jueves, 15 de diciembre de 2016

Benhur Sánchez Suárez / Qué vergüenza de país


Benhúr Sánchez Suárez
PAÍS DE CONTRASTES

El Nuevo Día
Ibagué, diciembre 14, 2016.

Mientras el país hace esfuerzos ingentes por encarrilar su destino hacia un horizonte más limpio y un grupo de contradictores busca impedir por todos los medios que esto suceda, se desprecia, ultraja y viola a la niñez como si ella no fuera el germen de ese futuro más digno que siempre hemos querido edificar.

Mientras el presidente de los colombianos recibe el Premio Nobel de Paz con un séquito de máscaras de felicidad, que ocultan la muerte tras sonrisas hipócritas, se condena al pueblo a pagar más impuestos que servirán para sostener esa burocracia corrupta e insaciable, para quien el agua no es un derecho fundamental sino un negocio de botellitas y tanques contaminados. Y una vida es un signo pesos aberrante. Mercachifles de la dignidad humana.



Mientras las encuestas (las dichosas encuestas) dicen que Colombia es uno de los países más felices de la tierra, en los campos y veredas se desplaza al campesino para expropiarle sus tierras y ensanchar latifundios y confirmar privilegios de la mano de Dios.


Mientras se habla del gran desarrollo y progreso que ha bendecido al país con inversiones nunca vistas, las voces de quienes ven la realidad de otra manera desaparecen como por arte de magia y sus cuerpos se encuentran después masacrados y torturados en algún rincón de la geografía nacional. Otros ni siquiera aparecen. Y las exhaustivas investigaciones siguen el exhaustivo camino del olvido. 

La justicia premia al deshonesto y al corrupto, al criminal de cuello blanco, amparada en la ley que diseñaron los mismos corruptos elegidos como salvadores de la sociedad.

Mientras el gobierno extiende su totuma en el extranjero para conseguir más recursos destinados al posconflicto, la desigualdad en Colombia es una de las más aberrantes del mundo civilizado. Los que poseen la riqueza, ese mínimo porcentaje de privilegiados, cada día acrecientan sus propiedades a costa del resto de colombianos agobiados de necesidades, con salarios de hambre, a la espera de la limosna que el “populismo” quiera concederles. 

Y si protestan, los fusiles tienen la voz para explicar y defender la democracia.

El congreso y su maraña de leyes son una de las fábulas más macabras que se haya escrito en la historia de la humanidad.
Qué vergüenza de país. 

Mientras a los asesinos y corruptos, a los desfalcadores y peculadores de toda laya, sólo se les encarcela para cubrir las apariencias, los colombianos descubren poco a poco qué eso es impunidad y cada cual toma su camino porque ya no se respeta la majestad de la justicia ni la prestancia de un cargo público, por más alto que sea, porque no son su solución sino su triste adversidad.

Qué vergüenza de país. 

Y, sin embargo, la esperanza no se acaba.





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