jueves, 16 de noviembre de 2023

Triunfo Arciniegas / Setenta títulos / El dragón viejo

 



SETENTA TÍTULOS
EL DRAGÓN VIEJO

Con El dragón viejo alcanzo la bonita cifra de setenta libros publicados. La edición es de María Osorio, dueña y señora de Babel. El texto y las fotos son mías. Estoy doblemente emocionado. Había publicado fotos sueltas en revistas y libros, pero nunca había experimentado la dicha de un libro completo. "Un libro muy bien hecho", dijo mi hermano Jaime. Y esto sólo se consigue cuando coinciden por lo menos cuatro asuntos fundamentales: diseño, edición, ilustraciones y textos.






7

Aquella primera vez me emocionó el viento y me sobrecogió la peladura de las montañas. Salpicada de iglesias, a menudo visitada por la niebla y la lluvia, Pamplona estaba en el fondo de una taza de montañas raspadas. Hasta los perros, muertos de indiferencia, se aburrían. Palomas hambrientas. Un ciego con la mano estirada. Señoras de negro. Un niño se me acercó y me preguntó de dónde venía. Quería saber cómo era mi pueblo y no acerté a explicarle. El niño sólo conocía a Pamplona, y Málaga era muy distinta, tibia y toda empedrada, atravesada por pájaros escandalosos. El niño, que nunca había salido de Pamplona, se aburrió pronto y se fue. No lo olvidaría en el resto de mi vida. Todavía recuerdo que me preguntó si mis zapatos eran nuevos. Le faltaba el meñique de la mano izquierda pero no me atreví a preguntar. "Me lo arrancó una bruja", dijo, cuando se dio cuenta de que no podía apartar la mirada.




10

Estaba feliz con las revistas y ya no me importaba regresar a casa desde Pamplona cuando papá dijo que visitáramos al viejo Manuel, su maestro. No sabía de quién hablaba y por el camino me explicó algunas cosas. El viejo lo acogió en su casa después de una paliza de misia Candelaria, mi abuela, y le enseñó el oficio de la herrería mucho antes de que yo naciera. Papá con los costales y yo con el maletín, subimos por las gradas de una calle de tierra cruda, maltratada por los caminos del agua, entre perros malhumorados y niños con el ombligo al aire. Papá espantó una gallina que pretendía picotearme el maletín. "En diciembre te compro la bicicleta", dijo. Entonces vi las cometas, alborotadas y llenas de colores, y agosto entró a mis pulmones. Quise que los meses pasaran volando.

 


13

Al anochecer, del fondo de la casa vino una muchacha negra, como recién bañada, descalza, que el viejo presentó como su mujer. Le palmoteó las nalgas, riéndose. "Soy un dragón viejo pero todavía boto candela", dijo, alborozado, y la negra nos enseñó el resplandor de sus dientes. Papá lo acusó de viejo sinvergüenza. Yo nunca había visto una negra tan bonita.

 


1
Papá acostumbraba llevarme en sus viajes. Recuerdo la impaciencia, el cosquilleo de la noche anterior, mamá alistando la ropa, su cara enrojecida de soplar la plancha, el chisporroteo del carbón como el inicio de una fiesta que nadie festejaba. Quería dormir porque, al abrir los ojos un instante después, papá daba los últimos toques al bigote con unas tijeras de muñeca, y eran las cuatro de la mañana. Me vestía con la ropa de los domingos, me lavaba la cara casi a la manera de los gatos y me peinaba con los dedos. Álvaro y Adelaida, mis hermanos, seguían dormidos. A veces hablaban en sueños, y peor aún: Álvaro decía cualquier cosa y Adelaida le contestaba y se reían con ganas, hasta que mamá se levantaba y les daba un pellizco para que dejaran dormir.






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