Nueva York Foto de Daniel Acker |
James Baldwin
EL VERANO DE NUEVA YORK
Traducción de Luis Echávarri
Y llegó el verano, el verano de Nueva York, que
no se parece al verano de ninguna otra parte. El calor y el ruido comenzaron a
destruir los nervios y la cordura y las vidas privadas y los amoríos. El aire
se llenó con resultados de los partidos de béisbol, malas noticias y canciones
melosas; y las calles y los bares con personas hostiles, más hostiles a causa
del calor. En esta ciudad no era posible, como le había sido a Eric en París,
dar un paseo largo y tranquilo a cualquier hora del día o de la noche, entrar
para echar un trago en una taberna, o sentarse para ver pasar a la gente en la
acera de un café, pues la media docena de tristes parodias de cafés con mesas
en la acera que había en Nueva York no eran para descansar. Era una ciudad sin
oasis, entregada por completo, al menos hasta donde podía advertirlo la
percepción humana, la búsqueda de dinero; y sus ciudadanos parecían haber
perdido enteramente el sentido de su derecho a renovarse. Quienquiera que en
Nueva York traba de ejercer ese derecho vivía desterrado en la ciudad,
desterrado de la vida que lo rodeaba; y esto, paradójicamente, ejercía el
efecto de colocarlo en perpetuo peligro de perder para siempre toda auténtica
sensación de sí mismo.
James Baldwin
Otro
paísBuenos Aires, Sudamericana, 1976
Pág. 344
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