lunes, 30 de diciembre de 2024

Los vampiros siniestros se resisten a desaparecer


Imagen del 'Nosferatu' de Murnau.
Imagen del 'Nosferatu' de Murnau.ULLSTEIN BILD DTL. (ULLSTEIN BILD VIA GETTY IMAGES)

Los vampiros siniestros se resisten a desaparecer

‘Nosferatu’ ofrece una imagen oscura del monstruo, frente a los chupasangres de salón representados en ‘Crepúsculo’, ‘Entrevista con el vampiro’ o ‘True Blood’


Santiago Lucendo

Madrid, 23 de diciembre de 2024

En 1922 se estrenó en el zoo de Berlín la película Nosferatu, una sinfonía del terror de F. W. Murnau. Era la primera adaptación cinematográfica de Drácula (1897), la novela en la que Bram Stoker había contado la historia del famoso conde transilvano y que ha sido desde su aparición la referencia fundamental, y casi un sinónimo, de todos los vampiros. Tras el estreno de Nosferatu se han sucedido incontables películas y ficciones que también han adaptado la novela y reinterpretado al vampiro ya en la época del cine sonoro. Algunas tan conocidas e influyentes como Drácula (1931), dirigida por Tod Browning, con Bela Lugosi en el papel principal, que estableció definitivamente la imagen del aristócrata engominado. La de Francis Ford Coppola, a pesar de titularse Bram Stoker’s Dracula(1992), se alejaba del original en muchos aspectos, pero consolidó en el imaginario popular la asociación de este con el amor eterno, y la empatía con un sanguinario príncipe del siglo XV llamado Vlad Tepes, hasta entonces muy poco desarrollada en la ficción.

Nosferatu, de Murnau, la película de la que se estrena este miércoles un nuevo remake a cargo de Robert Eggers, ocupa un lugar fundamental en el mito del vampiro porque, además de ser una de las adaptaciones más interesantes de Drácula desde el punto de vista cinematográfico, también creó un ser excepcional que recuperaba la crudeza de los vampiros del folklore original.

Nosferatu explota los aspectos más oscuros de un tipo de monstruo reviviente que se había dado a conocer en el siglo XVIII en tratados y noticias. La editorial La Felguera acaba de publicar la traducción uno de esos textos pioneros, De la masticación de los muertos en sus tumbas, de Michael Ranft, incluyendo con el libro una estaca, por si acaso. Después de su aparición en el Siglo de las Luces, el vampiro se fue concretando en el imaginario europeo durante el XIX. En las artes plásticas a través de los grabados de Goya, por ejemplo, y en la literatura en novelas y relatos pioneros como el de John William Polidori The Vampyre (1819), explotado por Lord Byron.

El interés por el chupasangre no ha decaído en 300 años, y hablar de vampiros casi siempre se convierte en un ejercicio de enumeración. Otra prueba de ello es la antología titulada Vampiros, una edición anotada que acaba de publicar Akal, o La Sombra de Drácula. Antología de poemas vampíricos (Reino de Cordelia), también aparecida en 2024. Los vampiros crudos de las historias del XVIII se fueron suavizando al entrar en los salones, y especialmente en el teatro, donde se constituyó la imagen del vampiro elegante y atractivo, que domina el imaginario hasta hoy. Las representaciones iniciadas en París llegaron incluso a Madrid, donde se representaron al menos dos versiones durante la primera mitad del siglo en el teatro de la Cruz. Sobre una de ellos, Mariano José de Larra hizo en 1834 una crítica demoledora, por ser una obra incomprensible y oscura frente “a nuestros vampiros políticos” tan obvios que “se los ve venir”.

Dice Noël Carroll en su Filosofía del terror o paradojas del corazón (Antonio Machado Libros) que “los seres terroríficos suelen ir asociados con una contaminación —malestar, enfermedad y plaga— y suelen ir acompañados de parásitos infecciosos —ratas, insectos y otros semejantes—”. Casi parece que esté enumerando los atributos del vampiro que construyó Murnau en Nosferatu. Quizá no es casualidad que se estrenara poco después de la irrupción de la conocida como gripe española y que se cumplan 100 años justo después de la irrupción de la epidemia de Covid-19.

