Chavela Vargas en Tepoztlan |
Chavela Vargas
"Así me voy a morir, libre, sin yugos"
PABLO ORDAZ 10 MAY 2009
"Me costó salir adelante, pero nunca me agaché".
Chavela Vargas, figura de libertad, la voz desgarrada de México, ha cumplido 90.
Y quiere despedirse como vivió: si deberle nada a nadie.
No hay que fiarse de la silla de ruedas ni de las arrugas en el rostro. Tampoco de las gafas oscuras tras las que esconde su mirada. Ni siquiera de los 90 años que, según el calendario, acaba de cumplir. Todo es un disfraz. Tras él sigue viva, divertida, feroz, indomable, Chavela Vargas. Ya no bebe tequila ni fuma cigarros. Ya no enamora mujeres por derecho, a plena luz del día. Tal vez porque aquel alcohol, aquel humo y aquellas caricias ya no son piedra de escándalo, territorios prohibidos. Supo huir de Costa Rica a los 17 años. De aquella época recuerda a unos abuelos a los que apenas conoció, a unos padres a los que conoció demasiado y a unos tíos "a los que Dios tenga en el infierno". Su mejor juguete fue un revólver con el que distraía la soledad disparando a las culebras. Llegó a México en un avión de hélice, se hizo cantante de rancheras, se forjó una leyenda negra. Conoció y disfrutó a los mejores -Diego Rivera, Frida Kahlo, José Alfredo Jiménez-, pero también tuvo que fajarse con los peores. Dicen que manejaba la guitarra y el gatillo con idéntica destreza, porque ya se sabe que a los de su estirpe el destino no les pone red y tienen que jugarse el futuro a vida o muerte. Ni qué decir tiene que Chavela Vargas se ganó un lugar entre los grandes, y ahora está aquí, en la azotea de un hotel de la plaza del Zócalo, en el corazón de la ciudad de México, justo dos días antes de estallar la alarma por la gripe porcina, charlando de sus sentimientos, esculpiendo cada frase lentamente, como si fuera a una gruta a elegir las palabras y sólo regresara con las mejores. A veces se queda callada. Y sólo vuelve a hablar cuando está segura de que sus frases van a mejorar el silencio. Quién supiera hablar como calla Chavela.
El escritor Carlos Monsiváis dijo en su homenaje que nadie le habla de usted. Que hablarle de usted a Chavela sería como si uno mismo se hablase de usted?
Monsiváis, mi amigo del alma. Lo quiero mucho. Y tiene razón. Nadie me habla de usted. Me molesta la distancia del usted. Es una cosa muy especial. Háblame de tú.
La ciudad de México se volcó en tu homenaje. Y llegaron mensajes de cariño de tus amigos de todo el mundo.
Yo estoy muy contenta, porque se anunció un homenaje y no fue un homenaje. Fue una confesión. Yo veía a todo el mundo. Y le hablaba al oído a cada uno. Y cada uno de los que allí estaban me hablaba al oído a mí. Lo sentí todo, lo vi todo. A mis años no estoy sorda ni estoy tonta. Lo oigo todo y me estaba dando cuenta de todo lo que pasaba a mi alrededor.
¿Y qué estaba pasando?
El público me estaba pidiendo amor. Que es lo que a la gente le hace falta. Los artistas estamos sosteniendo un mundo que se está cayendo. Damos esperanza. Por eso se arriman a mí, creyendo encontrar el amor. Y a veces sí lo encuentran y otras veces no, porque yo tampoco lo tengo.
¿Te diste cuenta de las edades de la gente que te sigue? Había gente de 18 años?
Y hasta de 80. Como Tongolele [la bailarina y actriz Yolanda Ivonne Montes].
Hay artistas que tienen un público que va creciendo a su ritmo, pero no es tu caso. Cuando vas a España y te alojas en la Residencia de Estudiantes, aquello se llena de jóvenes.
Me encantan los jóvenes. La maravilla de mi vida es que yo nunca me he sentido importante. Yo voy por la vida como un oficio. Con todo el corazón, con todo el sentimiento, pero como si fuera una cosa ya impuesta por el destino. El destino quiso que yo estuviera en un escenario, y lo estoy cumpliendo, porque las órdenes quién sabe de dónde vendrán. Eso que llaman alma, que es intangible, que es mentira, de donde viene toda la cosa artística, también te lo regala el destino.
