sábado, 16 de abril de 2016

El sorprendente secreto de Andrew Wyeth

Helga on her knees
Andrew Wyeth

El sorprendente secreto de Andrew Wyeth


Uno de los maestros de la pintura norteamericana revela la existencia de 246 obras desconocidas



Andrew Wyeth, admirado por unos como uno de los grandes maestros de la pintura norteamericana de este siglo, y disminuido por otros a causa de una concepción de la pintura en la que "los personajes no llevan relojes de pulsera", ha causado un gran revuelo en el mundo del arte de Estados Unidos al revelar la existencia de una serie -completamente desconocida hasta ahora- de 246 cuadros. Casi todos tienen una sola modelo: Helga, una mujer de origen alemán, hoy madre de cuatro hijos, a quien el pintor retrató con la intensidad que le define.
Andrew y Betsy Wyeth son la imagen misma de la sencillez cuando reciben a un visitante en el faro que consideran su hogar, en Southern Island, un refugio en la costa de Maine (Etados Unidos). Moreno y con buen aspecto, Wyeth, de 69 años, viste un jersei beis de marinero y unos pantalones de tela cruda, también beis. El cabello, entre rubio y plateado, lo lleva corto.Wyeth ha estado afuera pintando, toda la mañana, tal y como ha hecho cada mañana desde hace 50 años. "Soy como una prostituta", asegura riendo, "nunca estoy fuera de servicio". Mientras él habla con el periodista, Betsy, su mujer, de 64 años, bulle por los alrededores desviando las llamadas de teléfóno dirigidas a su marido. Cuando los dos posan para el fotógrafo, lo hacen con gusto. Él se arrodilla y le pide matrimonio, y ella dice: "Aquí estamos, una pareja de viejos supervivientes". Lo son, ciertamente; llevan 46 años juntos como marido y mujer. "Yo era un ladrón de cunas", admite cuando habla de la mujer que conoció cuando ella tenía tan sólo 17 años.





La entrega que demuestran el uno hacia el al otro está completamente entrelazada con su devoción compartida por el trabajo de Andrew: la precisa, meticulosa y compasiva visión que ha convertido a Wyeth en un personaje adorado por los norteamericanos que visitan los museos y en un irritante anacronismo para el mundo del arte. Por eso los Wyeth se ven ahora obligados a escapar, con gracia y un sorprendente buen humor, de la tormenta publicitaria que estalló en torno suyo, a principios de este mes, a causa una serie de notas de prensa lanzadas para hacer publicidad de una exclusiva de la revista Art and Antiques.
Se trataba realmente de una exclusiva. Durante 15 años, de 1970 a 1985, Wyeth trabajó en secreto en una enorme cantidad de obra: 246 piezas en total, entre las que se incluyen apuntes, estudios, dibujos, 32 acuarelas, 12 obras con brocha seca y cinco cuadros al temple. Ni siquiera su mujer estaba al corriente de la magnitud del trabajo. Además, casi todas las obra eran sobre una alemana de mediana edad a la que Wyeth identifica tan sólo como Helga, y que vivía cerca de la casa de invierno del pintor, en Chadds Ford, en el Estado de Pensilvania.
El artista y la modelo se citaron en diferentes lugares a lo largo de los años, y los cuadros resultantes, muchos de ellos desnudos, están definidos por una intensidad al mismo tiempo cínica y erótica. Allí estaba el tesoro escondido de un artista mayor, el miembro más sacralizado de la dinastía reinante en el arte norteamericano, exhibiendo un vigor nuevo en el último tramo de su carrera.




Helga, protegida
Pero los secretos, apilados encima de más secretos, despedían un fantástico brillo que no estaba en la pinturas, y los Wyeth, a sabiendas o no, le añadían aún más resplandor. La decisión de Andrew de proteger la identidad de Helga consiguió, además, que los sospechosos lo fueran aún más. La revista Art and Antiques explica que cuando le preguntaron a Betsy Wyeth sobre qué trataban las obras y por qué su marido las había mantenido secretas, ella se lo pensó un buen rato y, tras una pausa, respondió: "Amor".
¿Quería decir Betsy que el artista, conocido por sus continuas e íntimas relaciones con los sujetos de sus cuadros, mantenía una relación amorosa con su modelo? ¿O tal vez Betsy hablaba así en público como parte de una elaborada estrategia para aumentar el interés de los medios de comunicación, y conseguir aumentar tanto el precio de los trabajos como la reputación y el valor artístico y la preeminencia de Wyeth?
No se han producido respuestas definitivas a esta pregunta, pero la incidencia de esta historia en la imaginación popular prueba que Wyeth sigue siendo el único artista cuyo estilo y personalidad puede deslumbrar a los norteamericanos
En 1948, el cuadro Christina's World, un paisaje de Wyeth en el que se veía una granja, una colina y la torturada figura de una jovencita al pie de la colina, se convirtió en parte indeleble del vocabulario visual de Estados Unidos de la posguerra, e hizo de Wyeth, de 32 años, una estrella.
Sin embargo, Christina Olson, la vecina de Wyeth en Cushing, no era ninguna niña, ya que tenía 55 años por aquel entonces; nada que ver con una delicada sílfide. Ni siquiera llegó a posar para la famosa pintura; el torso de la figura es el de su mujer, Betsy. Pero se trataba de un trabajo honesto en lo esencial, y definió el mundo de Wyeth como un lugar de grandeza fisica y dolor psíquico.
Christina's World sirvió también para establecer la obsesiva fidelidad de Wyeth a la gente que pintaba. Tal como decía recientemente el artista: "Cuanto más estoy con un objeto, sea una modelo o un trozo de paisaje, más empiezo a ver lo que no apreciaba".
Wyeth utilizó a Cristina y a su hermano mayor, Álvaro, como modelos, entre 1940 y 1968; a Anna y Karl Kuerner, sus vecinos en Chadds Ford, de 1948 a 1979; a la adolescente Siri Erickson, otra de las residentes de Cushing, de 1967 a 1972. Las pinturas en que aparece esta última fueron escondidas también hasta que Siri cumplió 21 años, y su aparición en 1975 fue la causa de un revuelo parecido a lo que ha sucedido ahora con las pinturas de Helga. Siri, que ahora tiene 32 años y es madre de dos niñas, no recuerda ninguna molestia ni vergüenza por haber posado desnuda para Wyeth cuando tenía 13 años. "Se concentraba totalmente en su trabajo, era como si una fuera un árbol", asegura; "es una persona corriente, normal. Pinta muy bien, pero es, simplemente, Andy".
Hombre de una estudiada reserva, Wyeth se describió una vez a sí mismo como "un bastardo secreto". Destruye gran parte de su trabajo o bien pinta sobre lo ya hecho. "Algunas veces", dice, "hay cuatro o cinco cuadros debajo de la pintura". Asegura también que ha llegado a meter acuarelas en tubos de metal y luego los ha enterrado. "Pienso en el tesoro enterrado del capitán Kidd. Puede que lo encuentren y puede que no". Pero Wyeth nunca había enterrado un tesoro tan rico y por tan largo tiempo como el botín de Helga. De alguna manera, además, consiguió mantener completamente separadas a la modelo y a su mujer, a pesar de que Helga trabaja como cocinera y empleada del hogar en casa de Caroline, la hermana de Wyeth. Pero Betsy asegura que nunca visita a su cuñada. "Nunca la he conocido, nunca", dice Betsy de Helga.




Una persona secreta
En mayo de 1985, Wyeth se refirió finalmente a la colección Helga en una entrevista concedida a la revista Art and Antiques. Aquel verano Betsy se reunió con su esposo en el aeropuerto de Rockland, y en el viaje hacia la casa, Wyeth le contó la historia.
La noticia la sorprendió demasiado, asegura Betsy. "Es una persona muy secreta. Él no se mete en mi vida y yo tampoco en la suya, y ha valido la pena".
Durante 15 años estuvo acabando y vendiendo otros cuadros a su ritmo habitual de dos o tres por año. Incluso incluyó alguna pista de la colección Helga. Algunos de sus amigos creen ahora haber visto alguna de las pinturas.
Poco después de revelar la existencia de la colección a su mujer, que es su indiscutible marchante, ambos decidieron buscar un comprador que mantuviera juntas las 240 piezas restantes. Lo encontraron muy cerca. Leonard E. B. Andrews, un editor de Dallas, accedió a pagar una suma de varios millones de dólares por ella, así como por sus derechos de reproducción. Andrews describe arrebatadamente su colección como "un tesoro nacional".
Thomas Howing, director de la revista Connoiseur, y uno de los empresarios más importantes en el campo de las bellas artes, proclama que la colección es "única en la historia del arte".
Sin embargo, no se puede hablar de unanimidad cuando se discute la estatura de Wyeth. Algunos críticos de Manhattan lo encuentran completamente irrelevante. "La filosofía de Wyeth es de Almanaque del pobre Richard", desliza Henry Geldzahler, antiguo especialista en arte del siglo XX en el Museo Metropolitano de Nueva York. "Sus cielos no tienen rastros de humo y sus personajes no llevan relojes de pulsera".
También, por supuesto, el mundo del arte hierve con especulaciones sobre lo que no está en las telas. Sus amigos debaten abiertamente sobre si Wyeth le ha sido fiel o no a su mujer. ¿Por qué mantuvo escondida la colección a su esposa? ¿Por qué esperó tanto tiempo para hacerla pública? Según el artista George Segal, "en todos los artistas existe un angustioso dilema entre querer mantener su obra en privado y querer enseñarla. Es una guerra interna. Enseñar nuevas obras es como bajarse los pantalones en público".
Pero alboroto de la polémica se aquieta en el silencio que estos retratos inquietantes requieren para ser contemplados. La especulación sobre cómo fue su relación con Helga se convierte en fascinación cuando se ve el desarrollo de las ideas y las emociones en los trabajos finales. Los motivos de Wyeth se pierden en el oscuro nexo en el que la pasión se encuentra con la habilidad artesana. Helga es una chica delgada y bella que duerme; las líneas sugerentes la idealizan, y sin embargo respira juventud y posibilidades.
En cuanto a los vecinos, tan seguros están de descartar cualquier acusación de infidelidad que se prestan a divertir -y divertirse- con la posibilidad de que todo sea un montaje de Wyeth. "Todo esto puede ser perfectamente un montaje", piensa Karl J. Kuerner III. Un empleado del Museo Brandywine lo llamaba "el mejor truco que jamás he visto".
Los periodistas consiguieron localizar la casa de Helga y supieron que su nombre es Helga Testorf, tiene 54 años, está casada y tiene cuatro hijos y dos nietos. Fugitiva de su súbita popularidad, no pudo ser localizada. Al parecer, se encuentra muy molesta por el tumulto levantado por las pinturas, si bien "piensa que son bellísimas".

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