En una cafetería de la Ciudad de México, Rodrigo Castaño, un viejo amigo de Álvaro Mutis. habla del “parteaguas” que dividió la vida del escritor colombiano: la pérdida en el año 2007 de su hija Francine. Dice que antes de eso, desde que llegó a México en 1956, Mutis fue siempre “una fiesta ambulante”, “la alegría, la carcajada”; que era “lo más desparpajado de la Tierra”, “un gocetas, un gran sibarita, el rey del salón”, pero que después se desconsoló. “Alrededor de ella giraba todo. Pero a Francine le da un cáncer y se muere, y con Francine se muere Maqroll”.
Los últimos años del creador de la saga novelesca de Maqroll el Gaviero, fallecido el 22 de septiembre a los 90 años en la Ciudad de México,fueron lo opuesto a todo su tiempo anterior, como explica este amigo, hijo de Álvaro Castaño –promotor de la primera emisora de radio cultural de Colombia e íntimo de Mutis desde que eran jóvenes–. Otros conocidos del escritor también hablan de esa penumbra final de la vida del autor, retirado en casa y apenas sin escribir, como un contraste cruel con toda la luz que regaló por la capital de México durante medio siglo.
Una cosa que le quedó grabada a la poeta colombiana Ana María Jaramillo fue lo mucho que disfrutó Mutis de un cuadro que ella tiene en su casa y que al parecer no es exactamente una maravilla del arte. Es el retrato de un bisabuelo de su marido, el poeta mexicano José María Espinasa. Ella dice que es un retrato “pomposo” de un prohombre con lentes redondos oscuros y “un pelito ondulado peinado muy a ras”. Un día Ana María Jaramillo rescató el cuadro de la basura –que es el destino que le había otorgado su suegra, la propia nieta del prohombre– y lo colgó en una pared de la entrada de su casa porque le gustó el marco. Cuando Mutis fue a su casa y lo vio se quedó impresionado, pero no por el marco sino por la imagen egregia del ancestro. “Esto le da respetabilidad a una familia”, dijo. Álvaro Mutis, un colombiano criado en Europa, un burgués que se declaraba monárquico, un intelectual vacilón, sabía apreciar la solera de un antiguo pelito ondulado. En su despacho, además de una máquina de escribir y de un tocadiscos donde ponía música clásica, el escritor tenía un retrato del rey Juan Carlos encima de la chimenea.
El sentido del humor y la capacidad de contar cosas asombrosas de una variedad enorme de temas, porque su cultura era tan amplia como su historial de viajes, fueron dos de las cualidades principales del poeta y novelista colombiano. Desde que llegó a México se convirtió en una estrella de la bohemia intelectual de esta ciudad. Entre sus amigos estaban el cineasta Luis Buñuel, el escritor Carlos Fuentes, la novelista Elena Poniatowska, Luis Alcoriza, también director de cine, el historiador Fernando Benítez, el escritor Octavio Paz, el publicista Jomi García Ascot. Algunos fueron visitantes habituales de Mutis en la cárcel de Lecumberri cuando lo encarcelaron en 1959 durante más de un año por gastarse en lo que quiso algunos dineros de la petrolera Esso, para la que había trabajado de relaciones públicas en Colombia.
Otro de sus grandes amigos en México fue Gabriel García Márquez, que lo definió como “el colombiano más simpático del mundo”. Fueron íntimos, con gustos en común como la literatura y la joda, concepto colombiano de la burla, y con particularidades diferentes, según dice Rodrigo Castaño. “Gabo era un hombre de canto y de cumbia, y Álvaro era más de Bach y de Beethoven. Gabo era de jolgorios bruscos, y Álvaro era un hombre de club. Gabo se comprometía políticamente, y Álvaro solo se debía a su real majestad Felipe II”. Entre ellos no se hablaba de política. Y menos de Cuba: “Castro no era tema”.
Mutis siempre se mantuvo a las afueras de los bloques de poder, políticos o intelectuales, y eso resultó ser una virtud para cuajar bien en el mundo de la cultura de México, según dice el escritor Alberto Ruy Sánchez, que frecuentó las comidas que organizaba el autor colombiano los domingos en su casa del barrio de San Jerónimo, donde vivía con su esposa Carmen Miracle. “En México había una polarización muy grande, y Mutis fue una figura de confluencia”. Cuando se asomaba una discusión política él solía evitarla, y si acaso se amparaba con sorna en el artículo 33 de la Constitución mexicana: Los extranjeros no podrán de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos del país.
Álvaro Mutis era un hombre que primaba la amistad sobre las ideas, el marisco sobre las doctrinas, el buen licor sobre la teoría política. En la Casa Refugio de Citlaltépetl, una asociación de la Ciudad de México que hospeda a escritores amenazados, siempre tenían guardada para él una botella de whisky escocés de marca Glenfiddich. Mutis era el presidente del patronato de la Casa Refugio. Su director, Philippe Ollé, dice que el padre de las aventuras de Maqroll el Gaviero era muy generoso con los autores jóvenes o desconocidos que pasaban por allí. Iba a hablar con ellos, acudía a las charlas.
Ollé recuerda que una noche en un coloquio sobre la literatura y el exilio salió a dar un discurso un poeta kosovar llamado Xhevdet Bajraj. Al escritor extranjero le había traducido las notas al español su esposa. Ella también era de Kosovo. La traducción fue modesta. Xhevdet Bajraj se puso a leer y sus palabras no fluían. La sala del centro estaba llena. El poeta kosovar lo intentó pero no pudo más y acabó tirando sus papeles al suelo. Pidió perdón a los asistentes y habló en español como pudo: “Yo vengo de un país destruido. He conocido momentos terribles, y en mi país hay un dicho popular que dice que la vida escribe historias. Pero yo desde que atravesé todo esto sé que la poesía la escribe la muerte”. Ollé tenía a Mutis sentado a su lado. Lo miró y vio que estaba llorando. El distinguido escritor colombiano se levantó de la silla y abrazó al poeta kosovar que no era capaz de decir las cosas bien.
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