Jeffrey Eugenides
MIDDLESEX
Por José Angel Barrueco
Jeffrey Eufenides nos asombró a muchos lectores con su primera novela, Las vírgenes suicidas. No le va a la zaga su segundo libro, este ambicioso Middlesex, que cuenta la historia de un hermafrodita, Calíope Stephanides, de origen griego, pero nacido en Estados Unidos. El aspecto más interesante es que el narrador (el propio Cal) desvela primero la historia de sus antepasados: sus padres, sus tíos y sus abuelos, que ocultan un secreto que queda atrás, en la región que atacan los turcos, Esmirna. Como hábil narrador de una saga familiar, Eugenides emplea la tragicomedia, y así el humor suaviza los pasajes más duros y la crudeza vuelve más creíble los pasajes más inverosímiles. Me atrevería a decir que estamos ante una obra maestra, inspirada en los clásicos griegos, con alusiones a Buñuel y a Europa que convierten a este escritor en, quizá, el más europeo de los narradores americanos.
Middlesex se disfruta de principio a fin, y resulta difícil soltar el libro, poblado de personajes e historias interesantes: dos hermanos que se enamoran entre ellos, el ataque de los turcos, la huida en barco, el modo de prosperar en Detroit, los disturbios raciales, el primer amor, el doble problema de ser una adolescente que se está convirtiendo en un chico sin que nadie lo sepa, una abuela que predice el sexo del no nato colocando una cuchara sobre el vientre...
Acaso la única pega sea la fijación obsesiva de Eugenides por el detalle. Todo es nombrado. Si habla de un personaje, detalla su ropa, nombra las marcas de los zapatos, de la camisa y de la marca de tabaco que fuma, no olvida ninguno de los elementos del escenario que lo rodea, recuerda la Historia de una ciudad o de un personaje real, especifica tanto que apenas queda nada que pueda imaginar el lector. Ahí reside su mayor talento y quizá su flaqueza, al mismo tiempo. Algunos lectores quizá se cansen de esa obsesión por abarcarlo todo. Yo estoy deseando que escriba su tercera novela. Porque sus dos únicos libros me parecen inolvidables.
[Nota: olvidé, injustamente, mencionar a su traductor, Benito Gómez Ibáñez, quien ha traducido a Carver, Auster, McEwan, Capote, entre otros. Y hay que reconocer que ha hecho con Eugenides una labor de titán; una traducción impecable]
¿LA NOVELA MÁS GRANDE DEL AÑO?
Por Leandro Pérez Miguel
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Sin duda es una de las más grandes novelas del año. Ahora bien, ¿por su calidad literaria además de por su extensión? Las seiscientas y pico páginas de ‘Middlesex’ (Anagrama), la muy esperada segunda novela de Jeffrey Eugenides, aparecida nueve años después de ‘Las vírgenes suicidas’, fueron acogidas en Estados Unidos, el país natal de este narrador de origen griego, nada menos que con el Premio Pulitzer. En España a la mayoría de los críticos les han cautivado las andanzas de Cal Stephanides y sus ancestros. Pero no a todos.
En cualquier caso, parece evidente que esta narración cuenta con un principio memorable, porque tres críticos literarios lo reproducen en sus reseñas. Así arranca ‘Middlesex’: “Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974”.
Bien, uno de los que citan esas palabras, Antonio Fontana, de ‘Abc’, comienza su crítica con esta exclamación: “¡Madre mía, qué novela! Calificarla de impresionante sería poco”, y la termina con este vaticinio: “El resultado es una novela sobresaliente, poderosísima, que no es de extrañar que mereciera el Premio Pulitzer. Por el camino que va, lo que le concederán a Eugenides es el Nobel. Seguro”.
Una ficción mamut
Su tocayo Antonio Lozano, de “Qué Leer”, no le va a la zaga, como se advierte en esta larga y bien resuelta pregunta: “¿Qué mejor muestra de salto evolutivo que pasar de una faluca –en forma de novela corta, intimista y de macabra dulzura sobre un quinteto de ángeles de la muerte–, de una enlutada y poética pieza de cámara, a un petrolero de casi setecientas páginas –léase fresco hiedra, voraz y musculoso que rastrea las anomalías de un revoltoso y transgresor ADN griego a lo largo de casi un siglo–, a una composición wagneriana, sin sobresalto alguno, dando una portentosa lección de magisterio literario?” Según Lozano, “apenas sale, al año, media docena de ficciones mamut tan gozosas, tan perfectas”.
