Los últimos días
de Philip Seymour Hoffman
Vuelo a casa desde Atlanta. Cena en un bar del West Village. Seis operaciones en un cajero, de 200 dólares cada una. Mensajes a un amigo para ver el partido de los Knicks
Así fue el final de un actor complejo, antes de morir en su apartamento
MICHAEL WILSON Nueva York 8 FEB 2014 - 00:00 CET
Un padre con sus hijos en un parque infantil de Greenwich Village. Un hombre desaliñado que saca varias veces de un cajero automático situado en un supermercado la suma de 200 dólares a lo largo de una hora. Un tipo que envía a su amigo un mensaje de móvil para invitarle a ver el partido de baloncesto de los Knicks en su apartamento.
Ese mensaje de texto sería la última comunicación que se conoce de Philip Seymour Hoffman, cuyas últimas horas y últimos días fueron una mareante y complicada mezcla de trabajo, vida social y compra de drogas a escondidas, hasta desembocar en lo que parece haber sido una sobredosis falta de heroína: su cuerpo frío y sin vida apareció el domingo por la mañana tendido en el suelo del cuarto de baño de su apartamento, con una aguja prendida aún en el brazo.
Su muerte, según todos los indicios, fue el final típico de un drogradicto, con periodos de aparente normalidad interrumpidos por otros de comportamiento errático. Rodaje de una película. Reuniones de trabajo. Partidos de baloncesto. Borracheras. Drogas.
Para ser un hombre que falleció a solas, a los 46 años, su recorrido hasta ese momento fue muy poco privado. Hoffman era una especie de embajador del Greenwich Village, una imagen habitual para los vecinos, que le veían empujando una silla de niño, fumando un cigarrillo en los escalones delanteros de una casa o ayudando a orientarse a un turista. Un neoyorquino como tantos otros, salvo que con una estatuilla del Oscar en la estantería.
Sus últimos días siguieron esa misma pauta. No tuvo nada de recluido. La gente le vio por todas partes, y no solo en el Village. Unos días antes de fallecer, la vuelta a casa de un Hoffman aparentemente borracho desde Atlanta, donde estaba rodando escenas para la próxima entrega de Los juegos del hambre, no pasó inadvertida, puesto que varios testigos han contado que le vieron en dos aeropuertos.
En su última aparición pública, durante la promoción de los filmes God’s pocket y A most wanted man en el Festival de Cine de Sundance en Utah, el 19 de enero, se mostró reticente y desharrapado. No obstante, varios amigos han dicho después que era frecuente que el actor tuviera ese aspecto, como de haber estado de juerga toda la noche, aunque acabara de levantarse de la cama después de haber dormido muy bien.
En Sundance, el editor de una revista que no le reconoció a primera vista le preguntó a qué se dedicaba. Hoffman respondió: “Soy heroinómano”. El resto del tiempo, su comportamiento fue completamente normal.
“Le vi y le saludé”, dice Howard Cohen, presidente de Roadside Attractions, la distribuidora que presentaba A most wanted man en el festival. “Se mostró simpático y amable, y me dijo: ‘Estoy encantado de hacerlo’. Fue una conversación muy normal”. En otros momentos del festival, Hoffman habló de que últimamente tenía poco tiempo para ir al cine, pero que había disfrutado de Frozen con sus hijos.
Volvió de Sundance a Nueva York, donde vivía solo en un apartamento alquilado después de haber abandonado el hogar de su pareja, Mimi O’Donnell, y los tres hijos que tenían en común.
En diciembre, Hoffman reconoció que había recaído en la droga en una reunión de Narcóticos Anónimos, en la que uno de los responsables preguntó a los asistentes si su periodo de sobriedad lo contaban en años, meses, semanas o días. Hoffman replicó: “Estoy contando los días”, según una persona presente en la reunión que desea mantener el anonimato debido a las normas del grupo. “Levantó la mano, dio su nombre y dijo que llevaba 28 o 30 días sin probar las drogas”, cuenta. Hoffman estaba afeitado y bien vestido. “Tenía muy buen aspecto, completamente normal”.
Era una lucha que se tomaba muy en serio. “Se mantuvo sobrio más de 25 años y venció la adicción todo lo posible, si se tiene en cuenta lo difícil que es”, dice David Bar Katz, dramaturgo y amigo del actor, una de las dos personas que le descubrieron muerto. "Estaba en contra de todo lo relacionado con el consumo de drogas"..
