jueves, 25 de abril de 2013

Salinger / Nueve cartas



Nueve cartas de Salinger agrandan su leyenda

Antes de publicar 'El guardián entre el centeno', el escritor mantuvo correspondencia con una joven aspirante a novelista de Toronto

BIOGRAFÍA DE J.D. SALINGER



Una de las pocas imágenes de Salinger que existen
En una caja de zapatos al fondo de un armario Marjorie Sheard, un ama de casa de Toronto, guardó sus sueños juveniles de ser escritora y su aproximación al mundo literario. Las cartas que recibió de un joven escritor a quien había leído en Esquire y admiraba, le ofrecían algunas pistas sobre cómo orientarse en el mundo literario, en el que nunca llegó a zambullirse. “Me parece que tienes el instinto para evitar las tonterías de la típica chica de Vassar”, le escribió en 1941 animándola a mandar su trabajo a pequeñas revistas literarias.
En las líneas que JD Salinger escribía a Marjorie se adivina el mismo tono mordaz que caracterizó a Holden Caufield, legendario héroe de 16 años de su primera novela, El guardián entre el centeno, que ha cautivado a millones de lectores desde su aparición en 1951. Con aquel libro, publicado una década después de que arrancaran estas epístolas –pero en torno al que ya merodean al referirse Salinger “al cuento de Holden”– el escritor alcanzaría la fama de la que más adelante se empeñó con denuedo en escapar, dejando incluso de publicar en una búsqueda furiosa por encontrar el anonimato, el mismo en el que paradójicamente vivió su corresponsal Sheard. Esto era hasta ayer, cuando se hizo pública la noticia de la adquisición de nueve de estas cartas por la Morgan Library. La familia de Sheard decidió venderlas para poder costear los gastos del cuidado de ésta mujer de 95 años en la residencia en la que vive.
“La Morgan Library tiene más de 40 cartas de Salinger, que han sido adquiridas en los últimos años”, señaló a este periódico el director de comunicación de esta institución, Patrick Milliman. “Las negociaciones en torno a la correspondencia del escritor con Sheard arrancaron en 2011”. La noticia se hizo pública ayer en The New York Times, el único medio que ha tenido acceso al material. A principios de este mismo mes de abril la Morgan Library también anunció que había recibido una donación de 28 cartas que Salinger envió a Swami Nikhilananda, fundador del centro Ramakrishna-Vivekanda. Las filosofías orientales jugaron un papel muy importante en la obra de Salinger y el análisis de estas cartas fue objeto de una charla a cargo del biógrafo de Salinger, Kenneth Slawenski a principios de abril en la Morgan.
 La exposición al público del material recién adquirido aún no tiene fijada una fecha, según reconocieron desde esta institución, aunque es previsible que organicen una muestra como ya lo hicieron en la primavera de 2010, apenas un par de meses después de la muerte del escritor. En aquella ocasión mostraron las cartas que Salinger escribió al ilustrador que diseñó la portada de la primera edición de El guardián entre el centeno, su vecino y amigo, Michael Mitchell. Esa colección fue legada a la Morgan Library en 1998 por Carter Burden dentro de un lote más amplio, pero permaneció oculta hasta la muerte de Salinger en enero de 2010, impregnada del mismo secretismo que caracterizó la vida de Salinger. Aquellas cartas cubrían más de cuatro décadas, de 1951 a 1993, y en ellas era posible trazar el solipsista camino que Salinger emprendió, desde la primera epístola en la que relata su estancia en Londres y una cena en casa de Vivien Leigh y Laurence Olivier, hasta la última en la que no acepta enviar a Mitchell una copia firmada de “El cazador entre el centeno”. También habla acerca de sus hábitos de trabajo o su afición a la cultura pop, que caló en referencias a Eddy Murphy o Nancy Reagan.
La correspondencia con Sheard queda restringida de 1941 a 1943. Arranca cuando Salinger tiene 22 años, poco antes de que fuera llamado a filas. Coquetea con Sheard y le pide una foto. Cuando ella se la envía contesta: “Tramposa. Eres bonita”. En la carta también hace lo que parece una referencia velada a su fallido romance con Oona O’Neill, que acabaría casándose con Charles Chaplin, y que según cuentan los biógrafos le rompió el corazón a Jerry, como acostumbraba a firmar sus epístolas al escritor.
Salinger mantuvo toda su vida una gran afición a mandar cartas, incluso cuando dejó de publicar en los años sesenta y centró gran parte de su energía en permanecer oculto. Escribió cartas incendiarias a quienes criticaban su obra, atentas a los niños que le mandaban preguntas y coquetas a las mujeres que le atraían. A su viejo amigo, el británico Donald Hartog le escribió decenas de ellas desde que se conocieron en la adolescencia en Viena, adonde ambos fueron enviados por sus familias para aprender alemán. Las cartas que se cruzaron en ese primer periodo fueron quemadas por el inglés, pero 50 de las que se cruzaron cuando retomaron el contacto en los años 80, tras la aparición de una biografía no autorizada de Salinger, fueron donadas recientemente a la Universidad de East Anglia por los hijos de Hartog. En ellas Salinger habla de tenis, de ópera, de hamburguesas y de pequeñas excursiones a las Cataratas del Niágara. Desmonta en buena medida el mito de su absoluta reclusión, que en caso de que se diera, rompió para asistir al 70 cumpleaños de su amigo en Inglaterra.
Pero quizá una de las cartas más llamativas de cuantas envió el huraño –según escribieron su hija y también su compañera sentimental Joyce Maynard, en sendos libros– y sin duda, enigmático, Salinger fue a Hemingway, el novelista cuyos libros recomendó a la futura ama de casa de Toronto, Sheard. Esta carta de 1946 a Hemingway en la que con sorna se compara con Holden Caufield fue mostrada al público en la biblioteca John Fritzgerald Kennedy de Boston en 2010, el año en que el escritor falleció y en el que arrancó una nueva fiebre por sus epístolas. Caufield se preguntaba adónde van los patos de Central Park en invierno, esa pregunta sigue en el aire, pero las cartas que mandó su autor, Salinger, van abandonando armarios y cajones, y saliendo a la luz para levantar el velo de secretismo que en vida le rodeó.



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