Abel Ferrara y el ‘via crucis’ de Pasolini
El director estadounidense presenta en la Mostra una sugerente crónica sobre las obsesiones y los últimos momentos de vida del cineasta italiano asesinado en 1975
Igual que esos personajes que suelen experimentar la redención en sus películas, Abel Ferrara regresó ayer al festival que lo encumbró durante los años noventa para expiar pecados cinematográficos más recientes. Su estudio biográfico sobre Pier Paolo Pasolini, esperado con expectación pero también con malos presagios, fue acogido entre aplausos en la Mostra de Venecia. Fuentes mal informadas habían asegurado que la película se centraría en teorías conspirativas sobre el asesinato del escritor y cineasta, lo que había hecho esperar algo muy distinto a lo que se terminó proyectando ayer: un estimulante biopic que recorre las últimas 48 horas de su vida, ahondado en sus obsesiones y dibujando un retrato poliédrico del personaje.
“Nunca declaré eso. Nunca he dicho saber quién lo mató. ¿Quién de ustedes me citó mal?”, respondió ayer Ferrara, algo molesto. “La intención siempre fue centrarnos en su vida, su trabajo y su pasión”. El protagonista de la película, simplemente titulada Pasolini, ha contado con un retratista con el que guarda algún parecido. Uno creció en el Friuli italiano y el otro en el Bronx, pero ambos demuestran una obcecación similar por los bajos fondos, el erotismo de la marginalidad y la provocación como estilo de vida, a menudo a partir del imaginario católico. Ferrara minimizó ayer las semejanzas: “Fue un hombre de otro tiempo, que convivió con el fascismo en un país que le quería destruir. Pasolini habitó en Salò cada día de su vida. Pero formaba parte de la generación de mi padre, que creyó ciegamente en la personalidad propia”.
Su largometraje se distancia de las convenciones de este socorrido subgénero, cada vez más emparentado con las vidas de santos. El cineasta traduce en imágenes el universo de su protagonista, a través de un relato no lineal y ligeramente onírico, que alterna fragmentos de sus películas, dramatizaciones de las últimas entrevistas que concedió, imágenes de la intimidad familiar en casa de su famosa mamma y secuencias extraídas de su guion inacabado, Porno-Teo-Colosal, en las que participan Ninetto Davoli, uno de sus actores fetiche, y Riccardo Scamarcio, sex symbol del cine italiano actual. Este conglomerado permite revisar la fascinación de Pasolini por las clases populares y la marginalidad, su visión del sexo homosexual como acto de resistencia o su fanatismo confeso por el fútbol, al que Pasolini definió como “última representación sagrada de nuestro tiempo”, además de su tercer placer favorito, “tras la literatura y el eros”.
El triunfo no es solo del director y de su meticuloso montaje, sino también de un guion extremadamente documentado, obra de Maurizio Braucci, escritor y poeta napolitano, además de impulsor de laboratorios de creación artística en cárceles y escuelas de barrios marginales, lo que le acerca al sujeto en cuestión. “El cine no es solo una experiencia lingüística, sino también filosófica”, escribió Pasolini en Poeta de las cenizas. Colaborador habitual de Matteo Garrone, el guionista parece haber seguido el mismo consejo.
El Pasolini de Ferrara lleva las mismas gafas oscuras que el de verdad y tiene un rostro anguloso casi idéntico, pero habla con acento de Wisconsin, lo que disgustó ayer a parte de la crítica italiana. “He tenido que justificarme mil veces por eso”, protestó Ferrara. “Somos estadounidenses y el inglés es nuestra lengua materna. Cuando veo a Willem Dafoe actuando no veo a Pasolini en 1975, sino a un hombre que lleva un tipo de vida determinado, ya sea en Roma, en el bajo Manhattan o en una barriada de Rio de Janeiro. Para mí, todo eso es igual. Cambiar de lengua ha sido nuestra forma de hacer nuestra la película”. No habrá vuelto a encontrar aquel lejano vigor de Teniente corrupto o The funeral,pero sí una fórmula acertada y personal para acercarse a un personaje casi imposible de descifrar.
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