se está probando que un sistema nuevo de economía en el mundo tiene eficacia, tiene éxito, camina. Y el supermillonario tenía mucha razón. Ehrenburg estaba muy complacido de su franqueza.

¿Cree usted que habrá una revolución en los Estados Unidos? 

No es inminente, pero hay, un estado de rebelión pronunciada en los Estados Unidos. Yo no sé dónde va a ir, pero me parece que por lo menos esta toma de conciencia intelectual de los jóvenes y de los universitarios tiene que pesar alguna vez en la dirección del estado y en las condiciones en que se desarrolla la vida histórica de los Estados Unidos. Es el comienzo de una etapa, es el primer comienzo de una etapa. No sé cuándo será la segunda parte de esta etapa, ni cuándo será la tercera, eso depende de los norteamericanos. No se puede determinar por receta. A mí me parece que. el capitalismo está haciendo crisis no sólo en los Estados Unidos sino en muchas partes. De inmediato se puede ver que hay una crisis moran enorme dentro del norteamericano de vida. The American way of Life no ha traído exactamente con la prosperidad la felicidad, pero sí, en muchos casos, la desesperación de la gente norteamericana.

¿A qué lo atribuye? 

Me parece que es una crisis del sistema capitalista. Se ha fijado como meta una prosperidad basada en una serie de leyes feroces que están estallando. A mí me parece que esta crisis del sistema general está llegando a todo el mundo. La guerra de Vietnam ha puesto ante la humanidad un hecho verdaderamente inaudito. Que todas las energías, la riqueza de un gran país como los Estados Unidos se dediquen al exterminio de una población lejana, desconocida para los jóvenes nortes que son enviados a matar y a morir, es un hecho que ha iluminado can la sangre vertida la conciencia adormecida de gran parte de la humanidad. La tragedia de Vietnam iluminó de tal manera que despertó en los Estados Unidos, en cierta parte de los Estados Unidos, un sentimiento de culpa que se fue extendiendo y que provocó muchas cosas; por una parte, la rebeldía de los jóvenes, y por otra, la desesperación. Yo atribuyo a la guerra de Vietnam ese poder catalizador. Nunca se vio una guerra más injusta, nunca se vio al hombre cometer desmanes colectivos tan extraños y crueles. Pero al mismo tiempo tuvo que causar la reflexión instin­tiva del intelectual. Por qué un país que tuvo tan extraordinarios pensadores como Thoreau, o como Whitman, o como tantos otros, que prácticamente extendieron la medida humana, cómo un país así, que también se puso a la cabeza de la revolución industrial, que hizo tantas cosas extraordinarias en el dominio del conoci­miento y de la cultura en los años previos a la guerra, pudo llegar a superar a Hitler en barbarie e inhumanidad. Los Estados Uni­dos fundaron esa inmensa capital de sueños que fue Hollywood, adelantando la cinematografía, que sin ese impulso podría haber tardado un siglo en desarrollarse. En fin, se esperaban tantas extraordinarias proezas de los norteamericanos (que se han cum­plido a veces, como las exploraciones a la luna) que, uno se pregunta: ¿Cómo ese país puede dedicar todas sus fuerzas al ex­terminio y al terror? Bueno, a mí me parece que tal pregunta que se hizo el ser humano lo llevó también a dudar del sistema, del establishment, dudar de la verdad que se le decía, y empezó a producir la amargura, el escepticismo y muchas veces la deses­peración que se ven en la vida norteamericana. Además, la ola infinita de terrorismo, de atentados criminales, como la muerte de Luther King, del presidente John Kennedy, del senador Robert Kennedy, y las masacres hechas por muchachos, criminales de nuevo tipo, increíbles, desinteresados, demoniacos, como aquel sobre el cual escribió Truman Capote, In Cold Blood, o el cri­men de Charles Manson, no son casos tan aislados, se encadenan unos a otros formando un hilo que tiene que ver con la crisis moral del sistema, con una perversidad que sale a flote, pero que estaba ya plantada de alguna manera en la vida de una sociedad que se fue echando a perder, que se fue pervirtiendo. Por lo tanto esta pregunta sobre la que estamos haciendo re­flexiones tan descosidas se relaciona con la otra pregunta: ¿habrá una revolución? ¿Esta revolución, quiénes la harán? Si no intervienen las grandes masas obreras en la toma de con­ciencia, esa revolución será postergada. La revolución no la pueden hacer los estudiantes en ningún país. Pueden tener la conciencia de que anda mal el mundo, pero la fuerza orga­nizada de un movimiento tiene que venir del pueblo mismo. Y eso yo no lo veo aún en los Estados Unidos. En el pueblo negro se ha visto un gran despertar, y es posible también que una próxima organización se revelaría interesantísima e impor­tantísima en el desarrollo mismo de esta revolución, pero más allá no conozco, no sé, no estoy informado.

