martes, 24 de diciembre de 2019

Juan José Saer / La grande / Reseña de Carlos Andia


Juan José Saer


Juan José Saer

Idioma original: castellano

Año de publicación: 2008
Valoración: Muy (pero muy, muy) recomendable

Carlos Andia
6 de diciembre de 2017

Un hombre abandona la ciudad y no se sabe de él durante treinta años. Al cabo de ese tiempo vuelve, busca a uno de sus antiguos amigos y charla con él en un bar. Para contar esto, Juan José Saer emplea unas cincuenta páginas. Como emplea grandes párrafos o varias páginas para describir cómo alguien abre un paraguas plegable o cose un botón, o la búsqueda de una pauta para consumir un plato de aceitunas verdes y negras en función de la potencia de su respectivo sabor. Qué quieren que les diga, son muchas, sí, pero qué páginas. La prosa de Saer puede parecer excesiva, con su frase demorada, sinuosa, en la que una subordinada se descubre en el interior de otra subordinada, y así sucesivamente, como matrioshkas o pequeños puzles, oraciones interminables que son como un eco de pensamientos no errantes sino, al contrario, de una precisión mareante. Frases que requieren leerse un poco hacia delante y hacia atrás, que necesitan reconstruirse, que se inflan como una burbuja creciente e impredecible y terminan estallando en un verbo solitario. Pero nada es gratuito, todo está donde debe estar y en su dosis exacta. Si encima sabemos –luego diré por qué- que este caballero, Saer, apenas corregía nada de sus escritos, lo que sugiere que todo ese torrente le salía con naturalidad, llegamos a la conclusión de que era un monstruo.

Pero vayamos por partes. ‘La grande’ es de alguna manera una novela coral sin más hilo argumental que el retorno a que me refería al principio, y que desemboca en una reunión de amigos en torno a un asado, un día de verano. De forma que las cuatrocientas y muchas páginas se dedican a explorar, a veces en el pasado de alguno de los personajes, otras veces en su personalidad, o en aspectos sociales o literarios. Así nos enteramos de que Gutiérrez, el retornado, fue pasante de un despacho de abogados que uno de sus socios, Mario Brando, utilizó como sala de máquinas de un movimiento literario local conocido como precisionismo. La peculiar personalidad de Brando y su contacto con la élite social y militar del país provocan la agitación del ambiente cultural, y suscitan el estudio del fenómeno por parte de alguno de los personajes, al mismo tiempo que el desprecio de otros. En contacto con ese entorno por diferentes vías se encuentra Nula, un joven vendedor de vinos con aspiraciones intelectuales y la autoestima en posición cenital, que a su vez tuvo una relación poco común con la hija de aquel Gutiérrez. Teniendo como fondo, como transparentándose, la pequeña historia del singular movimiento literario, se van superponiendo diferentes planos temporales de todos estos personajes, descritos con calma, de forma pausada y concienzuda, entreverados con la climatología cambiante, paisajes fluviales o ligeras inmersiones en los aconteceres políticos.

Como decía, la prosa de Saer no se parece a nada corriente, cuesta asimilar su envergadura en un primer momento, incluso puede resultar pesada cuando hemos consumido digamos un cuarto, o un tercio, y vemos lo poco que hemos avanzado si atendemos a un modelo argumental preconcebido. Pero en mi opinión, y sin pretender pontificar, cuando uno se enfrenta a textos así, tan poderosos o tan alejados de lo convencional –en ritmo, en forma, en perspectiva-, la clave está en dejarse llevar, no pretender dominar el trabajo del autor sino sumergirse en la corriente que propone. En este caso al menos, el resultado es reconfortante.

Con todo lo dicho hasta ahora, descripciones que rozan el hiperrealismo, manejo mágico del lenguaje, encaje perfecto de las diversas líneas del relato, por supuesto humor fino, inteligente, sin rehuir la crudeza en su momento justo, con todo ello ¿le podemos pedir más, algo que nos moviese a ponerle el cartelito de Imprescindible? ¿Tal vez un argumento de mayor recorrido, más visual o estimulante para el lector? ¿Personajes algo más humanos, menos sutiles, o que a veces no parezcan algo plastificados? ¿Quizá Leopold Bloom podía haber sido un tipo un poco más interesante, o podía haber ocurrido algo menos vulgar aquel 16 de junio en el Dublín del 'Ulises'? Pues tal vez, nada es perfecto, pero si escrutamos un poco más, tras la aparente linealidad de esos personajes encontraremos siempre algunos misterios, zonas de sombra a veces importantes y otras veces nimias, que quedarán en ocasiones desveladas y otras ocultas para siempre. Y para eso hay que mirar con atención, con pausa.

El caso es que después de esa inmensa marea de literatura con mayúsculas que contiene el libro, tras el memorable (y esta vez breve) cuadro de un colibrí que aparece en el jardín y deja petrificados a los presentes, el relato queda cortado de cuajo. Saer murió justamente cuando se encontraba a punto de terminar el libro y, según la nota del editor que se incluye al final (por ella sé lo de las correcciones), tenía proyectado un capítulo final mucho menos extenso que los anteriores, de forma que nos queda la clara sensación de quedarnos al borde de algo, una sensación que hace de la novela, por inconclusa, algo todavía mucho más grande. Maldita sea.


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