miércoles, 29 de noviembre de 2023

Mariana Enríquez / El héroe de las mujeres

 

Mark Ruffalo

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Mariana Enríquez
5 de octubre de 2014


Esta semana se estrenó ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, la interpretación de las distribuidoras locales del título Begin Again (Empezar otra vez). La película es de John Carney, el director irlandés que había tenido un éxito inesperado con la similar Once en 2006. Esta vez la historia es en Nueva York –Once era en Dublín– y con el cambio de locación se fue también bastante del encanto. La historia es la de Gretta, una cantautora inglesa que llega a la gran ciudad con su novio. El también es músico pero acaba de conseguir un súper contrato corporativo, la compañía le paga el alquiler de un departamento fabuloso en Manhattan y, pronto, abandona a Gretta y se convierte en una estrellita insoportable. El casting para este personaje es perfecto: lo hace Adam Levine, el horrible en todo sentido cantante de Maroon 5. Sus escenas bordean lo inaguantable. A Gretta, la chica con una guitarra y el corazón roto, la hace Keira Knightley en un intento de reinvención: pero hay algo en ella, más allá de su obvia belleza y su elegancia, que es poco creíble. Algo envarado, algo aburrido. Las canciones tampoco ayudan: algunas funcionan, otras no, pero la mayoría son predecibles y anodinas.

El título en realidad debería ser ¿Puede un gran actor salvar tu película? Porque eso es lo que sucede cuando aparece Mark Ruffalo como el ejecutivo (en decadencia) de un sello discográfico indie y de repente vale la pena ver esta historia, todo se llena de interés y de pasión porque él importa en cada una de sus escenas. Porque tiene un entusiasmo contagioso y triste a la vez, porque Dan –así se llama el personaje– tiene confianza en las canciones de esta chica lánguida y de repente uno empieza a tenerles fe también aunque sabe que son bastante ñoñas. Uno quiere que a Dan le vaya bien: acaban de echarlo del sello que él mismo fundó (Distressed Records), su idea del negocio es un poco anticuada pero no tanto, piensa bien, tiene ideas, sabe escuchar; está bebiendo demasiado y a veces toma pastillas y aunque adora a su hija adolescente ella está a punto de sentir lástima por él. Y su mujer (excelente Catherine Keener en un papel pequeño) lo trata como a un amigo incorregible. Dan no se merece esto porque... porque lo interpreta Mark Ruffalo, el actor más empático del cine en este momento, el que suele ser lo mejor de casi todas las películas en las que participa, un tipo que puede ser sensual, tierno, maníaco, chiquilín, varonil y depresivo en una sola escena. Un actor que, además, sabe exactamente qué hacer con su mediana edad (casi 47 años): no se desespera por estilizar músculos y ganar abdominales, deja que sus rulos crezcan libres y canosos, pero a no confundirse: el desaliño tiene un límite y no hay que pensar que Mark Ruffalo es un hombre común, el “accesible” y todas esas tonterías. Al contrario: Ruffalo es el caso de uno en un millón, un huracán de carisma, hace todo bien y todo lo hace como si fuera fácil, es cool y es vagamente melancólico y tiene los labios rojos y la piel bronceada de un surfer ocasional. Uno se imagina que huele a sol y cigarrillos, a alguna colonia no demasiado cara, a cannabis y a cerveza helada.

Mark Ruffalo es, además, el último Hulk. Todavía no tiene película propia con el personaje y sólo aparació en Los Vengadores (ahora mismo está rodando Los Vengadores: Age of Ultron, la segunda parte de la saga de Marvel). Se merece ya mismo su película porque es el mejor Hulk de la pantalla por kilómetros: Eric Bana resultó aburrido y Edward Norton incomprensible. Ruffalo entendió la desdicha del personaje y lo interpretó como lo hacía Bill Bixby en el clásico de la tele e incluso un poco mejor: bajo la ropa arrugada su Bruce Banner guarda el enorme atractivo de un hombre roto, un hombre que nunca debe perder la calma si no quiere convertirse en un monstruo verde. Escrito así parece una tontería: interpretado en la pantalla por Ruffalo se convierte en una tragedia cotidiana y hasta en una metáfora sobre el varón y la violencia y la testosterona. Es así de talentoso y ningún personaje es banal si le cae a él.

Y, por supuesto, está su falta de vanidad mezclada con el evidente respeto que tiene a su trabajo y a sí mismo. Que es como decir: Mark Ruffalo tiene dignidad. Y también tiene humor. Por eso puede ser Hulk y Larry Kramer en Un corazón normal. En esa película, además, Ryan Murphy le da una escena de sexo magnífica con el guapísimo Matt Bomer: habría que hacer un seleccionado de Mark Ruffalo y sus escenas de sexo. Es esa ausencia de vanidad: muestra su cuerpo entero, es bajo, peludo mediterráneo, tiene la cintura ancha y los brazos duros, protectores. Así, sin ángulos especialmente favorecedores, mete la cabeza entre las piernas de Meg Ryan (In The Cut de Jane Campion: de antología) o abraza con divertida fiebre a Julianne Moore en una camita rotosa en The Kids Are All Right (2010) de Lisa Cholodenko y lo hace con la misma naturalidad con que se pone ropa apretada y sufre un peinado atroz en Zodiac para hacer del policía David Toschi o modestamente se queda en un segundo plano en La isla siniestra de Martin Scorsese para cederle toda la pantalla a Leonardo Di Caprio.

Ah, y además en la vida real es militante por el matrimonio igualitario y los derechos Lgbt; también milita a favor del derecho al aborto: hace poco dijo “no quiero que mi país vuelva a los días en que mi madre se vio obligada a terminar un embarazo no deseado de una manera sucia y degradante”. Su madre es pintora: él la promociona en redes sociales. Y también se ocupa de varias causas ecológicas que lleva adelante con bastante ingenuidad (pero está perdonado). Nació en Wisconsin aunque parece un italiano de Chicago o Brooklyn; su hermano menor, que era peluquero, fue asesinado en Los Angeles en 2008 y él superó la depresión mudándose con su esposa a un pueblo del norte del estado de Nueva York, donde vive con sus tres hijos. Hace diez años tuvo que operarse de un tumor cerebral que, aunque resultó benigno, le dejó la cara paralizada por meses. Hace poco se burlaron un poco de él porque apoya a Bernie Sanders, el único socialista en el Congreso de EE.UU., pero él dijo que esperaba esas risas, que son normales cuando uno es famoso y quiere hablar como ciudadano.

En la mejor escena de ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, Mark Ruffalo y Keira Knightley están en un banco de plaza, de noche, escuchando canciones con auriculares, compartiendo iPods. Y él, Dan, dice que lo mejor de la música es esa capacidad de volver mágica una escena banal, como ahora, que ellos dos están mirando a los adolescentes jugar con sus bicicletas y las luces de la ciudad y los policías levantando borrachos y parece otra cosa, algo hechizado, algo inolvidable. Dan ganas de decirle no, Mark, es tu presencia la que produce esta pequeña magia, esta ilusión de intimidad con la distante Keira, esta noche en Nueva York con Stevie Wonder y tu barba manchada de gris que enamoraría a cualquiera en cualquier ciudad del mundo.

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