Ilustración de Saúl Steinberg |
Triunfo Arciniegas
VENTAS CALLEJERAS
28 de abril de 2024
Me ha sucedido varias veces. Los vendedores callejeros se ofenden si uno no les compra o cede a su precio. La soterrada rabia de los pobres sale a flote muy fácilmente. Yo la tengo a flor de piel, para no ir más lejos.
Le rapan al comprador el producto que decidió no comprar o acomodan la mercancía como si el comprador les hubiera hecho un desastre, y a menudo esa amabilidad inicial se transforma en maldiciones.
Y peor cuando llueve y la mercancía se echa a perder. Cuando los compradores prefieren pasar el domingo en casa, frente al televisor. Cuando hay que botar los libros mojados y la ropa se queda en la calle, convertida en un trapo.
“Estoy que me como una piedra”, le oí decir a un vagabundo mientras tres niños se entretenían con sus juguetes de plástico a pesar de la inclemencia del clíma y una mujer sola contemplaba la lluvia sin pestañear. La vida desgraciada da rabia. La puta pobreza da rabia.
El hombre me pidió veinte mil pesos por una correa. La desenrollé y le ofrecí quince, pero se mantuvo en el precio. No quiso rebajar a pesar de mi insistencia. No balístico ni diez, la verdad sea dicha. Enrollé la correa y la dejé en su puesto. “Si vuelve, ya no se la dejo en veinte”, dijo. “No voy a volver”, le respondí, alejándome. “Que le vaya bien”, dijo, amargado. “Muchas gracias”, respondí. Pero no sé si me oyó.
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