Ingmar Bergman |
Ingmar Bergman murió en brazos de Liv Ullmann
Ingmar Bergman murió como había vivido, rodeado de sus mujeres. Sus enfermeras (tenía cuatro), las señoras que le ayudaban en las labores domésticas, sus acompañantes en sus largos paseos y sesiones
Actualizado 01/08/2007 - 08:18:59
Ingmar Bergman murió como había vivido, rodeado de sus mujeres. Sus enfermeras (tenía cuatro), las señoras que le ayudaban en las labores domésticas, sus acompañantes en sus largos paseos y sesiones de cine, amigas y ex esposas que acudieron a su lado para acompañarle en su último viaje.
Las mujeres fueron uno de los capítulos más importantes de la vida de Bergman. Tan importante eran que en ocasiones sus historias de amor levantaron más expectación que sus estrenos. Casado cinco veces y con una cantidad inmumerable de aventuras eróticas, pasiones y amoríos, murió en brazos de Liv Ullmann, una de sus amantes, y podrá por fin reu-nirse con Ingrid von Rosen, una aristócrata que fue obsesión de su juventud y última esposa.
Ingmar Bergman murió en su residencia de Farö, isla donde vivió durante los últimos años. Una última función que fue probablemente la más fácil de toda su carrera, la más tierna y la más emocionante. A sus 89 años, sin enfermedad orgánica alguna y excelente estado físico, era un hombre de mucha edad en un cuerpo viejo y con un intelecto joven que controló sus últimos momentos, como siempre hizo con su trabajo en cine, teatro, producción,dirección, distribución y doblaje.
De ese final, como ideado y dirigido por él mismo, hemos conocido detalles gracias a Liv Ullmann, la dulce noruega con la que convivió durante cinco años y tuvo una hija. Bergman se enamoró perdidamente de Liv, una de sus mejores actrices, cuando rodaba «Persona» (1965). Aunque nunca se casaron, su amor fue tan profundo que tras la separación guardaron una especie de relación telepática.
Tal vez fue esa relación la que hizo que Ullmann, horas antes de la madrugada en la que murió Ingmar Bergman, tuviera una corazonada y se trasladó a Farö: «Sentí algo tan especial que volé sin tardar un minuto a su lado. Sabía, sin saberlo, que Ingmar iba a morir y quise abrazarle una vez más y expresarle lo mucho que nuestros años juntos han supuesto para mí».
Cuenta Liv que permaneció cerca del maestro, «de quien aprendí todo lo que sé» hasta que dio un profundo suspiro. «No tenía miedo a la muerte; muy al contrario, comentó que sería interesante conocer qué ocurría al otro lado de nuestra barrera física». Hijo de un rígido pastor protestante, siempre se debatió entre la fe y la desesperación, pero era profundamente creyente.
A las pocas horas de la muerte de una de las glorias de Suecia que ha dejado a este reino huérfano y con las banderas a media asta -desde el Palacio Real hasta el Teatro Dramaten, que fue su segundo domicilio- se han ido conociendo los detalles sobre su última voluntad. El genial realizador ha dejado escrito con todo detalle cómo quiere que sea su funeral: algo sencillo, sin invitados de honor ni celebridades y oficiado por el párroco de Farö. Y en blanco y negro, como una de sus películas.
También ha decidido el color y aspecto de su ataúd y ha escogido el sitio donde será enterrado, al lado de Ingrid von Rosen, mirando al mar. Amante de la música clásica, ha escrito qué piezas quiere se toquen en su Misa de Difuntos, una ceremonia sin flores de colorines. En una piedra delante de la tumba, nada de superlativos: su nombre, Ingmar Bergman, y debajo la fecha de su nacimiento y de su muerte.
Aunque el creador de «Fanny y Alexander» donó en 1992 toda su obra al FilmInstitutet, para que creara una fundación que administrara su trabajo, su fortuna personal es inmensa. De momento no se conocen los términos de su testamento, aunque se supone se repartirá entre sus ex mujeres y sus ocho hijos con legados a sus amigos más íntimos.
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