¿Y de dónde viene el alma?
Quién sabe.
Entonces, ¿no se puede ir a una escuela a aprender el arte, a buscar el duende?
Es imposible. Es inútil perseguir el duende. No lo puedes comprar. No lo puedes alquilar.
Ni simular?
Nada, nada. O es natural o el público se da cuenta. Y yo me siento muy contenta. He cumplido una misión. Con mucho gusto. No forzada. Con amarguras a veces. Con dolor más que nada. Pero eso pasó. No dejó cicatrices en mi vida. No tengo malos recuerdos. Todo ha sido bellísimo.
¿Estás satisfecha?
Sí.
A ti te gustaron siempre las cantinas con carácter. ¿Cuándo estuviste en alguna por última vez?
Con Pedro [Almodóvar]. Ésa fue la última vez. Fue muy gracioso. Nos sentamos en la mesa de José Alfredo Jiménez y Pedro estaba feliz. Y yo le dije: -No tomes tequila, porque cuando te dé el aire te caes. Y me dijo: -No te preocupes. ¡Pues en cuanto le dio el aire se cayó! Le pasa a todo el mundo. A todos los turistas. Se caen. Es encantador el tequilazo. Me parece divino que México tenga eso del tequilazo. Bajas del avión, te tomas un traguito? ¡y al suelo!
¿Qué es para ti Pedro?
Es mi amor en la tierra. Es mi único amor en la tierra.
Él dice que cuando se muera, antes que como director de cine, quiere ser recordado como amigo de Chavela Vargas.
Es lindo que diga eso. Es lindo, sí.
¿Por qué esa relación?
Somos almas gemelas. Tenemos mucho en común.
¿Qué tenéis en común?
El dolor y la angustia y todo lo que hace falta para crear. Hay que inventar las cosas y cuando se inventan, duelen.
Qué bonito eso que dices?
Duelen mucho. Hay que sostener la mentira. Hay que sostener todo eso, que duele mucho. Día con día te duele. Tienes miedo a que se descubra la verdad. Tú te sonríes, porque suena simpático, pero es verdad. Y a Pedro y a mí nos pasa lo mismo. Parecemos muy valientes, pero por dentro... Por dentro "Sólo Dios sabe"
¿Me estás hablando de la soledad?
Soledad es libertad. Y nosotros somos libres, libres, libres? Que es lo más bello. Yo no tengo yugos. Yo no me agacho ante nadie. Jamás. Y lo mismo le pasa a Pedro. Nos ofrecen millones por una cosa y preferimos ir de gratis a otra. El alma vale más que los millones. Así somos. Y me encanta ser así y así me voy a morir, libre, porque ya no me falta mucho. Soy consciente de que ya voy terminando mi jornada.
No digas eso, Chavela. Que tú lo dices sonriendo, pero a tus amigos les da tristeza.
No hay que tener tristeza. Lo digo tranquila, sin amargura.
¿Le das vueltas a la idea de la muerte?
No siempre. De repente. Me topo conmigo, y hablo.
¿Y qué te dices?
Me dice la Chavela: vas bien por ahí. Quisiste ser libre [se le quiebra su voz tan potente] y yo te he mantenido libre. Sigue así, sigue adelante. Termina tu jornada, que el final ya va a ser pronto y muy hermoso. Y yo le doy las gracias. Ya voy teniendo ganas de descansar para siempre. Yo no le debo nada a la vida ni la vida me debe ya nada a mí. Tengo ganas de recostarme en el regazo de la muerte, que debe de ser bellísimo, muy bello. Tal vez por eso le tenemos tanto miedo a ese momento. Porque debe de ser hermosísimo.
Tanto como hermosísimo, Chavela...
Que sí... Está muerta de risa la muerte.
Eso será por la relación tan especial de los mexicanos con la muerte...
El mexicano se divierte jugando a los volados (lanzando una moneda al aire para ver si sale cara o cruz) con la vida y con la muerte. Así me divierto yo, jugando a los volados con la vida y con la muerte.