¿Qué opina de la situación cubana actual? 

La Revolución Cubana es un hecho bastante grande e importante como para que nosotros, los escritores de mi generación, no tengamos otra obligación que defenderla. El hecho cubano tiene una importancia asombrosa en la vida de la Amé­rica Latina. Es tal vez el acontecimiento más decisivo en nues­tra historia desde los movimientos de la Independencia de 1810. Naturalmente la vida de la Revolución Cubana se ha visto perturbada por una serie de factores que han puesto en grave peligro la revolución, la que ha necesitado toda su vitalidad para sobrevivir, especialmente la extensión del boicot que le han impuesto los gobiernos latinoamericanos por imposición del Departamento de Estado. Esto ha sido trágico. Lo primero que debíamos haber hecho fue aumentar nuestras relaciones con Cuba, haber conocido los progresos de esta gran experiencia nueva en el continente, haber tenido todas las relaciones nece­sarias como para conocer el proceso de la revolución. Ahora pasan cosas tan grotescas como esta: para ir a Cuba, la sobrina del ex presidente Jorge Alessandri (ahora nuevamente candidato presidencial de la derecha) tuvo que partir de aquí a Madrid, de Madrid a Praga, de Praga a Cuba, en donde estuvo una semana. Para volver tuvo que volar de la Habana a Madrid o Londres, de ahí a Praga, de Praga a Buenos Aires, de Buenos Aires a Chile. Es decir, que un vuelo de unas diez horas toma de cuatro a cinco días para hacerlo de ida y vuelta. Estos son los frutos ridículos del aislamiento y bloqueo impuestos a Cuba. Pero todos los que aplauden estas medidas son los que se quejan de la Cortina de Hierro y de las dificultades que crea a les escritores; mientras se está imponiendo sobre Cuba una especie de cerco inaceptable, medieval, destinado a desconocer su progreso y matarlo por hambre. Esto es completamente grotesco además de ser injusto. El hecho de que no se pueda ni visitar, ni comerciar, ni tener relaciones diplomáticas con un país latino­americano con gente tan cercana a nosotros, como parientes nuestros que hablan nuestro idioma, con una historia común, me parece, verdaderamente, el colmo. Y todo porque gobernantes como Johnson o Nixon y los capitalistas criollos no gustan del sistema político de ese país. Esto es completamente grotesco. Ellos son dueños de darse el régimen que quieren. Los chilenos estamos muy atentos a las experiencias de la Revolución Cubana y miramos con inmensa simpatía su creciente desarrollo.

¿Y el Che Guevara? 

El Che Guevara ha llegado a ser un mito. Fue un hom­bre de mucha valentía y de mucho interés. Queda poco por decir porque todo se ha dicho. Ha pasado a ser un mito mundial y una influenció activa y creadora del siglo XX. Muy doloroso su des­tino. Fue asesinado en un país que pronto levantará monumentos en su honor.

Volviendo a Cuba, ¿no podría compararse su bloqueo con el de las Alemanias? 

