Gabriel García Márquez |
Es una cuestión de impacto cultural. Porque la imagen que nuestros países tienen de sí mismos, y la imagen que se tiene de América Latina en todo el mundo, para bien o para mal, fantástica o realista, acertada o errónea, está, en gran medida, filtrada por la obra de García Márquez.
Por Juan Carlos Botero
El Espectador, 24 de abril de 2014
Desde Cervantes ningún otro novelista en castellano ha tenido una influencia cultural comparable. Es decir, la capacidad de moldear, mediante una obra literaria, la imagen que un continente tiene de sí mismo, y la imagen que el resto del mundo tiene de ese mismo continente.
Hay una prueba pequeña pero diciente de ese colosal impacto cultural. Desde hace años es difícil encontrar un premio nobel de literatura que se declare admirador, heredero o discípulo de un novelista en español. En cambio, con García Márquez sucede lo contrario: desde hace décadas no hay un solo ganador del Nobel que no se haya declarado, en algún momento de su vida, admirador o incluso heredero y hasta discípulo de García Márquez. A tal punto que Mario Vargas Llosa, ganador del Nobel del 2010, escribió su tesis doctoral sobre el colombiano; la ganadora de 2007, Doris Lessing, dijo que lo mejor de haber recibido semejante noticia fue que García Márquez la llamó para felicitarla, y el Nobel de 2012, el chino Mo Yan, lo primero que resaltó ante la prensa fue su deuda con nuestro compatriota. Este novelista es el más aplaudido por sus colegas, y es el que más ha trascendido fronteras.
Por eso no es casual que Neruda haya dicho que García Márquez es el novelista más importante en castellano después de Cervantes, ni es casual que un catedrático como Juan Marichal, de la Universidad de Harvard, haya reiterado lo mismo.
Y no sólo eso. Hay un aspecto admirable de la obra de García Márquez que casi no se resalta. La gente aplaude, con razón, su gran creación literaria, el realismo mágico (que es distinto a lo real maravilloso de Carpentier). Sin embargo, muchos olvidan que García Márquez sólo escribió una fracción de toda su literatura en ese estilo. O sea, además de varias obras maestras, a García Márquez le debemos aplaudir, también, su riqueza estilística.
No quise escribir aquí sobre las veces que vi al Maestro, las frases tan iluminadoras que le oí decir, o lo mucho que le debo como escritor. Preferí, más bien, en medio de una tristeza infinita por la noticia de su muerte, resaltar su genialidad y el tamaño abrumador de su huella en la literatura universal. En nuestra lengua, desde los tiempos de Cervantes, se han escrito muchas y grandes novelas, pero ningún otro novelista, insisto, ha tenido una influencia cultural comparable a García Márquez. Ese es su legado más hondo y perdurable.
En una ocasión, en París, García Márquez divisó en la acera opuesta a nadie menos que Ernest Hemingway. Tuvo ganas de acercarse y darle las gracias por su obra, pero no se atrevió. Lo único que hizo fue gritarle “con las manos en bocina, como Tarzán en la selva: ¡Maeeeestro!”. Hemingway se dio vuelta, sin saber quién le había gritado y sin sospechar que ese grito provenía de quien sería el mayor novelista en español desde Cervantes, pero aun así contestó: “¡Adiós, amigo!”. Sólo eso podemos hacer ahora: decirle a nuestro admirado y trascendental compatriota: Adiós, Maestro. Y muchas gracias por su obra inmortal.
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