Al acabar esa semana, el 25 de enero, la escritora Tatiana Pahlen estaba saliendo de la piscina del YMCA de la calle 92 cuando se encontró en el ascensor con Hoffman, que había ido a recoger a uno de sus hijos. Se habían conocido un par de años antes, en una lectura pública que había hecho el actor. Dos días después iba a haber otro acto similar. “Le pregunté si iba a venir el lunes”, dice Pahlen. “Contestó: ‘No, estaré en Atlanta”. Según la escritora, parecía contento, aunque “un poco excitado” y “con una piel nada sana. Tenía la piel muy mal”.
Hoffman llegó a Atlanta la semana pasada para rodar unas escenas del último filme de Los juegos del hambre, cuyo estreno está previsto para 2015. Un desconocido le fotografió sentado en un bar del centro de la ciudad, pero en la imagen no se distingue qué contenía su vaso.
A su regreso de Atlanta, su aspecto era tal que Theresa Fehr, directiva de una empresa de garantías inmobiliarias que vive en Houston, le tomó por “un vagabundo”. Ese día, Fehr volvía a su casa, igual que el actor. Vio a un hombre —que no reconoció de inmediato— al que una agente de seguridad del aeropuerto estaba acompañando hasta el puesto de control. “Me pareció extraño que estuviera aquel vagabundo en el aeropuerto”, dice. “Colocó los zapatos en la cinta y arrojó el cinturón de forma descuidada. Se veía que estaba muy borracho”. Fehr se volvió hacia la agente y le dijo: “Qué curioso, se parece a ese actor que tiene tres nombres’. Ella me miró y dijo: ‘Sí, qué curioso’. Él estaba intentando ponerse el cinturón. Los pantalones se le caían, y el vientre sobresalía por encima. Le dije: ‘Hombre, espero que no te quedes sin pantalones’. Entonces me miró con los ojos perdidos, confusos”, cuenta.
Después del vuelo hasta el aeropuerto de La Guardia —durante el que otro desconocido volvió a fotografiarle, derrumbado en su asiento—, fueron a buscarle a la puerta de embarque en un carro motorizado. “Estaba con mi novia y pasó a nuestro lado”, dice Andrew Kirell, director de Mediaite, un blog dedicado a los medios de comunicación. “Era impresionante el aspecto tan espantoso que tenía”. Le reconocieron a la primera: “Mi novia y yo somos grandes admiradores”.
El sábado por la mañana, Hoffman parecía estar mejor, y fue, como de costumbre, a tomarse su café expreso cuádruple en el Chocolate Bar. Varios artistas del mundo del teatro que hablaron con él en la última semana dicen que estaba dando vueltas a diversas posibilidades de papeles en el cine y a una serie para Showtime. Iba a regresar a Atlanta la semana que viene. Su amigo dramaturgo, Katz, le había enviado un mensaje para quedar a una de sus cenas habituales de steak y café antes de que se fuera de viaje.
Ese mismo día, varias horas más tarde, Hoffman se reunió con O’Donnell y sus hijos en un parque infantil, dice un empresario teatral que está dispuesto a hablar de las actividades privadas de la familia, pero quiere permanecer anónimo. Según la policía, O’Donnell declaró después que había hablado con el actor en algún momento del sábado y que parecía estar drogado.
Alrededor de las cinco de la tarde, Paul Pabst, productor ejecutivo del programa deportivo The Dan Patrick Show, estaba paseando por el Village con varios familiares cuando le vio. Su hermana llamó al actor, que se volvió y le hizo un gesto de choca esos cinco. “Mi hermana me miró y dijo: ‘Qué horror, qué aspecto tan terrible tiene”, contó después Pabst en el programa. “Parecía completamente ido”.
Hoffman cenó hacia las 19.30 en Automatic Slim’s, un popular bar del West Village al que solía acudir, y estuvo sentado con otros dos hombres. El bar tenía previsto cerrar a las 21.30 para acoger una fiesta privada, pero él se fue mucho antes.
La policía dice que sacó 1.200 dólares del cajero automático situado en D’Agostino, un supermercado cerca de su casa, en seis operaciones de 200 dólares cada una. Hubo pausas de varios minutos entre una y otra, por lo que en total estuvo allí una hora.
A las 20.44 envió a Katz un mensaje que decía: “Quieres ver la segunda parte del partido de los Knicks en Bethune”. Catorce minutos después, a las 20.58, envió otro: “Hacia las 10.15”. Pero Katz dice que no vio la invitación hasta una hora después. A las 23.30, tras ver los dos mensajes, Katz escribió: “Acabo de terminar de cenar. ¿Dónde estás?”.
No obtuvo respuesta.
©2014 New York Times News Service.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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