Tú siempre has vivido sin miedo. No vas a cambiar ahora...
No, no voy a cambiar ahora. Sería un ridículo, un ridículo espantoso. ¿Tú te imaginas que yo me muera en un monasterio? Es lo peor que me podía pasar. Ja ja ja?
Que te convirtieras ahora... Que buscaras a un cura para que te perdonara los pecados...
¡Ay, no me digas eso! Yo no creo en los curas. ¿Te imaginas yo con un cura? El día que me fue a ver uno yo le dije: "¿Cómo le tengo que llamar, padrecito o padrezote?". Y otra vez, estando en el hospital, me fue a ver uno y le dije que yo era budista para que me dejara en paz. Me encanta divertirme. Con la gente, pero sin ofenderla.
Y además de Pedro Almodóvar, ¿quiénes son tus otros amores en España?
Hay mucha gente que quiero. A Elena Benarroch, a Mariana Gyalui, a Martirio... Y a mi cuatacho [amigote] Joaquín Sabina. Ése me escribe recados en servilletas sucias de la calle. Me hace mucha gracia. Siempre hace cosas inauditas Joaquín. Cosas rarísimas, y le salen bien.
Si te tuvieras que quedar con una época de tu vida, ¿cuál elegirías?
Este momento. Sí. Estoy bien. Estoy centrada. No me he desbocado. Ni me siento más de lo que soy, ni menos tampoco. Estoy en un término justo.
En tu homenaje recibiste flores de presidentes de Gobierno, de premios Nobel, pero -a diferencia de otros artistas- tú nunca has buscado resguardarte a la sombra del poder.
Yo no busco a los importantes. No tengo por qué buscarlos. Para nada. Ellos me buscan a mí cuando sienten tristeza. Parece mentira. Se acercan a mí. Y es la tristeza la que te hace buscar al amigo, que siempre está presente. Es la señora tristeza, y la señora soledad... Esas dos, seas poderoso o no, siempre están a la cabecera de tu cama. Pero -Como sigamos hablando aquí en la terraza, se nos va a llevar el viento-.
La conversación sigue dentro, durante un almuerzo que Chavela Vargas comparte con sus amigas. Pide fettuccini con salsa de flor de calabaza. A su lado, las dos muchachas que la cuidan en su casa de Tepoztlan, un pueblo mágico situado a una hora de coche del Distrito Federal. Allí disfruta de sus dos perros de raza prehispánica, de la lectura, de sus voluntariosos paseos para intentar deshacerse lo antes posible de la silla de ruedas. Hay un momento, tras un rato en silencio, que Chavela interrumpe la conversación con dos palabras que son un puñetazo en la mesa. "¡Me voy!". Se ha enfadado porque se ve incapaz de comer losfettuccini sin ayuda. Y ese "me voy" no se refiere a una retirada temporal, sino a despedirse de un mundo que la vio triunfar y ahora la ve postrada en una silla de ruedas.
Dos días después, en su casa, con sus perros, Chavela vuelve a lucir su sonrisa.
Tú decidiste cambiar tu destino...
Me costó mucho ser lo que soy. Me enfrenté al mundo. Abrí los brazos. Y le dije al mundo: ven. Hablemos. Hablemos noche a noche. Y el mundo y yo platicábamos todas las noches. A veces se me negaba. Me costó mucho salir adelante. Muchas lágrimas de sangre.
¿A qué edad te fuiste de Costa Rica?
A los 17, y tuve que venir a México a descubrir el calendario. A darle vueltas, a ver en qué número caía, a jugar a la ruleta de la vida, y le daba vueltas, el 21, el 42, y le he estado dando vueltas hasta los 90.
¿A qué asocias tu país?
A la negación del mundo. Allí no hubiera podido yo leer ni la guía del teléfono. Los curas me hubieran comido. La Iglesia católica se me echó encima desde que nací. Y un día le menté la madre a un cura. Me dijo: "Ego te absolvo". Y yo le dije: -Chíngate a tu madre.
¿Te viniste sola?
Sí, sola, vendí una gallina y dos guajolotes (pavos) Y me vine en un avión de hélice.