Ah, esto es distinto. En un país hay un estado socialista y en el otro un estado capitalista. Además se estaba haciendo desde la Alemania Occidental una intensa campaña para des­truir desde allí el estado de la República Popular Alemana. El muro es antipático, pero yo creo que fue necesario. Mientras tanto la Alemania democrática, la Alemania Oriental, se ha ele­vado como una de las más grandes potencias económicas del mundo; creo que ocupa el noveno lugar entre los países pro­ductores. Es milagroso que a pesar de tener al lado la Alemania Federal con su gran impulso y la enorme ayuda de los Estados Unidos y de los monopolios, este país haya salido de la destrucción, de las ruinas, y haya logrado tantos éxitos con la nueva sociedad que ha construido. En general, todas las fronteras entre pueblos deben terminar. Pero hay algunas más dolorosas que otras. Supongo que lo que ha estado pasando en Alemania ha­brá causado prácticos problemas humanos, inmensos problemas, pero me parece que por estar tan próximos geográficamente no quedaba más remedio que esta separación. Mientras que no se reconozca a esa Alemania y no haya respeto mutuo desgraciada­mente tiene que ser así. Por eso lo que queremos en América son relaciones diplomáticas con Cuba, reconocimiento de la Revolu­ción Cubana y del estado cubano, del estado actual de la nación cubana, tal como es, con su revolución y su república.

¿Ha producido la tecnología una crisis de valores de la cultura humanística? 

Bueno, hay gente que cree que la tecnología se va a tragar al hombre. Yo no creo tal cosa. Recuerdo cómo los agricultores ingleses, y también los norteamericanos, combatían el ferrocarril. La tecnología es una necesidad absoluta del avance de la humanidad. El desarrollo de la tecnología no tiene por qué comerse al hombre. Este miedo del adelanto técnico y de las proyecciones que pueda tener es un miedo cósmico, con un ca­rácter de superstición tan grande como el de las tribus prehistó­ricas. Ahora hemos llegado a tener pavor del hombre mismo, pavor cósmico de lo que el hombre puede descubrir. Yo, desde luego, no siento ninguno de esos pánicos. Pienso que, por el con­trario, el camino del hombre es el descubrimiento, pienso que Dios abdicó y que desde entonces Dios es el hombre.

Uno de los temores, y justificado, es que se usen los avances tec­nológicos para fines destructivos. 

La maldición de la humanidad es que todo lo que se perfecciona en la técnica termina por usarse para la destrucción de vidas humanas. Bueno, sobre esa base tenemos que funda­mentar el humanismo de esta época, luchar contra la guerra y contra las explosiones atómicas termonucleares. Pero esto es una lucha aparte. No porque se produzcan estas cosas vamos a cerrarle el paso al adelanto técnico. Verdaderamente es estremecedor que existan estos medios de destrucción. Justamente está ahora en Chile Linus Pauling, un hombre muy respetable, que ha hablado tan francamente y ha expresado conceptos tan extraor­dinarios sobre la destrucción atómica que tiene que ponernos en guardia. Naturalmente, en los últimos años ha habido un movi­miento muy grande en contra del peligro atómico y posiblemente las grandes potencias acuerden no continuar fabricándolas. No sé en realidad cómo marchan esas negociaciones, pero creo que la intención es seria.

¿Qué es lo que predice para la nueva década? 

No sé si no son más esperanzas que predicciones. Pien­so que se puede solucionar el problema de Vietnam, es decir, el retiro de las tropas norteamericanas y la autodeterminación del pueblo vietnamita. Es el conflicto más grave que tiene la humanidad. Me parece que también está en vías de respetarse las dos Alemanias como repúblicas separadas; esto traerá una gran tran­quilidad a Europa. ¡Pero, parece que estoy hablando como los videntes!

Bueno, ¿qué es entonces lo que espera de la nueva década? 

Realmente creo que eso pasará. En cambio, no veo tan cercana la solución al conflicto de Medio Oriente, que también es un problema gravísimo. En América Latina creo que habrá una tendencia general a una mayor independencia del imperia­lismo. Se acentuará la lucha antiimperialista y me parece que lo más importante sucederá en Chile. Creó que la elección la van a ganar las fuerzas populares y que habrá cambios bastante grandes. No puedo decir qué pasará en otros países de América Latina; en muchos de ellos las condiciones son insoportables.

En caso de ser elegido presidente, ¿seguiría escribiendo? 

Escribir para mí es como respirar. No podría vivir sin respirar y no podría vivir sin escribir.

¿Podría escribir tanto como hasta ahora? 

Yo creo que sí.

Lo he visto escribir en el auto... 

Yo escribo donde puedo y cuando puedo, pero siempre estoy escribiendo.

