martes, 4 de septiembre de 2012

Alberto Aguirre murió en la madrugada

Alberto Aguirre Ceballos/ Cromos

En la madrugada de este lunes 

murió el escritor Alberto Aguirre

Es recordado por su múltiples facetas y por su negativa a aceptar homenajes.
El abogado, escritor, periodista y crítico de cine Alberto Aguirre falleció en la madrugada de hoy en el Hospital Pablo Tobón Uribe de Medellín.
Este hombre multifacético murió a los 86 años. Además de distinguirse en las letras también se le reconoce como fotógrafo y cinéfilo.
"Deja una virtud fundamental: la pasión crítica. Era un ser apasionado que configuró una actitud de hombre moderno en el año 50 en  Medellín, cuando todo se estaba muriendo", enfatiza el escritor Darío Ruiz Gómez.
Según Gómez, su Librería y Editorial en los cincuentas fue foco de reunión de escritores y profesores y allí lograban conseguir libros de Argentina, Chile, Francia e Inglaterra que eran difíciles de adquirir en la ciudad.
 "Como amigo lo recuerdo como un ser muy contradictorio. Había cosas de él con las cuales no comulgaba y discutíamos pero, por encima de todo y en contra de la mediocridad, era necesaria la furia moral que tenía", recuerda Gómez.
A Aguirre se le reconoce además como el primer editor de Gabriel García Márquez ('El coronel no tiene quien le escriba') y el fundador de la primera revista de cine en Colombia (Cuadro).
El escritor Héctor Abad Faciolince, que en su reciente libro de poesías 'Testamento involuntario', dedica una de ellas a Alberto Aguirre, recordó en su cuenta en twitter uno de sus diálogos con el poeta:
"'Aguirre, si te morís, ¿dónde querés que arrojemos tus cenizas?' Alberto Aguirre: 'Hacéme un favor: tirálas por el sanitario'".
Otro de los textos que retrata fielmente la actitud frente a la vida de este combativo escritor es el perfil que el escritor antioqueño, Gonzalo Arango, hizo de él:
"Posee una virtud admirable: cada que triunfa tira los laureles y se embarca en nuevas aventuras. No se deja coronar por la frágil gloria de adormidera que se ciñen los hombres mezquinos. Le interesa más la lucha que la gloria. Paradójicamente, en él la victoria equivale a una especie de fracaso, de muerte para el espíritu. Abandona la meta al conquistarla. Esto revela su espíritu creador, combativo, inconformista", retrataba Arango.
REDACCIÓN MEDELLÍN


3 Sep 2012 - 10:19 am

Alberto Aguirre, 

un corazón de oro

Por: Elespectador.com

“Sé que sigo viviendo por güevón y porque no me atrevo a quitarme la vida”, le dijo alguna vez Alberto Aguirre a su amigo Héctor Abad.


Alberto Aguirre
“Él fue un gran editor, un gran librero, un excelente fotógrafo, un periodista lúcido y feroz, y para mí el mejor de los amigos”, dice Abad, quien dedicó el último poema de su libro“Testamento involuntario” al recién fallecido, Alberto Aguirre.
Tenía un corazón de oro. “Un oasis adonde hemos arrimado una generación de escritores antioqueños a escamparnos del desierto, a preguntar por un camino. Nadie volvió a partir de ese oasis con sed, porque el corazón de este hombre, su amistad, su talento, hacen un poco de faro en la soledad espiritual de Medellín”, cuenta el poeta nadaísta Gonzalo Arango en un reportaje publicado en Cromos el 7 de noviembre de 1966.
Nacido en Girardota el 19 de diciembre de 1926, Alberto Aguirre Ceballos era un apasionado. Se obsesionó por el cine viendo películas de vaqueros en El Teatro Junín de Medellín cuando tenía 10 años.  En la década de los 50 se unió al Cine Club de Medellíndonde indagaba en cada una de las escenas y estudiaba los personajes para descubrir su contexto político, histórico y artístico.
"El cine club no es para ver cine, es para aprender a ver cine", le dijo Aguirre al arzobispo de Medellín, Joaquín García Benítez, cuando la Iglesia consiguió cerrar las puertas de club. Terco y persuasivo logró reabrirlo en 1956 con la proyección de una película prohibida en el país: Senso, de Luciano Visconti.

A los 20 años se graduó como abogado de la Universidad de Antioquia y logró ser juez, magistrado de los trabajadores y profesor de derecho en muy poco tiempo. “En su ramo conquistó todos los laureles a una edad en que sus colegas los conquistaban como reconocimientos póstumos a la paciencia y a la rutina. El los ganaba por lucidez, por coraje, por su personalidad”, asegura Arango.
Su formación jurídica la puso al servicio del periodismo. En sus ácidas columnas denunció la ausencia y la irresponsabilidad del Estado y de sus instituciones. Informó a los lectores sobre las injusticias cometidas con la gente, la miseria y el abandono del pueblo colombiano y la desvergüenza de la clase dirigente.

No satisfecho con el ejercicio jurídico, Alberto Aguirre se metió de cabeza en los libros de literatura y filosofía. Invadió los cafés tradicionales de Medellín con tertulias donde se reunían los artistas e intelectuales de la ciudad. Fundó y dirigió la Agencia France Presse pero se retiró para fundar su nueva empresa. La Librería Aguirre que mantuvo hasta 1997 se convirtió en un centro cultural y “Ediciones Aguirre” publicó a sus amigos por su cuenta y riesgo.

