Daniel Samper Ospina
ARMANDITO EN PALACIO
Aterrizó Armandito Benedetti en Palacio y la noticia causó revuelo en algunos sectores de la opinión que, de forma hipócrita, se indignan ante su sorpresiva presencia, pero callan ante una imagen más impresionante todavía: la de la mesa de centro que aparecía en la foto de su primera reunión con el presidente, en la cual, como si se tratara del mismísimo gobierno nacional, el desorden era evidente: en la caótica superficie se observaban arrumes de carpetas, papeles, libros, tazas de café de otros días, incluso de otras administraciones… Un cigarrillo de marihuana olvidado por Susana Boreal… Los resultados del polígrafo de Marelbys… La factura de los carrotanques de La Guajira… La lista de los deudores del Icetex… El certificado de la vasectomía del mismo presidente Berto… Y la pañoleta feminista con la que prometió que el suyo sería el gobierno de la mujer.
Detrás de la anarquía de aquella mesa, y con Berto escurrido en el sillón de fondo como si fuera una acción de Ecopetrol, en la imagen aparecía Laurita Sarabia, en un costado, y en el otro un renovado y juvenil Armandito Benedetti: protagonistas ambos de esta versión sin presupuesto del House of Cards colombiano por el cual supimos que el verdadero Pacto Histórico era este pacto de silencio.
Quienes somos defensores del Gobierno (y hemos sido petristas de los de siempre: de los que asistimos a la inauguración de los mil jardines que dejó la alcaldía de Gustavo, y del metro subterráneo que, si bien de cartón, entregó su administración) comprendemos que el proyecto del cambio no puede detenerse ante el pequeño detalle de haber fichado de nuevo a Armandito, cuya resabiada presencia puede permitir que el Gobierno culmine su obra de la mejor manera. O que al menos la comience.
Por lo demás, nuestro ex diplomático es un hombre nuevo. El detox al que se sometió en Mazatlán, México, acaso con la guía terapéutica del embajador Moisés Ninco, ejemplo de pulcritud y de decencia, fue tan efectivo como sus propias gestiones para obtener la victoria en la costa en las pasadas elecciones. Ahora es una persona serena, pausada, respetuosa de las instituciones, de la ética pública y, por qué no decirlo, de la mujer. Atrás ha quedado el Armandito dicharachero que sugería que el presidente consumía cocaína y legaba a la posteridad frases como “nos hundimos todos, nos vamos todos presos, acabamos todo el hijueputa gobierno”, entre otros aforismos que perdurarán en los libros de historia.
El Armando de ahora, de barba blanca y mirada profunda, recuerda acaso a los gurús de la espiritualidad de la India: un renovado ser, piadoso y místico, cuyas aspiraciones ya no suceden en el baño de invitados, sino de cara al país y de manera trascendental. Porque Armandito sueña con un país lleno de paz y de amor, como el que profesa por su esposa, cuyas ropas, según los medios hegemónicos del gran capital, rasgó con un cuchillo en medio de un ataque de ira en Madrid. Nada más mentiroso. Así lo sustenten informes oficiales de la policía española, el episodio es falso; y, de no serlo, a lo sumo demostraría las virtudes de Armando como sastre, admirables incluso para armar pliegos de licitación: lo mismo que el Zorro cuando desplegaba su firma con el florete, el Armandito diseñador pudo haber retocado alguna vez la ropa de su mujer para dejarle un fleco acá, una borla allá, y sintonizarla con las tendencias de la moda.
Deja un hueco inmenso en la embajada de la FAO donde realizó una gestión admirable, a pesar de que, como lo confesó de forma involuntaria, mientras la adelantaba se encontraba en la recaída de una adicción por culpa de la cual convertía cada alegato sobre la alimentación en una forma de saciar el monchis.
Pero el presidente Berto sabrá reemplazarlo por un funcionario que conozca el sector de los alimentos, como David Racero, experto en frutas y verduras y en hacer rendir a los funcionarios que trabajan para él. Y, mientras eso sucede, el propio Armandito podrá acomodarse en su cargo de asesor de Palacio bajo el rótulo que le quieran asignar: alto consejero para la Agenda Privada; comisionado para la Expansión del Virus de la Vida por las Estrellas del Universo; Espía Oficial de la Campaña de Vicky. Todo mientras se aclimata y lo nombran en un ministerio. Es lo que dicen que sigue. Aunque no se sabe cuál. Acaso el de Igualdad. O el de ¡Salud!, aunque parezca un brindis.
Por lo pronto, los militantes del Pacto Histórico debemos comprender la importancia del momento, como lo hizo la noble Laurita Sarabia, según se nota en la fotografía que simboliza la verdadera paz total del Gobierno, firmada entre ellos dos: dispuestos —como Bolívar y Santander en su momento— a deponer sus diferencias por el bien de la patria, ambos saben que, unidos, llegarán más lejos. Y eso mismo les implora el país: Laurita y Armando: ¡únanse! ¡Juntos son como Berto en los festivos! ¡Imparables! Laura puede practicar el polígrafo a Armando para verificar si sigue limpio, al menos en el sentido etílico de la expresión; Armando puede prestarle a Laura dos millones para el “raspao” en la playa. Y los dos pueden ayudar a Berto a cogobernar este país imposible en el que, en apenas una semana, Juan Fernando Cristo prepara una ley que según más de cien expertos quebrará al país; el ministro de Educación pretende acabar el Icetex y la congresista Susana Boreal afirma que mandar a un niño al colegio es un acto de violencia.
Bienvenido de vuelta, pues, Armandito Benedetti. Ningún lugar más propicio para terminar su proceso de desintoxicación que la Casa de Nariño. Ninguna presencia que produzca más equilibrio al disciplinado presidente Berto que su versión rehabilitada. Se requería con urgencia el ingreso de un asesor de su talla para tirar línea en Palacio. Acaso líneas, en plural. Ya veremos dónde. Sobre la mesa de centro de la sala será imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario