jueves, 22 de noviembre de 2012

La dificultad de ser Hillary Clinton en el año 2013

Hillary Clinton

La dificultad de ser Hillary Clinton en el año 2013




La secretaria de Estado de EE UU planea su vida para después del cargo
Con el horizonte de una potencial candidatura a la presidencia para 2016, afronta el primer desafío: reponerse al peso de su propio apellido


Hillary Clinton, durante un discurso sobre los derechos humanos, el 6 de diciembre, en Dublín. // KEVIN LAMARQUE (AFP)





Imagínese que es usted una de las mujeres más famosas del planeta, y está sin trabajo por primera vez en décadas. Le gustaría ganar dinero, pero no quiere descartar la posibilidad de ser candidata a presidenta. ¿A qué dedica entonces su tiempo?


En estos momentos, según dicen sus colaboradores y amigos, el plan de Hillary Rodham Clinton es el siguiente: dejar el Departamento de Estado poco después de la investidura de Obama para su segundo mandato y retirarse a descansar y reflexionar sobre lo que quiere hacer los próximos años. A quienes le han enviado invitaciones para distintos compromisos en 2013 les ha dicho que no se lo vuelvan ni a preguntar hasta abril o mayo.


A su marido y ella les gustaría comprarse una casa en los Hamptons o en el norte del estado de Nueva York, dicen varios amigos, y allí Hillary Clinton tendrá por fin más tiempo para sus actividades cotidianas, como hacer ejercicio (el verano pasado, entre una crisis mundial y otra, nadaba en una piscina a las seis de la mañana acompañada de un entrenador).


Es probable que aproveche la fundación de su esposo como un lugar en el que refugiarse al menos de forma provisional, y está pensando en escribir un nuevo libro; no un examen de su fallida campaña presidencial de 2008, como había propuesto en una ocasión, sino un repaso más positivo de su periodo como secretaria de Estado.


Por ahora, Clinton parece tener a su alcance unas posibilidades casi infinitas, y su nombre ha sonado en relación con puestos llenos de prestigio: rectora de la Universidad de Yale, directora de la fundación de George Soros. Pero ser Hillary Clinton nunca es sencillo, y los próximos años, más que un cheque en blanco, son una ecuación con múltiples variables. Su situación es única y complicada: una mujer cuyo marido fue presidente, que está en la cima de su influencia, que pronto perderá su cartera y a quizá la inmediata favorita para las próximas presidenciales (un título que no le sirvió de mucho la última vez).


Tal vez Clinton descubra que su libertad entraña una enorme limitación. Cuanto más en serio se tome 2016, menos podrá hacer: nada de memorias sinceras en las que cuente todo lo que ha vivido; nada de clientes, comisiones ni puestos controvertidos que podrían causarle problemas. Estará sometida a un escrutinio incluso mayor del que está acostumbrada, y descubrirá qué significa ser una ciudadana particular en la era de Twitter. Como aún quedan cuatro años para las elecciones --en política, una eternidad--, tendrá que cuidar y proteger su popularidad, y quizá se encuentre en una especie de cómodo limbo, incapaz de tomar muchas decisiones sobre su vida hasta que no tome la más importante: si piensa volver a intentar o no llegar a la Casa Blanca.


“Si una persona está pensando en presentarse a las elecciones presidenciales, ¿eso cambia todo lo demás?”, pregunta el exgobernador Mario M. Cuomo de Nueva York, que durante un tiempo se planteó el mismo dilema y que tiene un hijo, el gobernador Andrew M. Cuomo, cuyas propias perspectivas pueden depender de lo que decida Clinton. “Sí. Una vez que toma la decisión, todo lo demás queda despejado”. Aun así, Hillary Clinton tiene que tomar de inmediato varias decisiones, que en opinión de una veintena de colaboradores actuales y pasados son:

¿Debería volver a formar equipo con su marido?

El verano pasado, Bill Clinton expresó sus dudas sobre si su mujer se uniría a él en la fundación que lleva su nombre. “Tiene que decidir lo que más le conviene”, dijo en una entrevista. “Quizá sea mejor para ella y tenga más repercusión que lleve a cabo sus propias actividades”.


La pregunta es delicada. El instante crucial de la carrera de Clinton se produjo en el año 2000, cuando, después de años de apoyar a su marido en campañas electorales y cargos públicos, emprendió una nueva trayectoria en solitario. ¿Sería un retroceso volver a unir fuerzas con él? Muchos miembros de su equipo dicen que no. “Es una persona respetada y admirada por sus propios méritos”, dice Lissa Muscatine, su asesora desde hace mucho tiempo.


No obstante, algunos antiguos colaboradores dicen que es difícil que Hillary pueda sentirse a gusto en la fundación tal como funciona ahora. Está organizada casi por completo en torno al expresidente, la dotación es pequeña, e incluso sus partidarios reconocen que carece del nivel organizativo de, por ejemplo, la Fundación Gates. El grupo ha tomado medias en este sentido en los últimos tiempos, con el nombramiento de un nuevo responsable de recaudar fondos y más participación de Chelsea Clinton.


Clinton podría trabajar allí durante un tiempo, “probar la estructura”, en palabras de un antiguo colaborador. Así tendría un sitio en el que acoger a sus asesores más antiguos, los que se supone que se quedarán con ella. Y, al unirse a la organización de su marido, podría ahorrarse todo el tiempo, el dinero y el esfuerzo que le costaría poner en marcha una propia, que en cualquier caso quizá tendría que disolver si se presenta en 2016.
¿Debería hacer lo que quiere o lo más lógico desde el punto de vista político?


