Cargado de hombros, algo sordo y desastrado, con pocas ganas de hablar. Pero con chispa en los ojos, y midiendo sus palabras, proclamadas con su perenne tono juvenil. El próximo día 31 Clint Eastwood cumplirá 87 años, y el festival de Cannes le ha rendido homenaje invitándole a dar una lección de cine, que el actor y director encajó primero en su calendario de torneos de golf antes de confirmar su presencia. A estas alturas Eastwood no debe demostrar nada a nadie y su acto en Cannes fue un ejemplo: prefirió una conversación con el periodista estadounidense Kenneth Turan, otro viejo veterano, que le fue soltando preguntas amables sobre su carrera y su vida, pelotas blandas que el cineasta bateó con elegancia y economía de esfuerzo.
La economía de esfuerzo ha sido una constante en su carrera. Como algunos de sus mentores, Eastwood prefiere rodar rápido. “Me gustan las primeras tomas porque nunca lograrás igualar la sorpresa de oír por primera vez un diálogo. Algunos de mis maestros, como Don Siegel, lo hacían así. Por eso tampoco me gustan los ensayos, porque si repites muchos los diálogos, se vuelven monótonos”, contaba sentado con cierta desgana y constante sonrisa. “El análisis lleva a la parálisis, decía Don. Él era muy eficiente… claro que siempre se quejaba de los productores”. Sergio Leone, aunque muy distinto en su puesta en escena, también corría. “Rodaba rápido porque pensaba rápido. En realidad, yo estuve durante los años cincuenta haciendo papeles de cualquier tamaño tanto en cine como en televisión, y ahí aprendí mucho de directores como Tay Garnett”, el realizador de El cartero siempre llama dos veces.
En una abarrotada sala Buñuel, con los jefazos de Warner —el estudio para el que lleva trabajando décadas— en primera fila, el cineasta recordó algunos de sus títulos. Por ejemplo, Sin perdón, que el sábado se volvió a proyectar en el certamen francés con una copia restaurada. “Disfruté mucho viéndola, y descubrí alguna cosa que había olvidado. El guion me llegó como muchos otros en los ochenta, pero este me pareció perfecto para ser mi último western, estaba bellamente escrito por David Webb Peoples”, aseguraba. Sin embargo, durante casi una década el libreto vivió encerrado en un armario: “Un lector de guiones de mi productora lo odió. Por suerte, no le hice caso y al final la rodé”.
Me gustaría trabajar como director igual que los del servicio secreto, que les oyes hablar en bajo, y no sabes a quién"
Eastwood empezó a actuar en el instituto, cuando como parte de los deberes actuó en una obra: “Había un personaje… No era retrasado aunque sí algo lento, y el profesor me dijo que era perfecto para mí. Al acabar todos me felicitaron. Sin embargo, pedí no volver a hacerlo. En fin, seguí estudiando interpretación, había chicas guapas...”. De su niñez recordó que nació durante la gran depresión, de la que no fue consciente hasta los seis o siete años. “Mi padre era gasolinero, íbamos de allá para acá”, rememoraba. Como todos los niños quería estar en un wéstern y montar a caballo, “ser como James Stewart, Gary Cooper o John Wayne”. ¿Por qué es tan atractivo este género? “Porque te transporta a otra época en la que un individuo podía valerse solo por sí mismo, una fantasía hoy casi imposible”.
Fichó por la serie Rawhide en 1959, y un día su agente le propuso irse a Italia a filmar una versión en western de una película japonesa. “Por supuesto dije que no. Pero él insistió en que me leyera el guion. ¡Descubrí que era Yojimbo, yo, un fan de Kurosawa! Acepté Por un puñado de dólares. Sergio hizo wésternes fantásticos muy operísticos. Tenía gran ojo para las caras. A mí en realidad me ha ido muy bien con los directores europeos”.
No hay que tomarse demasiado en serio las cosas"
Eastwood empezó a dirigir con Escalofrío en la noche (1971), por la que no le pagaron doble sueldo. Y llegó Harry el Sucio. “Le dije a Don que era muy incorrecta. Supongo que llevar grandes armas es la realización del sueño de cualquier niño, aunque hoy no sea bien visto. Nos estamos matando haciendo esto, hemos perdido el sentido del humor”.
De El seductor, película de la que Sofia Coppola presenta en dos días en Cannes otra adaptación, solo apuntó: “Es el primer filme con el que hice un tour mundial de promoción”. Apenas apuntó respuestas a preguntas sobre Fuga de Alcatraz, Bronco Billy, Mystic River, Los puentes de Madison o Million Dollar Baby. Sí confesó que, tras seis participaciones en Cannes y un solo premio, nunca le ha importado no estar en el palmarés. “Yo he sido presidente del jurado y sé lo complejo que es poner a todos de acuerdo. Yo vi Caro Diario y pensé que era un coñazo, y en cambio fue un éxito. No hay que tomarse demasiado en serio las cosas. Como director igual, intento ser liviano, no gritar. Me gustaría trabajar como los del servicio secreto, que les oyes hablar en bajo, y no sabes a quién”.
El cineasta contó que le gusta trabajar —aunque más el golf— y ya está con la siguiente película, The 15:17 to Paris, sobre los turistas estadounidenses que redujeron a un terrorista e impidieron un atentado en un tren en agosto de 2015 que iba de Ámsterdam a París. "Pero no quiero avanzar mucho, más allá de que el material es interesante [expresión que repitió a lo largo de la charla constantemente]".
Sobre el cine, dejó claros sus pensamientos: “Las películas tienen que ser emocionantes, porque no es un arte intelectual. Aunque cada uno tiene su estilo y es respetable”. Solo “algunas veces” echa de menos actuar, y no le parece duro dirigir “si el material es interesante”. No ve cine actual porque trabaja mucho, y sí le gusta recuperar de vez en cuando El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder. “A mis hijos actores le aconsejo que siempre lo hagan lo mejor que puedan, y que repitan y repitan… pero no me hacen mucho caso”. La última pregunta fue abierta: ¿quería contar algo de otra película o de algo que se hubiera olvidado? “La verdad es que no”.
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