¿Siempre lo hace en forma manuscrita? 

Desde que tuve un accidente en que me rompí un dedo, no pude, por unos meses, manejar la máquina de escribir. Seguí la costumbre de mi tierna juventud y volví a escribir a mano. Luego, cuando ya me mejoré de mi dedo, que estaba medio que­brado, y pude manejar la máquina, ya me había reacostumbrado a escribir a mano. Encontré que escribiendo a mano tenía más sensibilidad y que las formas plásticas de mi poesía podían cam­biar más fácilmente. Es decir, comprendí que la mano tenía algo que ver con eso. Acabo de leer en París Review lo que dice Robert Graves al periodista qué lo interroga: “¿No le ha llamado a usted la atención algo en esta casa, en esta pieza? Todo está hecho a mano.” “El escritor —dice Robert Graves— no debe vivir sino entre cosas hechas a mano”. Pero me parece que Robert Graves se olvidó que también la poesía debe escribirse a mano. A mí me parece que la máquina me apartaba de mucha intimidad con la poesía, y la mano me ha acercado de nuevo a esa intimidad.

¿Cuáles son sus horas de trabajo? 

No tengo horario, pero de preferencia en la mañana. Es decir, si a esta hora no estuviese Rita haciéndome perder el tiempo, y perdiendo el suyo, yo estaría escribiendo.

Más o menos, ¿cuántas horas diarias escribe? 

No escribo y leo muchas cosas al día. Mi afán sería escribir todo el día, pero muchas veces la plenitud de un pensamiento, de una expresión, de algo que sale de una manera tumul­tuosa desde mi propia inspiración, usando una palabra anticuada, me deja o satisfecho o exhausto o colmado o vacío. Es decir, no podría seguir. Por lo demás me gusta demasiado vivir para estar todo el día sentado en un escritorio. Esto es algo que no está de acuerdo conmigo; a mi me gusta meterme en todos los traji­nes de la vida, de mi casa, de la política, de la naturaleza. Estoy siempre entrando y saliendo. No puedo decir entonces que con­sagro todo el día a escribir, pero en donde esté y cuando puedo escribo intensamente. No me molesta que haya mucha gente a mi alrededor. Puedo escribir y desarrollar mi pensamiento aun­que estén conversando, discutiendo o peleándose. Más aún, si de pronto se quedan silenciosos, eso me perturba.

¿Ya terminó de escribir su último libro? 

Sí, se llama La espada encendida.

¿Prosa o verso? 

Siempre verso. Se trata del mito de Adán y Eva, del castigo y de la culpa, en realidad, de un nuevo Adán, de una nueva Eva. El mundo ha terminado, la bomba y la guerra lo han destruido, y Adán, el único hombre sobre la tierra, se encuentra con Eva. La vida en la humanidad comienza nuevamente con ellos. Es un libro de gran intensidad. Bueno, ahí está el libro. No lo conozco bien. Lo acabo de escribir y no lo he leído toda­vía. Cuando termino un libro no me gusta corregir los errores de inmediato porque siento el deseo de alejarme de él. Ahora estoy esperando que pasen unos días para volver a leerlo con más serenidad.

¿Cuándo se publicará? 

En marzo o abril del año próximo.

¿Quién lo publica? 

Losada, de Buenos Aires. Losada es mi editor y tengo con él las mejores de las relaciones. No siempre ha sido así para mí; me he peleado con muchos editores. La relación entre escri­tor y editor es bastante difícil, pero tengo la suerte de tener un editor que me entiende y con el cual no he tenido jamás pro­blemas.

¿No tiene editores en Chile? 

Los tengo, pero son pequeños para la necesidad de ex­pansión de mis libros. Mis primeros editores fueron chilenos y de cuando en cuando les doy mis libros. Muchas veces me inte­resa que un libro salga primero en una edición chilena. Así lo he hecho con las últimas obras. Las ediciones limitadas las ha­cemos acá y Losada nunca ha puesto dificultad para ello.

¿Piensa escribir otro libro? 

Naturalmente, voy a escribir otro, pero no puedo decir de qué se trata, todavía no he hecho un plan. Acabo de terminar La espada encendida y no lo he corregido aún.

¿Cuánto demora en escribir un libro? 

