23 ABR 2016 - 17:00 COT
En 1616, hace cuatro siglos, fallecieron casi al mismo tiempo Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Los británicos llevan un lustro preparando grandes conmemoraciones shakespearianas. En cambio, los españoles pasaron años desatendiendo este aniversario cervantino y desde hace meses se culpan unos a otros por las insuficiencias del programa conmemorativo. Esta incuria sólo la superan nuestros Gobiernos hispanoamericanos que, desde México hasta Santiago, han desdeñado esta fecha (pese a que Cervantes le pertenece menos a España que al idioma y este es de todos).
Consolémonos pensando que esas diferencias, entre la previsión británica y nuestra desidia hispana, quizás no habrían sorprendido demasiado ni a Miguel ni a William. Estas efemérides pobres que le hacemos a Cervantes concuerdan con el fracaso y la pobreza que lo persiguieron. En cambio, los solventes fastos británicos coinciden con el éxito y la riqueza que Shakespeare cosechó en vida.
William Shakespeare murió en su mansión de Stratford-upon-Avon. Esta era una gran casa de ladrillo y madera, “con diez chimeneas”. William la compró en 1592 (tenía apenas 33 años) con el dinero de sus primeros triunfos en el teatro londinense.
William fue muy trabajador. Además de escribir docenas de obras geniales, y actuarlas, fue un próspero empresario teatral. Junto a siete socios integró una compañía que se hizo popular entre la plebe y la nobleza. Además, William tuvo fama de ser ahorrativo y buen inversor. No contento con la gran casa familiar que había comprado, en 1602 adquirió casi cien hectáreas de tierra para renta. Sin duda, Shakespeare soñaba con retirarse como un country gentleman.
Y pronto lo logró. Con apenas 46 años, William ya pasaba la mayor parte de su tiempo en la mansión de Stratford, disfrutando de sus hijas y de su nieta. Allí fue donde murió a consecuencia, posiblemente, de un “alegre encuentro” con dos colegas del teatro. Quizás comieron muchos arenques salados y bebieron demasiado vino y luego salieron sin abrigarse al frío de la noche. El caso es que Shakespeare enfermó y rápidamente falleció. Tenía 52 años.
Cervantes nunca salió de pobre, mientras Shakespeare se hizo rico con sus obras
La muerte y la vida de Cervantes fueron muy distintas. Miguel murió ya anciano en Madrid, en unas habitaciones alquiladas. Esos cuartos arrendados fueron una mejoría porque Cervantes, hasta un año antes de su fallecimiento, habitaba una vivienda “lóbrega”.
Miguel nunca tuvo ahorros. Fracasó en el teatro —al contrario que William— y ganó muy poco con sus poesías y novelas. Incapaz de mantenerse con su literatura, Cervantes empleó parte de su juventud como funcionario: primero fue soldado —herido y prisionero— y luego recaudador de impuestos. Pero no hizo fortuna; ni siquiera obtuvo una pensión. Después de los 50 años sólo contaba con lo que pudiera ganar escribiendo. Poca cosa: pese a la popularidad del primer Quijote, los derechos de autor que recibió por sus obras fueron magros. En su vejez, Miguel dependía de las dádivas de un conde y un arzobispo a los que debía adular. Y era tan pobre que no tenía ni para comprarse unos buenos anteojos con los cuales leer y escribir. Según Lope de Vega, los que usaba “parecían güevos estrellados, mal hechos”.
Los maestros mayores de la lengua española e inglesa tuvieron destinos dispares que son, tal vez, emblemáticos de nuestras diferentes culturas. Ambos fueron genios literarios. Pero mientras Cervantes nunca salió de pobre, Shakespeare se hizo rico con sus obras.
Pese a todo los dos murieron de buen humor. Miguel, porque expiró con la pluma en la mano, escribiendo hasta el último día: “Llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Es decir, que se mantenía con vida por las ganas que tenía de vivir.
William murió contento porque su bien ganada riqueza le permitió retirarse joven, escribir menos y agasajar a sus amigos con copiosas cenas y tal vez algo más… Recientes excavaciones en el lugar donde estuvo su casa desenterraron pipas con restos de cannabis sativa. Resulta grato imaginar al viejo William compartiendo marihuana con sus amigos o fumándola a solas y riéndose, mientras imaginaba las oníricas escenas de La tempestad.
En Madrid, las excavaciones más recientes, en la cripta donde debían estar los restos de Cervantes, sólo hallaron una cajita llena de huesos mezclados. Sobre su modesta tapa pueden leerse, dibujadas con unas míseras tachuelas de tapicero, las iniciales MC.
Carlos Franz es escritor. Su novela Si te vieras con mis ojos (Alfaguara) ganó el II premio Bienal de Novela Vargas Llosa.
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