¿Y nunca volviste a Costa Rica?
Hace seis años. Dejé Veracruz, donde tenía una casa, y me volví a Costa Rica. Y a los siete meses, unas navidades, decidí volver a México. Qué país Costa Rica. Yo pondría allí a todos los suicidas del mundo. Les pondría allí un departamento. Sería un buen negocio una tienda de ataúdes. Eso es lo que pienso de Costa Rica. Hay allí una prostituta que es la más grande del mundo, y llega allí y se le hincan en la tierra para saludarla. El arzobispo y todos. Un día me dijo: -Yo sí soy profeta en mi tierra, y tú no, Chavela. Y le dije: -Sí, tienes razón.
¿Qué recuerdas de tu leyenda negra?
Eran otros tiempos, otras cosas, otras gentes. Andabas en la calle con Diego Rivera, con Frida Kahlo, muy tranquilos, nadie se espantaba, nadie decía ahí viene Frida, ahí viene Diego, eran personajes que estaban dentro del paisaje, y la gente los quería.
¿Cómo los conociste?
Me invitaron a una fiesta en su casa. Y ya me quedé, me invitaron a quedarme con ellos a vivir y aprendí todos los secretos de la pintura de Frida y Diego. Secretos muy interesantes que nunca desvelaré, jamás. Y éramos felices todos. Éramos una gente que vivía día con día, sin un centavo, tal vez sin qué comer, pero muertos de la risa. Todo el tiempo. Me fui acostumbrando a ellos, acostumbrándome a sus costumbres.
¿Y fue una amistad de cuánto tiempo?
Dos años conviví con ellos. Y un día llegaba allí Trotsky y me parecía la cosa más natural, no me espantaba. Yo preguntaba: ¿Quién es ese viejo peludo?-. Y Frida me decía: Trotsky, cállate Chavela, no hables tan fuerte-.
¿Fue una buena decisión renunciar a tu país y venir a México?
Sin duda. Yo amo a México. Menos dinero, me dio todo. Me permitió luchar a la par de los grandes. Ahí me forjé. Con Pedro Infante, con Agustín Lara... Y no hice mal papel. Me la jugué y terminó todo gloriosamente.
¿Por qué dices que te la jugaste?
Porque era jugársela. O triunfaba o me acababa. Hasta ahí llegaba. No había término medio. Bueno, pues triunfé. Muy bien triunfada. Nadie me podía decir nada. A nadie le debía nada. Tengo el orgullo de que a nadie le debo nada, que es precioso sentirse libre.
Y esa sensación de que o triunfabas o caías, ¿la tuviste presente siempre, en cada concierto? ¿Viene de ahí parte de tu desgarro?
Sí. Hasta cuando era estrella salía al escenario con un sabor amargo en la boca. Por eso tenía que recurrir al alcohol.
Y seguías jugándotela...
Y seguía jugándomela. Siempre he sido peleadora en la vida, por un nombre, porque me llamaba Chavela Vargas. Cuidaba mucho mi nombre, era lo único que tenía. Y así fue pasando la vida hasta llegar a los 90 años, que pesan.
¿En qué te pesan?
Sobre las espaldas llevo un cargamento de recuerdos.
¿Tienes buena memoria?
Sí. Muy buena memoria. Cosas que no se me olvidan, cosas que te puedo decir ahorita. No se me olvida que hubo una época en que fui borracha. Bebía mucho, y un día dije: -Me voy a morir. O me muero o me compongo. Tengo que definirlo yo. Y dije: -Pues dejo de beber. Y le dije a la criada: -Dame la última copa, y ella dijo: "Ah, qué barbaridad"-.
No te creyó...
No me creyó. Pero me llevó la última copa y fue la última copa. Y el cigarro también lo dejé al mismo tiempo.
¿Hace cuánto?
20 años.
¿Y no tienes la tentación de vez en cuando?
Cómo no. Para qué te voy a mentir A veces estiro la mano para agarrar el vaso de tequila, o el cigarro.
Y tener buena memoria ¿es una suerte o a veces se convierte en un peso?
En un peso, porque recuerdo cosas que me dolieron y que me afectan mucho. Me siguen doliendo.