Más o menos un año. Fin de mundo, que se publicó el año pasado, tardó más de un año en escribirse. El último ha sido más rápido a pesar de que he tenido menos tiempo.

Usted nunca ha tomado muy en cuenta su prosa. ¿Por qué? 

La prosa..., toda mi vida he sentido la necesidad de escribir en verso y no me interesa la expresión en prosa. La uti­lizo para expresar cierta clase pasajera de sentimientos, o acon­tecimientos derivados del relato. Además, siempre he escrito pro­sa sin tomarla demasiado en cuenta y la verdad es que puedo dejarla enteramente. Sólo escribo en prosa transitoriamente.

Por años usted ha sido mencionado como candidato para el Premio Nobel. ¿Cree que la Presidencia podría influir en alguna forma en la decisión de la Academia Sueca? 

Esa pregunta debe ser hecha a la Academia y no a mí, y, naturalmente, la Academia no la contestará.

¿Si tuviera que elegir entre la Presidencia y el Premio, qué elegiría­? 

No es cuestión de decisión entre cosas tan ilusorias.

¿Suponiendo le pongan sobre una mesa la Presidencia y el Pre­mio? 

Si me lo ponen en una mesa me voy a sentar a otra mesa.

¿Qué opina de la actitud de Sartre cuando recibió el Premio Nobel? 

Es muy respetable, pero es una reacción individual de su poderosa personalidad. No creo que sea una cuestión a deba­tir, me parece que es una reacción muy digna de un hombre tan combatiente y tan consecuente como es Sartre.

¿Cree justo el Premio a Beckett? 

Creo que sí. Beckett es un escritor breve pero exquisito. También creo yo que el Premio Nobel donde caiga siempre está honrando a la literatura, a la poesía, a la novela o al teatro. Yo no soy de los que están siempre discriminando si el Premio cayó bien o cayó mal. Lo que constituye la importancia de ese Premio, si la tiene, es que otorga al oficio literario un título de respeto para la masa, para la gente, para los demás. Eso es lo más importante.

Muchas veces usted ha sido fuertemente atacado por la forma en que vive y por su solvencia económica... 

En general eso es un mito. Nosotros hemos recibido una herencia bastante mala en cierto sentido de España. Nunca pudo tolerar que su gente sobresaliera, que se distinguiera en algo. Como se sabe, a Cristóbal Colón lo encadenaron de vuelta a España. Yo creo que de España recibimos ese impacto de la pequeña burguesía envidiosa que se pasa pensando en lo que tienen los demás y en lo que no tiene ella. Yo he dedicado mi vida a las reivindicaciones del pueblo, y lo que yo tengo en mi casa, mis libros, es producto de mi propio trabajo. Yo no he explotado a nadie. Pero este reproche no se lo hacen nunca a los que tienen grandes fortunas como herencia. Nunca se lo hacen a los escritores ricos por familia. Se piensa que ellos tienen dere­cho a tener medios económicos superiores a los otros. En cam­bio, de un escritor que como yo tiene prácticamente cincuenta años de trabajo, están todo el tiempo diciendo: “Mire, mire cómo vive. Tiene una casa frente al mar, toma un buen vino”. Es bien difícil tomar un mal vino en Chile porque casi todo el vino en Chile es bueno. En fin, todo este coro de los cretinos de nuestro tiempo me tiene sin cuidado. Es un problema que en cierto modo refleja el subdesarrollo de nuestro país, la mediocridad de nuestro medio. Usted misma me ha contado que a Norman Mailer le habían pagado unos noventa mil dólares por tres artículos en una revista norteamericana. Aquí, si un escritor latinoamericano recibiera una compensación así por su trabajo despertaría una ola de protestas de los otros escritores, diciendo: “¡Qué abuso! ¡Qué malo! ¡Pero dónde vamos a parar!”, en vez de quedarse todo el mundo contento de que un escritor pueda alcanzar tales hono­rarios. Bueno, como digo, estos son males del llamado subdesarrollo cultural.

¿No será esa acusación más intensa por pertenecer usted al Par­tido Comunista? 

