sábado, 9 de diciembre de 2017

Carlos Boyero / Carrère



Carrère

Carrère habla en 'El Reino' de su conversión temporal al cristianismo en una época muy confusa de su vida. Y después reflexiona en un tocho infinito sobre los apóstoles. Y me aburro, me resulta cenagoso

CARLOS BOYERO
30 ENE 2016 - 14:08 COT





Emmanuel Carrère.
Emmanuel Carrère.

Tengo absurdos prejuicios y miedos sobre todo lo nuevo, pero soy capaz de reconocer lo estrecho de mi mente cuando descubro a artistas actuales que son fascinantes. Y como buen converso, quieres recuperar todo lo que te regala tu nueva fe. Emmanuel Carrère me fascinó en ese libro demoledor titulado El adversario. Su voz era única, la fórmula de combinar su propia vida con las historias que narra poseía una potencia expresiva y una complejidad admirables. Ese enganche se prolongó con las impresionantes, dolorosas, tan de verdad De vidas ajenas y Limónov.
Y espero con lógica adicción lo último de este escritor tan singular. Esa novela (o lo que sea) se titula El Reino. Antes, un amigo mío llamado Enric González, especializado mediante una escritura brillante en cualquier cosa trascendente que suceda en el planeta y en este corrupto y tragicómico país, pero también un apasionado de la pornografía, el submarinismo o la historia de las religiones, me cuenta que El Reino le ha gustado mucho. Guillermo Altares, otro amigo mío que sabe de muchas cosas, me comenta lo mismo. Y durante las iniciales ochenta páginas pienso como ellos. Es puro Carrère. Habla de su conversión temporal al cristianismo en una época muy confusa de su vida. Y después reflexiona en un tocho infinito sobre los apóstoles. Y me aburro, me resulta cenagoso. Debo de ser un frívolo. Menos mal que me llama Fernando Trueba y me cuenta que él también se ha quedado dormido con la historia de los discípulos de Cristo.

Carrère cuenta que fue guionista en los primeros capítulos de una serie de televisión titulada Les Revenants. Me la compro. No sé piratear. Y esos muertos resucitados me intrigan al principio y después me fatigan. Debo de tener colonizado el subconsciente por las grandes series estadounidenses. Qué suerte la mía.
EL PAÍS



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