Hablas de la soledad y de la tristeza, pero yo veo que por detrás de esas gafas negras tú estás sonriendo?
Sí, me estoy sonriendo de todo. No me queda más remedio. Si no, sería una amargada, y no, no me da la gana serlo. P
La reina de las rancheras
Chavela Vargas
es la voz desgarrada, el sentimiento que sale de las entrañas cantando unas rancheras sentidas, únicas, con un estilo diferente al del otro grande mexicano, Jorge Negrete.
Nacida en Costa Rica, Isabela Vargas Lizano se ha considerado siempre mexicana. Se fue a México a los 14 años, vagabundeó por las calles de D. F. hasta que, a los 30 años, se hizo cantante profesional. Canciones como La llorona, Piensa en mí, Volver, volver o La Macorina, interpretadas hasta entonces sólo por hombres, convirtieron a Chavela en un símbolo, redescubierto hace pocos años en España gracias a Almodóvar y Sabina.
Recién cumplidos los 90 años, México le rindió un homenaje. Junto a la entrañable figura de la anciana cubierta con su poncho estuvieron sus amigos.
Chavela Vargas y la muerte
“No me preocupa, puede ser bellísima”
La cantante mexicana confiesa que su último deseo es viajar a España
Con 93 años, la artista presenta 'La luna grande', un homenaje a Lorca
El Gobierno de México la propone para el Príncipe de Asturias de las Artes
BERNARDO MARÍN Tepoztlán 5 AGO 2012 - 22:19 CET
No va vestida con poncho porque en realidad casi nunca se pone uno. “Por mucho que se empeñe Joaquinito, aquí se llama jorongo”, aclara. Pero Chavela Vargas tampoco lleva hoy esa prenda, sino una preciosa guayabera verde manzana que le acaban de regalar por su 93 aniversario. Está radiante y tan morena como el solemne cerro del Chalchi que se alza sobre su casa y con el que conversa todas las mañanas. Y se siente cuatro veces alegre. Hace unos días estremeció a la capital mexicana con la presentación de su último trabajo, La luna grande, un homenaje a Lorca. Le ha puesto también muy contenta recibir felicitaciones de cumpleaños como las de Pedro Almodóvar o Elena Benarroch, que enseña orgullosa. Hace apenas unas horas, el Gobierno de México ha anunciado que propuso su candidatura al premio Príncipe de Asturias de las Artes. Y además, han venido a verla unos amigos. Así que no hacen falta más excusas para sacar unas sillas al jardín, abrir unas botellas de tequila y organizar una tertulia.La cantante más mexicana —por mucho que naciera en Costa Rica— reclama el tuteo. Y está un poco cansada de hablar del pasado. De contar sus parrandas monumentales con José Alfredo Jiménez, de explicar si llevaba o no pistola, de repetir por centésima vez cómo recuerda a Frida Kahlo o “al viejo peludo de Trotsky”. Así que le preguntamos por el presente: ¿Cómo vive Chavela? “Me cuidan mis ángeles [sus enfermeras] Loren y Lily. Me dedico a leer, a estudiar, a pensar en todos los poetas del mundo. Y así paso las tardes y las noches”. ¿Y qué lees? “Poesía” [pero cuentan sus amigos que también, y con mucho interés, el ¡Hola!] ¿Ves la televisión? “Sí, aunque todo es pachanga”. ¿Entras en Internet? “Entiendo que gracias a él me llegan mensajes de todo el mundo. Pero manejar una cosa de esas, no”.
Así transcurren los días corrientes, porque las noches de luna, Chavela tiene cita. “Me reúno con Federico García Lorca”, dice, repitiendo muy despacio el nombre del poeta ¿Y cómo está? “Muy tranquilo” ¿Hablar con muertos nos hace perder el miedo al más allá? “No me preocupa la muerte. Y puede ser algo bellísimo, por qué no. Pero la cuestión es vivir como yo he vivido: 93 años, aquí en la tierra”. ¿Y el amor? Ha dicho que es un mal sueño de una noche de borrachera, pero también que quienes no aman son seres grises. ¿En qué quedamos? Ahora se queda dudando. “Pues quién sabe. Depende del estado de ánimo”.
