sábado, 30 de abril de 2016

Juan Felipe Robledo / La poesía de Jorge Cadavid / Las huellas del pensaminento y el lenguaje de la brevedad

Jorge Cadavid
Bogotá, 2016
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Juan Felipe Robledo
LA POESÍA DE JORGE CADAVID
LAS HUELLAS DEL PENSAMIENTO 
Y EL LENGUAJE DE LA BREVEDAD
La poesía de Jorge Cadavid (1962) manifiesta una vocación por decir lo esencial en un lenguaje austero, creando un mundo que nace de un ojo que se detiene en el detalle amado, y sus versos tienen una acendrada vocación por lo reflexivo y, al mismo tiempo, permiten la creación de un espacio privilegiado para la imagen desnuda, que le da a su mundo poético esa desnudez y encanto propio que los lectores de poesía han valorado en los últimos años.


En sus poemas nos encontramos con un universo habitado por asombros y certezas, resultado de un hondo bucear en las posibilidades y límites del lenguaje para decir aquello que apenas sospechan las palabras que puede ser dicho, y nos ofrece una visión religiosa del mundo, más allá de cualquier definición doctrinal: pretende hacer que el ojo se pasee por la naturaleza y nos devuelve a nosotros plenos del mundo y, al mismo tiempo, nos hace penetrar en aquello que nos constituye de manera más íntima.

La naturaleza que se hace cultura o la cultura transmutada en realidad natural es uno de los asuntos y ejes temáticos más apasionantes que recorren la voluntad de composición de los poemas de Jorge Cadavid, y en sus textos podemos descubrir una de los más hermosas y sugestivas insinuaciones que esta poesía del despojamiento y la imaginación, la atención cuidadosa del botánico y la labor del poeta, identificadas y comprendidas con sus matices, nos ofrece.
           
La voluntaria humildad de esta mirada poética, la forma como se detiene en las en apariencia sencillas cosas del mundo no puede llevarnos a engaño: se trata del camino del austero observador que no quiere prescindir de ningún elemento para dar cuenta de la naturaleza íntima del mundo, y así mostrarnos su fundamental misterio. 

El poeta sabe que la realidad toda está habitada por presencias que su mente no puede mostrar del todo, pero de otra forma está convencido de la capacidad que tienen las palabras para convocar esa zona de opacidad en la cual se define la lucha del poema por hablar de lo indecible, aquello que está frente a nosotros y no sabemos ver, sino gracias al poder de convocación del lenguaje.

Uno de los atributos esenciales de esta poesía es que se sirve de la inteligencia pero siempre reconociendo que lo decisivo no se resuelve por un simple acto de cognición, y le permite al lector vislumbrar ese sitio único, alado, en el que lo esencial parece ofrecernos otra nueva conquista cada vez, una que no es reductible a los logros del pensamiento, aunque se ha valido de ellos para llegar a ser en el mundo. Convocando la visión de una de las Adagia de Wallace Stevens, la poesía de Jorge Cadavid pareciera responder a este aserto: “El poeta representa la mente en el acto de defendernos de ella misma.”

La lección de la poesía china y japonesa, la lectura de los místicos alemanes y flamencos, los nombres luminosos de Angelus Silesius y Matsuo Basho, la poesía sufí, son las fuentes de las que beben los poemas de Jorge Cadavid, pero esta poderosa tradición de la reflexión y la contemplación no agota sus semilleros creativos. En sus versos conviven las artes del botánico y el naturalista, la paciencia del hortelano y la pericia del orfebre, en ese sugestivo y silencioso tejido que se va desplegando frente al lector, y que lo hace sentir cerca a una palabra leve, cantarina, luminosa, capaz de ofrecerle un rostro inédito de la realidad y llevarlo a disfrutar de la placidez y la alegría que trae “el viento en los álamos del río”, tal y como lo cantara don Antonio Machado.

Bogotá, 23 de abril de 2016




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