Vanessa Springora: «Tengo la sensación de haber servido de aval moral a un pederasta»
La editora ha sacudido el panorama intelectual y político francés con 'El consentimiento', donde cuenta la relación que mantuvo a los 14 años con un escritor de 50, Gabriel Matzneff, y el silencio y hasta la connivencia social con un pederasta celebrado en el mundo de las letras hasta hace muy poco.
SILVIA AYUSO
25 AGO 2020 23:59
A sus 48 años, a Vanessa Springora todavía le cuesta hablar de lo que vivió a los 14, cuando comenzó una relación con un escritor, Gabriel Matzneff, de 50. Tardó años en comprender que no era amor sino abuso sexual y psicológico, y décadas en exorcizarlo todo en un libro, El consentimiento (Lumen). «Normalmente ya no lloro en las entrevistas», dice mientras juguetea con un cigarrillo que no encenderá durante la cita en un café cerca de su casa en París. Ello no impedirá que al término del encuentro sus ojos brillen más de lo normal, aunque consiga no derramar una sola lágrima. Sabe que, pese a todo, es una privilegiada: no es una víctima de trata humana ni vive en la precariedad, como tantas mujeres que sufren violencia sexual, sino que es directora de una prestigiosa editorial de París y lleva una vida «normal», con pareja y un hijo adolescente.
Paradójicamente, esa puede ser una de las claves de por qué El consentimiento ha impactado de tal manera en Francia, donde desde antes de su llegada a las librerías, en enero, sacudió profundamente el mundo intelectual y político como no lo ha conseguido el movimiento MeToo: se ha abierto una investigación judicial y se ha retirado parte de la obra de Matzneff, los diarios íntimos en los que el autor, hoy octogenario, relataba minuciosamente sus aventuras sexuales con menores de ambos sexos. Además, escritores e intelectuales que hasta hace poco se declaraban admiradores del escritor –en 2013 recibió el prestigioso premio Renaudot– se han distanciado del personaje y su obra. «Es una toma de conciencia muy importante», subraya Springora. El efecto de El consentimiento también rebasa fronteras: el libro se prepara para salir en una veintena de países, incluida España, donde llegará a las librerías el 17 de septiembre.
¿Se esperaba este eco internacional?
Para nada. Al principio me decía que quizás le interesaría a 150 personas en París, debido al pequeño mundo de la edición, pero ha sido una oleada desde incluso antes de la publicación del libro. Me ha dejado totalmente atónita, pero me he dado cuenta de que esa acogida no está ligada necesariamente a este caso específico, sino que resonaba en muchísimas mujeres, sobre todo jóvenes, con historias que también ellas habían vivido. Hace meses que recibo centenares de cartas de mujeres que no sabían quién era Matzneff, que no son de la misma generación, pero que se
han reconocido en este libro porque han vivido historias similares. Creo que no medí bien el aspecto universal de esta historia, y eso es algo que ahora me vuelve como un bumerán. Es algo maravilloso
por toda esa gente que me agradece haberlo escrito, pero al mismo tiempo es escalofriante, porque significa que el estado de la sociedad es inquietante.
han reconocido en este libro porque han vivido historias similares. Creo que no medí bien el aspecto universal de esta historia, y eso es algo que ahora me vuelve como un bumerán. Es algo maravilloso
por toda esa gente que me agradece haberlo escrito, pero al mismo tiempo es escalofriante, porque significa que el estado de la sociedad es inquietante.
Si hay tantas mujeres y jóvenes que han vivido esta situación, quiere decir que vivimos en una sociedad que de alguna forma sigue estando enferma. ¿Puede deberse el impacto de su historia a que usted es una víctima algo atípica?
Es por eso que en las entrevistas hablo sistemáticamente de las personas que no tienen la posibilidad de hablar o escribir, jóvenes de la banlieue [la empobrecida periferia parisina] que
se tienen que prostituir o mujeres inmigrantes totalmente invisibles, que no vemos, que son los dominados absolutos porque no tienen forma alguna de defenderse. Yo no quiero un papel de portavoz política porque no soy militante en ese sentido, mi compromiso político está en este libro. Uno de los mayores traumas para mí es que mi historia ha servido para hacer valer a un pederasta que encima practicaba turismo sexual en países del tercer mundo como Filipinas. Hacia los 25 años me di cuenta de que todas esas historias de chicas jóvenes que contaba en sus libros en el fondo le permitían mantener su impunidad, hablar de sodomizar a niños de 9 u 11 años,que es un crimen, sin que a nadie le pareciera mal. Como todo lo embellecía en sus diarios íntimos, donde contaba que eran casi historias de amor para él, tengo la sensación de haber servido de aval moral a un pederasta.
se tienen que prostituir o mujeres inmigrantes totalmente invisibles, que no vemos, que son los dominados absolutos porque no tienen forma alguna de defenderse. Yo no quiero un papel de portavoz política porque no soy militante en ese sentido, mi compromiso político está en este libro. Uno de los mayores traumas para mí es que mi historia ha servido para hacer valer a un pederasta que encima practicaba turismo sexual en países del tercer mundo como Filipinas. Hacia los 25 años me di cuenta de que todas esas historias de chicas jóvenes que contaba en sus libros en el fondo le permitían mantener su impunidad, hablar de sodomizar a niños de 9 u 11 años,que es un crimen, sin que a nadie le pareciera mal. Como todo lo embellecía en sus diarios íntimos, donde contaba que eran casi historias de amor para él, tengo la sensación de haber servido de aval moral a un pederasta.
