Cees Nooteboom
LOS ZORROS VIENEN DE NOCHE
Por Rafael Narbona
El cuento es un género que puede prescindir del desenlace. Cees Nooteboom (La Haya, 1933) ha reunido ocho relatos que no esconden su vocación fragmentaria. No es un simple recurso estilístico, sino una posición vital, que refleja una mezcla de escepticismo y desencanto. No son cuentos inacabados, sino historias que no concluyen porque imitan la espiral de la vida, donde nada es definitivo.
En “Paula II”, toma la palabra un muerto, pero eso no significa que el morir constituya un tránsito hacia un estado de plenitud o podredumbre. Nooteboom no insinúa ninguna forma de trascendencia. Sus cuentos rebosan incredulidad hacia los dogmas metafísicos y políticos, sin caer en el menosprecio del ser humano. Siempre prevalecen la ternura, la tolerancia, la resistencia a realizar juicios morales y una ilimitada indulgencia hacia las debilidades que a veces nos hacen actuar con egoísmo, estupidez o arrogancia.
Notablemente traducida, la prosa de Nooteboom es de altísima calidad. Es una prosa poética, con una enorme sensibilidad para reflejar el paisaje, la materia, los cambios de luz, los matices cromáticos, el ensimismamiento, la contemplación o las pasiones, con toda su carga de turbulencia, confusión y ambigüedad. Nooteboom sortea con elegancia el riesgo de un formalismo autocomplaciente, que acumula filigranas y metáforas hasta paralizar la narración. El lenguaje nunca es el protagonista absoluto, pero en ningún momento pierde su inspiración y su exactitud. Ambientado en Venecia, “Góndolas” es el primer relato de un libro caracterizado por la nostalgia, el sentimiento de pérdida y la dolorosa conciencia sobre el paso del tiempo. El protagonista es un hombre de cierta edad que evoca a una amante de su juventud. Sabe que persigue a “un espectro” y que, a pesar de un tardío reencuentro, no logrará desprenderse del trauma de la separación. Dos personas pueden reunirse después de muchos años, pero todo ha cambiado. De hecho, mirar hacia atrás, sólo es una forma de encarar la perplejidad de ser otro.
“Tormenta” narra los desencuentros de una pareja que presencia un insólito incidente. Nooteboom habla sobre la influencia de la luz en los estados de ánimo. El atardecer o el cielo nublado pueden provocar “el abatimiento más absoluto”. No es un recurso aislado, sino una observación recurrente. Esa aflicción súbita, desencadenada por el tránsito de la claridad a la penumbra, es uno de los síntomas del trastorno bipolar. Ignoro si Nooteboom conoce ese dato, pero su capacidad de enlazar lo biológico y lo emocional, refleja una profunda comprensión de la naturaleza humana. “Heinz” es uno de los relatos más ambiciosos. Protagonizado por un cónsul honorario, aficionado al alcohol, el sexo, las bufonadas y los gestos temerarios, Nooteboom evita una vez más los juicios morales. Con una fluidez narrativa que recuerda a Graham Greene, relata una vida sin grandes acontecimientos, pero con toda la trama de narcisismo, temeridad y excesos que define a las personalidades sin miedo a consumar sus deseos. “Finales de septiembre” es una historia atípica de amor, que incluye una infidelidad, donde la pasión se confunde con la fascinación por lo canallesco. “La última tarde” se detiene en la rutina de una tortuga para simbolizar la mezcla de vulnerabilidad y misterio del ser humano.
“Paula” y “Paula II” son otras de las piezas mayores del conjunto. Su heroína es una mujer con un notable parentesco –no sé si deliberado- con los personajes femeninos de Cortázar. Algo frívola, “desertora del mundo real”, ajena a compromisos políticos y sociales, Paula es una especie de Monica Vitti atrapada en una interminable película de Antonioni. Es una poderosa presencia que no se desvanecerá ni con la muerte. De hecho, Nooteboom le concede el don de hablar desde el otro lado, revelando que su existir fue “un susurro, un murmullo”. Desde una inexistente eternidad, Paula se compara a sí misma con “unos zorros imaginarios”, irreales y fugaces. “El punto extremo” habla de un faro y una mujer presumiblemente ahogada. Es imposible no pensar en Portrait of Jennie (1949), la excepcional película de Dieterle. Al ser el último relato, se refuerza la impresión de encontrarnos en el fin del mundo. Nooteboom es un serio candidato al Nobel. Su literatura transita por todos los géneros y nunca defrauda. Los zorros vienen de noche es un prodigio de lirismo, profundidad y sabiduría. No prodiga esperanza, pero no deplora la existencia, acotada por límites insuperables y una imperfección consustancial. Las palabras son la única trascendencia a la que puede aspirar el ser humano, pero incluso ellas desaparecerán algún día y no hay que lamentarlo. La finitud es el precio acordado por mecerse en la corriente del ser.
Rafael Narbona
Into the Wild Union
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