Precisamente ese es el valor de una posición como la mía. El que no tiene nada, ya se ha dicho muchas veces, no tiene nada que perder sino sus cadenas. Y yo arriesgo a cada momento mi vida, mi persona, lo que tengo, mis libros, mi casa, todo esto lo pongo en juego para defender el futuro y la justicia. Mi casa ha sido incendiada, yo he sido perseguido, he sido más de una vez detenido, he sido exiliado, se me ha declarado incomunicado, he sido buscado por todas partes por mil policías. Muy bien, pues. Yo no me acomodo con lo que tengo. Lo que tengo lo pongo a disposición de la lucha popular. Esta casa en que usted está pertenece desde hace veinte años al Partido Comunista de Chile a quien se la he regalado por escritura pública. Yo estoy en esta casa simplemente por una decisión de mi partido, por la generosidad de mi partido. Estoy usufructuando de un bien que no me pertenece puesto que lo di, así como todas las colecciones, y todos los libros, y todos los objetos que hay en esta casa. He regalado más de una biblioteca entera a la universidad. He regalado también la casa en que actualmente viven algunos de los dirigentes de mi partido. Vivo con el producto de mis libros. No tengo ahorros, no tengo nada de qué disponer sino de lo que me pagan por mis libros cada mes. Se acabó ahí. Muy bien, que los que me reprochan hagan lo mismo y que dejen por lo menos sus zapatos en alguna parte para dárselos a otros.

¿No será otra de sus donaciones la Fundación Cantalao, una ciudad de escritores en Isla Negra? 

Últimamente he logrado adquirir, pagándolo a plazos, un terreno grande al lado del mar para que los escritores en el futuro puedan pasar su veraneo y hacer su obra creadora en un ambiente de extraordinaria belleza, como lo será la Fundación Cantalao. Será dirigida por gente de la Universidad Católica, dela Universidad de Chile y de la Sociedad de Escritores. Será una fundación para que los escritores becados puedan vivir por un año con el producto de mis derechos de autor, disfrutando de una casa común para reuniones y actos además de cabañas individuales para trabajar.

A usted le atribuyen un antagonismo con Borges… 

El antagonismo que se me atribuye con Borges no exis­te en el fondo, puede existir en forma intelectual y cultural por nuestra diversa orientación. Uno se puede pelear en paz. Pero yo tengo otros enemigos, no los escritores. Mis enemigos son los gorilas, para mí el enemigo es el imperialismo, y son los capitalis­tas y son los que dejan caer el napalm en Vietnam. Pero no es Borges mi enemigo.

¿Qué opina de la literatura de Borges? 

Es un gran escritor, y caramba, estamos muy orgullosos la gente de habla española de que exista Borges, sobre todo la gente latinoamericana, porque antes de Borges teníamos muy pocos escritores que podían afrontar la comparación con los de Europa. Hemos tenido grandes escritores, pero un escritor de tipo universal, como Borges, se da muy poco en nuestros países. El ha sido de los primeros. No puedo decir que ha sido el más grande, y ojalá que sea cien veces superado por otros, pero de todas maneras él abrió la brecha, la atención, la curiosidad inte­lectual de Europa hacia nuestros países. Eso es todo lo que puedo decir. Pero yo pelearme con Borges, porque todo el mun­do quiere hacerme pelear con Borges, no lo haré nunca. Que piense él como un dinosaurio, no tiene nada que ver con mi pen­samiento. Él no entiende nada de lo que pasa en el mundo con­temporáneo y piensa que yo tampoco entiendo. Entonces, finalmente, esta­mos de acuerdo.

El domingo lo visitaron unos jóvenes argentinos que cantaron, acompañándose por guitarras, una milonga de Borges. Creo que eso le gustó mucho. 

La milonga de Borges me gustó muchísimo, sobre todo es un ejemplo, que un poeta tan hermético, un escritor, digamos tan sofisticado, o tan intelectualista, se vuelque a un tema popu­lar haciéndolo de una manera tan certera y verdadera. A mí me gusta mucho la milonga de Borges y me parece que debieran imitar su ejemplo muchos de los poetas latinoamericanos, ya que casi todos los nuestros tenemos la misma preocupación popular y tradicional.

A usted también le han pedido que escriba letra de milongas. ¿Lo hará? 