En El consentimiento, Springora acaba con cualquier posibilidad de seguir maquillando los actos de Matzneff, que él continúa defendiendo como «historias de amor». «A los catorce años, se supone que un hombre de cincuenta no te espera a la salida del instituto, se supone que no vives con él en un hotel ni te encuentras en su cama, con su pene en la boca, a la hora de la merienda», escribe en uno de los momentos más paralizantes de un libro que, con su estilo sobrio, se ha convertido en un arma perfecta. «Llevo muchos años dando vueltas en mi jaula, albergando sueños de asesinato y venganza. Hasta el día en que la solución se presenta ante mis ojos como una evidencia: atrapar al cazador en su propia trampa, encerrarlo en un libro», explica en el prólogo. «Quise revertir el arma de la escritura contra él, porque es el arma que él usaba para dominar a las mujeres jóvenes y también a los muchachos con los que tuvo historias», acota en la entrevista. Por eso también optó por un relato «que se pudiera leer como una novela (…) No quería escribirlo bajo la forma de un testimonio brutal, que fuera puramente informativo o como un reportaje. Para mí no es un mero testimonio, es también un relato literario, opté por esa forma justamente porque quería inscribir este libro en el campo literario, para que quede frente a los libros de ese escritor [Matzneff]».
A pesar de múltiples denuncias, sobre todo de actrices como Adèle Haenel, en su país el movimiento MeToo no ha tenido mucho impacto. ¿Trata Francia de forma distinta a sus artistas?
Hay una tolerancia particular con los artistas a cambio de una obra que puede ser subversiva y que se siente que es necesaria. El problema es que la definición de la subversión es revertir un orden establecido. Pero el orden establecido hoy en día es el famoso orden patriarcal que denuncian todas las feministas. Yo considero que mi libro es mucho más subversivo que la obra de Matzneff. Hoy muchos hombres piensan que el MeToo ha ganado, dicen que están rodeados de mujeres agresivas, de feminazis que quieren impedir que los hombres y las mujeres tengan relaciones, flirteos, cortejos normales, lo que es absolutamente falso. La realidad es que hay que revertir ese orden para lograr una igualdad de relaciones. La conquista de los derechos por la igualdad para las mujeres es una historia larga, pasó primero por los derechos elementales, los jurídicos, el voto, tener una cuenta en el banco. El derecho a no ser utilizada como un objeto, de no ser considerada simplemente como un objeto sexual, es fundamental pero todavía no lo hemos conquistado.
Usted dijo que no quería que los libros de Matzneff fueran retirados. ¿Qué le habría gustado que pasara?
Lo que me molesta de la censura es que es una forma de hacer revisionismo, es suprimir la carga de la prueba para su editor, hacer como si jamás hubiera existido. Yo preconizo en mi libro otra solución, lo que se llama la contextualización, es decir, reeditar sus obras con una advertencia al lector y con una edición crítica que explique cómo fue posible durante los años setenta, ochenta, noventa y hasta los dosmil publicar obras de esta naturaleza y por qué hoy ya no es posible. Eso es mucho más interesante, es una manera de mostrar cómo progresa una sociedad, cómo lo que era tolerable en una época se hace intolerable en otra. Mi objetivo no es meter a este hombre en prisión, sino suscitar un debate en la sociedad y en este entorno literario sobre esta ceguera que hubo en la época. Y en el medio editorial en general, empezar de cero y reflexionar todos de forma colectiva, editores, medios, periodistas, escritores, todos los intelectuales que lo apoyaron y firmaron sus peticiones sobre la despenalización de las relaciones con menores.
Consentimiento parece un concepto sencillo, el famoso «no es no». Pero usted demuestra que es algo mucho más complicado…
No soy jurista ni psiquiatra, no tengo un punto de vista de experta sobre la noción de consentimiento. Pero he leído el libro de Geneviève Fraisse Del consentimiento (Editorial Palinodia), que, desde un punto de vista estrictamente filosófico, me parece muy interesante porque dice que hay dos nociones que tienen que entrar en juego en el consentimiento, pero que en general solo usamos una, la de la libertad. Incluso en un contrato hay que ser libre de poder elegir, porque consentir ya es una forma de elegir. Pero hay otra noción, dice, que no se suele incluir y es la de la igualdad. Volvemos ahí a la cuestión de la dominación. ¿Es que una adolescente de 14 años es igual a un hombre de 50? Incluso si su decisión es libre, ¿tiene los medios para consentir, para mantener relaciones sexuales con ese hombre? ¿Es que es igual en materia de madurez sexual, afectiva, intelectual? ¿Es que están al mismo nivel o hay una asimetría?
¿La literatura todavía puede mover el mundo, como ha dicho usted en alguna ocasión?
Creo que el éxito de este libro muestra que todavía es posible, que un libro es capaz aún de mover las líneas de la sociedad, sí. Si no creyera que los libros, el arte, pueden cambiar el mundo, no trabajaría en el mundo de la edición.
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