Escena de la película 'Crepúsculo' (2008)
Escena de la película 'Crepúsculo' (2008)IMDB

El actor Max Schreck encarnó memorablemente a Orlok, el nombre propio que usaron en vez de Drácula en la película, y su interpretación ha ejercido una influencia determinante en el desarrollo de la imagen del monstruo, especialmente desde finales de los 70. En ese momento, junto con una gran oleada de películas de vampiros de todo tipo, coincidieron varias producciones que revitalizaron el legado de Nosferatu a través de la imagen de un vampiro similar a este. La película de Werner Herzog Nosferatu, fantasma de la noche (1979), con Klaus Kinski haciendo de conde, calcaba la interpretación de Orlok que hizo Schreck. La adaptación de la novela de Stephen King en la miniserie El misterio de Salem’s Lot (Tobe Hopper, 1979), con el personaje de Barlow interpretado por Reggie Nalder, recuperaba también la misma apariencia del vampiro primigenio, salvaje y crudo.

El propio King, decía en su ensayo Danza Macabra (Valdemar) que las “corrientes subterráneas fuertemente sexuales son, con total seguridad, uno de los motivos por los que las películas han mantenido un romance tan longevo con el vampiro”, y veía en este renacer de Nosferatus desagradables cerrarse un círculo después del intervalo marcado por las interpretaciones de Lugosi y Christopher Lee. El vampiro representa para el escritor de Maine el sexo codificado, el sexo sin sexo, y por esa ausencia seguirá siempre fascinando. Gracias a las películas que continuaban el camino de Murnau, los aspectos más siniestros del folklore reaparecieron en el siglo XX; pero con el ingrediente sexual incorporado en el camino, en lo que el crítico de cine Robin Wood describía como un retorno de lo reprimido o un descenso a los infiernos, en un artículo significativamente titulado The Dark Mirror (El espejo oscuro).

Imagen de la serie 'True Blood'.
Imagen de la serie 'True Blood'.MPTV.NET

Para evitar el pago de los derechos de autor de Drácula, además de usar para el título la expresión “Nosferatu” —que aparecía también en la novela de Stoker como sinónimo de vampiro, aunque no tiene traducción y se debe a un error de transcripción en las fuentes del escritor— se cambiaron los nombres propios y localizaciones. En Hollywood Gothic, David J. Skal dedicó el capítulo ‘La viuda inglesa y el conde alemán’ a relatar las fatigas de la esposa del difunto Bram Stoker que ostentaba los derechos, Florence Balcombe, por controlar el legado de su marido y conseguir destruir todas las copias de Nosferatu que se había ejecutado sin su aprobación. La sentencia a su favor contribuyó a que el legado vampírico de Murnau permaneciera semioculto para el público general durante décadas, pero resurgió, tras muchos años de sobrevivir en versiones parciales y copias desvirtuadas en videoclubs y filmotecas. Luciano Berriatúa tuvo que dedicar años a la búsqueda, el estudio y la reconstrucción de Nosferatu hasta lograr una versión “casi definitiva” en 2006.

Como ha contado el propio Berriatúa, Nosferatu no pretendía ser una versión de Drácula (desde luego no solo); sino utilizar la base de esta novela para realizar la primera película ocultista de la historia. El medio perfecto para transmitir, a través de un nuevo lenguaje de sombras, las relaciones invisibles que tejen la realidad. Nosferatu era una versión de Drácula, pero quería ser mucho más que eso. Como el vampirismo es también un virus que se traslada desde Transilvania a la ciudad. Frente a la aparición de una progresiva empatía con el vampiro y la ilusión de un posible entendimiento entre humanos y vampiros, que se promovió en sagas como la que inició Anne Rice en Entrevista con el vampiro, y que se ha mantenido hasta nuestros días en otras como Crepúsculo o True Blood,Nosferatu, gracias a la combinación de sensibilidad artística y mensaje oculto, además de la imagen imborrable de un monstruo horrible, desarrolla el concepto del vampiro complejo, inagotable e indestructible, que seguirá alimentando revisiones como la de Eggers y tratando de hacer sombra a los vampiros de salón.


EL PAÍS

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