También ensalza este libro el escritor Ignacio Martínez de Pisón, que dijo en “El País”: “La genealogía literaria de Eugenides es sin duda impecable, pero lo que hace de ‘Middlesex’ una novela deslumbrante es su singular intimidad con el alma humana. ‘Middlesex’ es, en todos los sentidos, una novela grande, grandísima”.
¿Un clásico?
Estamos, pues, ante todo un novelón. ¿O no? A juicio de Sergi Sánchez, de “El Periódico”, Eugenides ha fracasado al alumbrar “una novela condos cabezas que nunca se miran a los ojos”, o dos novelas en una: “Ambiciosa y decepcionante, voluptuosa y fallida, épica y defectuosa, ‘Middlesex’ parece estancarse en su propio discurso sobre la vida como un eterno conflicto entre opuestos sin saber cómo integrar y fundir dos novelas que siempre discurren olvidándose del ritmo y las necesidades mutuas”.
Más reparos. Diego Doncel, de “El Cultural”, añade que Eugenides no siempre llega literariamente en ‘Middlesex’ tan lejos como en ‘Las vírgenes suicidas’. Señala que “se desliza en muy contadas ocasiones a una escritura excesivamente plana” y que por el “anhelo de escribir la Gran Novela Americana resulta algo confusa la pertinencia de tanto detallismo familiar y tanto laberinto intrahistórico, de igual forma que puede resultar inverosímil tanta omnisciencia en el narrador”.
No obstante, Doncel también elogia a Eugenides. Aunque no tanto como Jordi Galvés, de “La Vanguardia”, que hasta se refiere a él llamándole “el Coloso de Detroit”, que sostiene que ‘Middlesex’ es “un nuevo clásico, una novela excepcional, imprescindible”, y que asegura: “Por supuesto, es ésta la gran novela, la última gran novela americana tantas veces anunciada con indisimulado anhelo, pero precisamente por ello es también la gran novela europea, la gran novela de nuestra cultura desorientada, convulsa y entusiasta, la gran novela de un tiempo, el nuestro, enamorado del futuro”. Por grandeza, que no quede.
MIDDLESEX
Por Pedro Jorge Romero
Pensaba que este libro no me iba a gustar. La razón por la que llegué a pensar tal cosa se me escapa. Quizá por tratarse de una novela literaria, que tienden a estar muy bien escritas y a contar bien poco. Pero claro, el autor no es español, y su primero novela, Las vírgenes suicidas, me había gustado mucho, por tanto ¿a qué pensar tal cosa?
El libro tiene un gran componente histórico. En particular, el trasfondo de la guerra entre Turquía y Grecia. Como la novela histórica no me suele gustar, quizá pensé que me resultaría aburrido. Nada más lejos. Las 100 primeras páginas de la novela son magníficas, llenas de humor, sensibilidad, inteligencia y habilidad. A Eugenides le gusta lo extraño y no vacila en dar un giro a todas las situaciones en cuanto se acercan a terrenos más familiares. Probablemente lo que más me guste hasta ahora sea la gracia con la que está contada la historia y el carácter más bien oblicuo y remoto del protagonista. En realidad, no parece ser tanto su historia como la historia de un gen (hay muchas referencias a la genética e incluso a Wilson); el gen responsable de su condición y que parece ser especialmente común en su familia.
En el comienzo la novela recuerda un poco a Tristam Shandy. No hay ningún reloj, pero sí mucha preocupación por el tiempo, porque unos padres están intentando tener una hija en lugar de un hijo a cuenta de las diferencias de velocidad entre unos espermatozoides y otros.
No voy a decir que las 100 primeras páginas compensen comprar la novela (después de todo, cuenta unos escandalosos 24 euros), pero las he disfrutado mucho. Veremos cómo sigue el resto.
