viernes, 10 de agosto de 2012

Joaquín Sabina / Quién pudiera reír como llora Chavela Vargas

Chavela Vargas


Quién pudiera reír como llora ella



 Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida.
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en la sala Morasol. Dijo: “Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos”. Y yo tuve que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: “Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo”. Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. “La admiro desde niño”, le dije. “Yo también le admiro mucho a usted”, contestó. Ante la mentira, exclamé. “Vete a la mierda”. Nos fundimos en un largo abrazo que nunca aflojamos hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte de Roberto Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo, como en la canción: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo estas palabras de Almodóvar: “Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”.


Y HACE CASI CATORCE AÑOS

Cinco cantantes destilan su mejor amargura en un homenaje a José Alfredo Jiménez

Chavela Vargas reinó entre las voces de Sabina, Lucrecia, Víctor Manuel y Rancapino

 Madrid 10 NOV 1998
Joaquín Sabina y Chavela Vargas
Homenaje a José Alfredo Jiménez
Madrid, 1998

El compositor y cantante mexicano José Alfredo Jiménez murió hace 25 años. Tras sí dejó varios centenares de canciones, algunas de las cuales están entre las más bellas y apasionadas de la música popular en castellano, como Un mundo raro o El Rey. Ayer concluyó en Madrid el homenaje español al monstruo con un concierto en el que cinco intérpretes muy dispares cantaron algunos temas: Chavela Vargas, Lucrecia, Joaquín Sabina, Víctor Manuel y Rancapino. El espectáculo ha pasado en estos últimos días también por Barcelona, Valencia y Bilbao.
Las canciones del mexicano José Alfredo Jiménez son intergeneracionales, eternas, desgarradas, corales: carne, frenesí, pecado, noche, botellas y mucha ausencia. Entre ellas Un mundo raro, Amanecí otra vez, Que te vaya bonito, La media vuelta, P"a todo el año, Poco a poco, En el último trago. Hay grabados 247 temas por artistas muy variados.Chavela Vargas ha vuelto a los escenarios sólo para este homenaje. Chavela fue íntima amiga de José Alfredo Jiménez. Ella cuenta que cuando los médicos dijeron al compositor que le quedaban dos meses de vida, la llamó para correrse la última juerga juntos en unión del también compositor Tomás Méndez, autor de Cucurrucucú.Estuvieron tres días con sus noches cantando, bebiendo y desmesurándose en Tenampa, el mítico bar de la plaza de Garibaldi, en la capital mexicana. Chavela canta a José Alfredo por derecho. Y ella fue la joya del espectáculo, un espectáculo que podría ser definido como ortodoxo. Ninguno de los artistas se permitió licencias, fusiones u originalidades. Cantaron las rancheras y los corridos en estado puro. Con una excepción, la del cantaor Rancapino, que calentó al respetable con aires de bulería, tango y alegrías. Son canciones de cantina y noche profunda, pero Chavela advierte que ella las ha llevado "a las salas de concierto y a las universidades".
La ortodoxia reseñada provocó cierta frialdad, a pesar del desgarro de Sabina, el coraje de Víctor Manuel y la sensibilidad de Lucrecia. Al final, con El Rey, la gente se lanzó a hacer coros. Ese final fue el principio de la juerga para muchos, que seguro que a estas horas de la mañana andan de parranda.
Chavela estuvo inmensa, aparentemente contenida. A los demás artistas se les notaba la responsabilidad de compartir escenario con ella. Estuvieron muy modosos, acaso para dejar que la Vargas reinase, incluso cantando cosas tristes. Sabina dijo: "Las amarguras no son amargas, cuando las canta Chavela Vargas".
Al contrario de lo que suele ocurrir en estos casos, este concierto no se graba en disco. Es una pena que las discográficas no hayan podido ponerse de acuerdo para dejar testimonio de este homenaje justo y necesario.
En los bises hubo una sorpresa. Saltó al escenario Joan Manuel Serrat tímidamente. Dicen que José Alfredo Jiménez hacía canciones para llorar en soledad o en compañía. Anoche se lloró por dentro.

México sin fronteras





La noche más latina. Chavela Vargas, Joaquín Sabina, Lucrecia, Víctor Manuel y Rancapino. Velódromo Luis Puig. Valencia, 5 de noviembre.Veinticinco años después de la muerte de José Alfredo Jiménez, el recuerdo del compositor y cantante mejicano presidió la velada del jueves en el Velódromo Luis Puig de Valencia. Sus apasionadas composiciones interpretadas por él o estrellas como Jorge Negrete, Pedro Infante, o Pedro Vargas, marcaron un punto de inflexión en la música popular mejicana. Fuera de las fronteras de México, muchas de esas canciones han llegado a convertirse en patrimonio universal por sus arrebatadas melodías o su capacidad de expresar sentimientos, más allá del culto al alcohol y el machismo que a veces destilaban. Cinco lustros después, canciones como Amanecí otra vez, La media vuelta o Que te vaya bonito siguen en el repertorio de cantantes de primera fila, como los que protagonizaron el concierto colectivo de Valencia, primero de una serie de cuatro a celebrar en Madrid, Barcelona y Bilbao. En cierto modo, era también un homenaje a su paisana, la legendaria Chavela Vargas, que ya grabó piezas de José Alfredo Jiménez en los años cincuenta y que, desde hace años presente en los escenarios españoles y siempre a punto de despedirse, fue una vez más el centro de atención escénica. Ella fue la encarnación de viva de José Alfredo Jiménez en la interpretación de Un mundo raro, En el último trago, Vámonos, Corazón corazón y Las ciudades pero, sobre todo, al cantar Gracias, la última ranchera que el compositor mejicano cantó antes de morir. Los restantes protagonistas del concierto abordaron la parte del repertorio del homenajeado que les tocó en suerte con diferente fortuna. Joaquín Sabina buscaba el tono y estilo idóneo hasta encontrarlo en Llegó borracho el borracho, una de esas canciones fuertes y emblemáticas por la que en su día Jiménez fue acusado de apología del alcoholismo. Víctor Manuel supo adaptar las composiciones ajenas a su forma de cantar, pero la cubana Lucrecia fue más allá, cubanizándolas y explorando nuevas posibilidades de piezas que han conocido múltiples versiones, potenciando su calidez y lirismo. El cantaor flamenco Rancapino rizó el rizo, pasando la canción mejicana por el tamiz del fandango y la bulería, empresa arduo complicada que merece perseverar en el intento. Alternándose unos y otras como solistas o en duetos, y acompañados por un quinteto de cámara que se apoyaba en arreglos de corte jazzístico, mantuvieron el termómetro del concierto a una temperatura agradable hasta que al final se disparó en un claro cambio de registro. Un mariachi sustituyó al quinteto de cámara sobre el escenario y el cóctel de estrellas interpretó a una sola voz El rey, la más popular ranchera del músico mejicano. El efecto fue fulminante: el público se levantó de sus asientos y coreó los versos de la canción, actitud que se mantuvo a lo largo de los tres bises con que culminó el concierto. Tal es la fuerza de las cuerdas y los vientos cuando se habla de rancheras.

http://elpais.com/diario/1998/11/07/cvalenciana/910469902_850215.html


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