No creo, no es una forma de mi país, es una forma del Río de la Plata, por lo tanto yo no la conozco bastante. Para hacerlo tiene uno que dominar ese estilo popular, tiene que estar de acuerdo con el pueblo de uno, con las raíces de nacionalidad y de vida.

¿Qué es lo que más recuerda de su vida personal, política y literaria? 

No sé. Los recuerdos más intensos de mi vida posible­mente son los recuerdos de mi vida en España. Una gran fraternidad de poetas, una gran amistad con muchos de ellos, una acogida tan fraternal y de tanta calidad que yo no había cono­cido en este mundo nuestro americano, tan lleno de alacraneos, como se dice en Buenos Aires. Después, fue terrible para mí ver toda esa república de compañeros, de amigos, ese estado de co­sas, ese reino, destrozado por la guerra civil, que me mostró la terrible realidad de la opresión y del fascismo. Mis amigos fueron dispersados por la guerra, algunos fueron exterminados allí mismo, como García Lorca, como Miguel Hernández, otros murie­ron en el destierro y otros continúan en el destierro. Toda esta faz de mi vida fue rica en acontecimientos, en emociones profun­das y en cambios decisivos en mi propia historia y en la evolu­ción de mi vida.

¿Es entonces España el país más fundamental en su vida? 

El país más fundamental para mí es mi país. Pero tal vez, después de Chile, España es lo que ha tenido más importan­cia. No sé cómo estará ahora, debatiéndose todavía en el final de Franco. Nunca he podido volver a ella con plenitud. Sólo he pasado por sus puertos.

¿Le permiten la entrada? 

No se me prohíbe la entrada de una manera oficial. Al contrario, en una ocasión fui invitado por la Embajada de mi país para dar recitales. Parecía entonces que todo estaba alla­nado en cuanto a las visas. Es muy posible que se me deje en­trar. No quiero discutir este punto porque hasta puede ser una conveniencia del gobierno español, que quería mostrar algún sentido democrático al permitir la entrada de quienes tan fuertemente lo han combatido. No sé. Me han impedido entrar a tantos países y me han expulsado de tantos otros que verdadera­mente este es un asunto que ya no me causa la irritación que me produjo al principio. Con el tiempo estas cosas también se han suavizado. Muchas de las medidas que se tomaron en mi contra para hacerme salir de un país han sido cambiadas y abolidas. De toda manera, ha dejado de producirme una viva picazón el hecho de que me dejen entrar o que no me dejen entrar en una parte o en otra.

En la Oda a Federico García Lorca, escrita antes de que él muriera, usted predecía en cierta forma su trágico fin. 

Sí, es extraño ese poema, parece que estuviera vatici­nando en algún modo su muerte, siendo que Federico era una persona tan feliz, era una criatura dichosa. Muy pocos seres he conocido como él. Era la encarnación, no diremos del éxito, sino del amor a la vida. Gozaba cada minuto de su existencia, era un gran despilfarrador de alegría. Por eso ese ha sido uno de los crímenes más imperdonables del fascismo.

Usted siempre lo menciona en sus poemas, como también a Miguel Hernández. 

Hernández era como un hijo, era un poco mi discípulo en poesía. Vivía prácticamente en mi casa donde comía casi todos los días. Ahí se probó la mentira que ha rodeado la muerte de Federico García Lorca, la mentira oficial que ha pretendido dar como causa de este crimen los primeros momentos de confu­sión de la Guerra Civil, que naturalmente existieron. Pero, de ser así, ¿por qué entonces el gobierno fascista de España man­tuvo durante tanto tiempo en la prisión, después del asesinato de Federico García Lorca, al más extraordinario de los poetas de las nuevas generaciones que fue Miguel Hernández? ¿Por qué lo mantuvo hasta la muerte en su prisión? ¿Por qué se negó aun a trasladarlo a un hospital, como lo propuso la Embajada de Chile? La muerte de Miguel Hernández es también un asesinato.

De su estadía en el Oriente, ¿qué es lo que más recuerda? 