De la contraportada:
Cal Stephanides es agregado cultural en la embajada de los Estados Unidos en Berlín. Enamorado de una mujer pero temeroso de lo que pueda suceder en el momento de la verdad, cuando caen las máscaras, velos y vestiduras, decide, ya en “la mitad del camino de la vida”, contar su historia, revelar su secreto. Porque Cal, como Tiresias, ha vivido como mujer y como hombre. Todo comienza en 1922, cuando Desdemona y Lefty Stephanides, los abuelos de Cal, que vivían en una pequeña aldea cerca de Esmirna y pertenecían a la comunidad griega de Turquía, huyen tras la guerra entre estos dos países. En el caso de la destrucción de Esmirna consiguen escapar con documentos falsos. Están enamorados y, en medio de un mundo que se derrumba, Desdemona finalmente accede a olvidar el tabú fundamental. Se casan en el barco que los lleva a los Estados Unidos y se instalan en América, en casa de su prima Lina y su marido. Y las dos parejas tendrán a sus hijos casi al mismo tiempo, y estos hijos, en un doble o triple juego de consanguinidades, se casarán y serán los padres de Cal. Que cuando nace es Calíope, y parece destinada a encarnar la leyenda que se contaba en secreto en la aldea de sus abuelos sobre esas niñas qeu cuando llegaban a cierta edad se transformaban en hombres.
Y así comienza la exuberante, inmensa, esperadísima segunda novela de Jeffrey Eugenides, un caleidoscopio de historias que abarca ocho décadas en la historia de una familia, que va de Asia Menor a Detroit y a Berlín y es uno de los intentos más ambiciosos y logrados de escribir ese inasible, oscuro objeto del deseo literario, la Gran Novela Americana. En esta ocasión, con magníficos ecos homéricos.
Por cierto, Anagrama tiene una de esas páginas web demenciales en las que todo es Javascript sin sentido ni razón, sólo porque se puede, queda más chulo y se paga más caro. ¿Cuándo van a aprender a poner las cosas un poco fáciles?
Middlesex
Visiones fugitivas, de abuelo Igor
Si hay algo bueno en el verano, es la posibilidad de merendarse un libraco de seiscientas y pico páginas en poco menos de una semana. Normalmente, una novela como “Middlesex” me habría llevado lo menos 15 o 20 días de robar momentos a mis ocupaciones, mientras que en pleno mes de agosto puedo hacer de ella mi ocupación principal... e incluso hartarme de tanta lectura y echar de menos ocupaciones más activas. Pero así de puñeteros y quejicas somos.
Soy consciente de que los libros largos no tienen buena prensa, que se los considera desde un punto de vista mercantil como artículos artificialmente hinchados cuyo fin es aumentar las ganancias netas de los libreros, pero he de confesar cierta debilidad hacia el placer de flotar en una novela-río o novela-mar, en dejarte llevar en un larguísimo viaje en el tiempo y no preocuparte por llegar a tu destino en el mínimo tiempo posible.
Además, hay ciertos tipos de novela que no caben en una extensión pequeña. A medida que iba leyendo “Middlesex”, le iba encontrando parentescos entre mis lecturas anteriores. Esa saga familiar, pródiga en personajes y situaciones vívidos y un punto chuscos, vehiculada a través de un protagonista inusual y extravagante, un punto escabrosilla, simbólica y sintomática de los tiempos históricos en los que se ambienta, y detallada hasta el delirio en un argumento que se diría claro al autor desde la primera palabra de su redacción, podríamos rastrearla desde Günter Grass y su “Tambor de hojalata” (por lo que da a entender la película, pues el libro aún lo desconocemos) hasta su amplia legión de seguidores entre los que contaría a Salman Rushdie o John Irving.
Pero Jeffrey Eugenides no parece tener el alma de polemista deRushdie o la propensión a escandalizar agradablemente a damas maduras de Irving. Su historia, la de Calliope Stephanides, nieta de inmigrantes griegos a los EEUU que descubre a los 14 años que su sexo, debido a una disfunción genética, es realmente masculino, no carece de posibilidades morbosas, pero Eugenides las soslaya o las transfigura en secuencias de notable elegancia elíptica, como episodios adicionales, e igualmente sintomáticos, de la saga histórica de los griegos estadounidenses.
