jueves, 7 de diciembre de 2017

Investigaciones del incrédulo Emmanuel Carrère

Emmanuel Carrère


Investigaciones 

del incrédulo Emmanuel Carrère

En su próxima novela, el escritor francés convierte a san Pablo y san Lucas en personajes. 'El reino' aborda la capacidad de contagiar la fe


Lorenzo Silva
4 de agosto de 2015


A grandes rasgos, existen dos tipos principales de novela histórica: la que podríamos llamar de trasfondo histórico, es decir, aquella en la que sobre el telón de fondo de una determinada época se nos narran las peripecias de personajes ficticios que se pretenden más o menos verosímiles; y la novela histórica propiamente dicha, en la que los personajes se corresponden con personas que realmente existieron y cuya caracterización se pretende más o menos fidedigna. También existe otra clase de novela, llamémosla seudohistórica, en la que el autor maneja hechos y nombres reales a su antojo, sin ningún reparo en tergiversar o amañar lo que le convenga, pero ésta no interesa aquí.
La novela histórica, en cualquiera de sus dos versiones expuestas, presenta una dificultad esencial: respecto de lo que no vemos o tocamos, y en especial respecto del pasado más o menos remoto, no tenemos más que conjeturas, mejor o peor fundadas; demasiado poco, en el mejor de los casos, para hacer esa clase de afirmaciones terminantes que el lector está habituado a esperar de la narración. La dificultad se agudiza cuando hablamos de novelas históricas en las que los protagonistas lo son también. Éste es el caso de la última novela de Emmanuel Carrère, Le Royaume (de próxima aparición en castellano bajo el título de El reino, publicada por Anagrama), que para más complicarse no versa sobre personajes cualesquiera. En rigor, los protagonistas de su libro vienen a ser nada menos que san Pablo y san Lucas, y al fondo otro, Jesús, al que, se reconozca o no su historicidad, no puede negarse su formidable influencia.





Entre las muchas virtudes de un libro por varias razones excelente, destaca la manera en la que el autor lidia con su complejidad sustancial

Entre las muchas virtudes de un libro por varias razones excelente, destaca la manera en la que el autor lidia con su complejidad sustancial. Ya en otros de sus libros, como El adversario o Limónov, había demostrado Carrère su maestría para acercarse a una historia real y un personaje existente sin colar en ningún momento sus hipótesis por hechos probados; dando al lector lo que es posible dar a partir de una documentación que siempre es incompleta y cuestionable, habituándole a convivir con la incertidumbre y en cierto modo invitándole a salir de su zona de comodidad para arriesgar sus propias suposiciones. Este ejercicio lo lleva ahora al extremo por la entidad de las figuras que comparecen en su relato, pero también porque se trata de seres marcados por la impronta de la fe, y cuya historia versa, justamente, sobre la capacidad de suscitar la fe en otros.
Ni san Pablo ni san Lucas conocieron a Jesús. San Lucas, todo un hallazgo como personaje literario, era un griego que no visitó Tierra Santa hasta su edad adulta, en un viaje que Carrère narra con singular pericia, planteando la posibilidad de que recabara de personas que habían conocido a Jesús informaciones que le llevaran a imprimir un especial carácter a su Evangelio. Con estos mimbres, Carrère, que inserta como es habitual en él extensos tramos de autoficción, referidos a su propia experiencia como católico creyente y practicante primero, y agnóstico declarado y sobrevenido después, levanta un monumental edificio narrativo que nos empuja a reflexionar (por cierto: desde el respeto siempre) sobre el hecho de la creencia y la increencia; sobre el dogmatismo férreo, representado por Pablo, y la duda que lleva a conceder espacios al contrario, de la que atisba aquí y allá destellos en Lucas. Un argumento que, incorporado a una historia de hace 20 siglos, no puede ser más contemporáneo.










Investigaciones del incrédulo Emmanuel Carrère


La fe no está probado que mueva montañas, pero sí que ha movido y mueve la Historia. De todos los pasajes enjundiosos que contiene el libro, permítaseme escoger uno y, a falta aún de la edición española, traducirlo directamente del original: “No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya regresado de entre los muertos. Simplemente, que eso pueda creerse, que yo mismo lo haya creído, me intriga, me fascina, me descoloca, me perturba (no sé qué verbo es más apropiado). Escribo este libro para no creerme que sé más, no creyéndolo, que aquellos que sí lo creen y que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no darme la razón”. Admirable. Amén de necesario.


EL PAÍS





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