Mi estadía en el Oriente fue en cierto modo un encuen­tro para el que yo no estaba preparado. Me abrumó el esplen­dor de aquel continente que yo no conocía y al mismo tiempo me sentí desesperado, porque era muy largo el plazo de mi vida y de mi soledad. Y muchas veces me pareció que estaba encerrado en una interminable película a todo color, maravillosa, pero que nunca me permitirían salir de esa película que conti­nuaba una eternidad. Yo no tuve el misticismo que guía a mu­chos sudamericanos y a muchos otros a la India. Supongo que la gente que va a la India a buscar una respuesta religiosa a sus inquietudes verá las cosas de otro modo. A mí me conmovió pro­fundamente aquel gran estado, aquella inmensa nación tan iner­me, tan indefensa, amarrada al yugo de su imperio. La cultura inglesa misma, por la cual siempre tuve extraordinaria predilec­ción, me pareció a veces nefanda por ser también un instrumento de sumisión intelectual para muchos de los hindúes de aquella época. También me mezclé con la juventud rebelde del continente y, a pesar de mi cargo consular, frecuenté a todos los revolucionarios. Estuve al tanto del gran movimiento que iría a producir más tarde la independencia de la India. En aquellos años de 1928 me tocó conocer (aunque sólo cambiando unas pa­labras y un saludo) a Nehru, a su padre el Pandit Motilal Nehru y a Subhas Chandra Bose, uno de los hombres más interesantes de la época revolucionaria de la India, que guiado por su intensísimo patriotismo se puso durante la última guerra del lado de los japoneses. Era el espíritu de muchos de estos independentis­tas de la India y de los imperios coloniales en el Asia. A ellos les daba tanto un dominador como el otro. Creían que cambiando de colonizadores tendrían la oportunidad de dividirlos. No puedo juzgar a Subhas Chandra Bose a pesar de que en ese momento el Japón era un aliado de Hitler. Su memoria es aún muy respe­tada en la India. También conocí estudiantes anónimos, maes­tros y escritores, no sin dificultades, porque ellos también desconfiaban de mí. Desconfiaban de todo y tenían razón. En una lucha tan grande cada uno debe tener los ojos abiertos.

¿Fue en la India donde escribió Residencia en la tierra

Sí, pero la India no ha tenido influencia intelectual en mi poesía.

¿También desde allí escribió esas cartas tan conmovedoras al argentino Héctor Eandi? 

Sí, esas cartas fueron un gran episodio en mi vida. Ese escritor argentino, a quien yo no conocía personalmente, se hizo cargo, como buen samaritano, de tenerme al tanto de las noticias; él me mandaba periódicos en esos momentos de gran soledad. Temía yo hasta de perder contacto con el idioma porque estaba rodeado de gentes que hablaban otras lenguas, y por meses y meses, o por años, no encontraba con quién hablar en español. Me acuerdo que en una carta a Rafael Alberti le pedía un dic­cionario español, que no se encontraba en la India. También puedo decir que por semanas enteras no veía a un solo ser hu­mano.

¿Fue a la India por propia voluntad? 

No, yo llevaba un puesto de cónsul, pero era un puesto de pequeño cónsul, de esos cónsules que no tienen sueldo. Yo vivía en gran pobreza y también en la soledad más grande.

Ahí usted tuvo ese gran romance con Josie Bliss, a quien menciona en muchos de sus poemas. 

Sí, Josie Bliss fue una mujer que dejó una huella bastante profunda en mi poesía. La he recordado siempre, aun en los últimos libros.

¿Su obra está muy ligada a su vida personal? 

Naturalmente, la vida de un poeta tiene que reflejarse en su poesía. Esta es la ley del oficio y una ley de la vida.

Usted es uno de los poetas más traducidos, como a treinta idiomas. 

No los he contado nunca, pero sí sé que se han traducido en varios sitios.

¿En qué idioma cree que están mejor traducidos? 

Yo diría que en el italiano, porque hay una similitud de valores entre los dos idiomas. Tanto el inglés como el francés, que son los dos idiomas que conozco fuera del italiano, no corres­ponden con el idioma español ni en la vocalización, ni en la colocación de las palabras, ni en el color, ni en el peso de ellas. Es decir que la estabilidad de un poema que se escribe en español con derroche o economía verbal, pero que tiene una medida y una manera de posar cada palabra, no encuentra su equivalente.

Siete voces, 1974


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