Mediante una figura retórica por la que Callie, narrador(a) en primera persona del libro, pretende omnisciencia de todo lo sucedido a sus antecesores antes del nacimiento, asistimos a la epopeya de losStephanides desde que Lefty y Desdemona, primos, hermanos y amantes, huyen de los asentamientos griegos en Asia Menor y del incendio de Esmirna, cruzan el Atlántico hasta la ciudad de Detroit, fundan una familia que sólo ellos saben ilícita, y viven en persona, junto a sus parientes y descendientes, episodios como la Ley Seca y el contrabando de alcohol, la Segunda Guerra Mundial, la década de los disturbios raciales (que para Callie eran “la Segunda Revolución Americana”), la guerra del Vietnam, la contracultura de los 60 y 70 o el Watergate, al menos hasta que el narrador llega a la pubertad y el foco de atención son sus tumultos emocionales y hormonales, especialmente complejos dada la especial naturaleza del personaje.
La peculiaridad del libro reside en el contrapunto entre idiosincrasia étnica (Eugenides, descendiente de griegos y crecido en Detroit, habla de lo que conoce, aunque no abusa del color y sabor locales como a veces sí hace Rushdie), ingenio fabulador y descriptivo, y esa melancolía en tonos pastel del deseo suburbano adolescente que ya le había catapultado a la fama en “Las vírgenes suicidas”. Es fácil imaginar a la Callie adolescente, desgarbada, avergonzada y oculta tras una enorme mata de pelo, como un personaje de película“índie”, y a su ambiguo amor lésbico, el Oscuro Objeto, con los rasgos de unas jóvenes Kirsten Dunst o Chloë Sevigny. Pero sería una peli “indie”, amable y melancólica, con mucha cámara lenta y música “folk”, y no un festival de maldades a lo Todd Solondz. Claro que, si “Middlesex” fuese una peli, pocas secuencias antes habríamos tenido una persecución de contrabandistas de licores sobre un lago helado, en un alarde de surrealismo digno de los hermanos Coen, y un poco antes las escenas de la destrucción y desalojo de Esmirna, que habrían supuesto todo un desafío para los talentos épicos y dramáticos de un David Lean o del Robert Wise de“El Yang-Tsé en llamas”.
Esa variedad de registros es parte del considerable encanto de la novela, aparte de su voluntad de dejar los deberes bien hechos en cuanto a documentación. Motivos que aparecen en la novela, como el funcionamiento de las fábricas de automóviles en Detroit durante los años 20 y 30 y su singular política hacia los obreros inmigrantes, la fundación de la mítica Nación del Islam que llegó a liderar Malcolm X (y sobre la cual Eugenides, amparándose en las zonas de sombra de la historia, nos depara una revelación que algunos verían polémica), o , mucho más importante pero, por desgracia, demasiado breve para el interés del tema, los mecanismos de adaptación psicológica de una persona que lleva media vida viviendo y reaccionando como mujer y ha de aprender a ser hombre. Esto daba para un libro entero, pero el épico esquema de “Middlesex” no dejaba espacio... o quizá los informes sobre casos reales que el autor consultó no daban para más.
Defectos podríamos ver algunos más, como por ejemplo lo tópico de algunas figuras o situaciones (esa abuela que parece no ir a morir nunca y que jamás se levanta de la cama, por ejemplo), o el freno constante que Eugenides aplica a su imaginación, tal ver temeroso de caer en un realismo mágico de baratillo (aunque, cómo no, hay detalles de realismo mágico, puesto que lo fantástico es un elemento ya irrenunciable de la literatura), pero el balance final se me antoja muy positivo e incluso a menudo entrañable. La naturaleza doble e incompleta que la mayoría de nosotros arrastramos encontrará un cómplice de excepción en Callie/Cal, a lo largo de 600 páginas que a menudo corren el riesgo de sabernos a poco.
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