De todos los temas en los que Clinton ha trabajado desde hace años, el que más próximo siente es la necesidad de mejorar la condición de las mujeres y los niños en todo el mundo. Cuando era primera dama de Arkansas, llevó al doctor Muhammad Yunus, más tarde premio Nobel de la Paz, para que creara un programa de micropréstamos en el estado. Ha convertido su mandato como secretaria de Estado en un argumento sostenido de que el bienestar de las mujeres es esencial para la seguridad y la estabilidad económica, y ha promovido proyectos como las cooperativas lácteas en Malaui y las redes de apoyo para mujeres autónomas en India. Ahora, su deseo es ser “activista profesional”, como dijo su hija a un periodista.


Ann Lewis, asesora suya desde hace mucho, dice lo mismo. “En los últimos cuatro años, ha visto en persona lo que puede contribuir a que cambie la vida de las mujeres y las niñas”, dice.


Pero, aunque Clinton regrese del todo a sus raíces feministas y activistas, todavía no está claro por dónde empezaría: se trata de un tema difuso por naturaleza. Y una campaña para conseguir que las cocinas sean más seguras en China, por ejemplo, no es precisamente la forma más clara de ganar votantes en Iowa, aparte de que su trabajo quizá le haría entrar en cuestiones, como las relacionadas con la reproducción, que podrían ser delicadas.


Sin embargo, antiguos colaboradores de Clinton dice que de su campaña de 2008 extrajo una lección: cree que el país la ve con buenos ojos, y no solo a ella sino a las mujeres candidatas en general, cuando dan la impresión de estar haciendo cosas por los demás, y no de buscar el poder por ambición personal. Según esa lógica, su interés por ayudar a las mujeres pobres de todo el mundo no le haría daño políticamente en 2016 e incluso podría añadir lustre a su imagen actual de una política que está por encima de la política.


Sus excolaboradores también están de acuerdo en que durante los primeros meses de su campaña anterior fue demasiado precavida y se perjudicó a sí misma ocultando sus verdaderas pasiones. Independientemente de que se presente o no, decirle a Hillary Clinton que no se ocupe de las mujeres sería como “decir a Al Gore que no hable del medio ambiente”, dice Paul Begala, viejo asesor de Bill Clinton. (Gore no siempre destacó sus conocimientos sobre el tema en la campaña del 2000, y más tarde se vio que eso había sido poco afortunado.)

¿Cuál es la manera más digna que puede tener de ganar dinero?


Llamarse Clinton sale caro, y, cuando deje de ser secretaria de Estado, querrá seguir teniendo un equipo y la posibilidad de viajar en avión privado, dicen amigos suyos. A los Clinton --que ya poseen lujosos hogares en Washington y Chappaqua, cerca de Nueva York-- les encanta alquilar una casa en los Hamptons en verano, y si se compraran una en la zona les podría costar varios millones de dólares. Aunque los amigos de Hillary dicen que podría ganar mucho dinero en un bufete de abogados, asesorando a otros países sobre riesgos geopolíticos, en un banco de inversiones o en un fondo de capital privado, ninguno de esos trabajos quedaría bien probablemente en una campaña presidencial.


En lugar de eso, se espera que Clinton acepte lucrativas ofertas como conferenciante --tal vez incluso apariciones conjuntas con su marido, que podrían alcanzar unos precios increíbles-- y escriba uno o varios libros. Después de su derrota en 2008, estuvo a punto de firmar un contrato con su vieja editorial, Simon & Schuster, para escribir un libro sobre su campaña fallida, por algo menos de los 8 millones de dólares de adelanto que había obtenido por sus memorias de 2003, Historia viva, según una persona que intervino en las negociaciones. En las reuniones para hablar del libro, recuerda esa persona, se mostró muy crítica con Obama. Pero entonces él le ofreció formar parte de su gabinete, y ahora no está claro si alguna vez dirá lo que piensa de verdad sobre aquellas elecciones.

¿Qué debe hacer ante las constantes especulaciones sobre 2016?

En su anterior campaña presidencial, Clinton proclamó su candidatura casi dos años antes de las elecciones, pero luego pensó que no había sido acertado, porque hizo que la campaña pareciera interminable, según varios antiguos colaboradores que insinúan que si volviera a presentarse esperaría mucho más a anunciarlo.


Ahora, la disciplinada Hillary Clinton no deja de repetir lo mismo en público y en privado: no se va a presentar. Es lo que le dijo al premio Nobel Elie Wiesel, según contó él tras una cena con la famiilia Ciinton. Otras personas cercanas a ella subrayan que nadie sabe nada en un sentido ni en otro, ni siquiera la propia Clinton. “Desconfiemos de quienes pretenden saber la verdad”, dice Philippe Reines, su portavoz en el Departamento de Estado.


No obstante, Bill Clinton no puede resistirse a veces a diseñar verbalmente otra campaña para su mujer, dice un amigo que ha estado hace poco con él. “Todo parece indicar que a él le gustaría que ella se presentara”, dice ese amigo.


Las especulaciones no dejan de tener sus ventajas. Si Clinton no se presenta, será una figura muy respetada con un historial de grandes logros; si se presenta, tiene a su favor haber vivido en la Casa Blanca y su potencial histórico. “Nadie que se relacione con Hillary Clinton la ve como una persona que se dirige hacia su ocaso”, dice Reines.


Con informaciones de Michael Barbaro y Amy Cozick.


© 2012 New York Times News Service. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.


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