La magia telegénica parece abandonar a Chávez  en favor de un joven y apuesto Goliath andariego con quien, al igual que  con Chávez hace veinte años,  nadie  contaba.

Hugo Chávez debe su carrera pública a los 47 segundos de televisión mejor aprovechados por político venezolano alguno durante el último siglo.
El hecho de que fuesen empleados en anunciar su rendición, luego de su fallida intentona golpista de febrero de 1992, no resta peso a la idea de que una sola frase – dos palabra apenas – que escapó de sus labios en un momento  de telegénica adversidad hizo más por su fortuna política que los doce años que llevaba conspirando arteramente contra la constitución que había jurado defender. La frase, hoy archiconocida y ajada, fue “por ahora”.
Detengámonos en este momento primordial de la carrera de una genuina gran figura de la dramatización televisiva latinoamericana.
Es mediodía y un líder rebelde es puesto por sus captores ante las cámaras para que exhorte a los suyos a la rendición.  Esto ocurre luego de más de doce horas de cruentos combates en la capital. Toda la teleaudiencia de una jornada de encendido total se pregunta quién rayos podrá ser el jefe de los golpistas: el público arde por ver el rostro de este nuevo actor político justo en momentos en que el viejo elenco bipartidista que, con alternancia, gobernó el país en virtud de un pacto político desde 1958.
Aparece Chávez: joven, delgado, en uniforme de combate, tenso pero sereno, con fisonomía tan inequívocamente mestiza que seria difícil imaginar un rostro más “tierrúo” –deleznable epíteto clasista que designa en Venezuela a los de abajo – y pronuncia impertérrito y mirando a cámara, lo que, en rigor, no es una rendición sino un aplazamiento,  una promesa, un santo y seña para los descontentos: “Por ahora”.
A la contundencia del no pensado eslógan se une el hecho inocultable ante la cámara de que sus captores luzcan más asustados que el cautivo. Seis años más tarde, en las elecciones de 1998,  luego de una campaña electoral “pueblo-por- pueblo y casa-por-casa”, el carismático Chávez alcanzaría con votos el poder que las balas no pudieron otorgarle.
2.-
En los años que tiene saliendo al aire – mucho más de una década –, “Aló, presidente”  ha dado forma al pathos  decididamente  telenovelesco con que Chávez ha subvertido su propia, anodina biografía provinciana para convertirla en un argumento de telenovela.   Un argumento que discurre según las vertientes que cada semana revela el soberbio, incansable televangelista que es Chávez, capaz de hilvanar durante horas un interminable discurso en el que las anécdotas de su infancia pobretona en el estado Barinas engastan con sus andanzas de jefe de estado en perenne campaña electoral, sus encuentros con líderes de otras revoluciones posmarxistas, sus improbables lecturas, sus pretendidos logros en materia de salud, vivienda y educación, sus disparatadas opiniones, sus arrebatos bélicos, sus efusiones historicistas.
Tan imbricada en su praxis política está la televisión en vivo que al biógrafo o historiador futuro le será muy difícil dar cuenta de los vaivenes del Partido Socialista Unido de Venezuela, por ejemplo, sin  escudriñar primero centenares de miles de pies de video que recogen las intemperancias, los dislates, las inopinadas decisiones políticas adoptadas por Chávez, no en la privacidad de un arduo gabinete ministerial, sino a pleno sol,  en una jacarandosa entrega de títulos de propiedad en una finca expropiada, por ejemplo. O bien durante una Cumbre Iberoamericana, la tenebrosa exhumación de los restos de Bolívar  o una visita a su Meca personal: La Habana; todo en obsequio de la galería televidente.
El formato del programa ha invadido desde hace años el de las cadenas televisivas oficiales, de obligatoria  retransmisión para los cada vez más contados canales privados.  Valga lo que valiere,  la inflazón de su ego telegénico le ha acompañado desde aquella madrugada de video apresurado en 1992, hasta la hora y punto de su apoteosis como etrella de la televisión latinoamericana: la admisión ante las cámaras de estar sufriendo   una variedad de cáncer nunca del todo descrita.
El reality  colectivista, el telemaratón estatizante, el talk show ideologizador de 24 horas con el que Chávez ha pretendido ahogar el libre debate de las ideas y el acceso público a la verdad en su país, ha incorporado sin melindres la vida conyugal de Chávez, por ejemplo,  y los peligrosos vaivenes que  trae consigo su amistad política, pero nunca nada tan desmesuradamente ambicioso en su vocación de torcer el ánimo elector a favor suyo como la impúdica manipulación de su condición médica.
3.-
Pocos guionistas de telenovela se atreverían  a proponer el cáncer  como la enfermedad que, en un atasco del rating,  aqueje a la protagonista.
Delia Fiallo, decana de las libretistas de culebrón, le advertiría al osado que se trata, para fines melodramáticos, de un callejón sin salida que, para colmo, no tiene los ribetes de deshaucio romántico que tiene la tuberculosis. Para colmo, la salida argumental que ofrece la idea de una curación, desafía lo que sabe la casuística médica.  Empero, Chávez abrazó una estrategia basada, al mismo tiempo, en la revelación de su grave estado y en el ocultamiento del tipo específico de cáncer que lo aqueja.
Y ha ido más lejos: ha estirado indefinidamente el reality de su tratamiento, reservándose para sì el rol del médico que lee el parte diario. Chávez  no sería Chávez si hubiese de dejar a otro el encargo de anunciar al mundo su milagrosa curación. En vísperas de una contienda electoral, era difícil imaginar una manera más audaz y enérgica de renovar el lazo emocional que lo une a sus millones de seguidores .
Pero, ¡ay! , las encuestas más serias dejan ver que la magia telegénica parece ya abandonarlo en favor de un joven y apuesto Goliath andariego con quien, al igual que  con Chávez hace veinte años,  nadie  contaba.
 Luego de desperdiciar catorce años del más prolongado boom petrolero atravesado alguna vez por su país, la pobreza, la indefensión, la inseguridad, la criminalidad y la inflación más alta del continente son el telón del reality sobre el que se recorta, ya no el cautivo suboficial rebelde de antaño, sino un curtido autócrata  convalesciente que circula en carroza blindada y desgrana viejas promesas y deslucidas consignas antimperialistas frente a una ciudad de provincia inundada y sin energía eléctrica, un sangriento motín carcelario  o una refinería en llamas.
 Ibsen Martínez está en @ibsenM