De ese diálogo con Lorca brotó su último deseo en la vida: grabar el libro-disco en el que recita al poeta granadino. Pero no hay que fiarse, porque lleva muchos deseos diciendo que es el último. Ahora, de hecho, tiene otro: viajar a España. Y, por qué no, puede que a recoger un premio. "Pensé que había terminado mi carrera. Pero solo pensar en el Príncipe de Asturias me lleva a lo más alto del amor, por mi público y por la vida". Almodóvar, Sara Baras, Miguel Poveda, Rafael Amargo o Eugenia León apoyan la candidatura. Las bases del Príncipe de Asturias dicen que se concederá a personas “de la máxima ejemplaridad”. ¿En qué es un ejemplo Chavela Vargas? “En todo lo que he hecho. Me ha gustado hacerlo y me sigue gustando. Ahí está el ejemplo”.
Jorongo y tequila
Nacida en abril de 1919 en Costa Rica, María Isabel Anita Carmen de Jesús lleva más de 70 años viviendo en México, país del que tiene la nacionalidad y se siente ciudadana. Ha grabado más de 80 discos. Se retiró a finales de los setenta pero regresó en 1991.
Hace años la cantante hizo “un esfuerzo inmenso” y dejó al mismo tiempo cigarro y botella. Pero algunos días como hoy se toma un vasito de tequila. Una costumbre casi masoquista porque esa bebida, que acompañó sus fiestas y su soledad durante décadas, ahora le sabe “muy feo”. “Yo antes no podía tomarme un vaso, me tomaba una botella entera. Y ahora lo encuentro horrible. Quién sabe qué pasó”, se pregunta. Se lo pregunta, pero se lo bebe mientras comparte con Lola y Joaquín, sus perros de raza prehispánica, unos pedazos de queso de rancho.
Prometimos no hablar demasiado del pasado pero la conversación serpentea y aterriza en sus primeros escenarios: ¿podría haber sido otra cosa que cantante? Y contesta: “Hay que sacar el artista que una lleva dentro y no meterlo en otro sitio, porque tampoco sirve. Ni modo, si eres artista eres artista”. ¿Y cómo fue eso de cantar en un país como México el amor entre mujeres? “Era muy difícil, me tenía que enfrentar con los meros machos, como Pedro Infante. Pero el machismo aquí ya pasó, no podía durar. ¿Qué ganábamos con eso? Nada, complejo de inferioridad. Ya está, se ha vencido”. Un muro de prejuicios superado que además aprovechó para subirse encima y tomar impulso: “Una barrera te hace crear porque te dices ‘vamos a enfrentarla. Y vamos aponer el mundo a cantar y a soñar”.
También puso a cantar en su último recital, este mes de abril, al Palacio de Bellas Artes de México, repleto de un público de todas las edades, pero sobre todo joven. “Es lindo. Ahí vienen el papá, la mamá, la tía, el sobrino, toda la generación. Si no fuera por ellos ya se hubiera acabado todo”.
Algunos le gritaron: “¡Chavela presidenta!”. ¿Nunca te tentó la política? “¡No!”. ¿Ni para cambiar las cosas injustas? “No se pueden cambiar, todo estaba escrito. Es mentira todo lo que dicen los políticos… En lugar de dar, esperan que les den”. Escéptica, pero también optimista sobre el futuro de su país: “México ahorita está en una época de transición, está dolido el gigante y está dormido, pero una vez que despierte veremos qué pasa. Y será para bien”. ¿Y España? “Pasa una etapa muy difícil, pero no se va a quedar así. Todos los países tienen sus épocas pero España es la hembra de Europa. Y es un país que responde”.Sí le disgusta que la identidad mexicana se esté difuminando: “Antes decíamos ‘vamos a tomar una copa’ y ahora dicen ‘no manches güey’. Pero el color de México no se ha perdido, anda por ahí, montado en una mariposa, y ya lo veremos aterrizar”. Se detiene. Esboza una sonrisa de niña traviesa. Y como sorprendida por haber dicho algo demasiado solemne, se disculpa: “Ves lo que te digo. Pruebo el tequila y empiezo a hablar quién sabe de qué…”.
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