Raymond Carver
DOS POEMAS
Traducción de Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich
Madre
Mi madre me llama para desearme feliz navidad.
Y para decirme que si esta nieve sigue
se va a matar. Yo deseo decir
que no soy yo mismo esta mañana, por favor
dame un respiro. Tal vez tenga que recurrir otra vez
a un psiquiatra. Al que siempre me hace la más fértil
de todas las preguntas: ¿pero qué está sintiendo en realidad?
En cambio, le digo que uno de nuestros tragaluces
tiene una gotera. Mientras hablo, la nieve
se licúa sobre el divàn. Le digo que ahora consumo salvado
así que ya no hay necesidad de que se preocupe
porque me pesque un cáncer y acabe con todo su discurso.
Ella me escucha hasta el final. Después me informa
que se va de este maldito lugar. De algún modo. La única vez
que quiere volver a verlo, o a verme, es desde su ataúd.
De repente, le pregunto si se acuerda de la vez que papá
Estaba muy borracho y le trenzó la cola al cachorro de Labrador.
Sigo un rato así, hablando
de aquellos tiempos. Ella escucha, esperando su turno.
Continúa nevando. Nieva y nieva
cuando cuelgo el teléfono. Los árboles y los techos
están cubiertos de nieve. ¿Cómo puedo hablar de esto?
¿Cómo podría explicar lo que estoy sintiendo?
El fenómeno
Me desperté destruido. Dios sabe
dónde anduve toda la noche, pero me duelen los pies.
Más allá de mi ventana, se está produciendo un fenómeno.
El sol y la luna penden lado a lado sobre el agua.
Dos caras de la misma moneda. Me levanto de la cama
lentamente, casi como un viejo que maniobra
para salir de su cama mustia en el invierno y que por un momento
ni siquiera puede orinar. Me digo
que ésta debe ser una situación transitoria.
En unos años, ningún problema. Pero cuando vuelvo
a mirar por la ventana, el sentimiento me da una estocada.
Una vez más, la belleza de este sitio me arrebata.
Mentía si alguna vez dije lo contrario.
Me acerco al vidrio y con lo que ha pasado
entre uno y otro pensamiento. La luna
se ha ido. Se ha puesto, al fin.
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