"Los libros de arte, las últimas traducciones venidas de Buenos Aires, México o Barcelona, y las revistas más novedosas se volvían objetos preciados, fetiches en manos de los pocos iconoclastas, cosmopolitas y rebeldes con causa en relación con una sociedad pacata y enclaustrada en el más recalcitrante conservadurismo. Y todo ello lo auspiciaba Aguirre con su paciencia en el andar, su voz grave, fina y enfática al hablar, su contundencia a la hora de defender sus puntos de vista, sus discursos lógicos y argumentación que han parecido siempre irrebatibles”, Augusto Escobar Mesa, de la Universidad de Antioquia.
Silencioso para muchos, Aguirre también fue  apasionado comentarista deportivo. Presentaba y redactaba notas para revistas y trabajaba al lado del narrador de fútbol Rodrigo Londoño Pasos, de Wbeimar Muñoz Ceballos, el comentarista de Caracol Radio, y Pablo Arbeláez, periodista de EL Colombiano, quienes consideraban a Alberto como un “un comentarista exhaustivo y agradable”.
Abogado, crítico de cine, periodista, columnista de temas de actualidad, de análisis político, comentarista deportivo, librero, editor y amante de la cultura, este antioqueño contribuyó con su oficio crítico, a la formación de las nuevas generaciones de escritores e intelectuales. Con su tono irónico y perspicaz, su columna “Cuadro” se mantuvo durante 40 años con una de las más leídas en Cromos, El Colombiano y El Mundo.
Escribió “para decir el mundo, para revelar sus flojeras y falencias, para defender a los menesterosos y a los débiles de corazón, y, haciéndolo, llegó a jugarse la vida. Podría haber dicho, con Maiacovski: "Donde me puncen me matan, porque yo soy todo corazón", dice el propio Alberto Aguirre en su obituario escrito para la edición 79 de la revista Soho. 






Alberto Aguirre
DEL EXILIO
Selección

    Al exiliado se le pudre la voluntad (21.9.87).

   El poder de arraigo implica la capacidad (o la posibilidad) del desarraigo; o sea, el poder de adaptación exige una capacidad igual de alejamiento.

    Se vuelve a decir (como en todas partes): no soy de aquí ni me parezco a nadie.

    No hay piso firme para el exiliado, pues la reja, que en el preso es exterior, dejándole el espacio de su intimidad, en el exiliado es interior, robándole así todo espacio.

    La vida colectiva es indestructible: la muerte es siempre cosa individual (o sea, un desprendible): esto es lo que permite sustentar la esperanza.

    El placer es el pensar.
  
    (Vivir alerta: prender la curiosidad: apetecer este mundo).

    A veces no sé quién soy. 

   (El arte como tabla de salvación)

    La sensación de estar perdido: inclusive, de sí mismo.

    La palabra incita al acto.  (Eso se sabe). Bueno, la palabra incita al estado de conciencia.

    La sustancia del exiliado es la nostalgia … y “la nostalgia es la puta del recuerdo” (Caín).

    Hay que reinventar la vida: queda un trozo, y éste se regenera.

    El exiliado miente de oficio.

   “Aquellos que empiezan por mirar hacia atrás, terminan a veces pensando hacia atrás.”Nietzsche

    El drama del exiliado es que teme haber sido arrojado, no ya de su país, sino del género humano.

    A veces provoca irse.

    La vida: único equipaje.

  Es preciso inventar de nuevo la vida: inclusive, hay que crear sueños y recuerdos y añoranzas, pues se trata de liquidar el pasado, para no vivir de nostalgias.

    El placer no es la soledad, es el anonimato. Y a la mierda la gloria.

    Hay gente que pone, en la yuca, el patriotismo.

    Y, de momento, el tiempo se vive en ralenti.

    Soy apenas un esbozo.

    ¿Vivir por sólo sostener la vida?

    El exiliado es un transeúnte.

    Esto se acabó: lo que sigue es vicio.

   De pronto (a ratos) una sensación extraña: éste que está aquí no soy yo.

    El exiliado ha de luchar contra la memoria: es su única posibilidad de salvación.

    No es que me estorbe la gente: es que no me hace falta.

    ¿Quién soy? Se difumina el contorno.

    Llegar a un sitio y a un tiempo en los que, coartadas amarras y raíces, empiece a extinguirse la memoria —inclusive la propia— y lograr así la libertad.

    Este largo ensimismarse puede conducir a la lucidez o a la locura: y quizá las dos condiciones giren dentro de las mismas coordenadas.

   El enemigo del exiliado es el tiempo: por eso hay que diluirlo.

 Para el exiliado, en un comienzo las palabras son refugio; luego se convierten en rejas y, a ratos, en alucinación.

    La vida se acabó hace días: sólo la inercia.
   
    Se escribe es para olvidar.

    Cada vez más extraño, no sólo a los otros, sino a uno mismo.

    Uno ignora, no sólo lo que es uno, sino lo que busca.

    La conciencia de no ser nada y por eso, quizá, la de ser posible.

    Las palabras construyen un invernadero: es hostil el mundo.

    Se oye todo muy lejos: inclusive, las gentes parecen personajes de una ficción que se leyó hace tiempos.

    El exiliado pierde el sentido jocundo de la vida: se ciñe el cilicio. (27.7.90):

    Sentir la vida como un trasto más.

    Al exiliado le dan el mundo por cárcel*.

*Tomado de la Revista de la Universidad de Antioquia.
Volumen LXI, número 227. Enero – Marzo, 1992. 
Medellín: Universidad de Antioquia.






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