martes, 18 de enero de 2011

Justo Navarro / Gran Highsmith


Gran Highsmith

Entre lo delicioso y lo feroz se mueven las dos novelas y el volumen de cuentos, en su mayoría inéditos, de la corrosiva Patricia Highsmith. La autora crea un progresivo y alucinado clima de desquiciamiento al enfrentar a sus personajes con la mentira, el delirio o el fracaso.

  • Patricia Highsmith

La mentira huele a muerte, o así lo sintió una vez Joseph Conrad, y de la mentira tratan estas dos estupendas y tristes novelas de Patricia Highsmith, Ese dulce mal (This Sweet Sickness, 1960) y El diario de Edith (Edith's Diary, 1977): de la mentira o del delirio, que quizá no sea exactamente una falsificación, sino sólo una creencia personal y errónea basada en inferencias incorrectas, como dicen los catálogos de psicopatología.
El dulce malestar que imaginó Highsmith es un enamoramiento equivocado, en una ciudad del Estado de Nueva York, a finales de los años cincuenta: el enamorado tiene celos (como si llevara una piedra de dos kilos en el pecho) porque una antigua novia, o casi novia, se ha casado con un repugnante, idiota y arruinado eunuco vendedor de electrodomésticos, o así lo ve el enamorado delirante, David Kelsey, joven científico con un magnífico expediente de becas y premios, ahora ingeniero jefe en una fábrica de plásticos.

EL DIARIO DE EDITH. ESE DULCE MAL

Patricia Highsmith
Traducciones de José Luis López Muñoz
Anagrama. Barcelona, 2003
358 y 300 páginas. 16,50 y 16 euros

UNA AFICIÓN PELIGROSA

Patricia Highsmith
Traducción de Isabel Muñoz
Anagrama. Barcelona, 2003
309 páginas. 16 euros
Pero no se gusta el magnífico Kelsey, e inventa que es otro, con otro nombre, otra casa, otra vida, lejos de su íntimo fracaso absoluto (se parece en esto al asesino triunfador Tom Ripley, la memorable creación de Highsmith, y, según Isak Dinesen, en la naturaleza de un hombre un secreto es algo feo, como un defecto físico escondido). El otro yo de Kelsey, William Neumeister, sabe que su enamorada Annabelle no quiere a su marido: ¡lo va a dejar para casarse por fin con su primer y verdadero novio, Kelsey! Patricia Highsmith poseyó el don de presentar los pensamientos perturbados con la misma ecuanimidad que merecen los más razonables, y así sus historias adquieren un progresivo y alucinado clima de desquiciamiento.
Edith apenas registraba en su diario algún pensamiento sobre la plácida existencia en un pueblo de Pensilvania, pero la desilusión que le produce un hijo desastroso la lleva a anotar, como si fueran ciertos, acontecimientos menos torcidos que la vida auténtica: el hijo, estudiante pésimo, impotente borracho veinteañero, en el diario será ingeniero y padre de dos niños, triunfante en la Universidad de Princeton y en los campos petrolíferos de Kuwait, aunque probablemente su principal hazaña real sólo merezca la calificación de asesinato. Son los años de los Kennedy, los Beatles, Vietnam, Nixon, Allende y Kissinger, un tiempo de esperanzas estropeadas, como el matrimonio de Edith. No hay mucho crimen en estas novelas, si es que el auténtico crimen, según lo ve Patricia Highsmith, no está en la casi voluntaria vida infeliz, origen de todo mal, una especie de maldad inconsciente y activa.
En Una afición peligrosa, cuentos escritos por Highsmith entre sus 30 y 50 años, en su mayoría archivados hasta ahora, inéditos, uno de los personajes terminales de Highsmith dice: "La vida es un largo fracaso de comprensión". El fracaso aparece aquí como una fijación, incluso como forma de plena y dichosa realización personal. De la felicidad Highsmith tuvo una visión corrosivamente divertida, y, entre lo delicioso y lo feroz, lo demuestra en estas páginas: hay un perro perfectamente educado que hace sentirse inferior a su amo, y lo mejora, moviéndolo a aprender francés y gastronomía mientras oye a Mozart, y también hay un asesino imaginario que sufre cárcel por los imaginarios actos que, como Edith, anotó en su diario, y piensa que al menos ha logrado lo que pocos logran: aniquilar a los que desprecia. Otros logran menos, como ese que encuentra a su feo doble y, al matarlo, se mata a sí mismo, tal como le ocurría a cierto personaje de Edgar Allan Poe. La gente de Highsmith suele estamparse contra la pared o contra el suelo, como si cayera bajo el peso de una vida que le gusta poco, y literalmente se destroza a sí misma, casi humorísticamente.



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